El misterioso clima de un
castillo portugués, según la mirada de un escritor.
Aquella mañana de abril nuestra condición de turistas parecia menos leve
que de costumbre. Eramos cuatro amigos que íbamos al Castillo de Almourol,
er 4’or los Caballeros del Temple en el S. XII y ubicado a 100km al noroeste
de Lisboa.
Tras recorrer las ondulaciones de una campiña’ por siglos de’artesania
humana con olivos, alcornoques y ca paredes blancas y tejas rojas. se’llega
a un recodo de la ruta, oculto al observador desatento. Había óportunos
letreros de interés turístico que, allí, son de color marrón. El auto gira y
de repente. ahí está- Enclavado en un promontorio rocoso en medio de
un rio, se levanta el mismísimo castillo encantando de mil Libros de
cuentos, con sus atalayas, torreones y murallas almenadas, resplandeciendo
bajo el generoso soL El río es el Tajo, pero el nombre, en este caso, es lo
de menos porque, sépanlo, ese territorio no pertenece a la geografia secular
sino al récóndito dominio de las leyendas.
El camino termina en un muelle ,muy modesto, donde un barquero inmutable
agúarda, con infinita paciencia la llegada de pasajeros. Es decir:
nosotros. Confieso que la imagen de Caronte, el barquero de los Infiermos,
cruzó mi mente desbocada por la sugestión. Como sea, pagamos el precio y
abordamos el bote. El cruce del río fue en silencio. Dimos una vuelta
alrededor de la pequeña isla y desembarcamos en un muelle modesto. Un
sendero empinado y estrecho, que ascendía en medio dela vegetación, nos
llevó hasta las puertas del castillo. Y las puertas de un verdadero castillo
como se sabe, siempre están cerradas El barquero que traia un pesado
llavero, intento abrirlas, pero el candado,consecuente con el éspiritu
del sitio, resistio los embates. El hombre farfulló algo, antes de
desaperecer, y una cierta percepción de limbo anunciado se apodero
nosotros al ver que-se aleja a en su bote. Entonces,durante la milesima
fracción de un instante, la sombra del mistqrio indescifrable de los
Templarios me rozo fugazmente.
. Eso creí, o quise creer, abandonado en aquella inconveniente intersección
de río y muralla. Pero Caronte regresó determinado a completar su faena y
haciéndonos un gesto cómplice, señaló el bolsillo de su campera. Suponíamos
que allí guardaba la llave secreta a la que acceden sólo los iniciados
en los enigmas y las artes ocultas En lugar de ello saco un martillo y de un
certero golpe termino con enigmas y candado. La puer
ta del castillo se abrió y pudimos ingresar a su interior de piedra, pequeño
y austero, corno debe serlo una fortaleza
medieval Ilusionado recorri sus habitacones y escalé sus torres, buscando en
los rincones más oscuros esa sombra furtiva, pero fue inútil: no la volví a
encontrar. El sortilegio se había que quebrado igual que el candado
con el golpe del falso Caronte y yo había vuelto a ser -lo que
era ,un turista mas , una mañana de abril, en portugal.
|
|