EN
LA PATRIA DEL YETI
La
India milenaria se encarama hacia Oriente, rompiéndose y empinándose en
desfiladeros, cordones de elevados riscos, selvas colgantes que acaban por
meterse resueltamente en los comienzos de las altas nieves, donde reina el
Abeto Tibetano, ese árbol que llega a crecer más arriba que ningún
otro. También la India se rompe en reinos e historias distintas, hasta
que llega a compartir los Himalayas con Nepal, China y el Tibet. Los
Himalayas, esa majestuosa cordillera que ostenta las cumbres más elevadas
del planeta, fueron siempre motivo de fascinación y desafío para los
occidentales. Los montes Anapurna y Everest fueron el premio místico del
europeo así como los inaccesibles lamasterios y conventos-fortalezas eran
las rutas místicas del pueblo nativo. Más
arriba de la selva y el abeto, en los vertiginosos campos de las nieves
eternas, resulta casi imposible describir el paisaje. La altura es
superior a los cinco mil metros, y sin embargo se tiene la sensación de
estar sobre colinas y tierras planas, suavemente onduladas, que aquí y
allá tropieza con los grandes montes vedados para el hombre. Sólo dos o
tres rutas pueden hallarse, practicables únicamente bajo las más
propicias condiciones climáticas, para los maiestuosos gigantes. En
aquel paisáje impera una fauna zoológica que ha sido satisfactoriamente
estudiada. Pero también hay allí otros moradores para quienes los Lamas,
sacerdotes de las diversas formas del budismo, tienen nombres
inquietantes: los Tchang-Po, "devoradores del aliento vital", demonios que persiguen
implacablemente a los desdichados que se extravían en aquellas soledades,
y que acechan también a los agonizantes para "cazarles el alma y comérsela".
Es
allí, en los venerables montes Himalaya, donde sin duda alguna está la
Patria del Yeti, el "Abominable Hombre de las Nieves", el "Metoh
Kangmi", de los porteadores nativos. Fue
precisamente Sir Edmund Hillary, el primer conquistador del Monte Everest,
quien difundió al mundo el nombre "Yeti" para designar al
"Metoh Kangmi". Según refiere el valeroso explorador británico,
fue cuando habían sobrepasado ya las últimas filas de abetos tibetanos y
se adentraban en la desolación de la blancura eterna, que las presencias
extrañas comenzaron a dejarse sentir, aunque sin dar ninguna muestra
visible o audible de su existencia. Era más bien una sensación de estar
siendo observados, que afectaba tanto a los nativos como a los europeos de
la expedición. Sólo
la gran fatiga, el esfuerzo sostenido que exigía centrar toda la atención
en cada paso, impidió que se posesionara de todos una neurosis colectiva.
El cansancio dejaba muy poco lugar para el enervamiento. Sin
embargo, una noche el campamento fue visitado mientras todos dormían
extenuados. Algunos admitieron haber sentido ruidos leves, semidormidos,
pero no atinaron a reaccionar. No obstante, al amanecer, descubrieron en
torno del campamento una serie de huellas enormes que habían roto la
gruesa costra de nieve endurecida. Aunque
la nieve no resultaba un buen material para preservar con nitidez la forma
de las huellas, éstas daban la impresión de corresponder a enormes pies
desnudos, casi desprovistos de arco plantar, con un dedo mayor muy
pronunciado y al parecer sólo tres dedos más. Sir Edmund y varios de los
otros europeos eran hombres habituados a las montañas de muchas latitudes
del mundo, y no confundirían fácilmente las huellas de un gran oso con
las de pies humanos desnudos. Tampoco los Sherpas que hacían de guías
baqueanos. Por otra parte, fuera de un oso de gran tamaño, no había ningún
otro animal conocido que tuviera una corpulencia y un peso tan grandes
como para romper la costra de nieve sólida en la cual los pasos humanos
apenas sí dejaban un tenue rastro con las botas reforzadas. A
la vista de las huellas, los porteadores nativos se dieron a la fuga,
contra los esfuerzos y amenazas de los europeos que veían con desesperación
cómo equipos y alimentos valiosos quedaban abandonados y perdidos. De los
sherpas, sólo se mantuvo al lado de los europeos su jefe, Ten Sing, quien
por orgullo y sentido de la lealtad se sobrepuso al temor. Mientras
huían, los porteadores gritaban llenos de pavor: -¡Yeti!... ¡Yeti! El
Yeti es la bestia-humanoide, el "pithecanthropus" mejor
conocido, mas también es uno de los menos vistos. No obstante, hay una
gran cantidad de huellas, recogidas por viajeros a quienes muy difícilmente
imaginarla uno en ánimo de andar gastando bromas. Entre
los primeros relatos occidentales al respecto, está el publicado en 1889
por el Coronel británico L.A. Waddell, bajo el título "Among The
Himalayas", en que reporta sus experiencias al efectuar la travesía
de la región montañosa entre el Darjeeling, en la India, y el Sikkim,
donde Persia y China se fundieron durante siglos. El Cnel. Waddell informa
así sus propios hallazgos de las huellas del Yeti: "Cruzaban
nuestro camino, alejándose hacia las cimas más altas, algunas huellas
grandes en la nieve. De acuerdo con los nativos, se suponía que eran los
rastros dejados por hombres salvajes y peludos que se cree viven en las
nieves perpetuas, así como los míticos leones blancos cuyo rugido tiene
fama de hacerse oír durante las tormentas. Todos los tibetanos creen en
esas criaturas". Hay
abundantes relatos posteriores de europeos que encontraron nativos y
sacerdotes que afirmaron haber vista directamente a las misteriosas
criaturas que dejaban tales huellas. Mas por ahora prestemos atención a
los rastros mismos. En
1972, una fundación norteamericana de protección e investigación sobre
la vida silvestre envió una expedición á los Himalayas, encabezada por
los doctores en zoología E.W. Cronin y Howard Emery. En el reporte de su
investigación, que titularon "Evidencia Reciente sobre el Yeti, un
Primate desconocido de los Himalayas", informaron que a tres mil
seiscientos metros de altura, al Oriente del Nepal, en la región llamada
Kongmaa Laa, su campamento amaneció rodeado de extrañas huellas; de 25,5
centímetros de largo, en que se evidenciaban claramente un grueso dedo
gordo, cuatro dedos más pequeños y un talón ancho y redondeado.
Calcularon que se trataba del rastro de un ser bípedo de un peso
aproximado de 75 kilos. Ambos zoólogos concordaron en que habían
recibido la visita de un Yeti de pequeño tamaño. En
1975, los integrantes de una expedición polaca al Monte Everest
reportaron haber hallado huellas semejantes aunque mucho mayores: cuarenta
y dos centímetros de largo. El
jefe de equipo de esta expedición, Andrew Dzávada, hizo el siguiente
comentario a los periodistas, en marzo de 1975: "Las
huellas eran claras durante más de una milla, y constatamos que pertenecían
a una criatura muy pesada que caminaba normalmente en dos pies. En mis 29
años de experiencia como escalador en Europa y Asia, he visto huellas de
muchas clases, y por cierto también las huellas de diferentes clases de
oso, pero esas huellas que vi en la base del Everest me obligan a creer en
lo increíble".
ALGO
MÁS QUE HUELLAS
dos
años después, a principios de 1977, los montañistas Joe Tasker y Peter
Boardman tuvieron una experiencia bastante más impactante mientras
acampaban en el Changabang, a 5.100 metros de altura en los Himalayas, en
un campo de hielo y nieve endurecida que formaba abruptos muros con una
temperatura de 18 grados Celcius bajo cero. A
medianoche fueron despertados por un estrépito del equipo de cocina al
ser arrojado al suelo, y escucharon gruñidos rabiosos, como si hubiera
una pelea bestial afuera de las tiendas. Con mucha sensatez optaron por no
salir á investigar hasta que estuviera claro. A la salida del sol
descubrieron que todo había sido rudamente trajinado aunque sólo faltaba
una caja en la que guardaban 36 barras de chocolate dulce. Encontraron
asimismo una serie de huellas de 36 centímetros de largo que se acercaban
y alejaban del campamento. Eran huellas de pies desnudos. "Ningún
ser vivo podría subsistir a esta altura y con esta temperatura. Bueno,
pero hubo alguien allí. Quizá haya sido un Yeti. Pero sabía lo que
estaba buscando, pues los chocolates estaban empaquetados en plástico,
dentro de las mochilas, junto a los demás alimentos". Así
lo comentó Joe Tasker, y agregó que, un año antes, en la región del
Dunagiri, él su compañero Dick Renshaw habían sido ya visitados durante
la noche por merodeadores de esta misma naturaleza que también habían
sustraído cuantos chocolates pudieron encontrar. Son
muy numerosos los testimonios sobre huellas y visitas misteriosas, de las
cuales se infiere que estas criaturas sienten curiosidad por los seres
humanos y de paso estiman que la presencia de humanos significa una
posible comida tan fácil como exótica y deliciosa. De
los encuentros directos con los "pithecanthropus" Yeti, uno de
los más interesantes data de 1921, referido por el Teniente Coronel británico
C.K. Howard-Bury, quien, con un grupo de escaladores expertos intentaba
conquistar la vertiente Norte del Monte Everest. Divisaron a lo lejos un
grupo de puntos oscuros que se movían en la nieve a una altura aproximada
de 6.900 metros. Al observarlos con prismáticos, les pareció que se
trataba de alguna especie de monos. Cuando llegaron allí encontraron
huellas "enormes". Desgraciadamente no indicaron el tamaño
exacto que querían decir con "enorme". Otra
observación digna de confianza fue hecha por N.A. Tombazi, miembro de la
Royal Geographical Society, durante una expedición fotográfica a los
Himalayas. Cerca del glaciar Zemu, a 4.500 metros de altura, los sherpas
le advirtieron la presencia de una figura humana a no más de 270 metros
de distancia. En su reporte a la Royal Géographical Society de Londres,
el fotógrafo señaló que la criatura caminaba erguida arrastrando unas
matas de rododendro. Iba desnuda y parecía oscura contra la nieve. Al
sentirse observada, la criatura se esfumó entre el denso matorral, antes
de que Tombazi pudiera fotografiarla. Cuando éste llegó al lugar donde
había estado la criatura encontró huellas semejantes a las humanas pero
de 17 a 21 centímetros de largo. Un
testigo Sherpas, Pasang Nyima, nepalés, informó al zoólogo Charles
Stonor que había visto un Yeti tres meses antes. Tenía la estatura de un
humano pequeño, como de un metro cincuenta, con pelos largos en la
cabeza, cuerpo y piernas, pero no en el pecho ni en el rostro. Caminaba
erguido y parecía ocupado en desenterrar raíces. Cuando advirtió que lo
espiaban, lanzó un grito y se metió corriendo en el bosque, siempre
erguido. El
mismo Stonor recogió otro testimonio de un aldeano de Pangboche, de
apellido Mingma, quien pudo observar a un Yeti de pequeño tamaño desde
el interior de un refugio. Señala que la criatura se movía a zancadas
largas y ligeramente inclinado. Pudo distinguir bien su rostro, con nariz
aplastada, muy hundida en su nacimiento; la cabeza cónica y puntiaguda
con una cresta de pelos. Vello castaño en el rostro y dientes grandes y
planos, como de caballo aunque con colmillos bastantes destacados. El
más alto número de testigos se reunió en el lamasterio de Thyangboche,
situado a casi 4.000 metros de altura, durante una fiesta religiosa, en
noviembre de 1949. Los testigos, unos 140 sherpas y una docena de monjes
budistas tántricos,
señalan que el Yeti salió súbitamente del bosque. Tenía el pelaje gris
y su estatura alrededor de 1.80 metros. Parecía despreocupado y de buen
humor, y se paseó sobre la nieve rascándose, gruñendo y jugando con
montones de nieve fresca. Los monjes entonces hicieron sonar gongs, valvas
y trompetas, y el Yeti se alejó. Los lamas tántricos suelen depositar
alimentos en lugares especiales para que los cojan los Yetis.
CUALES
SON LAS PRUEBAS REUNIDAS
De
los Yetis, fuera de sus huellas y avistamientos ocasionales, lo único
concreto que se ha encontrado hasta ahora son muestras de su excremento,
que no deja de ser un factor importante para reconocer a las especies zoológicas.
En este caso, los excrementos del Yeti son por completo distintos de
cualquier otro de origen animal. Al ser analizados indicaron una dieta a
base de materia vegetal, insectos, ratones, aves y... tierra. Es posible
que coman tierra para compensar algunas carencias de minerales. Se
sospecha también que roban ocasionalmente ganado, en especial yaks,
terneros, ciervos y carneros. Lo más probable es que sean omnívoros y
coman cuanto puedan hallar. Otro
testigo ocular de gran prestigio es el célebre montañista británico Don
Whillans, quien observó un Yeti de gran tamaño, alrededor de tres
metros, recortado contra el cielo claro, junto a un abeto que le permitió
calcular la estatura del ente. Lo escuchó asimismo lanzar un grito muy
extraño, como canto de un pájaro. Bien iluminado por la luna, el enorme
corpachón se veía desnudo aunque cubierto de pelos, y su apariencia era
vagamente humana. Pudo observarlo alrededor de 20 minutos, hasta que el
ser misterioso desapareció moviéndose a gran velocidad. Al día
siguiente, encontró huellas de 52 centímetros. hundidas profundamente en
la nieve. Este relato lo hace el célebre escalador luego de haber
conquistado la cima del Anapurna, en su expedición de 1970. En
su libro "Where the Gods are Mountains", el profesor René von
Nebesky-Wojkowitz, quien realizó investigaciones de terreno durante tres
años en la zona del Tibet y Sikkim, entre 1953 y 1956, afirma que el Yeti
es un Pithecanthropus real, un ser que, sin ser del todo humano, es mucho
más que un mono. Señala que su hábitat está en los bosques más
espesos de la zona alta en los Himalayas. Su estatura media es de 2.25
metros. Está cubierto de pelaje castaño oscuro; tiene brazos largos y
cabeza puntiaguda, rematada en un cono cubierto de terminaciones
musculares. El rostro es simiesco pero mucho más humano que el de un
chimpancé o un orangután. Duerme durante el día y se desplaza de noche.
Suele adentrarse en las nieves en busca de un liquen rico en ciertas
vitaminas. Por
su parte, el investigador francés Heuvelman, en "En el Rastro de los
Animales Desconocidos", menciona que los lamas del Tibet hablan de
tres tipos diferentes de Yeti. Unos son gigantes carnívoros y pueden ser
muy peligrosos en ciertas circunstacias. Miden entre 3.9 y 4.8 metros y
viven sólo en las zonas nevadas arriba de los cuatro mil metros. A estos
gigantes los llaman Nyalmo. La segunda clase son los llamados Rimi, que
miden desde 2.10 a 2.70 metros, habitan entre
los tres mil y cuatro mil metros, alimentándose de animales, insectos y
plantas. Bajo el nivel de los 3.000 metros viven los Yeti de menor tamaño,
como los humanos o menos, se les llama Rackshi bompo, a los que los
sherpas llaman Yeh-teh o Mih-teh. Son los que dejan las huellas más pequeñas,
que se pueden hallar con mayor frecuencia. Es posible, señala Heuvelman,
que estos Rackshi bompo sean hijos de los Rimi, en su etapa de
crecimiento, que viven en zonas más llevaderas y protegidas por las
espesas selvas.
EL
YETI TRAS LA CORTINA DE HIERRO
Los
Himalayas se enlazan con otra cordillera que, si bien no tiene su
sobrecogedora majestad, es también una cadena imponente que se extiende
desde el Asia Central hacia el Oriente, separando la China de la Unión
Soviética. Desde Mongolia, al norte del desolado , desierto de Gobi y los
montes Alta¡, la cadena montañosa recorre el sur de la Unión Soviética:
Pamír, Kazakhstastán, Tdzhikistán, Uzbekistán, hasta llegar a hundirse
en las planices caucásicas, entre el mar Caspio y el mar Negro. Y
esas montañas son también morada de los Pithecantropus, aunque aquí ya
no reciben el nombre de Yeti sino el apelativo eslavo
de Almas, aunque los campesinos siberianos suelen llamarlos también
"Snezhnyi Chelovek" hombre de la nieve, en los Montes Pamir les
dicen "Dev", y en los montes del Cáucaso se refieren a ellos
como "Kaptar". Al
parecer Rusia es el único país del mundo donde son más abundantes los
encuentros visuales y aun los contactos inmediatos con estas criaturas,
que el número de simples huellas reportadas. Hasta tal extremo que, antes
de la Revolución Bolchevique, ya el profesor de Anatomía Animal
Comparada Dr. V.A. Khakhlov, se abocó al estudio de lo que llamó
"bestias humanoides en el Este de Asia" y envió un informe
extenso y detallado a la Academia Imperial Rusa de Ciencias. Los académicos
moscovitas de la época le recomendaron que olvidara el asunto, por el
bien de su prestigio. Afortunadamente los trabajos del Dr. Khakhlov fueron
conservados. Años
después, en pleno período de Stalin, un académico de la Universidad de
Ulan Bator, Arkady Rinchen, reunió abundante información sistemática
sobre los Almas del Desierto de Gobi y zonas aledañas, pero sus trabajos
no fueron tomados en serio. En su caso no hubo material rescatado, al
menos en conocimiento de occidentales. De
los informes del Dr. Khakhlov es digno de nota el relato de la captura de
un Almas macho, en el Cáucaso, al que persiguieron a lomo de camello
utilizando lazos para atraparlo. Indicó el científico que finalmente los
cazadores debieron finalmente dejar en libertad al espécimen a instancias
de los pobladores de la aldeas vecinas, quienes señalaron que el Almas
era una criatura de influencia benéfica, que eran bien conocidos de todos
y que jamás representaron peligro para el hombre. Señala Khakhlov que el
Almas cautivo era un individuo bajo, cubierto de pelo como el de un
camello joven. Largos brazos, postura inclinada hacia adelante, pecho
angosto, frente plana, gran mandibula inferior sin barbilla. Nariz corta
con anchas fosas, orejas grandes, aguzadas y echadas hacia atrás como las
de un zorro. Tenía una extraña protuberancia bajo la nuca. Caminaba con
las rodillas flectadas y los dedos de los pies estaban muy se parados. Otro
caso señalado por el informe del Dr. Khakhlov reviste gran interés. Se
trata de una Almas hembra, capturada en las cercanías del río Manas.
También este es pecimen hubo de ser puesto en libertad por la presión
casi beligerante de las gentes del lugar. Pero alcanzó a ser observada
durante varios meses. Señala que generalmente estaba tranquila aunque
enseñaba los dientes y gritaba cuando alguien se le acercaba. Dormía
como un camello, sobre el suelo, apoyándose en rodillas y codos, cubriéndose
la nuca con los puños. Comía carne cruda, cereales y algunas hortalizas.
Atrapaba insectos y se los comía. Para beber lamía el agua o bien metía
los brazos en ella y los lengüeteaba. De
estos informes, que datan de entre 1905 y 1913, podemos saltar al informe
dado por el profesor Anatoly Pechersky, en 1972. Refiere el profesor que,
yendo de excursión por los montes Kighiz en compañía de dos de sus
estudiantes, en julio, es decir pleno verano ruso, fueron seguidos
persistentemente por un Almas macho que parecía viejo y asmático.
Durante la noche, esta criatura intentó robarles comida de la tienda de
campaña, y a la luz de una linterna eléctrica pudieron ver claramente el
largo brazo peludo introduciéndose por la abertura. Dos días después,
el Almas se acercó al fuego del campamento hasta llegar a menos de cuatro
metros, pero el profesor se asustó y fue a su carpa en procura de su
escopeta. El ser, comprendiendo el peligro, huyó rápidamente y no
volvieron a verlo.
TESTIMONIOS
Los
testimonios de personas sencillas, campesinos, cazadores y aldeanos, son
abundantes y notablemente similares en los detalles. Pero quizás el
informe más impresionante sea el del médico del Ejército Soviético V.S.
Karapetyan, cuyo grado era Teniente Coronel. Señala el oficial médico
que en noviembre de 1941 se encontraba con su batallón en las cercanías
de la ciudad de Buinaksk en el Daghestán y fue llamado por las
autoridades a examinar a un prisionero muy extraño. Fue hasta la ciudad y
encontró que tenían al individuo en un cobertizo casi a la intemperie.
Preguntó por qué se le daba ese trato y le respondieron que el
prisionero no soportaba el calor del interior de las cabañas. "Sin
duda era un hombre -escribe el oficial-, pues toda su forma era humana.
Sin embargo el pecho, la espalda y los hombros los tenía cubiertos de un
pelo lanudo color castaño oscuro. Parecía la piel de un oso y el pelo
medía unos 3 centímetros de largo. Bajo el pecho el pelaje era más
delgado y suave. Las muñecas eran muy fuertes y apenas mostraban
pilosidad. Carecía de pelo en las palmas de pies y manos. El pelo de la
cabeza le llegaba hasta los hombros y cubría parcialmente la frente,
siendo muy grueso y áspero. El rostro estaba cubierto de un ligero vello
y el pelo que le rodeaba la boca era ralo y corto. "Su
postura era totalmente erguida, con los brazos colgando y su estatura era
de 1.80 metros. Era notablemente fornido, de pecho poderoso. Los dedos
eran fuertes, gruesos y extraordinariamente grandes. Se notaba más
corpulento que cualquiera de los habitantes locales. "Sus
ojos eran inexpresivos, apagados y vacíos, como los de un animal. A mí
me pareció que en su mente era un animal y nada más. "Me
informaron que se había negado a recibir alimentos ni bebida desde su
captura. No decía nada ni pedía nada. Llegué a la conclusión que se
trataba de algún tipo de hombre salvaje. Extendí mi informe y regresé a
mi unidad". Finalmente,
el Tte. Coronel Karapetyan señala que, años más tarde, se enteró de
que al infortunado prisionero lo habían fusilado... por si acaso hubiese
sido un espía. Otro
testimonio de indudable valor es el del profesor V.K. Leontiev,
especialista en ecología y conservación de la vida silvestre. Señala
que durante el verano de 1957,, durante unas investigaciones en el Deghestán,
explorando las fuentes del río Jurmut, escuchó una noche un grito extraño,
muy agudo: "No era el de un animal. Ningún pájaro o mamífero
silvestre que yo conociera podría hacer ese ruido. Y tampoco era
humano". Al
día siguiente vio a un ser que cruzaba un espacio nevado, a más o menos
50 metros de distancia. "Caminaba erguido, balanceando los largos
brazos. Sus hombros eran extremadamente anchos. Tenía el cuerpo cubierto
de un largo pelaje oscuro. Medía dos metros veinte centímetros''. El
profesor Leontiev hizo un disparo a los pies de la criatura, pensando que
podría inmovilizarla. Pero ésta se atemorizó y escapó a gran
velocidad. La
actitud de los campesinos y pastores respecto de los Almas es de simpatía.
De hecho, muy a menudo dejan para ellos, como los lamas de los Himalayas,
recipientes con alimentos en lugares bien elegidos. Señalan que en
general los Almas viven en cuevas de las montañas, en cañadas y bosques
inaccesibles. Para
los ecologistas soviéticos actuales, los Almas distan mucho de ser un
mito. Se les tiene como una especie muy poco estudiada que, por
encontrarse en peligro inminente de extinción; debe ser investigada con
las mayores precauciones. Estiman que en la región del Cáucaso no queda
una población de más de doscientos Almas que podrían prosperar pues no
tienen más enemigos naturales que el hombre. Sin embargo, según avanza
la civilización, el hábitat de los Almas disminuye y quizás la extinción
sea inevitable.
EL
PRIMO UCU, VIAJO A SUDAMERICA
En
la revista Contactos Extraterrestres, del 16 de abril de 1980, el antropólogo
Pablo Latapi Ortega publicó un interesante trabajo titulado "Ucumar,
el Yeti de Argentina". En dicho trabajo, cita parte del material
recogido por la antropóloga Silvia Alicia Barrios en las regiones montañosas
del Norte argentino, en donde obtuvo diversas referencias a un extraño
mono llamado Ucumar o Ucu. Uno
de sus entrevistados, un baqueano llamado Don Pepe, es experto en las
serranías que conforman la frontera argentino boliviana. Respecto del
extraño ser se expresó así: "El
Ucu vive en las colinas detrás del El Chorro (una serranía selvática) y
le gusta gritarle a las vacas y los pollos. Es un animal rezuncho (fornido
a grueso) y no corre mucho, pero es muy forzudo. A mí no se me ha
acercado nunca, pero a algunos de mis paisanos, sí. Yo he visto Ucus, y
los he visto a los Ucus atrapando gente. Cuando un Ucu lo atrapa a uno, lo
mejor es orinarse, porque entonces lo suelta a uno... Es grande, con el
pelo como el de un perro lanudo, y siempre camina sobre sus patas de atrás,
como la gente". Según
los antropólogos argentinos, el nombre Ucu o Ucumar está relacionado al
sonido que suele hacer cuando deambula oculto por la vegetación, un grito
ululante Uhú, o Ughuú. Semejante al grito que describen los "Maricoxi"
de la jungla matogrosense y de Goias, en el Brasil. Respecto
de estas criaturas, las descripciones acumuladas los muestran como seres
notablemente más humanizados que sus parientes del Himalaya o de las
montañas del Asia Central. En
particular es significativa la narración hecha por el célebre explorador
de la Amazonía y el Matto Grosso, P.H. Fawcett, quien, en su última
expedición a las selvas del interior brasilero, desapareció para
siempre. En
el curso de una expedición desde la región boliviana del Beni hacia el
Matto Grosso, el coronel Fawcett tuvo un encuentro inesperado con cierta
extraña clase de nativos, mientras cruzaban una región boscosa que se
suponía deshabitada. Se trataba precisamente de los Maricoxi. La
descripción de Fawcett es la siguiente: "Al
vernos se quedaron inmóviles y rápidamente pusieron flechas en sus
arcos, mientras yo les gritaba en legua Macubi. No podíamos verles
claramente por las sombras que moteaban sus cuerpos, pero me pareció que
eran unos hombres grandes y peludos, de brazos excepcionalmente largos y
frentes echadas hacia atrás con órbitas oculares pronunciadas; hombres
verdaderamente primitivos, que iban desnudos. De pronto se dieron vuelta y
se perdieron en la espesura". Agrega
el explorador que al día siguiente llegaron a una aldea primitiva en la
cual unos "grandes brutos con aspecto de monos" se dedicaban a
distintos quehaceres. "Toqué
un silbato y una criatura enorme, peluda como un perro, apareció en la
choza más próxima. En un instante puso una flecha en su arco y vino
danzando con una y otra pierna hasta que estuvo a sólo unos cuatro
metros. Emitiendo sonidos que se oían como "¡Eugh! ¡Eugh! ¡Eugh!",
siguió bailando allí, y de pronto todo el bosque que nos rodeaba pareció
cobrar vida con esos horribles hombres mono, gritando todos ¡Eugh! ¡Eugh!
y bailando sobre una y otra pierna mientras ponían flechas en sus arcos.
Parecía una situación muy delicada para nosotros y me pregunté.si habría
llegado el fin. Hice amables presentaciones en lengua Macubi, pero no
prestaron atención. Era como si el lenguaje humano estuviera más allá
de su entendimiento". "El
hombre-mono levantó dos veces su arco haciendo ademán de disparar, pero
no llegando a hacerlo. Fawcett pensó que una tercera vez probablemente
dispararía el flechazo, de modo que extrajo su revólver e hizo un
disparo a los pies de la criatura. "El
efecto fue intantáneo. Una mirada de completo asombro se reflejó en su
cara, y abrió los pequeños ojos. Dejó caer el arco y las flechas y
corrió con la velocidad de un gato a esconderse detrás de un árbol.
Entonces, empezaron a volar las flechas. Disparamos unas cuantas ráfagas
contra las ramas, esperando que el ruidó asustara a los salvajes y los
hiciera más receptivos, pero no parecían de ningún modo dispuestos a
aceptarnos, por ello ordené la retirada antes de que nadie fuera herido.
Tomamos el mismo camino hasta que el campamento quedó fuera de la
vista". Luego
de publicados los relatos del Coronel Fawcett, éste recibió numerosas
cartas y sostuvo entrevistas con personas que tenían información sobre
gentes muy primitivas que vivían en aquella zona selvática y con
frecuencia pantanosa. El
investigador Iván Sanderson, especialista en el te ma de los
Pithecanthropus, escribió sobre los Maricoxi en su libro
"Cosas": "La única conclusión final que podemos extraer
es que en 1914 hubo en el Matto Grosso algunos grupos subhumanos del tipo
neandertaloide. No hay razón para suponer que no sigan viviendo ahí."
Llama
la atención el recordar la descripción hecha en 1796 por el Dr. Edward
Bancroft, sobre un supuesto "orangután" de la Guayana británica.
El Dr. Bancroft señala: "Mucho
más grande que el africano o el de las islas orientales, si podemos
fiarnos de los relatos de los nativos. Dicen los indios que mide alrededor
de cinco pies de estatura (1.5 mts.) mantiene una posición erguida, tiene
forma humana y está recubierto por un pelo corto y negro; pero sospecho
que la altura se ha exagerado por el miedo de los indios, que sienten un
gran pavor ante él..." En
general las descripciones de los Ucu o Maricoxi hablan de seres de baja
estatura. El naturalista alemán Alejandro Von Humboldt efectuó una
expedición, por desgracia infructuosa, al Orinoco, siguiendo los indicios
que ya se propalaban con insistencia a fines del siglo XIX, sobre la
existencia de estos antropoides. Hay testimonios de encuentros con estos
seres por parte de funcionarios coloniales británicos en Guayana y en
Honduras Británicas, donde reciben el nombre de Dwendis, sin duda a
partir de la palabra castellana "Duendes". Varios relatos
plausibles procedentes de Venezuela coinciden en los detalles más
significativos de las descripciones, aunque algunos tienen detalles
truculentos que pueden ser fruto de la imaginación, como es el caso de un
tal Emelino Martínez que cuenta haber sido atacado por dos "animales
humanos peludos", el 10 de abril de 1954, cuando regresaba a su coche
de una partida de caza en las colinas. Dice el venezolano que lo agarraron
justo cuanto iba a entrar a su auto. Lucharon y él logró zafarse
hiriendo a uno de los hombres mono con una piedra en la cabeza. Así pudo
poner en marcha el vehículo y escapar mientras los seres peludos golpea
ban las ventanas con los puños. Las
únicas descripciones que salen de este contexto provienen de la región
selvática del noreste del Perú, que geográficamente está unificada con
la amazonía brasilera. De
aquella región informó el explorador peruano Carlos Torrealba señaló
que, estando perdido en la jungla, en abril de 1976, en la región de san
Martín, en la vertiente oriental de los Andes, había encontrado una
comunidad de "gigantes de la edad de piedra". Dijo que los
hombres eran de piel olivácea, de pies grandes y desnudos y caminaban con
la espalda inclinada. Tenían una estatura entre 1,9 y 2 metros, tenían
el pelo rojizo y vestían pieles de animales. Janet y Colin Bord, en su
libro sobre "los Yeti", señalan que en esa misma época un guía
indígena, de nombre Encarnación Mapuri, habla dado cuenta de que una
banda de 15 gigantes había atacado un campamento de cazadores
profesionales. ¿Es
posible que el explorador peruano, que no da muchos detalles sobre su
encuentro con los gigantes, haya tenido algunas fallas de observación? ¿Es
posible que tales gigantes no hayan estado vestidos con pieles de
animales, sino que se encontraban desnudos y las supuestas pieles fuesen
la pelambrera natural de sus cuerpos? Si
así fuese, querría decir que también en Sudamérica existirían dos
razas distintas de pithecanthropus. Unos de estatura elevada, agresivos, y
otra más tímida de individuos de estatura mucho menor, apenas unos cinco
pies.
LA
PRUEBA FILMICA DE PIE GRANDE
Si
dijimos que el Himalaya es la Patria del Yeti, debemos agregar que Norteamérica
es la Patria de Sasquath el Patón. Sólo
en los Estados Unidos hay recopilados más de tres mil testimonios de
encuentros con esta clase de seres. Y se trata de testimonios
cuidadosamente analizados y clasificados. Incluso mucho del material
norteameriano es enviado, en canje, a los institutos soviéticos
correspondientes en el área de la investigación zoológica, la ecología
y la conservación de la vida silvestre. A
diferencia del caso soviético, en que se mencionan numerosos casos de
Almas abatidos a tiros, en Estados Unidos no se ha obtenido ni una sola
muestra física de las criaturas, excepto algunas fotografías y una
notable película filmada por Roger Patterson, el 20.de octubre de 1967 en
Bluff Creek, al Norte de California. Una
de las razones más poderosas que inhibe al eventual cazador
norteamericano de "Pies Grandes" es la formación cristiana y la
mentalidad respecto de la justicia. En efecto, la mayoría de los
testimonios refieren que el monstruo es demasiado humano para considerarlo
un animal. En caso de darle muerte, si resulta ser demasiado humano, el
cazador habrá cometido un asesinato y en consecuencia podrá ser sometido
a juicio por ello. Pero
más allá del temor a la ley, está la resistencia moral. De hecho, el
cazador rara vez se resuelve a disparar, y si lo hace está en un estado
tal de shock que es muy probable que yerre el tiro. La
abundancia de testimonios norteamericanos es demasiado grande e incluye un
número demasiado alto de casos de alta calidad para que resulte tarea fácil
hacer un muestrario casuístico. Quizás
uno de los testimonios más valiosos sea el del propio Roger Patterson,
autor de la filmación que mencionamos antes. Patterson
refiere que en el otoño de 1967 se dirigió a Bluff Creek, California,
acompañado de Bob Gimlin, continuando investigaciones sobre los Pies
Grandes que habían inciado hacía ya más de diez años. Viajaban
a caballo por caminos, senderos y lechos de riachuelos, y cuando iban por
uno de estos últimos, vieron a una hembra Pie Grande agachada junto al
agua. Los caballos retrocedieron alarmados y Patterson se apresuró en
extraer del árguena de su silla de montar la filmadora que llevaba
permanentemente pronta. Cuando
desmontó, ya la hembra caminaba alejándose por un banco de arena y
Patterson tuvo que correr tras ella para obtener tomas cercanas y
detalladas. Pero a medida que corría iba filmando. Esto explica la
imprecisión de las tomas de la mayor parte de la película. Cuando se había
acercado hasta unos 24 metros, Patterson dejó de correr y la hembra
Piegrande se volvió hacia atrás a mirarlo. Es la parte del film en que
la criatura da varios pasos acercándose al borde de la línea de árboles,
y es la más clara de las tomas. Por desgracia la criatura se ve
oscurecida por subexposición, aunque se definen muy bien sus facciones. Finalmente,
aquel ser se metió entre los árboles y se perdió de vista a gran
velocidad.
Tres
fotografías de la película obtenida por Roger Patersson, quizas la
prueba más contundente sobre la existencia de Pie Grande, expertos en
trucos filmicos han confirmado la autenticidad de la película.
Ambos
investigadores. fotografiaron también las huellas de la criatura y
sacaron moldes en escayola de las mismas. Tienen 43 centímetros de largo
por 17 de ancho. Asimismo se advierte que mientras las huellas se hunden
dos o tres centímetros en la arena, las huellas de los hombres dejaban
una leve marca en cambio. Al
principio, la película provocó una reacción de escepticismo y burla.
Sin embargo, fueron analistas rusos quienes prestaron atención más que a
la nitidez de los detalles, a la forma en que el sujeto filmado se
desplazaba, el control de su musculatura y la forma en que desplazaba sus
centros de equilibrio. Analizando esos factores, resultaba completamente
claro que allí no había ningún oso, ni un ser humano disfrazado. La
conducta motora de la hembra Pie Grande demostraba que se estaba ante un
ser de características musculares y óseas definidas y distintas de
cualquier otro animal. Esto
fue ratificado de una manera pintoresca, cuando se llevó la filmación a
los expertos en disfraces y trucos de los estudios cinematográficos de
Walt Disney. Allí, los más hábiles expertos concordaron en que no
existe truco cinematográfico capaz de reproducir los movimientos de masas
musculares como aparecía en aquella filmación, y al mismo tiempo, que
ninguna persona de tanta corpulencia podría moverse con la agilidad del
personaje. Fue
así como los grandes maestros de la farsa concordaron con los científicos
rusos en demostrar que allí se tenía una auténtica filmación, la
primera en el mundo, de un Sasquatch o Pie Grande, versión norteamericana
del Yeti, en plena vida y movimiento. Pero,
¿existen en verdad estos seres? Julien
Tondriau, en su libro "Sólo a través de Asia" cuenta que
Hillary, en 1960 volvió a los Himalayas a buscar al Yeti. Regresó a
Londres sin haber encontrado ni uno, pero con algunas convicciones. Dijo,
por ejemplo, que no se podía tomar en serio lo de las huellas, pues eran
simplemente huellas de animales corrientes como zorros, perros salvajes y
leopardos de las nieves, y que si parecían tan grandes era porque el
calor del sol las deformaba. Según él, habían seguido la pista de unas
huellas enormes expuestas al sol, y al llegar junto a una pared rocosa
comprobaron que en la zona de sombra las huellas se reducían al tamaño
de las normales de animales corrientes. Por
otro lado, el explorador inglés Desmond Doig, que formó parte de la
citada exploración de Hillary, afirmó que el Yeti sí existía, y que él
mismo tenía la piel de uno de ellos en su casa; la había comprado en la
frontera de Tibet con Bután, en una lamaseria. Era una gruesa piel de dos
metros de longitud de pelo color castaño, que procedía de un animal
desconocido.. Tondriau
también cita las palabras del dueño de una de las principales empresas
de transportes por carretera del norte de la India, G.K. Lama: "Yo
no creo en el Hombre de las Nieves, pero si eso me atrae clientes, gritaré
con gusto "¡Viva el Yeti!". Y Tondriau añade: "Si no
existiera el Yeti, habría que inventarlo". ¿Se
acerca ya el momento en que se descubrirá definitivamente la verdad de
estos seres? ¿Son
acaso descendientes del arcaico Hombre de Neanderthal, que se suponía tan
extinguido como el Celacanto, y que podría estar tan vivo como aquel pez?
¿Hay
todavía espacio en esta Tierra superpoblada y super explorada, para
nuevos descubrimientos zoológicos? Recordemos la sorpresa del mundo
cuando fue descubierta la iguana gigante de las Islas Comodo, capaces de
devorar a un turista desaprensivo, a un venado o a un cerdo salvaje.
Lo
que es importante es que, si hemos de saber finalmente la verdad sobre el
Yeti, ello ocurra sin que a estos extraños seres les cueste la vida el
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