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MITOS HEBREOS

 

 

MITOS HEBREOS


Habían transcurrido ya casi quinientos años desde que se produjera el asentamiento de la raza semita en la extensa zona que dio en denominarse Palestina, cuando uno de sus caudillos -de nombre Saúl- fue proclamado rey. Las doce tribus hebreas deciden unificarse en un solo estado, y se constituyen en reino para hacerse fuertes y poderosas, y plantar cara a todos sus enemigos -filisteos, "pueblos del mar"; y amonitas, que ocupaban la franja del oriente de Jordania -; nada más apropiado, para conseguir sus propósitos, que instituirse en estado monárquico. Saúl había decretado -para hacerse caro a los ojos de la única deidad, es decir, del poderoso Yahvé- que magos y adivinos debían ser expulsados de Israel; "Saúl había echado del país a los nigromantes y adivinos".
Sin embargo, en cuanto los filisteos consiguen hacerle retroceder, cree que Yahvé ya no está de parte de él, ni de sus ejércitos, y decide acudir a consultar a la pitonisa de Endor para que ésta le ponga en contacto con el profeta Samuel, personaje -este último- que, por mandato de Yahvé, instituyó a Saúl como rey de Israel. El ancestro mítico sigue manifestándose en la población israelita y en su rey Saúl. Relatos de libros sagrados hebreos narran de que modo ciertos personajes importantes, de entre los antepasados de Saúl, tales como Jacob ya se habían servido de métodos mágicos para que su rebaño creciera más que el de su tío y suegro Labán. Aquél se había visto obligado a servir a éste durante catorce años, para conseguir que le fuera entregada por esposa a su hija Rebeca. En principio el acuerdo era de siete años de servicio pero, Labán, engañó a Jacob y le entregó a su hija Lía en vez de Rebeca. Para conseguir a ésta tuvo que estar otros siete años más trabajando para Labán.


PODER DE LO MAGICO

El método utilizado por Jacob para que los corderos nacieran con pintas fue -según los estudiosos de la mitología y del esoterismo- el adscrito a la magia conocida con el nombre de "homepática", que se basa en la llamada ley de semejanzas: "lo semejante produce lo semejante".
Según este principio imitativo, el mago podía producir cualquier efecto, con la sola condición de imitarlo: "los efectos semejan a sus causas".
Toda la naturaleza, y los objetos que ésta contiene, son susceptibles de manipulación por medio de la magia "homeopática"o "imitativa". Y, también a la hora de curar y prevenir enfermedades, se acudió al remedio de la magia.
Esta forma de encantamiento se llevó a cabo a lo largo de la historia de la mayoría de los pueblos de cultura y civilización ancestrales. El relato del Antiguo Testamento es muy clarificador al respecto: "Entonces Jacob se procuró unas varas verdes de álamo, de almendro y plátano, y labró en ellas unas muescas blancas, dejando al descubierto lo blanco de las varas, e hincó las varas así labradas en las pilas o abrevaderos a donde venían las reses a beber, justo delante de las reses, con lo que éstas se calentaban al acercarse a beber. O sea que se calentaban a la vista de las varas, y así parían crías listadas, pintas o manchadas."
Lo cierto es que, con semejante método, pronto reunió Jacob un rebaño muy superior al de su tío y suegro: "Jacob medró muchísimo, y llegó a tener rebaños numerosos, y siervas y siervos y camellos y asnos."


ESPIRITUS Y GENIECILLOS

Hasta llegar a fiarse por completo de Yahvé, como única y poderosa deidad, los hebreos utilizaron a la hora de conocer la voluntad de espíritus y geniecillos que animaban el mundo no sólo la magia sino, también, otras formas tradicionales muy extendidas entre la población. Sin embargo, el clero judío luchaba por todos los medios contra este tipo de manifestaciones y, bajo ningún concepto, aceptaban la magia, la cual consideraban propia de pueblos paganos. 
Aunque, en ocasiones, la voluntad de los espíritus, así como sus exigencias a los mortales, se conocían por métodos adivinatorios muy populares. Entre éstos sobresalen los célebres dados que se guardaban en una especie de cofrecillo llamado "efod". La interpretación del significado de los dados, una vez lanzados, estaba considerada como un arte reservada a magos y adivinos.
También hubo ocasiones en las que se veneró a un becerro de oro, pues el toro se consideraba como la personificación de ciertas deidades que formaban traídas sagradas entre sí. Se trataba, en realidad de una especie de totem que protegía a la tribu que lo invocara. Aunque, en principio, pareciera que lo antedicho guarda cierto paralelismo con el mítico buey Apis de las leyendas egipcias, en realidad tienen muy poco en común, ya que estos últimos asociaban al animal -que veneraban vivo- a una de las dos luminarias, concretamente a la Luna.
Otro aspecto importante a señalar, entre la población hebrea, era el rito del "nazareno". Todo surgía, por mor de la exigencia de pureza, por la necesidad de evitar cualquier contacto con todo aquello que pudiera considerarse impuro. En tal sentido, gran número de personas decidían retirarse y vivir en soledad. Según relata el "Libro de los Números", algunas personas hacían votos de "nazir" o nazareno ("nazareno" significa separado, consagrado), y se apartaban de la sociedad, y olvidaban a su propia familia y a sus íntimos; se rapaban la cabeza y no bebían ninguna bebida alcohólica.


"PUEBLO ELEGIDO"

Aunque Saúl siempre salía victorioso de todas sus batallas, sin embargo, en un aciago día, fue derrotado en la gran llanura de Jezrael por los certeros arqueros filisteos, quienes clavaron sus flechas mortíferas en el cuerpo exánime de Saúl y, como sangriento colofón, lo colgaron en las paredes de uno de los templos que habían erigido en honor de la diosa Venus. Una gran ironía, por lo demás, puesto que en el templo de la diosa del amor se exhibe el cuerpo de un hombre, producto del odio entre unos y otros.
Entonces, es ungido David como rey, un hijo de Saúl, quien conquista la mítica ciudad de Jerusalén y la convierte en capital política y religiosa de los hebreos, al tiempo que deposita en ella el Arca de la Alianza, que constituirá el dato -cargado de connotaciones simbólicas- que muestra fehacientemente el pacto llevado a cabo entre los hebreos, desde entonces transformados en "pueblo elegido", y el poderoso dios Yahvé.


ARCA DE LA ALIANZA

David, ante todo, fue reconocido como el rey de la unificación pues preconizó la unión entre Judea e Israel. Se proveyó, además, de mercenarios y logró, así, conquistar muchas de las ciudades-estado de los pueblos cananeos limítrofes, con lo que vio ensanchados sus territorios originales considerablemente. 
Para trasladar el Arca de la Alianza -que contenía las "Tablas de Piedra", con la ley de Yahvé grabada en ellas- hasta Jerusalén, se contrataron los servicios de la carreta de Uzzá, quien condujo los bueyes durante el trayecto hasta que, por haber intentado sujetar el Arca -que iba dando tumbos a causa del mal estado del camino- para que no se cayera, fue herido como por ensalmo por un rayo de Yahvé. Y es que el Arca sólo podía ser tocada por familias privilegiadas y por sacerdotes. Mas, a raíz del incidente relatado, hasta el mismo David temió la ira de Yahvé y, para implorar la clemencia del airado dios, ordenó que cada cierto trecho, se hiciera un alto en el camino, se depositara el Arca en tierra y se sacrificara, en honor de Yahvé, "un buey y un carnero cebado".
Después de David, gobierna Israel un rey sabio y comprensivo para con sus súbditos: se trata de su hijo Salomón. Este, aunque era un buen diplomático no tenía, en cambio, las dotes guerreras de su padre y, por lo mismo, "no pudo evitar la pérdida de territorios como el de los edomitas, provenientes de la estirpe de Edom, que había sobrevivido a la matanza llevada a cabo por el jefe del ejército de David y cuyo representante, Hadad, había conseguido huir: éste se refugió con algunos hombres edomitas en Egipto y fue protegido por el Faraón de forma especial, hasta el punto que le dio por mujer a una de sus hermanas. Hadad fue adversario de Israel durante todo el reinado de Salomón."


LA "DIASPORA"

Sin embargo, durante el reinado de Salomón, el comercio y las transacciones mercantiles de todo tipo, especialmente con los territorios de Arabia, experimentaron un incremento sustancial. Por todo ello, Salomón decide utilizar tanta riqueza en la construcción de la "Casa de Yahvé en Jerusalén, en el monte Moria, donde Yahvé se había manifestado a su padre David."
No obstante, en tiempos de Salomón, los israelitas pierden las provincias arameas, con lo que se va debilitando el reino de Israel. Además, todo ello va constituyéndose en preludio de lo que a partir del año 926 (a. C.), fecha en la que muere el rey Salomón, se transformar en hecho consumado, a saber: la separación de Israel y Judá.
Jerusalén se erigirá en capital de Judá y, en cuanto al reino de Israel, carecerá de capital fija; la última de sus ciudades, constituida en centro político y religioso, será Samaria. Mas este lugar, considerado como centro neurálgico y administrativo por la población israelita, es destruido por el rey Sargón II, aproximadamente doscientos años después de la muerte de Salomón. Cuando la ciudad fortificada de Samaria fue destruida, los israelitas se dispersaron, y se refugiaron entre los pobladores de los territorios cercanos y limítrofes. Lo mismo sucede con Jerusalén, que sufre el acoso de Senaquerib y, tiempo después, es destruida por Nabucodonosor II, en el año 587 (a. C), quien la había sometido a un asedio continuo durante un año. Sus habitantes huyen, y se dispersan, en todas direcciones, con lo que se produce un hecho histórico conocido con el nombre de "diáspora".


PROFETISMO

No hacia mucho que sus profetas les había avisado del peligro que se cernía sobre la raza judía y sus territorios: "el profeta Jeremías había alertado sobre las adversidades que se avecinaban, mas su pueblo no se hizo eco de tales palabras. Con la cautividad de Babilonia y con la destrucción del templo de Jerusalén comienza la decadencia de los distintos movimientos proféticos y, al mismo tiempo, se inician los movimientos religiosos y tradicionales que conformarán, con sus ritos y mitos, el llamado judaísmo."
La palabra de los profetas hebreos caía casi siempre, por así decirlo, en saco roto. Ni el pueblo, ni los sacerdotes, ni los gobernantes, hacían mucho caso de las amenazas verbales; premoniciones y avisos, de los profetas. Estos denunciaban la idolatría, la coacción y la hipocresía y, además, aborrecían el formalismo vacío de numerosos ritos y ceremonias, dirigidas por los sacerdotes y los gobernantes, con la asistencia del pueblo servil. Pero lo que verdaderamente hizo que los profetas cayeran en desgracia, y no fueran aceptados entre los suyos (de aquí el célebre aserto "nadie es profeta en su tierra"), fue la denuncia constante y acerada de ciertas costumbres que ellos consideraban licenciosas: "los profetas critican el boato y la vida regalada de muchos israelitas ricos, deploran los vicios sexuales y rechazan toda actitud vanidosa."


LA FUERZA Y EL PODER DE YAHVE

Los pueblos quieren guardar celosamente sus dioses y ni siquiera pronuncian su nombre delante de personas de otra tribu, etnia, familia o país. La ley sagrada prohibía a los hebreos pronunciar el nombre de Yahvé; el incumplimiento de esa medida llevaba aparejado un drástico castigo: la pena de muerte.
Entonces, se hace necesario buscar varios nombres para referirse a una única deidad. Hay que evitar pronunciar el nombre sagrado de Yahvé y, al mismo tiempo, guardar en secreto la escritura de las cuatro consonantes que componen el misterioso tetragrama griego. En el se encuentran las vocales del nombre Adonai -que significa Señor- y, al pronunciarse, resulta la palabra Jehová. Algunos autores sostienen, en cambio, que la verdadera pronunciación es Jahové, que contiene el lexema formado por las consonantes HWH, significado del concepto "ser". De aquí una de las propias formulaciones del dios al hablar de su propia identidad: "Yo soy el que soy" o "Yo soy el existente".
Según otras versiones, el nombre de la deidad superior estaba considerado como tabú y, por esto mismo, había que guardarlo en el mayor de los secretos. Estaba prohibido nombrarlo. Además, pudiera suceder, por otra parte, que los enemigos llegaran a percatarse del nombre de la deidad de un determinado pueblo y, por lo mismo, al evocarlo, harían que el dios se volviera contra sus antiguos adoradores y protegidos. Se trataba, pues, de una medida de seguridad y supervivencia para todo un pueblo, al mantener en secreto el nombre de sus deidades superiores.


MITO DE LA CREACION

Además de Jehová, también existía el nombre de Elohim para referirse a la única deidad, y los libros sagrados recogen estas designaciones en los relatos de la creación; "En el día que Jehová Elohim creó la tierra y los cielos. Ningún arbusto había todavía sobre la tierra, ninguna yerva había germinado aún, porque Jehová Elohim no había hecho todavía que sobre la tierra lloviese y ni había hombres que cultivasen el suelo. Pero una nube se levantó de la tierra y regó el suelo. Y Jehová Elohim formó al hombre con el polvo del suelo y soplóle en las narices el aliento de la vida".
Antes de topar con Jehová, los hebreos tenían otras deidades menores y más débiles. Adoraban a los genios o espíritus de ciertos fetiches, entre los que se encuentran los denominados "terafim"; éstos eran pequeños ídolos que podían transportarse, y que presidían el interior de las tiendas de las diversas tribus. El mismo rey David los llevaba consigo en sus traslados y, cuando se encontraba en peligro, permitía que los adivinos y magos los invocasen para obtener su ayuda. El mismo término "Elohim" significa "los dioses" (en plural, lo cual indica que veneraban a varios dioses y que, por tanto, no eran aún monoteístas). Sin embargo, Yahvé es un dios celoso y no quiere otros dioses fuera de él. Es, además, "el dios de los ejércitos, y exige obediencia ciega y sumisión plena. Se le erigía culto y, en su honor, se sacrificaban animales de los rebaños y se suponía que en la comida de comunión el propio Yahvé tomaba parte. Se le reservaba la sangre de los animales y a los mortales se les prohibía."


UN DIOS PADRE SIN ROSTRO

Yahvé se manifiesta de diversas formas, pues su rostro no lo ha visto nadie, ni lo verá jamás. Los elegidos reconocen su voz y le obedecen, ya que da suficientes pruebas de su poder. Por ejemplo, elimina a los primogénitos de los egipcios y respeta las casas de los israelitas, quienes previamente habían embadurnado sus puertas con la sangre del cordero como señal convenida.
Siempre existían datos, pruebas e indicios, que indicaban la presencia de Yahvé, quien enseguida mostraba su poder de una u otra forma. Los prodigios que obraba tenían, no obstante, un fin práctico: convencer al Faraón de Egipto para que dejase en libertad a los israelitas, o mostrar ante éstos su vigor y su fuerza.
Un pueblo subyugado deja sus antiguas creencias, abandona a sus ídolos y se somete al mandato de Yahvé para que éste lo libre de la ira de los faraones y lo conduzca, a través del desierto, hacia una hermosa tierra. 
Sin embargo, en un principio, los egipcios no tenían ni la menor intención de dejarlos partir, por lo que la intervención de Yahvé se hace manifiesta y necesaria. Transmite sus órdenes a Moisés para que éste actúe conforme a sus palabras. Como Yahvé carece de rostro y de cuerpo visible se sirve de un mortal en todas sus acciones.
Lo primero que el encomienda a su subordinado es la misión de poner al Faraón egipcio en antecedentes de su existencia y de sus atributos. Más el Faraón no parece darse por aludido ya que, por lo común, no cumple sus promesas.
Yahvé se dispone a mostrar el alcance de su poder y, en un primer momento, hace que Moisés golpee las aguas de los ríos egipcios. Al instante se convierten en sangre, y los ciudadanos egipcios no pueden beber, y los peces mueren. Al cabo de una semana, el Faraón promete que dejará en libertad al pueblo israelita; el primer aviso de Yahvé fue decisivo. Pero serán necesarios muchos más para que les sea permitido, a los elegidos, abandonar Egipto.


LAS PLAGAS

De nuevo Yahvé envía a Moisés ante el Faraón egipcio para anunciarle que, de persistir en su actitud negativa, una nueva muestra de su poder podrá ser comprobada por aquél: Y dijo Yahvé a Moisés: "Preséntate al Faraón y dile: Así dice Yahvé: Deja salir a mi pueblo para que me dé culto. Si te niegas a dejarle partir infestaré de ranas todo tu país. El río bullirá de ranas, que subirán y entrarán en tu casa, en tu dormitorio y tu lecho, en las casas de tus servidores y en tu pueblo, en tus hornos y en tus artesas. Subirán las ranas sobre ti, sobre tu pueblo y sobre tus siervos".
Como el Faraón intuyera el daño que le causaba esta plaga de ranas prometió a Moisés que dejaría salir de Egipto a todos los israelitas. Más de nuevo incumplió su promesa y fueron necesarios muchos otros avisos y muestras de poder por parte de Yahvé para que, al fin, el Faraón consintiera en llevar a cabo las peticiones antedichas.
Finalmente, los israelitas salen de Egipto -no sin antes despojar a sus opresores de los objetos de oro y plata que tenían-, y se adentran en el desierto tras una columna de fuego y una nube que les guía.
El Faraón decide perseguirlos pero, según narra el relato bíblico, es tragado por el mar Rojo junto con todo su ejército, mientras los israelitas, por el poder de Yahvé, "que hizo soplar durante toda la noche un fuerte viento del este que secó el mar", lograron atravesarlo a pie, sin grandes dificultades.


EL MONTE SINAI

Cuando los mortales buscan la protección de un "dios padre" es porque confían en que no va a abandonarlos en su infortunio, y porque esperan que siempre acuda en su ayuda.
Cuando los israelitas caminan por el desierto, Yahvé envía el maná para alimentarlos: "Mira yo haré llover sobre vosotros pan del cielo; el pueblo saldrá a recoger cada día la porción diaria".
.Aunque durante mucho tiempo se alimentaron únicamente de maná - el cual era "como semilla de cilandro, blanco y con sabor a torta de miel" -, sin embargo, los israelitas no se sentían del todo a gusto y, en ocasiones, protestaban o maldecían su suerte. Además, ahora se dedican a adorar a un becerro de oro, todo lo cual puede provocar la ira de Yahvé, puesto que es un dios muy celoso y, además, no permite compartir su gloria con otras deidades inferiores; más aún: fuera de él no hay ningún otro dios.

NI DIOSES DE PLATA NI ORO

Se hace, por tanto, necesaria una norma escrita y perdurable, por la que regirse para, así, evitar confusiones y malentendidos. Moisés es reclamado por Yahvé - que siempre necesita de intermediarios - y se le cita en la cumbre del Monte Sinaí: "Sube hasta mí, al monte; quédate allí, y te daré las tablas de piedra - la ley y los mandamientos - que tengo escritos para su instrucción."
Aunque acompañaron a Moisés su hermano Aarón, y varios ancianos israelitas, sólo le estaba permitido acercarse al primero, es decir, a Moisés: todos los demás deberían contemplar la escena desde un lugar apartado. Y hete aquí que una nube cubrió el monte Sinaí, y entre truenos y relámpagos se manifestó la gloria de Yahvé, quien entrega las Tablas de la Ley a Moisés. De esta forma, un pueblo sella una alianza con una poderosa deidad a la que, a partir de ahora, deberá sumisión y adoración: "Yo, Yahvé, soy tu Dios, que te ha sacado del país de Egipto, de la casa de servidumbre.
No habrá para ti otros dioses delante de mi.
No te harás escultura ni imagen alguna ni de lo que hay arriba en los cielos, ni de lo que hay abajo en la tierra, ni de lo que hay en las aguas debajo de la tierra.
(...) No haréis junto a mi dioses de plata, ni os haréis dioses de oro. Hazme un altar de tierra para ofrecer sobre él tus holocaustos y tus sacrificios."
A partir de ahora, hará objeto único de culto y adoración, al poderoso Yahvé, y desechará todo ídolo o fetiche terrenales.


CESTILLA DE PAPIRO

La Alianza entre Yahvé y el pueblo hebreo queda sellada del modo antedicho y en las tablas de piedra que Moisés recogió en el monte Sinaí, aparecerán grabadas, en forma de preceptos, las obligaciones para con tan terrible deidad. Y, así, el primer mediador, e intérprete, de la palabra divina fue elegido de entre los hijos de los mortales. El nacimiento mismo de Moisés. y los diversos avatares que se suceden entonces, acaso presagiarán su posterior protagonismo. En el "Libro del Exodo" se narra la historia de una criatura que se libró de perecer ahogada porque no fue hallada por las huestes del Faraón egipcio, quien había ordenado que todos los varones israelitas, recién nacidos, fueran arrojados al río Nilo. Sin embargo, y curiosamente, fue una hija del propio Faraón quien salvó a Moisés -nombre que significa "de las aguas lo he sacado"- de perecer ahogado en el río. He aquí el relato de los hechos: "Un hombre de la casa de Leví fue a tomar por mujer una hija de Leví. Concibió la mujer y dio a luz un hijo; y viendo que era hermoso lo tuvo escondido durante tres meses. Pero no pudiendo ocultarlo ya por más tiempo, tomó una cestilla de papiro, la calafateó con betún y pez, metía en ella al niño, y la puso entre los juncos, a la orilla del río. La hermana del niño se apostó a lo lejos para ver lo que le pasaba.
Bajó la hija del Faraón a bañarse en el río y, mientras sus doncellas se paseaban por la orilla del río, divisó la cestilla entre los juncos, y envió una criada suya para que la cogiera. Al abrirla, vio que era un niño que lloraba. Se compadeció de él y exclamó: "Es uno de los niños hebreos". Entonces dijo la hermana a la hija del Faraón: "¿Quieres que yo vaya y llame una nodriza de entre las hebreas para que te críe este niño? ". "Vete", le contestó la hija del Faraón. Fue, pues, la joven y llamó a la madre del niño. Y la hija del Faraón le dijo: "Toma este niño y críamelo que yo te pagaré". Tomó la mujer al niño y lo crió. El niño creció y ella lo llevó entonces a la hija del Faraón, que lo tuvo por hijo y le llamó Moisés, diciendo: "De las aguas lo he sacado".
Algunos estudiosos de la historia y de la mitología han advertido del paralelismo entre la historia de Moisés - narrada en el Libro de Exodo- y la infancia de un rey de Akad llamado Sargón (nombre que significa "Señor de las Cuatro partes del Mundo") quien invadió Mesopotamia durante su juventud y, cuando era niño, su madre se había visto obligada a depositarlo en una cestita trenzada con juncos.


ORGANIZACIONES SECRETAS

Si hurgamos en el ancestro del pueblo hebreo, descubriremos que antes de abrazar ese radical monoteísmo que los caracteriza, tenían sus fetiches y sus ídolos y, por lo mismo, practicaban -como otros pueblos de la misma zona y época- el politeísmo. Adoraban deidades, por ejemplo, que provenían de los fenicios. Y, también, siguiendo las enseñanzas de un hijo de Abraham, llamado Madián, habían fundado sectas y organizaciones, que recibían el nombre de madianitas, y en las que se veneraba a un ídolo denominado Abda.
También existía una deidad que personificaba el mal; se llamaba Asmodeo (nombre que significaba "el que hace perecer") y, según la creencia popular, había sido obligado por Salomón a trabajar en la construcción del templo de Jerusalén, Asmodeo tenía por misión, también, introducir la desconfianza entre los cónyuges para, así, desunirlos y romper su matrimonio. Se le consideraba, además, como una especie de Angel Exterminador.


LEVIATAN

Pero de manera especial, sobresalía en la mitología hebrea un Dragón o "Serpiente Huidiza", también denominado "Leviatán". Ya los fenicios hablaban de este monstruo y, en sus leyendas, lo hacían provenir del caos primitivo. Para los hebreos sólo cabía la posibilidad de que fuera uno de los muchos hijos de Lilith, mujer legendaria -desposada con Adán- que paría toda clase de criaturas deformes, monstruos y demonios. Se temía que el Leviatán despertara e introdujera el mal en el mundo; por ejemplo, en el "Libro del Apocalipsis" se le considera como la personificación del mal que se enfrenta, a su vez, con la bondad encarnada en la deidad superior.
Pero es en el Libro de Job en donde se encuentra la más exhaustiva descripción del Leviatán: 

" (Y a Leviatán, ¿le pescarás tú a anzuelo, sujetarás con un cordel tu lengua?
Harás pasar por su nariz un junco?,
¿taladrarás con un gancho su quijada?
(...) ¿Acribillarás su piel de dardos?,
¿clavarás con el arpón su cabeza?
Pon sobre él tu mano:
¡al recordar la lucha no tendrás ganas de volver!
¡Sería vana tu esperanza
porque su vista sola aterra! 
No hay audaz que lo despierte,
¿Y quién podrá resistir ante él?
¿Quién le hizo frente y quedó salvo? 
¡Ninguno bajo la capa de los cielos!
Mencionaré también sus miembros,
hablaré de su fuerza incomparable.
¿Quién rasgó la delantera de su túnica
y penetró en su corazón doble?
¿Quién abrió las hojas de sus fauces?
¡Reina el terror entre sus dientes!
Su dorso son hileras de escudos,
que cierra un sello de piedra.
Están apretados uno a otro,
y ni un soplo puede pasar entre ellos.
Están pegados entre sí
y quedan unidos sin fisura.
Echa luz su estornudo,
sus ojos son como los párpados de la aurora.
Salen antorchas de sus fauces,
chispas de fuego saltan.
De sus narices sale humo,
como de un caldero que hierve junto al fuego.
Su soplo enciende carbones, una llama sale de su boca."