Principal
Arriba
 

                

 

 

webmaster:
ofelia_trillo@hotmail.com



NAUFRAGIOS

  Parte del cargamento del Nanking, mientras era sacado del fondo del mar. El cargamento del Nanking fue subastado por Christie’s Amsterdam entre el 28 de abril y el 2 de mayo de 1986. Esta fotografía muestra parte de un servicio de mesa todavía intacto, dentro de su embalaje original en la bodega del barco, cuyo nombre no ha sido descubierto. Porcelana china del siglo xviii y lingotes de oro que formaban parte del cargamento de un barco holandés que realizaba la ruta de las Indias orientales y que fue rescatado por el capitán Hatcher en las costas de China, en 1985. Se subastaron a precios astronómicos a principios de 1986. Muchas veces, la porcelana se embalaba entre el té, una forma de protegerla, y se enviaba en los barcos que regresaban de Oriente. Las ánforas (jarros para el vino) abundan entre los objetos que se rescatan de antiguos buques griegos y romanos naufragados en el Mediterráneo. Esta zona, al igual que el Caribe, es una de las preferidas por los exploradores submarinos, debido a las temperaturas relativamente elevadas, y a la buena visibilidad, al menos junto a la costa.  
  El gran número de buques que naufragaron en las Bermudas proporciona a la arqueología submarina un espectacular campo de estudio. Estas fotografías muestran cómo es hallado un cañón sobre el lecho marino y a un buzo investigando un buque naufragado. Submarinistas trabajando en un antiguo barco que naufragó en el Mediterráneo, junto a una campana de inmersión. Los objetos se guardan temporalmente en su interior y así los submarinistas pueden permanecer más tiempo bajo el agua y conservar el oxígeno respirando el aire de la campana. Este plato de oro, que está expuesto al público en Cayo Oeste, Florida, forma parte del fabuloso tesoro recuperado en los años ochenta perteneciente al navío Nuestra Señora de Atocha, que se hundió a consecuencia de un huracán en 1622.  
  Algunas de las joyas que se encontraron en el Nuestra Señora de A tocha. Mel Fisher mostrando piezas de oro procedentes del Atocha. Un cañón y algunas monedas recuperados de un naufragio cerca de las islas Scilly. en el sureste de las islas Británicas. El hundimiento del Lusitania, que no llevaba armas a bordo, desencadené oleadas de emociones y hostilidad a ambos lados del Atlántico. Las autoridades aprovecharon la ocasión para capitalizar el sentir popular y fomentar el número de reclutamientos  42como demuestra este cartel.  
  El desarrollo del aparato de aire comprimido que suministra aire al buzo ha revolucionado las excavaciones submarinas desde los años cuarenta. Estos buzos examinan los restos de un navío español que naufragó en las costas de Cuba. Los buzos que examinaron los restos del buque holandés De Lief de, que naufragó frente a las islas Shetland en 1711, encontraron gran cantidad de monedas. Las primeras tentativas de rescatar el navío se iniciaron en 1712 y continúan en la actualidad. Algunas de las monedas recuperadas en el buq holandés De Lief de. Se sabe que llevaba una fortuna en monedas y lingotes de oro y plata pero se han encontrad muy pocos. El submarino de profundidad Alvin, biplaza, apto para tareas de investigación y rescate, es un ejemplo de la avanzada tecnología que está contribuyendo a la localización y recuperación de materiales de yacimientos de alta mar inaccesibles hace unos años.  
    Esta ánfora está incrustada de corales y sirve de guarida a los peces tropicales que viven en el lecho marino. Bájo los encantos turísticos del cielo y mar, el Caribe es qu el depósito de tesoro submarinos más rico del mundo.    
  L a búsqueda de oro pirata es uno de los aspectos más románticos de la búsqueda de tesoros, pero se trata de un objeto muy esquivo. Casi tan románticos, pero mucho menos esquivos, son los buques naufragados que pueblan las rutas marítimas y las aguas costeras de todo el mundo. Desde hace siglos existen documentos que señalan la situación oproximada de los buques hundidos más importantes, sobre todo si llevaban cargamentos valiosos o eran símbolos del orgullo nacional, como ocurre con buques de guerra o transatlánticos.
El cargamento del Nanking
En abril de 1986 se celebró en Amsterdam una de las mayores subastas de tesoros recuperados de la historia. Sin embargo, no fueron metales preciosos ni joyas robadas lo que atrajo a Holanda a coleccionistas del mundo entero, sino cien mil piezas de porcelana china antigua. Tras haber pasado más de doscientos años en el fondo del mar de la China, el cargamento del Nanking, como se había dado en llamar, llegaba por fin a su destino.
Cuidadosamente embalada en cajones de té, la porcelana constituía el principal cargamento de un buque holandés que realizaba la ruta de las Indias orientales. El buque mercante, que aún no ha sido identificado, hacía la travesía de Cantón a Europa en una fecha desconocida de mediados del siglo xviii. Sobrevino una catástrofe y el barco se fue a pique, aunque, milagrosamente, el hun no debió ser demasiado violento, pues el frágil cargamento no sufrió desperfectos. Sellado como una cápsula del tiempo bajo las aguas durante más de doscientos años, el contenido del barco, se conservó intacto, en unas condiciones inmejorables, y gracias a esta circunstancia, la porcelana, que era una simple mercancía en el siglo XVIII, se convirtió en un auténtico tesoro.
El capitán británico Michael Hatcher, experto en rescates y especialista en naufragios en las aguas del Lejano oriente, lo descubrió en la década de los ochenta del presente siglo. Hatcher estaba familiarizado con este tipo de operaciones delicadas, pues en 1983 encontró accidentalmente los restos del naufragio de un junco asiático del siglo xvii dedicado al comercio. Cuando se recuperó el cargamento de esta embarcación, se encontraron 23.000 piezas magníficas de porcelana china del periodo Ming, en perfecto estado.
Hatcher recibió la recompensa económica por la recuperación de aquel tesoro cuando el cargamento (que desde entonces se conoce con el nombre de colección Hatcher) fue subastado en más de dos millones de dólares.
Alentado por su éxito y con la ayuda del topógrafo suizo Max de Rham, Hatcher inició la búsqueda de otros buques naufragados, tarea que culminó con el descubrimiento y rescate del cargamento del Nanking, en 1985.
Este tesoro es muy importante no sólo por el hecho de encontrarse en óptimas condiciones, sino porque se ha conservado un número de piezas asombroso y de una variedad increíble. Por ejemplo, hay más de cuarenta mil tazas y platos de té y suficientes artículos de mesa para servir una cena para ciento cuarenta comensales, con más de trescientas setenta piezas.
La porcelana es interesante por sí misma, pero, además, en esta colección hay una serie de objetos capaces de abrir el apetito de quienes prefieren toparse con tesoros de corte más tradicional, pues Hatcher y su equipo también descubrieron oro.
Junto al casco del buque, los buzos hallaron ciento veinticuatro lingotes de este metal, de dos tipos sumamente raros en China: uno, en forma de copa, que se conoce como «zapatos de Nanking»; el otro, una serie de pequeños lingotes rectangulares de algo más de diez centímetros de longitud. Como en occidente no se conocían lingotes de oro chino del siglo xviii con estas características, el hallazgo de Hatcher posee quizá tanto valor histórico como económico.
Los primeros buques naufragados En 1984, unos arqueólogos que realizaban investigaciones submarinas en la costa mediterránea de Turquía dieron a conocer los detalles de un descubrimiento asombroso:
los restos, muy bien conservados, de un buque mercante que naufragó cuando surcaba los mares hace unos tres mil cuatrocientos años, en la época en que Tut Anj Amón reinaba en Egipto y antes de que los antiguos griegos se enzarzaran en la guerra de Troya. No se conoce la nacionalidad del barco, pero su cargamento de objetos de la edad del bronce demuestra que navegaba entre Grecia, Chipre y las tierras que ocupaban los fenicios. Es el buque naufragado más antiguo que se ha encontrado hasta el momento.
Tras someterla a un minucioso examen, la embarcación despertó gran curiosidad entre los arqueólogos, pero no ocurrió lo mismo con los profanos. Su cargamento de cerámica y jarros de vino, aunque de gran interés arqueológico, no podía compararse con los tesoros mucho más llamativos de los buques que se hundieron en épocas posteriores, como los galeones españoles o el Mary Rose inglés. Aun así, este hallazgo sirvió para demostrar dos cosas muy importantes: que el agua del mar, los sedimentos del lecho marino y las acreciones marinas tales como percebes y algas contribuyen a la buena conservación de materiales y objetos muy antiguos y que las corrientes submarinas no mueven los objetos depositados en el lecho marino tanto como se creía antes.
Estos buques naufragados de la antigüedad, que han sido sometidos a una inspección minuciosa, como el que naufragó frente a las costas de Turquía, no albergan tesoros en el sentido convencional del término. En la mayoría de los casos, los materiales que se han encontrado son cerámicas, jarros de vino y objetos de bronce y marfil en diversas etapas de elaboración, todo ello de gran interés para historiadores y arqueólogos, pero de escaso valor intrínseco.
Tampoco es corriente dar con objetos
valiosos en los buques naufragados desde la caída de Roma hasta el siglo xv. Éste es el caso de las cinco embarcaciones del siglo x que se encontraron en Roskilde (Dinamarca), de la galera veneciana de alrededor de 1439 hallada en el lago italiano de Garda y del barco del siglo xi que se descubrió junto a otros ciento cincuenta y cinco cuando se desecó una parte del Zuiderzee de Holanda en la década de los cincuenta del presente siglo. Sin embargo, existen posibles excepciones: dos buques vikingos que se fueron a pique cerca de las islas Shetland cuando regresaban de
Noruega tras una serie de incursiones piratas
en 1151. Según se cree, llevaban un
cargamento de oro y plata, pero no se ha encontrado ninguno de estos metales. Es a partir del siglo xvi, momento en que comienza la época dorada de las exploraciones y conquistas europeas, cuando realmente se puede iniciar de forma más extensa la búsqueda de tesoros sumergidos en el mar.
Buques naufragados en los mares dominados por los españoles
La edad de oro de la piratería se inició con los viajes de Colón al nuevo mundo y lo mismo podría decirse de los naufragios, pues los navíos cargados de riquezas que despertaban la codicia de los bucaneros estaban expuestos a otros peligros en sus travesías: las corrientes, tempestades y rocas y los acantilados y bajíos. En este sentido, ningún lugar podía compararse con el Caribe y las aguas del Atlántico, zonas bajo el dominio de los españoles.
Los primeros navíos de la flota española encargada de llevar a su país metales preciosos que naufragaron en el Caribe fueron treinta y dos carabelas, entre ellas el buque insignia El Dorado, que zarparon de La Española en julio de 1502 a pesar de que el propio Cristóbal Colón les había advertido de la inminencia de un huracán. A bordo de El Dorado se encontraban el almirante Antonio de Torres, Bobadilla, gobernador de La Española, oro y plata por valor de unos dos millones de dólares y una mesa de oro macizo que al parecer pesaba más de mil trescientos kilos, regalo de Bobadilla para el rey y la reina de España. Colón, que acababa de regresar de este país, presenció impotente la partida de los buques. Tres días después, en el estrecho de Mona, situado entre la República Dominicana y Puerto Rico, sobrevino el huracán que destruyó El Dorado y otros veinticinco navíos. Se encontraron los restos de algunos de ellos en los arrecifes y playas del estrecho, pero aún quedan por descubrir diecisiete, entre ellos El Dorado, con su mesa fabulosa.
En 1553, un temporal azotó una flota española junto a la isla de Padre, en la actual Texas. De veinte navíos sólo se salvaron tres y los marineros que no se ahogaron murieron a manos de los indios hostiles que los esperaban en tierra y cuya presencia debió impedir las tareas de rescate en la época.
La catástrofe de la isla de Padre fue, en lo que se refiere a pérdidas de navíos y cargamentos, uno de los tres naufragios más importantes que sufrió la flota española. Los otros dos tuvieron lugar en 1715 y 1733, ambos frente a los cayos de Florida. El rescate de los navíos de la flota española que naufragaron en 1715 constituye uno de los ejemplos más alentadores de la búsqueda de tesoros realizada por aficionados responsables, pues además se recuperaron grandes cantidades de objetos valiosos. Hasta el momento, los hallazgos de los buques naufragados en 1733 han resultado relativamente decepcionantes, probablemente porque se fueron a pique en aguas poco profundas. En 1949 se encontraron los presuntos restos del buque insignia, el Rui, pero las expediciones anteriores no habían dejado mucho; sólo unas cuantas monedas de oro y plata, armas, joyas y una estatua de plata de una bailarina.
Aumentan las pérdidas
A principios del siglo xv llegó a su punto culminante el tráfico marítimo entre el nuevo mundo y España y, en menor medida, entre aquél y Portugal, y lo mismo ocurrió con las pérdidas numéricas de barcos. En 1605 se hundieron cuatro galeones en el banco de Serranilla, a medió camino entre América Central y Jamaica. Los españoles pasaron sesenta años intentando encontrar y rescatar los cargamentos, sin el menor resultado. En 1622 naufragaron al menos quince navíos procedentes de las DryTortugas en los cayos de Florida, entre ellos el Nuestra Señora de Atocha y el La Margarita, que se hundieron junto a los islotes Marquesa situados frente a Cayo Oeste.
El buscador de tesoros estadounidense Mel Fisher intentó encontrar ambos buques, tarea que le llevó dieciséis años. Su tenacidad fue recompensada en 1985, cuando unos buzos encontraron el Atocha y le comunicaron que en su interior, había objetos, monedas y lingotes de oro y plata por valor de unos cuatrocientos cincuenta millones de dólares, el tesoro más importante que se ha encontrado en un buque de la época. Utilizando sónar de movimiento lateral y tuberías de succión para limpiar la arena y los sedimentos, el equipo de Fisher rescató una enorme cantidad de lingotes de plata, cofres llenos de doblones de oro y ochavos de plata y joyas exquisitas. Una parte se venderá a coleccionistas y el resto irá a parar a un museo de Cayo Oeste.
Un año después del naufragio del Atocha se fueron a pique otros dos galeones junto a las costas de Florida, cerca de Ais. El Santísima Trinidad se hundió tan despacio que los pasajeros y la tripulación pudieron salvarse, pero el Espíritu Santo el Mayor naufragó perdiendo todas sus riquezas y doscientas cincuenta vidas.
En 1628, las flotas que transportaban metales preciosos recibieron el golpe más humillante de su historia cuando unos buques de guerra holandeses obligaron a anclar a veinticuatro navíos en la bahía de Matanzas y se apoderaron de la mayor parte del cargamento. Y en 1632 un huracán causó casi el mismo número de pérdidas, hundiendo diecinueve galeones en las costas mexicanas, entre el Bajo de las Arcas y Tabasco. Además de oro y plata, llevaban colorantes, sedas, maderas preciosas y añil.
Otros dos naufragios que tuvieron lugar en el Caribe en el siglo XVII pusieron a prueba la habilidad de los submarinistas de la época. El Nuestra Señora de la Concepción, víctima de otro huracán, se perdió en las costas de la Plata, al norte de La Española, en el año 1641. Unos cuarenta años más tarde, una expedición inglesa financiada por el rey Carlos II al mandp de un tal William Phips se propuso rescatar el cargamento de plata que llevaba, utilizando una campana de inmersión para crear una bolsa de aire en la que los submarinistas pudieran respirar. Se recuperaron unas treinta y cuatro toneladas de metales preciosos y Phips obtuvo un título de nobleza y el cargo de gobernador de Massachusetts. Por el contrario, el Nuestra Señora de las Maravillas chocó contra el banco de Little Baharna, y los submarinistas locales sólo pudieron rescatar objetos por valor de un millón y medio de pesos de los cinco millones que valía el cargamento. Se cree que el resto continúa en el mismo sitio, cubierto por las arenas movedizas.
A mediados del siglo XVIII ya había acabado la época dorada de las flotas españolas que transportaban grandes tesoros y los documentos que reflejan las pérdidas de los mismos normalmente se refieren a barcos aislados, como el Invencible, que fue Víctima de una tempestad en el puerto de La Habana cuando transportaba un cargamento valorado en cuatro millones de pesos, y el buque de guerra británico Tay, con un cargamento por valor de dos millones de pesos, que naufragó en los arrecifes del Alacrán, cerca de México, en 1816. No se tiene noticia de que se haya rescatado ninguno de los dos.
Las traicioneras costas del Atlántico
Las aguas del Caribe pueden ser un auténtico paraíso para los buscadores de tesoros submarinos, pero otras zonas del Atlántico al norte del Ecuador constituyen un filón de riquezas perdidas casi igual al anterior. Sus costas, como las inglesas del canal de la Mancha y el mar del Norte, son un verdadero cementerio de buques, especialmente el litoral oriental de América del Norte, Irlanda, las islas Orkneys y las Shetlands, las Scilly y la extensión de agua que limita por el oeste con las Azores, Madeira y las Canarias, y por el este con Portugal y España.
Esta última zona resulta especialmente atrayente, pues señalaba la etapa final de la travesía que realizaban los navíos portugueses cargados de tesoros que zarpaban de Brasil y las Indias orientales, los supervivientes de las flotas españolas que se dirigían al nuevo mundo y, en época posterior, los buques mercantes británicos, franceses y holandeses cuyo destino eran los puertos británicos del canal de la Mancha y del mar del Norte.
Según cálculos fidedignos, una pequeña parte de esta zona —la que se extiende alrededor de la desembocadura del río Guadalquivir, en España— alberga entre quinientos y seiscientos navíos hundidos, de los que se han encontrado muy pocos hasta la fecha, y mucho menos rescatado. Siguen allí sumergidos tesoros que superan incluso al del Atocha.
Las aguas que separan la península Ibérica de las islas Azores poseen una extraña fama casi comparable a la del Triángulo de las Bermudas. El primer hombre que dio la vuelta al mundo en solitario, Joshua Slocum, aseguró que en 1895 su embarcación había sido guiada en esa zona por el fantasma de uno de los pilotos de Cristóbal Colón. También allí se descubrió, en 1872, el Mary Celeste, buque abandonado. Este navío no transportaba objetos de valor en el sentido habitual de la palabra y su cargamento quedó prácticamente intacto tras el naufragio, pero no se ha encontrado ni rastro de los botes salvavidas, los libros de navegación, el equipo y los documentos, y su hallazgo representaría una verdadera fortuna.
Al aproximarse al final de una larga travesía por el Atlántico, los marineros siempre avistaban con júbilo Madeira y las Azores, pero otro grupo de islas, situadas mucho más al norte, presentaban unos peligros que la mayoría de los capitanes de navío hubiera preferido no tener que afrontar, y lo mismo ocurre en la actualidad. Nos referimos a las islas Scilly, en el extremo sudoccidental de Inglaterra. Con las costas de Devon y Cornualles muy cerca, probablemente se han cobrado más navíos que ninguna otra zona del Atlántico
oriental. El caso más dramático de los últimos años ha sido el petrolero Torre y  Canyon, que se fue a pique en 1967 en los arrecifes de Seven Stones. Hoy en día, esta zona es uno de los yacimientos europeos de tesoros preferidos por los buscadores profesionales y aficionados.
En el periodo comprendido entre 1641 y 1743 se hundieron no menos de siete buques cargados de riquezas junto a las Scilly. El más famoso es el Association, que se descubrió en 1967, y desde esa fecha se han localizado otros cuatro. El Princesse Maria, navío holandés que zarpó de las Indias orientales con un cargamento de monedas y mercurio, naufragó cerca de Silver Carn en 1686 y fue saqueado poco después. El rey Jaime II de Inglaterra se apoderó de gran parte del botín, pero cuando volvieron a encontrar el barco en 1973,aún quedaban varios objetos de valor. En el extremo septentrional de las islas Británicas se encuentran las Shetlands, que con sus traicioneros arrecifes, llamados skerries, presentan unos riesgos tan graves para la navegación como las Scilly en el extremo meridional. Hasta el siglo XIX, los buques que no navegaban habitualmente por allí procuraban evitar aquellas costas. Sin embargo, en ciertas ocasiones preferían rodear Gran Bretaña por la ruta septentrional e internarse en el también peligroso canal de la Mancha y el estrecho de Dover, sobre todo si pertenecían a una nación que estuviese en guerra con Inglaterra o Francia. Ésa fue la ruta que siguieron los supervivientes de la Armada Invencible española tras la derrota de 1588. Las recortadas costas de Irlanda y Gales son zonas muy fructíferas para los buscadores de tesoros. En Irlanda se han localizado seis buques de la Armada Invencible y aún quedan por descubrir al menos otros diez, de los que aún no se ha encontrado ni rastro. También hay muchas embarcaciones del siglo XIX hundidas en las costas irlandesas, pues en esa época el tráfico transatlántico conoció su máximo esplendor y muchos emigrantes se marcharon a América del Norte para iniciar una nueva vida.
Tres buques concretos han despertado el interés de las personas que se dedican al rescate de embarcaciones que naufragaron en esa zona. Por orden cronológico, el primero es el vapor Royal Charter, que se fue a píque en 1895 en Moelfre, en la isla de Anglesey, cuando regresaba de Australia con mineros que habían hecho fortuna en las minas de oro de aquel país. Murieron unas cuatrocientas personas, muchas de ellas mientras intentaban llegar a nado a la orilla cargadas con sus objetos de valor. Las aguas de las playas de la región continúan bañando monedas y joyas. La opinión más extendida es que aún sigue a bordo gran cantidad de oro.
El segundo es el transatlántico Lusitania, que fue torpedeado en el canal de St. George en 1915, produciéndose una catástrofe cuya magnitud sólo ha sido superada en el siglo xx por el hundimiento del Titanic. De las casi dos mil personas que viajaban a bordo, perecieron mil ciento noventa y ocho. Según ciertos rumores, el Lusitania llevaba un cargamento de oro por valor de seis millones de dólares, pero no existen pruebas concluyentes de que así fuera. Desde finales de los años sesenta varias expediciones han intentado recuperar este tesoro y han encontrado objetos valorados en cuatro millones de dólares, entre los que se encuentran las hélices y la campana del buque, pero aún no han dado con el oro.
El tercero es el Lauren tic, transatlántico transformado en crucero armado que fue hundido por una mina junto a Lough Swilly, en Irlanda, en 1917. Llevaba lingotes de oro a Canadá para sufragar los gastos de guerra de Inglaterra. Según la versión oficial, se recuperó prácticamente todo el oro en los años inmediatamente posteriores al naufragio.
Las costas de las Américas
Las aguas que se extienden entre Florida y la desembocadura del río Orinoco sin duda albergan la mayor concentración de tesoros sumergidos de las Américas y probablemente de todo el mundo. Sin embargo, aún existen riquezas fabulosas a la espera de que alguien las descubra en otros puntos de las costas del Atlántico y el Pacífico, como, por ejemplo, nueve buques de la flota española de 1750 que se desviaron de su ruta y llegaron mucho más al norte de lo habitual. Cuatro de ellos se hundieron en el cabo de Hatteras, en Carolina del Norte, y otros tres en el cabo de Charles, en Virginia, a consecuencia de un huracán.
Al norte del cabo de Hatteras, el Atlántico es aún más peligroso, pues en invierno, a los riesgos habituales se suman los icebergs y las nieblas. Estas desempeñaron un papel fundamental en el hundimiento, en 1863, del transatlántico Anglo Saxon en el cabo de Race, en Terranova —un famoso cementerio de buques— y pudieron haber contribuido a la colisión tras la cual naufragó el American Republic, a unos cien kilómetros de Nantucket, en 1909. Según se cree, el American Republic llevaba un cargamento de monedas de oro valorado en tres millones de dólares, quinientos según los los
precios actuales. En 1985 se anunció la partida de una expedición que intentaría rescatar estos tesoros.
Dos navíos que naufragaron en la costa del Pacífico interesan de modo muy especial a los buscadores de tesoros. El buque de guerra español Leocadia se fue a pique en Punta Santa Elena (Ecuador), en 1800, con gran cantidad de objetos de valor a bordo. Al parecer, se rescató una gran parte poco después del accidente, pero se cree que aún queda otra gran parte en el fondo del mar, Las tareas de rescate han sido menos fructíferas en el caso del vapor Golden Gate, que se incendió cerca, de manzanillo (México), en 1862. Llevaba a bordo un cargamento de monedas de oro valorado en un millón seiscientos mil dólares, de las que se han recuperado muy pocas.
Las aguas del sur
En los siglos xv y xviii, Inglaterra, Francia, Holanda y Dinamarca crearon compañías mercantiles para el comercio con las Indias orientales, que hasta entonces habían estado prácticamente bajo el dominio de los portugueses. Sus barcos recorrían las rutas que rodeaban el cabo de Buena Esperanza y atravesaban el océano indico camino de la India el imperio chino, las islas iñdonesias de Java y Sumatra, Japón y Australia. A consecuencia de todo lo anterior, también se desarrolló un
floreciente comercio de transporte de esclavos entre Africa y América, que se intercambiaban por oro, plata, especias,
azúcar y café, mercancías destinadas a Europa.
Entre 1650 y 1800, aproximadamente, el tamaño de los barcos que comerciaban con las Indias orientales aumentó considerablemente, pasando de unas quinientas toneladas a unas mil o más. En la mejor época, estos navíos podían realizar la travesía desde China hasta el norte de Europa en unos veinte meses. A diferencia de los buques que comerciaban con las Américas, solían transportar riquezas en forma de oro, plata y joyas en el viaje de ida para adquirir las especias, la porcelana y el té que llevaban a sus respectivos países o para pagar a quienes dirigían los puestos avanzados. La situación cambió en cierta medida con el descubrimiento de las minas de oro australianas a mediados del siglo xix.
Buques hundidos en Australia
En 1629 naufragaron varios barcos pertenecientes a la Compañía Holandesa de las Indias Orientales en los arrecifes del archipiélago de Wailabi, al oeste de Australia. Entre ellos se encontraba el Batavia, que llevaba un cargamento de joyas y monedas de plata entre otras cosas. Algunos miembros de la tripulación cogieron un bote y se llevaron cuantos objetos de valor pudieron rescatar y a continuación pusieron rumbo a Java, dejando a unos doscientos pasajeros y marineros esperando a que regresaran con un buque de socorro. Cuando volvieron a las Wallabi, se encontraron con que un pequeño grupo había asesinado al resto con la intención de apoderarse de los objetos valiosos que quedaban. Los que habían encabezado la matanza fueron ahorcados. En 1972 se empezó a examinar el Batavia y entre los artículos que se rescataron se encontraban una valiosa vajilla de plata y más de una docena de cañones. Parece probable que aún sigan hundidos entre los arrecifes otros materiales de valor que iban a bordo del Batavia.
La desaparición del buque Starry Grown provocó una de las historias más extrañas sobre tesoros perdidos.
Zarpó de Merlbourne hacia Londres alrededor de 1850, con pasajeros y una tonelada de oro australiano, y desapareció. Unos veinte años más tarde, el ballenero Swordfish quedó atrapado entre el hielo del Antártico y murió la mayor parte de la tripulación, pues empezaron a escasear los alimentos y al cabo de poco tiempo sólo quedaban cinco supervivientes.
Mientras el Swordfish se debatía en el hielo, avistaron otro buque en igual situación. Dos marineros del Swordfish, uno de ellos el segundo oficial, llamado Last, subieron a bordo del otro buque y averiguaron que la misteriosa embarcación era el Starry Crown, que estaba vacío, sin la mayor parte de los botes pero con bastantes provisiones... y el oro intacto. Al no contar con medios para llevarse el metal, Last lo dejó donde estaba. Finalmente lo rescataron junto a los demás marineros, que murieron en la travesía de regreso a Melbourne, siendo así Last la única persona en posesión de aquel secreto. Después se lo contó a un hombre llamado Manton y juntos decidieron volver al Antártico a bordo del barco de este último, el Black Dog, que también quedó atrapado entre el hielo y se fue a pique. Se ahogó toda la tripulación, pero Manton y Last saltaron a un témpano y llegaron al Starry Crown, que seguía intacto, al igual que su cargamento. Entonces, según contó Last, Manton se volvió loco y atacó a su socio, que le disparó en legítima defensa. Last logró salir a mar abierto, sin el oro, y fue rescatado por un ballenero, dejando al Starry Crown y su valioso cargamento prisioneros del hielo, quizá para siempre.