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Inolvidable
Machu Picchu
En este texto, la escritora evoca su experiencia en la grandiosa ciudadela
inca.
ARCHIVO CIAR
MARIA ROSA LOJO
Machu Picchu fue el final de un camino
comenzado en Lima, a veces turbia y gris, pero cuyos balcones con celosías
pueden ser tan sutiles como encajes. Salazar Bon dy, exagerando su
reprobación, la llamó la
horrible. Quizá lo sea comparada con el Cusco, Ombligo del Mundo, donde se
vive en dos dimensiones del espacio y la me- mona: la superficie de labrados
portales y madera sobredorada, y los profundos ba jos de piedra del Templo
del Sol, con hor nacinas que no fueron hechas para alber gar a Vírgenes
cristianas. Sólo a unas ho ras de tren del Cusco se halla la fortaleza
sagrada, secularmente oculta. Una vex alli aunque habia creído que padecía
de vértigo, logre sin, vacilaciones ni retrocesos por la ladera verde y
resbaladiza del Huayna Picchuí.
La fascinación anulaba el temor, quizá porque llegar a la cima no era lo
inico im portante. Cada paso del trayecto, bajo el sol o bajo la llovizna
que multiplicaba los brillos de la selva, tenía su propid e miento. A cada
vuelta de la montaña el di bujo de la ciudadela, más abajo, se enriquecía
con una luz distinta. Era nuestra segunda jornada en Machu Picchu.Ya
habíamos subido por las escale ras del Torreón, habíamos entrado en las
cámaras de las vírgenes, habíamos tocado el I Huatana el poste donde se
amarra el Sol. Nos habíanios asomado a otra con dición del tiempo desde la
abertura de un anillo de piedra. Pero sólo cuando nos re costamos contra las
rocas de la cumbre, sentimos que nos habíamos ganado con el cuerpo el
derecho a esa ciudad ofrecida en una sola visión, para que nos lleváramos a
las pampas lisas su textura irregular, su increíble audacia de nido de
pájaro.
Después del descenso, en las explana das ylas terrazas, era como si
volviéramos a un hogar anterior y sumergido, desde donde habíamos mirado
limpiamente el mundo, en otra vida, y donde el cielo nos había mirado
también para encontrarnos de inmediato.
Por las casas sin techo que pronto des poblaría la noche, se oían voces en
todas las lenguas. El ómnibus que bajaba al pue blo se llenó de extranjeros
que ya no lo eran del todo. La ciudad que nadie pisa impunemente nos había
convertido en ciudadanos condenados a recordarla.
Oscurecía en el pueblito de Aguas Calientes. Fuimos caminando hacia las
aguas termales que le dan su nombre:
un estanque denso, de sales pesadas, donde está prohibida toda brusquedad,
toda violencia de movimientos. Nos de jamos flotar, con los ojos cerrados.
Una melodía de quena se mezclaba con la corriente del Urubamba y con el
rumor de las mismas lenguas que ha oído arriba. Cuando abrimos los ojos allí
estaban, también, todas las pieles:
blancas, negras, tostadas, amarillas, en una paz perfecta. La felicidad nos
cap turó en las aguas cálidas. |
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