Verdad
o Leyenda? Milagro
o alucinación? Nadie
lo a explicado hasta hoy.
Estamos
en los primeros días de la guerra. Gran Bretaña acaba de entrar en él
conflicto, en apoyo de Francia, que se ve amenazada por los sueños
expansionistas de Alemania. En Londres, el mismo día de la invasión
germana a Bélgica el gobierno declara su hostilidad al Káiser y recurre
a la ciudadanía, requiriéndole su aporte personal en defensa de la
libertad de Europa; de este modo obtiene en poco tiempo -cuestión de
horas, puede decirse- nada, menos que medio millón de voluntarios. Bajo
la protección de la poderosa Armada Real, un numeroso contingente
comandado por el general sir John French cruza el Canal Y desembarca en El
Havre, y desde allí se dirige sin pérdida de tiempo hacia la frontera
belga. Infantería,
caballería y artillería británicas se concentraron en Tournai y,
mientras ultiman los preparativos para seguir avanzando, reciben un pedido
de auxilio de los franceses que, al mando de Charles Louis Marie Lanrezac
y luego de batirse valerosamente en Ethe Neufcháteau y otras ciudades de
Bélgica, se ven asediados por los ejércitos alemanes. El
general Alexander von Kluck. cuyas informaciones son deficientes, cree
llegado el momento de arrasar a las fuerzas de Lanrezac, mas,
inesperadamente, cuando va a proceder, se encuentra bloqueado por cuatro
divisiones británicas. Sin embargo, franceses a ingleses no han tenido
tiempo aún de coordinar su acción, y en Mons capital de la provincia
belga de Hainaut, French se ve obligado a ceder posiciones ante la
superioridad numérica del enemigo Esto
ocurre el domingo 23 de agosto de 1914. Tras una encarnizada batalla en la
que los propios alemanes creen por un momento estar mordiendo el polvo de
la derrota, el general inglés decide por la noche retirarse a unos cuatro
kilómetros al sur de Mons, retirada que efectúa brillantemente, sin
perder una sola pieza de artillería. La
tropa británica supone que esta acción tiene sólo un sentido estratégico
con fines de concentración para el lanzamiento de una ofensiva
definitiva, pues le parece haber ganado la batalla. Pero al filo de la
medianoche, sir John recibe un mensaje desalentador de Lanrezac: sus
superiores jerárquicos del Quinto Ejército francés le han ordenado
replegarse inmediatamente hacia el sur, en dirección al Marne,
disponiendo al mismo tiempo el retiro de las fuerzas apostadas en las
Ardenas. French no tiene alternativa: en la posición en que se encuentra
no podrá mantenerse cerca de Mons sin exponer a sus hombres a una
carnicería que militarmente tendría el carácter de suicidio. Así, opta
por aceptar él también los riesgos de una peligrosa
retirada amenazada por la proximidad del Primero y Segundo Ejércitos de
Alemania. Los
bravos soldados ingleses, entre los que se cuenta el Regimiento de
Coldstream (la guardia decana del ejército británico) obedecen
disciplinadamente pero con preocupación y sin comprender la decisión de
su jefe. Todo tendrá su explicación después y la cesión de posiciones
se vera pronto ampliamente recompensada, pues dentro de unos días se
librará la histórica acción de Le Cateau, que, culminando con la
ofensiva francobritánica de la Primera Batalla del Marne, cambiará por
completo el curso de los acontecimientos. Pero
por el momento la tropa recibe el impacto moral de una retirada que se le
hace inexplicable. Y en un silencio que no alcanza a ocultar el malhumor
dominante, los soldados cargan las mochilas sobre sus espaldas y cumplen
la orden. Es
el alba del nuevo día. Un grupo de hombres avanza entre los árboles
luchando contra la maleza y tratando de verse uno al otro a través de la
densa neblina. Un ruido de algo pesado que cae, sobresalta a todos, y
seguidamente, sin dar siquiera tiempo a una reacción, un fuerte zumbido
surca el aire por sobre varias cabezas. -¡Imbécil!
-dice alguien a media voz. -No
se ve nada -responde quejosamente el aludido. El
primero replica: -Te
dije que tuvieses cuidado. Podías haber matado a alguno. Los
nervios están crispados a flor de piel sobre los miembros del regimiento
de Coldstream que marchan por el bosque. tratando de dar con el rastro de
sus compañeros ingleses. Los coldstreamers son los últimos que han
evacuado la posición británica al sur de Mons, y al llegar al bosque han
perdido de vista al resto de las fuerzas de French. El
comandante da la voz de alto y ordena la salida de dos patrullas de
reconocimiento. "Tal vez haya algún camino que nos saque de este
maldito bosque” , murmura, y su ayudante asiente con respetuoso
silencio, pero sus ojos angustiados no pueden disimular lo que piensa:
"Sí, mejor que encontremos un camino y lleguemos pronto adonde
nuestros camaradas. De lo contrario los alemanes estarán aquí antes de
seis horas y nos. aplastarán como a cucarachas". Los
"coldstrearners" esperan, sentados en el suelo, el resultado de
la exploración. Sólo pasan veinte minutos antes de que la primera
patrulla regrese y comunique que la búsqueda ha sido negativa, pero la
tensión reinante entre los soldados perdidos les hace creer que fueron
dos horas. Cinco
minutos más y vuelve el sargento McAllister con la segunda patrulla: ._ -Ningún
camino, ninguna salida por el sudeste. El
comandante da orden de acampar: ¡ Vamos a esperar un par de horas hasta
que amanezca. Puede ser que al levantarse la neblina tengamos más suerte.
Pueden descansar y tomar media taza de café. Nadie se aleje más de diez
metros. Se debe hablar en voz baja y tener el oído y la vista atentos. ! Los
soldados descargan sus mochilas sobre el suelo y se acercan al carro
cocina. Un rato después, alejados del resto y sentados sobre un tronco,
McAllister y un compañero conversan esgrimiendo sus jarritos de latón.
El café está aguado y no tiene casi azúcar, pero a ellos les parece
sabroso. -Yo
no sé qué diablos significa esta retirada estúpida, cuando podíamos
haberlos hecho polvo- dice MéAllister. -Son
cosas del general. Él sabrá lo que hace -responde Brown -La
cuestión es que estamos perdidos y nadie sabe cómo salir del lío. Si
esto sigue así unas horas más, nos vamos todos al demonio. -Más
bajo, que te pueden oír. McAllister
se encoge de hombros y bebe otro sorbo. Al Levantar la mirada y por sobre
los hombros de Brown, a unos metros de distancia, , un resplandor. -¿Y
ahora qué es eso? -¿Eso,
qué? ¿Dónde? -Ese
resplandor. Detrás de ti. Allá. Brown
se vuelve y en ese momento el haz de luz toma la forma de una figura de
extraña luminosidad. Los dos soldado; no pueden dar crédito a lo que ven
sus ojos, y se miran entre sí. -¿Tú
ves lo que yo veo? -No
sé si es lo mismo, pero si lo que yo veo es lo que parece ser, pues...
que me lleven todos los dia... McAllister no se anima a concluir la frase.
Es
una figura alta y Delgada, sonriente, de largos cabellos incoloros. Sobre
la frente le cruza una cinta dorada, y la túnica blanca que le cubre el
resto del cuerpo apenas deja entrever por abajo los pies calzados con
sandalias. Y de sus espaldas emergen. .. dos largas alas blancas. Un ángel,
sí. Ni más ni menos que un ángel, idéntico a los que sé ven en imagen
en las iglesias. McAllister,
sin atreverse a avanzar para examinar de cerca a la figura, susurra en el
oído de su compañero: "Ve a llamar al comandante. Pronto".
Brown se pone de pie sin dejar de mirar la aparición, y así, como
hipnotizado, retrocede de espaldas unos pasos, hasta que finalmente sale
corriendo en busca de sus superiores. El
ángel levanta un brazo, que a McAllister se le antoja transparente, y
hace señas al "coldstreamer" de que lo siga. En ese momento
llega el comandante, seguido de Brown y de varios oficiales. -¿Qué
ocurre, sargento? ¿Qué tontería son esas que está diciendo Brown? Sin
poder articular palabra, el interpelado señala con el dedo la figura
luminosa. Ahora es el jefe del regimiento quien queda desconcertado, y es
a él a quien el ángel hace señas de que lo sigan. -¿Quién
es usted? le grita el comandante. ¡Sea quien sea, hable, diga qué
quiere! -Pero es inútil: la figura insiste en su ademán. Y finalmente el
oficial decide que, de todos modos, quedarse por más tiempo en ese lugar
es una locura. También puede serlo el obedecer a ese ángel, o loco, o lo
que sea, pero en las circunstancias actuales poco hay que perder. Hay que
tomar una determinación rápidamente o resignarse a sucumbir ante los
alemanes, que ya están cerca. El comandante da la orden de levantar
campamento, y en pocos instantes emprende el camino detrás del ángel,
seguido por sus hombres. Los
"coldstreamers" marchan ahora por el bosque guiados por la
aparición, que de cuando en cuando se vuelve para alentarlos a proseguir.
McAllister comienza a reconocer el lugar. Es el mismo por donde antes
anduvo patrullando. -Ese
tipo está loco. Por este lado no hay nada. Un oficial le toca el hombro,
mandándole callar. Y
de pronto, un claro entre los árboles. Es un camino. -;Por
las orejas del Kaiser! exclama McAllister. Esto no estaba aquí hace un
par de horas. ¿Cómo diablos sabía este...? El
rudo soldado británico se detiene. Todos sus compañeros están mirando
fijamente hacia el mismo punto, hacia el lugar donde estaba la figura hace
un instante. -¿Qué
pasó? ¿Dónde está? inquiere. A su lado alguien le contesta: -No
sé. Se esfumó. Fue haciéndose cada vez más transparente y... y se
esfumó. Por
el camino hacia el sur, los "coldstreamers" se alejan
silenciosos, meditabundos, a reunirse con el resto de las tropas del
general French... Desde
que ocurrió esto hasta el presente, la historia que aquí se narra ha
sido repetida infinitas veces y de las más diversas maneras. Hay quienes
creen que se trató de un enviado divino que, por mandato del
Todopoderoso, bajó a la Tierra a salvar a los heroicos hombres
extraviados. Otras sostienen que todo fue producto de la imaginación
afiebrada y del sistema nervioso agotado de aquellos guardias británicos
que, tras una fatigosa campaña y una no menos intensa batalla, sentían
una muerte segura pisándoles loa talones. Pero lo cierto es que el camino
no figuraba en ningún mapa, y que nadie pudo volver a hallarlo jamás. Lo
cierto es, también, que los "coldstreamers" se salvaron. Y que,
por la vía de la lógica, nadie ha explicado hasta hoy en forma
convincente el caso del Ángel de Mons.
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