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En el siglo xv la ciudad de Panamá era
la colonia más rica del nuevo mundo, auténtico almacén del oro y la plata
que los conquistadores españoles habían arrebatado a los incas. Por sus
enormes riquezas, corsarios y piratas tenían puestos sus codiciosos ojos en
ella desde la época de Drake, pero Panamá contaba con una fuerte protección
contra posibles ataques desde el Pacífico y las espesas selvas parecían
barrera suficiente para rechazar un ataque por tierra. Sin embargo, las
defensas de la ciudad no representaron un reto importante para uno de los
piratas más destacados del mar dominado por los españoles, el capitán galés
Henry Morgan.
En 1670, Morgan reunió una flota de treinta y seis navíos y casi dos mil
hombres para perpetrar el mayor asalto de todos los tiempos contra
territorios españoles. Cuando zarparon de Port Royal, decidieron que el
blanco fuera Panamá. La flota atracó frente a la desembocadura del río,
Chagres, en la zona caribeña del istmo de Panamá, y Morgan, al frente de mil
cuatrocientos hombres, inició un viaje de nueve días por tierra y mar hasta
la costa del Pacífico.
Los españoles de Panamá habían recibido noticias sobre su inminente llegada
y movilizaron la caballería y la infantería para defender la ciudad. Por
desgraciá para España, el terreno en que decidieron luchar no era apto para
la caballería y la manada de vacas que los defensores tenían intención de
conducir hasta la línea de batalla de Morgan echó a correr aterrorizada,
sembrando el desorden en la infantería. Los españoles huyeron, dejando a
Panamá sumido en el caos.
Cuando las cosas se calmaron, Morgan y sus hombres saquearon la ciudad en
busca de riquezas. Al marchar se llevaron consigo ciento setenta y cinco
mulas cargadas de vajillas de plata, monedas de este metal y de oro y joyas,
plantando las semillas de un misterio que sigue intrigando a los buscadores
de tesoros.
La fortuna perdida
Aunque el convoy de mulas llevaba una fortuna, rio representaba el botín que
podía esperarse de un lugar como Panamá. Como Morgan había atacado por
tierra, el puerto de Panamá no había sido bloqueado y logró escapar al menos
un navío español cargado de riquezas.
Al parecer, cuando los supervivientes de la batalla regresaron a sus barcos
para repartirse las ganancias, una gran parte de éstas había desaparecido.
Sólo recibieron diez libras por cabeza, cantidad que, aun multiplicada por
cien para adaptarse a los valores actuales, era insignificante teniendo en
cuenta las penurias por las que habían pasado. Morgan escapó en su barco,
tras haber ordenado que instalaran a bordo los cañones del fuerte de San
Lorenzo, que había sometido. No cabe duda de que se había apropiado de la
mayor parte del botín.
El gobierno inglés, que tenía intención de quedarse con una parte del tesoro
que obtuviera Morgan al mando de su barco con patente de corso, pensó que le
habían estafado. Al volver a Jamaica, apresaron a Morgan y lo enviaron a
Inglaterra para que respondiera de la acusación de piratería. A diferencia
del infortunado Kidd, Morgan era un héroe popular. Su juicio no llegó a
celebrarse y finálmente regresó al Caribe con el cargo de vicegobernador de
Jamaica, donde fue el azote de los piratas españoles e ingleses hasta que
murió alcoholizado a la edad de cincuenta y tres años.
Morgan jamás hizo ningún comentario sobre el tesoro que había escondido,
pero sus antiguos camaradas sí. Son muchos los que creen que el botín sigue
en el Caribe.
El nombre de Morgan despertaba tanto temor entre los españoles come el de
Drake un siglo antes. Este grabado del siglo xv representa a Morgan (en
primer plane a la izquierda) dirigiendo el saqueo de Puerto Príncipe,
colonia español de Cuba.
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