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NAUFRAGIOS
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L a
búsqueda de oro pirata es uno de los aspectos más románticos de la búsqueda
de tesoros, pero se trata de un objeto muy esquivo. Casi tan románticos,
pero mucho menos esquivos, son los buques naufragados que pueblan las rutas
marítimas y las aguas costeras de todo el mundo. Desde hace siglos existen
documentos que señalan la situación oproximada de los buques hundidos más
importantes, sobre todo si llevaban cargamentos valiosos o eran símbolos del
orgullo nacional, como ocurre con buques de guerra o transatlánticos.
El cargamento del Nanking
En abril de 1986 se celebró en Amsterdam una de las mayores subastas de
tesoros recuperados de la historia. Sin embargo, no fueron metales preciosos
ni joyas robadas lo que atrajo a Holanda a coleccionistas del mundo entero,
sino cien mil piezas de porcelana china antigua. Tras haber pasado más de
doscientos años en el fondo del mar de la China, el cargamento del Nanking,
como se había dado en llamar, llegaba por fin a su destino.
Cuidadosamente embalada en cajones de té, la porcelana constituía el
principal cargamento de un buque holandés que realizaba la ruta de las
Indias orientales. El buque mercante, que aún no ha sido identificado, hacía
la travesía de Cantón a Europa en una fecha desconocida de mediados del
siglo xviii. Sobrevino una catástrofe y el barco se fue a pique, aunque,
milagrosamente, el hun no debió ser demasiado violento, pues el frágil
cargamento no sufrió desperfectos. Sellado como una cápsula del tiempo bajo
las aguas durante más de doscientos años, el contenido del barco, se
conservó intacto, en unas condiciones inmejorables, y gracias a esta
circunstancia, la porcelana, que era una simple mercancía en el siglo XVIII,
se convirtió en un auténtico tesoro.
El capitán británico Michael Hatcher, experto en rescates y especialista en
naufragios en las aguas del Lejano oriente, lo descubrió en la década de los
ochenta del presente siglo. Hatcher estaba familiarizado con este tipo de
operaciones delicadas, pues en 1983 encontró accidentalmente los restos del
naufragio de un junco asiático del siglo xvii dedicado al comercio. Cuando
se recuperó el cargamento de esta embarcación, se encontraron 23.000 piezas
magníficas de porcelana china del periodo Ming, en perfecto estado.
Hatcher recibió la recompensa económica por la recuperación de aquel tesoro
cuando el cargamento (que desde entonces se conoce con el nombre de
colección Hatcher) fue subastado en más de dos millones de dólares.
Alentado por su éxito y con la ayuda del topógrafo suizo Max de Rham,
Hatcher inició la búsqueda de otros buques naufragados, tarea que culminó
con el descubrimiento y rescate del cargamento del Nanking, en 1985.
Este tesoro es muy importante no sólo por el hecho de encontrarse en óptimas
condiciones, sino porque se ha conservado un número de piezas asombroso y de
una variedad increíble. Por ejemplo, hay más de cuarenta mil tazas y platos
de té y suficientes artículos de mesa para servir una cena para ciento
cuarenta comensales, con más de trescientas setenta piezas.
La porcelana es interesante por sí misma, pero, además, en esta colección
hay una serie de objetos capaces de abrir el apetito de quienes prefieren
toparse con tesoros de corte más tradicional, pues Hatcher y su equipo
también descubrieron oro.
Junto al casco del buque, los buzos hallaron ciento veinticuatro lingotes de
este metal, de dos tipos sumamente raros en China: uno, en forma de copa,
que se conoce como «zapatos de Nanking»; el otro, una serie de pequeños
lingotes rectangulares de algo más de diez centímetros de longitud. Como en
occidente no se conocían lingotes de oro chino del siglo xviii con estas
características, el hallazgo de Hatcher posee quizá tanto valor histórico
como económico.
Los primeros buques naufragados En 1984, unos arqueólogos que realizaban
investigaciones submarinas en la costa mediterránea de Turquía dieron a
conocer los detalles de un descubrimiento asombroso:
los restos, muy bien conservados, de un buque mercante que naufragó cuando
surcaba los mares hace unos tres mil cuatrocientos años, en la época en que
Tut Anj Amón reinaba en Egipto y antes de que los antiguos griegos se
enzarzaran en la guerra de Troya. No se conoce la nacionalidad del barco,
pero su cargamento de objetos de la edad del bronce demuestra que navegaba
entre Grecia, Chipre y las tierras que ocupaban los fenicios. Es el buque
naufragado más antiguo que se ha encontrado hasta el momento.
Tras someterla a un minucioso examen, la embarcación despertó gran
curiosidad entre los arqueólogos, pero no ocurrió lo mismo con los profanos.
Su cargamento de cerámica y jarros de vino, aunque de gran interés
arqueológico, no podía compararse con los tesoros mucho más llamativos de
los buques que se hundieron en épocas posteriores, como los galeones
españoles o el Mary Rose inglés. Aun así, este hallazgo sirvió para
demostrar dos cosas muy importantes: que el agua del mar, los sedimentos del
lecho marino y las acreciones marinas tales como percebes y algas
contribuyen a la buena conservación de materiales y objetos muy antiguos y
que las corrientes submarinas no mueven los objetos depositados en el lecho
marino tanto como se creía antes.
Estos buques naufragados de la antigüedad, que han sido sometidos a una
inspección minuciosa, como el que naufragó frente a las costas de Turquía,
no albergan tesoros en el sentido convencional del término. En la mayoría de
los casos, los materiales que se han encontrado son cerámicas, jarros de
vino y objetos de bronce y marfil en diversas etapas de elaboración, todo
ello de gran interés para historiadores y arqueólogos, pero de escaso valor
intrínseco.
Tampoco es corriente dar con objetos
valiosos en los buques naufragados desde la caída de Roma hasta el siglo xv.
Éste es el caso de las cinco embarcaciones del siglo x que se encontraron en
Roskilde (Dinamarca), de la galera veneciana de alrededor de 1439 hallada en
el lago italiano de Garda y del barco del siglo xi que se descubrió junto a
otros ciento cincuenta y cinco cuando se desecó una parte del Zuiderzee de
Holanda en la década de los cincuenta del presente siglo. Sin embargo,
existen posibles excepciones: dos buques vikingos que se fueron a pique
cerca de las islas Shetland cuando regresaban de
Noruega tras una serie de incursiones piratas
en 1151. Según se cree, llevaban un
cargamento de oro y plata, pero no se ha encontrado ninguno de estos
metales. Es a partir del siglo xvi, momento en que comienza la época dorada
de las exploraciones y conquistas europeas, cuando realmente se puede
iniciar de forma más extensa la búsqueda de tesoros sumergidos en el mar.
Buques naufragados en los mares dominados por los españoles
La edad de oro de la piratería se inició con los viajes de Colón al nuevo
mundo y lo mismo podría decirse de los naufragios, pues los navíos cargados
de riquezas que despertaban la codicia de los bucaneros estaban expuestos a
otros peligros en sus travesías: las corrientes, tempestades y rocas y los
acantilados y bajíos. En este sentido, ningún lugar podía compararse con el
Caribe y las aguas del Atlántico, zonas bajo el dominio de los españoles.
Los primeros navíos de la flota española encargada de llevar a su país
metales preciosos que naufragaron en el Caribe fueron treinta y dos
carabelas, entre ellas el buque insignia El Dorado, que zarparon de La
Española en julio de 1502 a pesar de que el propio Cristóbal Colón les había
advertido de la inminencia de un huracán. A bordo de El Dorado se
encontraban el almirante Antonio de Torres, Bobadilla, gobernador de La
Española, oro y plata por valor de unos dos millones de dólares y una mesa
de oro macizo que al parecer pesaba más de mil trescientos kilos, regalo de
Bobadilla para el rey y la reina de España. Colón, que acababa de regresar
de este país, presenció impotente la partida de los buques. Tres días
después, en el estrecho de Mona, situado entre la República Dominicana y
Puerto Rico, sobrevino el huracán que destruyó El Dorado y otros veinticinco
navíos. Se encontraron los restos de algunos de ellos en los arrecifes y
playas del estrecho, pero aún quedan por descubrir diecisiete, entre ellos
El Dorado, con su mesa fabulosa.
En 1553, un temporal azotó una flota española junto a la isla de Padre, en
la actual Texas. De veinte navíos sólo se salvaron tres y los marineros que
no se ahogaron murieron a manos de los indios hostiles que los esperaban en
tierra y cuya presencia debió impedir las tareas de rescate en la época.
La catástrofe de la isla de Padre fue, en lo que se refiere a pérdidas de
navíos y cargamentos, uno de los tres naufragios más importantes que sufrió
la flota española. Los otros dos tuvieron lugar en 1715 y 1733, ambos frente
a los cayos de Florida. El rescate de los navíos de la flota española que
naufragaron en 1715 constituye uno de los ejemplos más alentadores de la
búsqueda de tesoros realizada por aficionados responsables, pues además se
recuperaron grandes cantidades de objetos valiosos. Hasta el momento, los
hallazgos de los buques naufragados en 1733 han resultado relativamente
decepcionantes, probablemente porque se fueron a pique en aguas poco
profundas. En 1949 se encontraron los presuntos restos del buque insignia,
el Rui, pero las expediciones anteriores no habían dejado mucho; sólo unas
cuantas monedas de oro y plata, armas, joyas y una estatua de plata de una
bailarina.
Aumentan las pérdidas
A principios del siglo xv llegó a su punto culminante el tráfico marítimo
entre el nuevo mundo y España y, en menor medida, entre aquél y Portugal, y
lo mismo ocurrió con las pérdidas numéricas de barcos. En 1605 se hundieron
cuatro galeones en el banco de Serranilla, a medió camino entre América
Central y Jamaica. Los españoles pasaron sesenta años intentando encontrar y
rescatar los cargamentos, sin el menor resultado. En 1622 naufragaron al
menos quince navíos procedentes de las DryTortugas en los cayos de Florida,
entre ellos el Nuestra Señora de Atocha y el La Margarita, que se hundieron
junto a los islotes Marquesa situados frente a Cayo Oeste.
El buscador de tesoros estadounidense Mel Fisher intentó encontrar ambos
buques, tarea que le llevó dieciséis años. Su tenacidad fue recompensada en
1985, cuando unos buzos encontraron el Atocha y le comunicaron que en su
interior, había objetos, monedas y lingotes de oro y plata por valor de unos
cuatrocientos cincuenta millones de dólares, el tesoro más importante que se
ha encontrado en un buque de la época. Utilizando sónar de movimiento
lateral y tuberías de succión para limpiar la arena y los sedimentos, el
equipo de Fisher rescató una enorme cantidad de lingotes de plata, cofres
llenos de doblones de oro y ochavos de plata y joyas exquisitas. Una parte
se venderá a coleccionistas y el resto irá a parar a un museo de Cayo Oeste.
Un año después del naufragio del Atocha se fueron a pique otros dos galeones
junto a las costas de Florida, cerca de Ais. El Santísima Trinidad se hundió
tan despacio que los pasajeros y la tripulación pudieron salvarse, pero el
Espíritu Santo el Mayor naufragó perdiendo todas sus riquezas y doscientas
cincuenta vidas.
En 1628, las flotas que transportaban metales preciosos recibieron el golpe
más humillante de su historia cuando unos buques de guerra holandeses
obligaron a anclar a veinticuatro navíos en la bahía de Matanzas y se
apoderaron de la mayor parte del cargamento. Y en 1632 un huracán causó casi
el mismo número de pérdidas, hundiendo diecinueve galeones en las costas
mexicanas, entre el Bajo de las Arcas y Tabasco. Además de oro y plata,
llevaban colorantes, sedas, maderas preciosas y añil.
Otros dos naufragios que tuvieron lugar en el Caribe en el siglo XVII
pusieron a prueba la habilidad de los submarinistas de la época. El Nuestra
Señora de la Concepción, víctima de otro huracán, se perdió en las costas de
la Plata, al norte de La Española, en el año 1641. Unos cuarenta años más
tarde, una expedición inglesa financiada por el rey Carlos II al mandp de un
tal William Phips se propuso rescatar el cargamento de plata que llevaba,
utilizando una campana de inmersión para crear una bolsa de aire en la que
los submarinistas pudieran respirar. Se recuperaron unas treinta y cuatro
toneladas de metales preciosos y Phips obtuvo un título de nobleza y el
cargo de gobernador de Massachusetts. Por el contrario, el Nuestra Señora de
las Maravillas chocó contra el banco de Little Baharna, y los submarinistas
locales sólo pudieron rescatar objetos por valor de un millón y medio de
pesos de los cinco millones que valía el cargamento. Se cree que el resto
continúa en el mismo sitio, cubierto por las arenas movedizas.
A mediados del siglo XVIII ya había acabado la época dorada de las flotas
españolas que transportaban grandes tesoros y los documentos que reflejan
las pérdidas de los mismos normalmente se refieren a barcos aislados, como
el Invencible, que fue Víctima de una tempestad en el puerto de La Habana
cuando transportaba un cargamento valorado en cuatro millones de pesos, y el
buque de guerra británico Tay, con un cargamento por valor de dos millones
de pesos, que naufragó en los arrecifes del Alacrán, cerca de México, en
1816. No se tiene noticia de que se haya rescatado ninguno de los dos.
Las traicioneras costas del Atlántico
Las aguas del Caribe pueden ser un auténtico paraíso para los buscadores de
tesoros submarinos, pero otras zonas del Atlántico al norte del Ecuador
constituyen un filón de riquezas perdidas casi igual al anterior. Sus
costas, como las inglesas del canal de la Mancha y el mar del Norte, son un
verdadero cementerio de buques, especialmente el litoral oriental de América
del Norte, Irlanda, las islas Orkneys y las Shetlands, las Scilly y la
extensión de agua que limita por el oeste con las Azores, Madeira y las
Canarias, y por el este con Portugal y España.
Esta última zona resulta especialmente atrayente, pues señalaba la etapa
final de la travesía que realizaban los navíos portugueses cargados de
tesoros que zarpaban de Brasil y las Indias orientales, los supervivientes
de las flotas españolas que se dirigían al nuevo mundo y, en época
posterior, los buques mercantes británicos, franceses y holandeses cuyo
destino eran los puertos británicos del canal de la Mancha y del mar del
Norte.
Según cálculos fidedignos, una pequeña parte de esta zona —la que se
extiende alrededor de la desembocadura del río Guadalquivir, en España—
alberga entre quinientos y seiscientos navíos hundidos, de los que se han
encontrado muy pocos hasta la fecha, y mucho menos rescatado. Siguen allí
sumergidos tesoros que superan incluso al del Atocha.
Las aguas que separan la península Ibérica de las islas Azores poseen una
extraña fama casi comparable a la del Triángulo de las Bermudas. El primer
hombre que dio la vuelta al mundo en solitario, Joshua Slocum, aseguró que
en 1895 su embarcación había sido guiada en esa zona por el fantasma de uno
de los pilotos de Cristóbal Colón. También allí se descubrió, en 1872, el
Mary Celeste, buque abandonado. Este navío no transportaba objetos de valor
en el sentido habitual de la palabra y su cargamento quedó prácticamente
intacto tras el naufragio, pero no se ha encontrado ni rastro de los botes
salvavidas, los libros de navegación, el equipo y los documentos, y su
hallazgo representaría una verdadera fortuna.
Al aproximarse al final de una larga travesía por el Atlántico, los
marineros siempre avistaban con júbilo Madeira y las Azores, pero otro grupo
de islas, situadas mucho más al norte, presentaban unos peligros que la
mayoría de los capitanes de navío hubiera preferido no tener que afrontar, y
lo mismo ocurre en la actualidad. Nos referimos a las islas Scilly, en el
extremo sudoccidental de Inglaterra. Con las costas de Devon y Cornualles
muy cerca, probablemente se han cobrado más navíos que ninguna otra zona del
Atlántico
oriental. El caso más dramático de los últimos años ha sido el petrolero
Torre y Canyon, que se fue a pique en 1967 en los arrecifes de Seven
Stones. Hoy en día, esta zona es uno de los yacimientos europeos de tesoros
preferidos por los buscadores profesionales y aficionados.
En el periodo comprendido entre 1641 y 1743 se hundieron no menos de siete
buques cargados de riquezas junto a las Scilly. El más famoso es el
Association, que se descubrió en 1967, y desde esa fecha se han localizado
otros cuatro. El Princesse Maria, navío holandés que zarpó de las Indias
orientales con un cargamento de monedas y mercurio, naufragó cerca de Silver
Carn en 1686 y fue saqueado poco después. El rey Jaime II de Inglaterra se
apoderó de gran parte del botín, pero cuando volvieron a encontrar el barco
en 1973,aún quedaban varios objetos de valor. En el extremo septentrional de
las islas Británicas se encuentran las Shetlands, que con sus traicioneros
arrecifes, llamados skerries, presentan unos riesgos tan graves para la
navegación como las Scilly en el extremo meridional. Hasta el siglo XIX, los
buques que no navegaban habitualmente por allí procuraban evitar aquellas
costas. Sin embargo, en ciertas ocasiones preferían rodear Gran Bretaña por
la ruta septentrional e internarse en el también peligroso canal de la
Mancha y el estrecho de Dover, sobre todo si pertenecían a una nación que
estuviese en guerra con Inglaterra o Francia. Ésa fue la ruta que siguieron
los supervivientes de la Armada Invencible española tras la derrota de 1588.
Las recortadas costas de Irlanda y Gales son zonas muy fructíferas para los
buscadores de tesoros. En Irlanda se han localizado seis buques de la Armada
Invencible y aún quedan por descubrir al menos otros diez, de los que aún no
se ha encontrado ni rastro. También hay muchas embarcaciones del siglo XIX
hundidas en las costas irlandesas, pues en esa época el tráfico
transatlántico conoció su máximo esplendor y muchos emigrantes se marcharon
a América del Norte para iniciar una nueva vida.
Tres buques concretos han despertado el interés de las personas que se
dedican al rescate de embarcaciones que naufragaron en esa zona. Por orden
cronológico, el primero es el vapor Royal Charter, que se fue a píque en
1895 en Moelfre, en la isla de Anglesey, cuando regresaba de Australia con
mineros que habían hecho fortuna en las minas de oro de aquel país. Murieron
unas cuatrocientas personas, muchas de ellas mientras intentaban llegar a
nado a la orilla cargadas con sus objetos de valor. Las aguas de las playas
de la región continúan bañando monedas y joyas. La opinión más extendida es
que aún sigue a bordo gran cantidad de oro.
El segundo es el transatlántico Lusitania, que fue torpedeado en el canal de
St. George en 1915, produciéndose una catástrofe cuya magnitud sólo ha sido
superada en el siglo xx por el hundimiento del Titanic. De las casi dos mil
personas que viajaban a bordo, perecieron mil ciento noventa y ocho. Según
ciertos rumores, el Lusitania llevaba un cargamento de oro por valor de seis
millones de dólares, pero no existen pruebas concluyentes de que así fuera.
Desde finales de los años sesenta varias expediciones han intentado
recuperar este tesoro y han encontrado objetos valorados en cuatro millones
de dólares, entre los que se encuentran las hélices y la campana del buque,
pero aún no han dado con el oro.
El tercero es el Lauren tic, transatlántico transformado en crucero armado
que fue hundido por una mina junto a Lough Swilly, en Irlanda, en 1917.
Llevaba lingotes de oro a Canadá para sufragar los gastos de guerra de
Inglaterra. Según la versión oficial, se recuperó prácticamente todo el oro
en los años inmediatamente posteriores al naufragio.
Las costas de las Américas
Las aguas que se extienden entre Florida y la desembocadura del río Orinoco
sin duda albergan la mayor concentración de tesoros sumergidos de las
Américas y probablemente de todo el mundo. Sin embargo, aún existen riquezas
fabulosas a la espera de que alguien las descubra en otros puntos de las
costas del Atlántico y el Pacífico, como, por ejemplo, nueve buques de la
flota española de 1750 que se desviaron de su ruta y llegaron mucho más al
norte de lo habitual. Cuatro de ellos se hundieron en el cabo de Hatteras,
en Carolina del Norte, y otros tres en el cabo de Charles, en Virginia, a
consecuencia de un huracán.
Al norte del cabo de Hatteras, el Atlántico es aún más peligroso, pues en
invierno, a los riesgos habituales se suman los icebergs y las nieblas.
Estas desempeñaron un papel fundamental en el hundimiento, en 1863, del
transatlántico Anglo Saxon en el cabo de Race, en Terranova —un famoso
cementerio de buques— y pudieron haber contribuido a la colisión tras la
cual naufragó el American Republic, a unos cien kilómetros de Nantucket, en
1909. Según se cree, el American Republic llevaba un cargamento de monedas
de oro valorado en tres millones de dólares, quinientos según los los
precios actuales. En 1985 se anunció la partida de una expedición que
intentaría rescatar estos tesoros.
Dos navíos que naufragaron en la costa del Pacífico interesan de modo muy
especial a los buscadores de tesoros. El buque de guerra español Leocadia se
fue a pique en Punta Santa Elena (Ecuador), en 1800, con gran cantidad de
objetos de valor a bordo. Al parecer, se rescató una gran parte poco después
del accidente, pero se cree que aún queda otra gran parte en el fondo del
mar, Las tareas de rescate han sido menos fructíferas en el caso del vapor
Golden Gate, que se incendió cerca, de manzanillo (México), en 1862. Llevaba
a bordo un cargamento de monedas de oro valorado en un millón seiscientos
mil dólares, de las que se han recuperado muy pocas.
Las aguas del sur
En los siglos xv y xviii, Inglaterra, Francia, Holanda y Dinamarca crearon
compañías mercantiles para el comercio con las Indias orientales, que hasta
entonces habían estado prácticamente bajo el dominio de los portugueses. Sus
barcos recorrían las rutas que rodeaban el cabo de Buena Esperanza y
atravesaban el océano indico camino de la India el imperio chino, las islas
iñdonesias de Java y Sumatra, Japón y Australia. A consecuencia de todo lo
anterior, también se desarrolló un
floreciente comercio de transporte de esclavos entre Africa y América, que
se intercambiaban por oro, plata, especias,
azúcar y café, mercancías destinadas a Europa.
Entre 1650 y 1800, aproximadamente, el tamaño de los barcos que comerciaban
con las Indias orientales aumentó considerablemente, pasando de unas
quinientas toneladas a unas mil o más. En la mejor época, estos navíos
podían realizar la travesía desde China hasta el norte de Europa en unos
veinte meses. A diferencia de los buques que comerciaban con las Américas,
solían transportar riquezas en forma de oro, plata y joyas en el viaje de
ida para adquirir las especias, la porcelana y el té que llevaban a sus
respectivos países o para pagar a quienes dirigían los puestos avanzados. La
situación cambió en cierta medida con el descubrimiento de las minas de oro
australianas a mediados del siglo xix.
Buques hundidos en Australia
En 1629 naufragaron varios barcos pertenecientes a la Compañía Holandesa de
las Indias Orientales en los arrecifes del archipiélago de Wailabi, al oeste
de Australia. Entre ellos se encontraba el Batavia, que llevaba un
cargamento de joyas y monedas de plata entre otras cosas. Algunos miembros
de la tripulación cogieron un bote y se llevaron cuantos objetos de valor
pudieron rescatar y a continuación pusieron rumbo a Java, dejando a unos
doscientos pasajeros y marineros esperando a que regresaran con un buque de
socorro. Cuando volvieron a las Wallabi, se encontraron con que un pequeño
grupo había asesinado al resto con la intención de apoderarse de los objetos
valiosos que quedaban. Los que habían encabezado la matanza fueron
ahorcados. En 1972 se empezó a examinar el Batavia y entre los artículos que
se rescataron se encontraban una valiosa vajilla de plata y más de una
docena de cañones. Parece probable que aún sigan hundidos entre los
arrecifes otros materiales de valor que iban a bordo del Batavia.
La desaparición del buque Starry Grown provocó una de las historias más
extrañas sobre tesoros perdidos.
Zarpó de Merlbourne hacia Londres alrededor de 1850, con pasajeros y una
tonelada de oro australiano, y desapareció. Unos veinte años más tarde, el
ballenero Swordfish quedó atrapado entre el hielo del Antártico y murió la
mayor parte de la tripulación, pues empezaron a escasear los alimentos y al
cabo de poco tiempo sólo quedaban cinco supervivientes.
Mientras el Swordfish se debatía en el hielo, avistaron otro buque en igual
situación. Dos marineros del Swordfish, uno de ellos el segundo oficial,
llamado Last, subieron a bordo del otro buque y averiguaron que la
misteriosa embarcación era el Starry Crown, que estaba vacío, sin la mayor
parte de los botes pero con bastantes provisiones... y el oro intacto. Al no
contar con medios para llevarse el metal, Last lo dejó donde estaba.
Finalmente lo rescataron junto a los demás marineros, que murieron en la
travesía de regreso a Melbourne, siendo así Last la única persona en
posesión de aquel secreto. Después se lo contó a un hombre llamado Manton y
juntos decidieron volver al Antártico a bordo del barco de este último, el
Black Dog, que también quedó atrapado entre el hielo y se fue a pique. Se
ahogó toda la tripulación, pero Manton y Last saltaron a un témpano y
llegaron al Starry Crown, que seguía intacto, al igual que su cargamento.
Entonces, según contó Last, Manton se volvió loco y atacó a su socio, que le
disparó en legítima defensa. Last logró salir a mar abierto, sin el oro, y
fue rescatado por un ballenero, dejando al Starry Crown y su valioso
cargamento prisioneros del hielo, quizá para siempre. |
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