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REGALO DEL SUELO

 

El mundo recibió con asombro el descubrimiento de un cementerio inca con más de 2.200 momias, el mayor del siglo XV que se conoce hasta hoy. Un dato curioso y contrastante acompañó la noticia: el tesoro arqueológico estaba bajo una villa miseria de las aceras de Urna.

Tupac Amaru, el asentamiento ilegal donde se hizo el hallazgo, tiene muy mala fama por haber sido refugio de Sendero Luminoso.

En lo profundo, a unos 7 metros, se depositaban los fardos funerarios de las personas de alto rango, en el estrato siguiente a la gente común y a un metro del suelo a los niños.Por su estado de conservación La Señorita, como le dicen a esta momia de una joven de 25 años, es la vedette del descubrimiento.

"Este es un lugar peligroso, donde hay mucha delincuencia. Pero a nosotros nos respetaron: estuvimos casi tres años sin ningún tipo de problema."

Los chicos del asentamiento Tupac Amaru se habituaron a compartir sus lugares de juego con Idter equipos de arqueólogos.

La dentadura es, muchas veces, una fuente de revelaciones para los investigadores. Aquí, Cock trabaja en la de La Señorita.

"Para un arqueólogo -explica Cock-, un resto humano es un libro abierto, que revela la salud que tuvo esa persona, su dieta, sus actividades, si tuvo una vida fácil o difícil."

con las momias encontradas"¿Eso hay?", se espantó el niño, y de un salto alejó sus pies, descalzos como siempre, de una tierra seca, arenosa, que pisotea a diario sin advertir el sinn de huesos, dientes y cabellos que sus pasos conocen desde hace tiempo. "¿Eso que sacan también está abajo de mi casa?", insistió, apurando una distanda prudente de una trinchera que empezaba a atormentarlo. "¡Silencio! Vete, vete", lo retó una mujer del barrio, tan ansiosa como el chico frente a esos bultos extraños que los científicos empezaban a despejar varios metros bajo tierra. "Sonlosabuelos,los abuelos", se emocionó un anciano, ante la mirada desorbitada de un grupo de arqueólogos que no terminaba de creer lo que asomaba ante a sus ojos. "Fue impresionante. Cuando encontramos la primera momia y nos dimos cuenta de que el cementerio era inca, saltábamos de alegría. La gente del asentamiento no entendía nada, pero la verdad es que habíamos empezado a trabajar casi a ciegas, jamás imaginamos lo que íbamos a encontrar", recuerda, entusiasmado, el arqueólogo limeño Guillermo Cock, un tipo barbudo, simple y chistoso que dirigió al equipo que hace diez días anunció el descubrimiento de más de 2.200 momias incas en un antiguo cementerio que yacía a los pies de una populosa villa de emergencia en las afueras de Lima. El volumen del hallazgo es absolutamente inédito. Hasta elmomento, jamás se había excavado un cementerio del mismo período de esas dimensiones y con esa cantidad de individuos enterrados. "Rescatamos 1.286 fardos funerarios (el fardo es un método de envolver y enterrar momias) , de los cuales dos tercios tienen más de un individuo -explica Cock-. Esta gente ha muerto en un lapso de 80 años, mayormente dentro del Período Horizonte Tardío o Incaico, entre 1480 y 1535. Tenemos desde fetos hasta ándanos y desde los más ricos hasta los más pobres. Es la muestra más representativa de la pobladón inca a la que se ha accedido y seguro nos permitirá entender mejor la vida de estos señores, tan famosos como desconoddos en muchos aspectos". Hasta ahora, si en den tumbas se hallavan un individuo que había muerto portuberculosis, los científicos no podían establecer, por lo sesgado de la muestra, cuan frecuente había sido esa enfermedad. "Esa restricción se terminó", festeja Cock, feliz de haber alumbrado un nuevo rincón de los misterios que pesan sobre el fabuloso imperio de Tahuantinsuyo desde hace cientos de años. Las momias fueron descubiertas en Puruchuco Huaquerones, un sitio arqueológico ubicado a unos nueve kilómetros al este del centro de Lima que en 1989 fue invadido por cientos de familias que, estafadas por traficantes de terrenos, terminaron instalándose allí en forma ilegal. Así nació Tupac Amaru, un pueblo joven -como llaman en Perú a las villas de emergencia- de rotunda mala fama por haber sido refugio y centro de operaciones de Sendero Luminoso y otros grupos terroristas a principios de los 90. Al lugar se ingresa por estrechos pasillos de tierra, los vasos circulatorios de una escenografía poco novedosa para quienes conozcan La Cava, en San Isidro. "A partir de diversas investigaciones y de una serie de fotografías aéreas del año 42, se sabía que debajo del asentamiento había un cementerio antiguo, cuya extensión se calculaba de doce hectáreas", cuenta Cock, un experto con aguda sensibilidad social que en el 99 fue contratado por el gobierno para realizar una evaluación de la zona y determinar si quedaba algo por rescatar. Según la legislación peruana, si el arqueólogo (en este caso Cock) decide que los restos son importantes, los habitantes del pueblo joven deben retirarse del lugar o financiar la excavación de los mismos (a cambio reciben su titulo de propiedady formalizan su permanencia en el lugar). "Estosuce-dió en Tupac Amaru. Fue triste, porque el Gobierno no les dio opción: o se iba el material arqueológico o se iban ellos", cuenta Cock. El tema es complejo y no admite conclusiones apuradas, porque se viene repitiendo en Perú desde mediados de los 80, cuando la pobreza y el terrorismo comenzaron a empujar a cientos de miles de personas del interior del país hacia las grandes ciudades. Actualmente, unos 750 mil peruanos viven en pueblosjóvenesy 186 de estos asen-tamientos se encuentran sobre sitios arqueológicos.Las autoridades temían que el cementerio hubiera sido devastado por los saqueos y por las consecuencias obvias de un problema social bastante conocido para los argentinos: las 1.240 familias que viven allí desde hace una década en condiciones de suma precariedad (sin agua, sin alcantarillas, sin luz) remueven el terreno en fundón de sus necesidades y arrojan al suelo sus desechos y aguas servidas. "Durante la evaluación advertimos que la humedad estaba pudriendo los restos aceleradamente -explica Cock-. En la costa, donde el clima en general es muy seco, el proceso de momificación se había producido naturalmente, por desecación. La arena y el relleno de los fardos habían absorbido los 'jugos' del cuerpo, disminuyendo la descomposición y propiciando la conservación del tejido blando". En su informe, el arqueólogo alertó al Gobierno sobre la amenaza que representaban los 150.000 litros que se vertían en el suelo en forma diaria y recomendó iniciar con urgencia un proyecto de rescate. Finalmente, con los 103 mil dólares que reunió Tupac Amaru, Cock inició las excavaciones con un equipo de cinco arqueólogos y unos 40 obreros, contratados -y capacitados- entre la gente del barrio. "Al principio pensábamos que el cementerio había pertenecido a otros pueblos que habitaron la región entre el año 700 y el 1400 (los Chimu, los Moche, los Huari), y que sólo encontraríamos restos deshechos y disturbados", confiesa. Cuando descubrieron que era inca empezaron a fantasear con la posibilidad -ambiciosa por ese entonces- de rescatar unos 350 individuos, pero estos cálculos quedaron cortos en menos de dos meses. "Habíamos planificado excavar hasta dos metros de profundidad, pero terminamos cavando hasta ocho porque encontramos que el cementerio tenía una organización muy particular. Los incas lo habían dividido en sectores, y cada sector tenía a su vez una cierta estratigrafía", relata la arqueóloga Elena Goycochea. En su "viaje" al subsuelo el equipo.descubrió que había tres capas bien definidas: en lo más profundo, a unos siete metros, deposi-•taban los fardos funerarios de las personas de alto rango (que podían contener hasta siete individuos); luego, en el estrato siguiente se ubicaban las tumbas de la gente común, que solían tener un solo individuo; y sobre todos ellos se enterraba a los niños, a un metro del suelo. Todo a pulmón. A fines del año 2000, cuando el equipo empezaba a descifrar la lógica del cementerio, los fondos se acabaron. "Yo había gastado hasta lo que no tenía -cuenta Cock, que aun no logra despojarse de las deudas asumidas desde entonces-. Ponía todo mi dinero ahí: hasta fumaba la mitad", acentúa, entre risas, y un cenicero intoxicado en menos de una hora termina de ilustrar el sacrificio. "Lo más duro es que teníamos que irnos dejando por los menos dos concentraciones importantes de tumbas de alto rango social, político y económico." Fue así que decidieron contactar a la National Geograp-hic Society, solicitando un plan de emergencia para concluir el rescate. Gracias a este aporte, el equipo concretó en el 2001 otras diez semanas de excavación. Pero los esfuerzos no se agotaron en los bolsillos. "Un. pueblo joven no es un lugar habitual de trabaj o para un arqueólogo -cuenta Elena-. Los perros, los chicos, la gente mirando, no fue fácil. Y encima el lugar es bastante insalubre. Los olores son fuertes porque no hay cloacas y hay mucha contaminación. Todos tuvimos problemas digestivos, infecciones en la piel, resfrío, gripe y otras cosas". Para la gente del pueblo la cruzada arqueológica tampoco resultó sencilla: las calles estuvieron bloqueadas durante meses y muchos debían entrar a sus casas a través de puentes precarios. "Es cierto que Tupac Amaru es un lugar peligroso, donde hay mucha delincuencia, pero a nosotros nos respetaron. Trabajamos durante casi tres años sin ningún tipo de problema", revela Elena."Un pago a la tierra". ¿Cómo adentrarse en las profundidades de un cementerio sin la sensación de estar profanando tumbas, cuerpos y lugares sagrados? ¿Cómo separar lo humano de lo científico y avanzar en una exhumación a veces estre-mecedora? "Nosotros siempre le pedimos permiso a la tierra y a los antepasados", contesta Elena, tras confesar que la tarea le costó, sin embargo, unas cuantas pesadillas. "Antes de empezar las excavaciones hacemos un pago, una ceremonia en la cual fumamos, comemos coca y echamos chicha a los cuatro vientos para pedir que nos vaya bien, que no nos pase nada. Hacemos un gran pozo y la gente arroj a naranj as, cebollas y papas para pedir protección y prosperidad a la Pachamama. Después eso se tapa y empezamos a trabajar tranquilos", explica. Un anciano del asentamiento dirigió el ritual y todo Tupac Amaru se sumó a la fiesta con cierto alivio. "Es que la gente al principio tenía miedo -cuenta Antonio Malagán, otro de los arqueólogos del equipo-. Creían que podía haber maldiciones y contaban historias raras y supersticiones. Decían que el olor a muerto y el aire que sale de la tumba secaba alas personas". La comunidad solía tratar con mucho temor y cierto respeto todo lo que encontraba. "En general lovolvíana enterrar y repean el rito fúnebre, porque para ellos las momias son su raza, sus antepasados. En el pueblo las llamanlos abuelos", agrega Elena. A lo largo de casi tres años de trabajo el equipo excavó 1.286 fardos funerarios, de los cuales sólo 552 estaban intactos (desde su entierro jamás habían sido tocados por un ser humano) y sólo un tercio contenía un solo individuo. Hasta ahora se sabe que por los menos el 45% son niños, lo cual revela un altísimo nivel de mortalidad infantil. "No hay evidencia, hasta el momento, de que la gente enterrada haya muerto por una epidemia masiva. Tampoco de que haya sido sacrificada. Los que están enterrados acá han muerto a lo largo de 60,80 años", explica Cock. "Estamos ordenando el material. Debemos clasificarlo e ingresarlo a una base de datos, pero es urgente iniciar un trabajo de conservación para que no se deteriore", comenta, abrumado por cientos de cajas, fardos y bolsas que, en rústico orden, esperan mejor destino en su pequeño laboratorio limeño: una casa sencilla, sin más tecnología que una computadora, que sin duda desdibuja las dimensiones del hallazgo. "No sabemos dónde meter todo esto. Acá tenemos en custodia 345 fardos sin abrir, porque se necesita un equipo grande y mucho presupuesto. Sólo para sacarlas vendas de un fardo se requieren nueve semanas de trabajo, y otras seis para procesar su información", cuenta Cock. Actualmente, mientras los antropólogos físicos analizan en los restos cuestiones de afinidad, parentesco, salud, dieta, crecimiento, actividad y causa de muerte, entre otros aspectos, los arqueólogos intentan descifrar los pasos que seguían los incas cuando llegaba el momento de la última despedida. "Al parecer, una vez que depositaban el fardo cubrían la tumba con una tierra especial, que nosotros llamamos 'relleno de muerto', sobre la cual practicaban un complejo ritual: hacían quemas, tomaban chicha y arrojaban semillas, frutos y objetos", cuenta Elena, mientras reconstruye con paciencia estresante uno de los 60.000 objetos artesanales recuperados en el cementerio. En total, tras 16 meses de excavadón descubrieron once tipos de fardos diferentes, todos con elementos asociados (desde cerámicas y telas hasta semillas y ajíes) que ofrecen una valiosa y compleja información sobre los individuos que contienen. Se está estudiando, también, si las personas enterradas pertenecen a un mismo asentamiento o si eran destinadas a ese lugar por su actividad, porque el 95 por ciento de las herramientas encontradas son para la producción textil. Entre lo rescatado, de especial interés científico resultaron los fardos de falsa cabeza. Son grandotes y pesados y tienen, en general, una protuberancia en la parte superior llena de algodón y adornada con una máscara de metal o una peluca de fibras vegetales. Estas sepulturas de élite contienen muchos individuos (uno que aparentemente es el principal y otros que, se supone, lo acompañaban al más allá) e incluyen los artefactos más finos y los mejores textiles tanto dentro como fuera del envoltorio. Los cuerpos de los adultos están colocados en posición fetal (algunos hasta conservan su tocado de plumas) y los de los niños suelen estar a sus pies, con la cabeza para abajo y todas sus posesiones dispuestas alrededor. "El principal foco de nuestra invtigación es el ser humano -destaca Cock-. Muchos arqueólogos estudian los objetos y dejan los huesos de lado, les fastidian. Yo miro la cultura como un producto de los hombres. Cuando piensas que las piezas de cerámicas están hechas por personas, que los objetos que encuentras son, en general, de uso personal de ese individuo, empiezas a pensar cómo hacer para que te cuente quién era, qué hada, qué comía, qué enfermedades sufrió, qué heridas. Con qué recursos puedes lograr que te cuente su historia". Guillermo Cock habla de su trabajo con el entusiasmo de quien transita un amor profundo, comprometido. En los 70, se asomó al universo profesional desde la Historia, pero luego, buscando una comprensión más acabada y fiel del hombre andino -de su sociedad, su religión, sus narraciones- fue sumando diplomas que lo jerarquizaron dentro de la antropología y la arqueología, en Perú y los Estados Unidos. "Mi objetivo era aprender el lenguaje de los restos materiales y, desde un enfoque mul-tidisciplinario, asignarle contenido a la realidad pasada mediante el análisis y la interpretación", explica. ¿Cómo se tee un resto arqueológico? ¿Qué cosas le cuenta una momia? Un contexto funerario es casi un universo en sí mismo. Refleja tanto la complejidad de la sociedad en la que el individuo vivió como el papel que esa persona jugó en ella, su dase sodal y su importanda. Todo esto puede 'leerse' en las ofrendas y en el ajuar (en la calidad de los tejidos de su ropa y en la presencia de símbolos de mando o poder), en el entierro (sobre todo en el tipo de fosa y el tipo de fardo); en los adornos y las pertenendas con las que fue enterrado; en las huellas que la vida impregnó en su cuerpo. "Su cuerpo", dice Cock, parado frente a un montón de huesos capaz de impresionar a cualquiera. "Para un arqueólogo, un resto humano es un libro abierto. La salud que tuvo esa persona, su dieta, sus actividades, la causa de su muerte, todo puede leerse en un resto humano -explica-. Uno puede observar si ese individuo tuvo una vida fácil o dicil: si sufrió fracturas, si tuvo una buena nutri-dón, o una musculosidad asedada a un trabajo pesado, etc. Cada uno de estos atributos nos va describiendo cuánto vivió y con qué calidad". Además, las ofrendas extemas -su abun-danda, su pobreza o su riqueza- nos cuentan sobre el cariño y el respeto que esa persona inspiró -o no- entre sus parientes y su grupo sodal. De todos modos, Cock repite una y otra vez que no es tiempo de conclusiones: "Esto recién empieza", anuncia, ocupado actualmente en un tema que lo desvela: el 75% de las momias (se cree que puede haber unas 7.000 más) sigue todavía debajo de las casas, "amenazadas" por unas diez mil personas que sobreviven como pueden al hambre, el desempleo y la marginación. "Ojalá podamos excavarlas, pero no será fácil. No se puede remover a estas familias ni levantar sus casas. Esta gente la pasa muy mal -se apena-, lleva una vida muy dura". Como sucedió tantas veces en Perú desde la sangrienta desaparidón del imperio inca a manos de los conquistadores, quizá sea este profundo contraste entre la pobreza de la gente y la riqueza del subsuelo la que termine de resumir la historia que se escribe por estos días en Pu-ruchuco Huaquerones, un rincón donde los incas nos vuelven a ofrecer otro capítulo de su historia. Sin palabras, claro, como siempre

Los misterios de La Señorita

A más de 500 años de su muerte, una joven inca de 25 años de edad se ha convertido en la vedette indiscutida del descubrimiento. Fue excavada en junio del año pasado debajo del colegio del asentamiento y ni bien su vello pú-bico -en perfecto estado de conservación- reveló su sexo, el equipo de rescate la bautizó f-a Señorita. En su fardo funerario la acompañaban dos cerámicas, un telar y dos niños (uno de un año y otro de dos meses), que estaban ubicados a sus pies con la cabeza hacia abajo. Aún no se ha podido determinar si son sus hijos. "Por lo que han observado las antropólogas físicas, los tres han tenido una vida difícil. Sus cuerpos reflejan mucho estrés y una mainutrición extrema. Ella padece problemas de salud severos, por ejemplo perióstosis: los huesos de sus dientes están casi comidos (en seis meses iba a quedar desdentada). Creemos que han muerto por una de las enfermedades traídas por los europeos: quizá gripe o viruela", especula Cock. Lo más llamativo de su sepultura es que La Señorita estaba con las piernas extendidas, lo cual era poco común entre los incas. "Por las crónicas se sabe que en esa etapa la iglesia católica supervisaba los entierros. Es probable que un sacerdote haya prohibido que se la enterrara flexionada. O que la hayan sepultado en una iglesia y que sus parientes hayan ido a rescatarla a la noche siguiente para llevaa con sus antepasados". Otro detalle que sorprendió a los científicos es un tatuaje que se ha perpetuado en su brazo derecho, novedoso en restos femeninos. "Yo tengo hijos y a veces pienso 'pobre mujer, ¿por qué habrá muerto tan joven?", se pregunta Elena, aunque sabe que hay misterios que ni la ciencia puede develar.
ORIGEN DE DATOS :REVISTA VIVA CLARIN