Principal Arriba
webmaster:
ofelia_trillo@hotmail.com
| |
CIUDADES PERDIDAS INCAS
ir a incas
|
Cuando
el conquistador Francisco de Pizarro penetró en el imperio de los incas en
septiembre de 1532, encabezaba un menguado ejército integrado por ciento
treinta infantes y cuarenta caballeros. Sin embargo, en pocos años arrasó
las tierras incaicas y se apropió de uno de los tesoros más importantes de
la historia, pues, aunque el imperio inca estaba formado por gentes
disciplinadas y disponía de un poderoso ejército, subestimó la crueldad y
brutalidad de los invasores. Cuando el propio Atahualpa, emperador de los
incas e hijo del dios Sol, fue a ver a Pizarro en noviembre de 1532, los
españoles lanzaron sin motivo alguno un ataque que causó numerosas bajas
entre los seguidores de Atahualpa e hicieron prisionero al emperador. Al
comprender que el interés de los conquistadores se centraba en el oro,
Atahualpa les ofreció llenar de este metal una habitación de sesenta metros
de largo por cincuenta de ancho y veinticinco de alto y doble cantidad de
plata, a cambio de su libertad. Mensajeros incas recorrieron el país durante
seis meses, recogiendo las riquezas de su tierra, en su mayor parte objetos
bellamente trabajados que eran ofrendas a sus dioses. Pero Pizarro no era
precisamente un admirador de obras de arte y, en uno de los mayores actos de
vandalismo de todos los tiempos, mandó que lo fundieran todo. Con ello se
obtuvieron aproximadamente once toneladas de oro y doce mil kilos de plata,
cifras impresionantes según los criterios de la época. Su valor según la
cotización actual se estima en unos doscientos millones de dólares.
Atahualpa cumplió su promesa; no así Pizarro, que ordenó la muerte del inca
y a continuación marchó sobre Cuzco, la capital del imperio. Barrió
literalmente a todos los que se opusieron a su paso. Solamente en Cuzco se
apoderó de piezas que, una vez fundidas, arrojaron un peso de dos toneladas
y media de oro y cincuenta y una y media de plata. Pizarro nombró a un
hombre de paja, Manco, para ocupar el lugar de Atahualpa, y durante dos años
los invasores fueron despojando las tierras incaicas del resto de sus
riquezas.
Manco desafía a los españoles Pero los desmanes de los españoles
resultaban intolerables incluso para Manco, que en mayo de 1536 encabezó una
revuelta destinada a cercar a los españoles, a los que estuvo a punto de
derrotar, aunque Pizarro consiguió agrupar a sus huestes, que contraatacaron
y resistieron hasta que recibieron refuerzos. Manco se vio obligado a
defenderse y se retiró a las montañas al noroeste de Cuzco. Construyó una
nueva ciudad en Vitcos, pero cuando la localizó una expedición de castigo
española, abandonó el lugar y se estableció en Vilcabamba, una región tan
remota, aislada por cadenas montañosas y bosques tropicales, que sirvió de
base de operaciones a la guerrilla que actuó durante varios años. Hasta
junio de 1572, en que Manco murió en combate y se estableció el dominio
español en todos los territorios incaicos, no pudo ocuparse Vilcabamba, a la
que finalmente llegó una columna del ejército. El resto del pueblo inca, que
se habí a retirado antes de la llegada de los españoles, se llevó las
riquezas que aún quedaban en la ciudad e incendió los edificios.
La búsqueda de la ciudad perdida Durante siglos, a medida que la selva
invadía los últimos baluartes de Manco, la leyenda de la «ciudad perdida de
los incas» prendió en la imaginación de los viajeros. A principios del siglo
XIX, varias expediciones exploraron las ruinas incas. En 1850, un francés
llamado Angrand confesó abiertamente, mientras abría zanjas en un lugar
identificado más tarde como Choquequisau, que lo que le había atraído eran
los rumores sobre «el inmenso tesoro (...) enterrado entre las ruinas cuando
los supervivientes de la raza del Sol se retiraron a su refugio
impenetrable». Como era de esperar, este aventurero francés no encontró
absolutamente nada. Un joven arqueólogo estadounidense,
Hiram Bingham, movido por motivaciones más honradas, se vio recompensado en
1911 con el hallazgo de una ciudad sepultada en la cima de una montaña a
seiscientos metros sobre el río Urubamba, al oeste de Cuzco. Cuando el
terreno ocupado por la selva quedó libre de maleza, se comprobó que los
edificios y terrazas se encontraban extraordinariamente bien conservados.
Bingham estaba convencido de que el lugar
que había descubierto, al que los indígenas llamaban
Machu Picchu, era la legendaria Vilcabamba, y
su teoría fue aceptada con ciertas reservas hasta que, en 1964, una
expedición descubrió un complejo mayor, a dos días de viaje por el Urubamba.
Este lugar, que según la opinión más extendida es la verdadera Vilcabamba,
resulta tan inaccesible que ha desafiado incluso a los métodos arqueológicos
más modernos, y aunque desde el punto de vista histórico el descubrimiento
supone para los estudiosos e investigadores un hallazgo que puede sin duda
calificarse como tesoro indiscutible, es muy improbable que sus habitantes,
que ya se encontraban completamente empobrecidos en el momento de la huida,
y, aún menos, aquellos conquistadores empeñados en la persecución de los
indígenas, dejaran tras de sí nada de verdadero valor económico.
Los conquistadores españoles únicamente valoraban los metales y las piedras
preciosas, pero en la actualidad los robos de piedras grabadas, muy
apreciadas en el mercado negro, están produciendo daños incalculables. Esta
estela grabada, fechada en el 1.000 aC, es una muestra de la atracción que
sienten los buscadores de tesoros contemporáneos.
la impresionante fortaleza incaica de Sucsayhuaman. En 1536, Manco Inca
Yupanqui inició en ella la revuelta contra los españoles, que se encontraban
en la vecina Cuzco. Estuvo a punto de vencerlos, pero los conquistadores
contraatacaron y Manco se vio obligado a retirarse a los impenetrables
Andes. Construyó numerosos refugios en estas montañas; el último, Vilcabamba,
la «Ciudad Perdida de los Incas», aún no ha sido explorada en toda su
extensión. Aunque siguen circulando leyendas sobre tesoros olvidados, no
parece probable que los seguidores de Manco, acosados y empobrecidos,
dejaran nada de valor tras de sí.
Máscara áurea de Perú. Se conserva un escaso número de objetos de este tipo
debido a que los conquistadores fundieron las piezas que constituían el
rescate de Atahualpa y cuantos objetos cayeron en sus manos para fabricar
monedas y lingotes.
Ornamento chimú de la costa de Perú, testimonio indiscutible del gran
desarrollo cultural de los incas y de los pueblos indios que les
precedieron. Aunque no interesaron a los españoles, en la actualidad estas
cerámicas poseen gran valor.
|
|
|