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MITOS DE ESPARTA
MITOS Y LEYENDAS DE ESPARTA
Por debajo de la historia convencional, y ajustada a metodologías que se presumen empíricas -puesto que manejan pruebas y datos avalados por la experiencia, y de los que se deducen unos hechos cuya peculiaridad esencial les viene dada por la convención, en muchos casos radical, de que merced a ellos se alcanza la categoría de lo objetivo y se vislumbra el aporte científico-, discurre la denominada intrahistoria. Su fluir va en dirección opuesta a todo orden racional o lógico y, de entre los vericuetos de su enmarañado cauce, surge el mito y revive la leyenda. Por esto, podemos colegir que no hay historia sin mito y leyenda, ni mito y leyenda sin historia. Así que, conocer Esparta, también desde la perspectiva del mito y la leyenda, puede resultar imprescindible si queremos que nuestras lucubraciones metodológicas alcancen un mínimo rigor. Para hablar de la Esparta mítica, debemos remontarnos a la descripción de la leyenda de Eurotas, rey de la región de Laconia y al que la tradición popular atribuía la personificación del dios que lleva su nombre. Cuentan los narradores de mitos que este soberano se propuso aprovechar el agua estancada de la extensa región de Laconia, para lo cual construyó diques de contención que dieron en formar cauces de agua que desembocaron en una corriente común a la que se denominó, a partir de entonces, río Eurotas. Respecto a los antepasados de Eurotas, la opinión más aceptada es que era hijo de Miles, de quien heredó el trono de Laconia, y nieto del mítico anciano Lélege, el célebre héroe que nació de la hermosa ninfa libia. Esta tenía como antepasado más significativo al dios-río Nilo y, según la tradición, estuvo unida a Poseidón, deidad que gobernaba sobre océanos y mares. Además, se la reconoce como la heroína epónima de la propia región de Libia.
LEYENDAS DEL RIO EUROTAS
Esparta es también la madre de varios héroes reconocidos por toda la tradición clásica como sus descendientes directos. De entre ellos conviene destacar a Hímero que, según algunas versiones, personificaba el ansia de amor y de afecto, por lo que puede aparecer asociado al propio Eros y, en ocasiones, se le ha considerado como una deidad menor. Formaba parte del cortejo de la hermosa diosa del amor, Afrodita/Venus. Otras versiones más asentadas en la tradición popular, veían en Hímero al más cualificado descendiente de Lacedemón y Esparta, los soberanos de la región de Laconia.
La leyenda más extendida relata que Hímero tenía una hermana llamada Asine -nombre que dio origen a una de las ciudades asentadas en terreno lacedemonio- con la que cometió incesto y, al tomar conciencia de su brutal acción, con grandes muestras de arrepentimiento, se tiró al río Eurotas con la intención de perecer ahogado bajo sus aguas. Desde entonces, y en memoria de un héroe que supo reconocer sus errores, arraigaría entre los ciudadanos de Lacedemonia la costumbre de llamar Hímero al antiguo río Eurotas. Como vemos, las dos versiones descritas difieren sustancialmente en cuanto a la forma de narrar ambas pero, no obstante, si las analizamos detenidamente llegaremos a concluir que coinciden en ciertos aspectos pasionales y amorosos. Todo esto significa que la distancia real entre una versión y otra es casi imperceptible y que, además, las dos juntas componen un claro aspecto animista del mito.
"LLUVIA DE ORO"
Otro hijo de Lacedemón y Esparta fue Amidas que aparece siempre relacionado con su hermana Eurídice, y con el infortunado efebo Hiacinto. De la primera se dice que fue madre de la bella Dánae, y del segundo cuentan los relatos mitológicos que era un joven tan hermoso que hasta el propio dios Apolo se enamoró de él. En cuanto a Dánae, ¿quién no ha escuchado alguna vez la encantadora leyenda de la "lluvia de oro"? Pues bien, se cuenta que el poderoso Zeus, rey del Olimpo, se enamoró de una hermosa joven que vivía encerrada -por expreso deseo de sus progenitores, que habían seguido al pie de la letra las instrucciones del oráculo- en la más inaccesible de las torres del palacio en el que moraba. Otras versiones explicaban que la joven se hallaba recluida en una oscura y húmeda cueva oculta bajo el piso de palacio y a la que únicamente se accedía a través de unas sólidas puertas de bronce que siempre permanecían cerradas.
Sea como fuere, lo cierto es que a la muchacha no le estaba permitido salir de su encierro, ni tampoco podía hablar con persona alguna fuera de su guardián o su carcelero, Cierto día, cuando ya la pena le embargaba hasta lo indecible y se le hacía insoportable su congoja, obsceno que desde lo alto caía una especie de tamo reluciente, cual lluvia fina de color oro, que se introducía por todas las rendijas, y ocupaba todos los rincones de la sala en la que se hallaba cautiva. Su asombro fue en aumento, al obsevar que aquellas diminutas partículas se adherían a todos los poros de su cuerpo y se volvían consistentes hasta formar una especie de figura que a la joven se le antojó divinal. Sirviéndose de tan sofisticado ardid, Zeus había fecundado a la joven Dánae -sin que progenitores ni guardianes pudieran evitarlo. Nunca hubo otra ingeniosa historia de amor de similar catadura y, tal como aseguran los relatos de la época, el fruto de tan peculiar unión fue el famoso héroe Perseo.
EL ORIGEN DE LA HISTORIA
Con todo, el héroe más famoso de cuantos contribuyeron a formar la leyenda del origen mítico de Esparta, será Tindáreo. Se dice de él que era hijo de un célebre rey de Esparta, llamado Ebalo, y nieto de Lacedemón. Corría la leyenda, por toda la región de Lacedemonia, de que Asclepio había resucitado, en cierta ocasión, a Tindáreo, razón por la cual se le tenía por uno de los héroes más ilustres de Esparta. Diversos avatares conforman la vida de Tindáreo, entre ellos cabe destacar la importancia de su relación con Leda, a la que conoció de forma casual, después de haber sido expulsado de Lacedemonia por Hipocoonte y sus hijos, los denominados hipocoóntidas.
Leda era la hija del rey de Etolia, que había acogido a Tindáreo en su palacio cuando fue expulsado de Lacedemonia; después de casarse con tan preclaro huésped, Leda tuvo una descendencia bastante numerosa. Fue madre de personajes tan importantes como Clitemestra y Helena y, sobre todo, Cástor y Pólux; a estos últimos se les conocía con el sobrenombre de "Dioscuros". Las narraciones míticas señalan, no obstante, que Helena y Pólux tenían por padre a Zeus y que, por tanto, sólo Cástor y Clitemestra serían hijos de Tindáreo. El dios del Olimpo, una vez más, había hecho gala de su sofisticado ingenio para conseguir los favores de la hermosa Leda ya que, convertido en un blanco y atractivo cisne, logró seducirla.
LOS JOVENES DEL MONTE HELICON
Sin embargo, de todos es sabido que los devaneos amorosos de Zeus no habrían producido más que resultados adversos de no mediar los "buenos ocios" de ciertos personajes míticos que, según opinión común de la época, bien pudiera catalogárseles como los primeros y más perfectos alcahuetes de todos los tiempos. Su cometido consista en entretener a Hera, la esposa del rey del Olimpo, y encubrir a éste para que llevara a cabo sus conquistas sin dar pie a que los celos de aquélla pudieran aflorar. Un personaje singular, la ninfa Eco, fue el más renombrado cómplice de Zeus en los menesteres descritos. Esta muchacha dicharachera, locuaz y ocurrente, entretenía con su charla a Hera mientras Zeus se dedicaba de lleno a sus conquistas entre las ninfas, dánaes, nereidas, musas, jóvenes hijas de los mortales, etc. Mas, un día aciago para la infeliz Eco, Hera descubrió el ladino juego de la ninfa y la complicidad de la muchacha con su esposo Zeus y, entonces, presa de la más exacerbada cólera, la esposa humillada castigó a la ninfa y la condenó a no poder emitir nunca más palabra alguna con sentido.
Desde entonces, la infortunada ninfa sólo tenía capacidad para repetir las últimas palabras de sus interlocutores y, esto, la trajo consecuencias tan funestas como la imposibilidad de ser comprendida o amada. Recuérdase, al respecto, la leyenda del hermoso efebo Narciso que penó tanto por la ninfa Eco, al enamorarse de ella sin que ésta pudiera expresarle sus propios sentimientos, que decidió abandonarla. Eco, por mor de la maldición y el castigo de Hera, únicamente podía repetir las últimas palabras que su amado Narciso articulaba y se veía imposibilitada de comunicarle sus sentimientos. Todo terminó en tragedia para los dos jóvenes que moraban en el monte Helicón y, mientras Eco se transformaba en una voz que vagaría eternamente de montaña en montaña. Narciso estaría condenado para siempre a no poder amar a persona alguna fuera de sí mismo; ¿acaso hay mayor tormento que éste?
LA COLERA DE AFRODITA
Tindáreo no pasó mucho tiempo fuera de Esparta pues, según el relato tradicional, el gran héroe Hércules lo repuso en el trono después de vencer a Hipocoonte. Los ciudadanos de Esparta aclamaron a Tindáreo como a su rey y señor y hasta llegaron a considerarlo inmortal y semejante a las deidades, Este acogió en su corte a héroes famosos, como Agamenón y Menelao, que se habían visto obligados a huir de Micenas a la muerte de su padre, el mítico rey Atreo, para no caer en manos de peligrosos disputadores del trono micénico. Según ancestrales relatos, Atreo había llegado a gobernar en Micenas porque había vaticinado que el sol se pondría por el Este; hecho que sucedió, en efecto, merced a la ayuda del poderoso Zeus, que cambió el curso de las noches y los días para mostrar a los jueces de Micenas que Atreo era el preferido de los dioses, y no sus oponentes.
Sin embargo, acaso el soberano de Esparta pensaba en sus hijas al acoger a los descendientes de Atreo en su palacio. Se decía que Clitemestra y Helena se conducían de una manera en extremo frívola debido a que su padre, al hacer la ofrenda a los dioses, se había olvidado de evocar a Afrodita lo que provocó que ésta, plena de ira, decidiera castigar la acción de Tindáreo.
Por todo ello, no es extraño que el padre de ambas muchachas deseara buscarlas esposo para que cesaran en sus veleidades amorosas y, al propio tiempo, quedara sin efecto la maldición de Afrodita. Al fin y al cabo, la falta de Tindáreo había sido involuntaria y no se corresponda con la pena impuesta por Afrodita; no había que seguir soportando la vejación que todo ello suponía ante los ojos del pueblo Espartano y, el único modo de solucionar tan enojoso asunto era, en opinión de Tindáreo, buscar dos buenos esposos para sus dos hijas.
CORAZONES DE PIEDRA
Se decía que el héroe Agamenón -así como su célebre hermano Menelao- eran hijos de Atreo y de la princesa Aérope, hija del rey de Creta. Atreo poseía un vellocino de oro y pensaba ocupar un día el trono micénico pero, según la narración clásica, su mujer se apropió de él y se lo entregó a Tiestes, su amante y hermano menor de Atreo. Y es que para acceder al trono de Micenas era necesario presentar un vellocino de oro ante el jurado que iba a dilucidar cuál de los dos hermanos era el más idóneo para gobernar al pueblo micénico. Como Atreo descubriera el robo del vellocino de oro, perpetrado por su mujer, así como la infidelidad y el engaño de que era objeto por parte de Aérope, en un ataque de cólera la arrojó a las profundidades del mar y allí se ahogó.
A continuación se ensañó con los tres hijos pequeños de Tiestes -a la sazón expulsado de la región micénica- y los mató para vengarse. No obstante su actual rivalidad, hubo un tiempo en que Atreo y Tiestes, instigados por su propia madre -la cruel Hipodamia, hija del rey de Pisa-, se confabularon para matar a su tercer hermano, el joven Crisipo. Las crónicas de la época cuentan que a causa de ello, su padre los maldijo y, desde entonces, fueron eternos rivales el uno para el otro y siempre albergaron en sus corazones de piedra un odio mutuo y cerval.
LADRON DE NECTAR Y AMBROSIA
El rey de Esparta prestó su ejército al héroe Agamenón para que consiguiera expulsar de Argos a los intrusos que allí se habían implantado. Como saliera victorioso de la prueba, el pueblo de la Argólide lo nombró su soberano y le rindió honores de héroe. Más tarde se casó con Clitemestra, una de las hijas de Tindáreo, aunque antes tuvo que matar a Tántalo, su anterior marido. Este personaje legendario aparece como protagonista de muchos de los castigos y penas que se infligen a los atormentados moradores de los dominios subterráneos de Hades/Plutón. Sin embargo, antes de que Tántalo fuera condenado a cruzar la laguna Estigia, a bordo de la barca del viejo Caronte, para arribar a las puertas mismas del Tártaro o Infierno, había sido mimado por los dioses e invitado a sus fiestas y ágape. Una versión muy difundida explica que Tántalo abusó de la hospitalidad de sus ilustres anfitriones y, de forma muy taimada, les robó cantidades sustanciales de néctar y ambrosía -alimentos exclusivos de los dioses-, y los distribuyó entre sus amigos los mortales.
Además, no supo guardar en secreto las deliberaciones y acuerdos que los dioses tomaban en reuniones y asambleas a las que Tántalo asistía como invitado. Por todo esto, y muchos otros desmanes más, Tántalo perdió el favor de los dioses del Olimpo y fue arrojado al Tártaro para, allí, sufrir los castigos a que se había hecho acreedor. Una de las penas impuestas consista en que Tántalo se hallaba inmerso hasta el cuello en un lago de agua cristalina; de su fondo emergían árboles frutales cuyas ramas aparecían cargadas de frutos apetecibles y, en apariencia, sabrosos. En cuanto Tántalo pretendía beber de las aguas del terso lago, éstas eran sumidas al instante por la tierra y, si quería alcanzar la fruta de los árboles que le rodeaban, enseguida un fuerte viento desviaba las ramas hasta situarlas fuera de su alcance. Todo esfuerzo por parte de Tántalo resultaba, una y otra vez, inútil y se hallaba condenado a contemplar el alimento y el agua sin que pudiera comer o beber.
Según otras versiones, el castigo consistía en que Tántalo se veía continuamente amenazado por una voluminosa piedra a punto de caer sobre su cabeza.
AGAMENON Y CLITEMESTRA
Después de los avatares narrados, Agamenón y Clitemestra contraen matrimonio. Pero, pronto se verá cómo la maldición de Afrodita sobre las hijas de Tindáreo acarreará desgracias sin cuento a quienes con ellas se relacionan.
"Rey de hombres Agamenón", dice el gran cantor Homero. Y es que, en un corto espacio de tiempo, este héroe se convierte en el más poderoso de los soberanos griegos Micenas y Argos lo veneran, le rinden honores y lo encumbran hasta hacerle su dueño y señor. Y cuando ya las condiciones del mar son favorables para navegar, Agamenón parte al frente de la expedición contra los troyanos. La guerra de Troya constituirá uno de los hechos más funestos de su vida pues, a causa de ella, tiene que dejar sola a su mujer, sobre la que, no hay que olvidarlo, pesa la maldición de Afrodita. Después de salir ileso de todos los cruentos combates librados contra los troyanos, Agamenón regresa a la región de Argos y, ¡oh azaroso y ciego destino!, aquí es asesinado por el amante de su esposa Clitemestra pues, en ausencia de su marido, ésta había intimado con el átrida Egisto.
LA VENGANZA
Otras versiones que se ocupan del asesinato de Agamenón, explican que Egisto fue ayudado por su amante Clitemestra en ese siniestro menester de matar a un rival que, curiosamente, era el propio esposo de esta última. El relato de los hechos es importante para enjuiciar con objetividad la decisión de Clitemestra. Lo cierto es que cuando Agamenón regresa a su país trae consigo a una concubina que se le había asignado como parte del botín, y esto hace crecer el odio de Clitemestra hacia su marido, aunque finge alegrarse de su vuelta e, incluso, le recibe con gran pompa externa. Por ejemplo, le rinde pleitesía y extiende en su camino una alfombra púrpura, como si en verdad de una deidad, y no sólo de un héroe, se tratara. Una alfombra púrpura se extiende a sus pies, y en su honor se organizan fiestas y banquetes. Agamenón se prepara para asistir a estos actos, tiene intención de vestirse con sus mejores galas y toma en estos momentos un baño para relajarse; entonces entra el asesino y mata al héroe que no tiene a mano ningún arma para defenderse. La tradicción clásica responsabiliza del luctuoso suceso a la pareja formada por Clitemestra y su amante Egisto pues, sin la complicidad de ambos, no hubiera podido llevarse a cabo tan vil asesinato. También los acompañantes del malogrado héroe -su compañera la concubina Casandra, y sus dos hijos- serán asesinados.
Sin embargo, hay otras versiones que exculpan a Clitemestra y mantienen que nada tuvo que ver con la muerte de su esposo Agamenón. Además, los sucesos de marras no se desarrollaron del modo antedicho, sino que fue durante el banquete ofrecido en honor del héroe cuando, tanto éste como sus acompañantes más allegados, murieron al ingerir su comida envenenada.
EL SACERDOTE DE APOLO
Había transcurrido ya mucho tiempo desde que la expedición, al mando de Agamenón, saliera hacia Troya. La guerra duraba ya diez años y, según cuentan las crónicas, el héroe griego mantenía retenida en su campamento a la joven Criseida, hija del sacerdote del templo de Apolo, Crises. La joven se encontraba en la región de Misia cuando los aqueos la raptaron y se la entregaron a Agamenón que, al instante, la consideró su amante preferida. Cierto día se presentó en el campamento el padre de la muchacha para rogar a su poseedor que la liberara; incluso ofreció pagar cualquier rescate por ella. Mas, el orgulloso Agamenón ni siquiera se dignó recibir a Crises, y ordenó que lo expulsaran de su campamento sin miramiento alguno. El padre de la muchacha, herido y desairado, fue a refugiarse al templo de Apolo, y a solicitar el favor y la ayuda del dios. Este atendió la súplica de su servidor y súbdito y envió, como castigo, una terrible enfermedad al campamento griego. El pánico cundió entre los hombres de Agamenón, que ya no morían en combate, sino a consecuencia de la peste que el poderoso Apolo había hecho prender entre ellos y, puesto que sospechaban cuál era la raíz de tan terrible mal, fueron a consultar al adivino Calcante -que se había embarcado también en la expedición contra Troya, y tenía el deber de dejar su puesto cuando ya no fuera capaz de desvelar los enigmas que se le presentaran-, quien corroboró la certeza de sus temores. Encabezados por Aquiles, los aqueos presionaron a Agamenón para que pusiera en libertad a la joven Criseida. Contrariado Agamenón, accedió a poner en libertad a su preferida y permitió que la muchacha fuera devuelta a los suyos. Casi como por ensalmo, la enfermedad se alejó para siempre del campamento aqueo aunque, según los relatos clásicos, Criseida llevaba en sus entrañas un hijo de su raptor.
CASANDRA
Este personaje femenino aparece en todos los relatos mitológicos cargado de simbolismo, y envuelto en leyenda. Ya desde muy niña poseía el arte de la profecía y la adivinación. Apenas era una recién nacida cuando, en compañía de Heleno -su hermano gemelo-, fue abandonada en las inmensas y oscuras salas del templo de Apolo. Dos serpientes lamieron a las criaturas durante toda la noche y, desde entonces, ambos hermanos adquirieron el don de la predicción.
Las crónicas relatan que Heleno y Casandra permanecieron tanto tiempo solos porque los troyanos festejaron el nacimiento de los gemelos durante un día entero. A la mañana siguiente, cuando fueron a buscar a las infelices criaturas, hallaron en su compañía dos enormes serpientes que, con relativa pasimonia, lamían y limpiaban sus ojos y sus orejas para que así, libres de impurezas, los sentidos de Casandra y Heleno se afinaran tanto que, a partir de entonces, fueran capaces de ver y oír hasta las cosas ocultas que les estaban vedadas al resto de los mortales por tener atrofiados sus sentidos.
De Casandra se dice, también, que estaba especialmente dotada para la intriga y el contubernio; recordase su confabulación con Egisto, uno de sus amantes, contra su esposo Agamenón.
Otras versiones inciden en el hecho de que fue el propio dios Apolo quien concedió a Casandra el don de la profecía y la predicción. Pero la muchacha, en cuanto se vio revestida de tales poderes, olvidó todas sus anteriores promesas y dejó de lado su fidelidad para con la deidad. Entonces Apolo, encolerizado, escupió a Casandra en la boca para que, en lo sucesivo, sus profecías resultaran siempre desacertadas y nunca llegaran a cumplirse. De este modo, la credibilidad de la muchacha entre los suyos, se vio tan mermada que ya nadie volvió a confiar en sus premoniciones.
HELENA
La otra hija de Leda y Tindáreo fue Helena -aunque algunas versiones, como ya sabemos, hacen a Helena hija del poderoso Zeus-, que se casó con un príncipe espartano llamado Menelao. Es célebre, esta muchacha porque soportó ser secuestrada por varios personajes míticos; primero la raptó el héroe Teseo, aunque luego la devolvió con los suyos. Y, después, fue de nuevo robada por el troyano Paris, lo cual provocó un conflicto de considerables dimensiones; nada menos que una guerra -la guerra de Troya- que duró diez años y dejó destrozada la ciudad de Troya.
Helena estaba considerada como la más bella entre todas las mujeres de aquel tiempo y, por lo mismo, tuvo muchos pretendientes. Algunos narradores de mitos le atribuyen, además de Menelao, cuatro maridos más; entre éstos destacan el gran héroe Teseo -célebre porque dio muerte al Minotauro-, Paris -que siempre fue protegido por Afrodita- y Menelao que, como ya sabemos, declaró la guerra a los troyanos porque Paris había raptado a su esposa Helena. También se añade, a veces, a Aquiles -el famoso hijo de Tetis que, al nacer, fue sumergido por su madre en la laguna Estigia para hacerlo invulnerable- quien, al parecer, había estado unido en secreto con Helena merced a la ayuda que le propiciaron Tetis y Afrodita.
Existen ciertas leyendas que muestran a Helena revestida de cualidades curativas y, al respecto, se cita la célebre anécdota que le acaeció a un poeta popular de aquel tiempo según la cual, éste, habría recobrado la vista -se había quedado ciego por haber recitado unos versos satíricos que ridiculizaban la figura de Helena- al componer una nueva oda que ensalzaba las virtudes y la belleza de la joven Helena.
Casi todos los narradores de mitos coinciden en afirmar que Helena fue deificada y llevada a la morada de los inmortales por el propio Apolo que, al parecer, cumplía un mandato del poderoso rey del Olimpo. Todo esto sucedió porque Orestes, que había vengado a su padre Agamenón y, para ello, había matado a su madre Clitemestra y a su amante Egisto, enloqueció a causa de las presiones a que fue sometido en el juicio que se siguió contra él por tan horribles crímenes. Según unos, Orestes -que en todo momento había actuado con la anuencia y la complicidad de su hermana Electra- sólo debía haber matado al amante de su madre, Egisto y, por ende, debería haber respetado la vida de su madre Clitemestra que le había dado el ser.
ORESTES Y ELECTRA
Lo más característico de estos dos hermanos fue su común decisión de llevar a cabo una venganza tan cruel, que hasta alcanzarla a su propia madre. Ambos eran hijos de Agamenón y Clitemestra y fue Orestes quien ejecutó la terrible acción de matar a su madre para vengar a su padre. Electra había salvado a su hermano Orestes, cuando era un recién nacido, de la ira de Clitemestra; lo sacó del palacio escondido bajo su capa y sus vestidos y lo condujo hasta la casa de un maestro fiel para que lo enseñara y adoctrinara. Según el gran cantor de mitos Homero, la decisión de Orestes fue lícita, y hay que ensalzarle por ello, pues se hizo justicia y ni siquiera los dioses le perseguirán puesto que, según se muestra en algunas obras trágicas de aquel tiempo, fue el dios Apolo quien le ordenó a Orestes llevar a cabo una acción tan cruel. De lo contrario, éste no habría sido capaz de vencer sus escrúpulos, y su repugnancia, ante tan vil y cruel tarea.
Otros autores explican esta tragedia haciendo hincapié en la huida de Orestes, ante el horror que sintió, una vez cometido tan atroz crimen. Y explican que, después de matar a su madre, corrió despavorido a refugiarse en el templo de Apolo, pues las Furias habían salido de los infiernos para perseguir al culpable de tan espantoso crimen.
EN LOS BOSQUES DE ARICIA
Orestes sólo pudo librarse de las Furias porque Apolo lo protegió en su templo de Delfos y, además, lo purificó con su deífico poder. Desde entonces pudo vivir en calma, y libre de todo tormento psíquico. Cuando ya tenía una edad bastante avanzada, el oráculo aconsejó a Orestes que se retirara a la mítica y maravillosa región de la Arcadia, lugar donde le sobrevino la muerte. Según algunas leyendas, sus restos fueron robados y expuestos a la contemplación de los espartanos.
Entre los romanos, no obstante, circulaba la leyenda de que los restos de Orestes yacían en el templo de Saturno en Roma y, según la tradición popular, el mítico héroe habría muerto en los bosques sagrados de la región de Aricia, lugar en el que se erigía el santuario de Diana. Orestes había huido hasta este atractivo lugar, en compañía de su hermana Electra y, según antiguos relatos, traía escondida una efigie de madera que representaba a Diana, entre las vides de un haz de leña. Desde entonces quedaría instituido el culto a Diana en los bosques de Aricia que, además, albergarían un límpido lago -el lago de Nemi- en el que se miraría la diosa de los bosques y de la fertilidad. Por lo común, a este lago terso se le conocía con el nombre de "espejo de Diana" y, con frecuencia, fue escenario de ancestrales y atractivos sucesos que allí se desarrollaron durante mucho tiempo.
CASTOR Y POLUX
Al tándem formado por los gemelos Cástor y Pólux se le conocía con el nombre de "Dioscuros", término que significaba "hijos de Zeus". Habían nacido de uno de los dos huevos que Leda depositó después de ser fecundada por el rey del Olimpo, cuando éste, para conquistarla, se transformó en cisne.
Ambos hermanos poseían una belleza excepcional y, según la tradición más común, se habían criado en la ciudad de Esparta, en el palacio de Tindáreo, su padre mortal.
Cástor y Pólux tomaron parte en la expedición que partió en busca del Vellocino de Oro y, a su regreso, se dedicaron a limpiar de malhechores y piratas toda la región espartana. También tomaron parte activa en la invasión de Atenas cuando se descubrió que la bella Helena de Troya había sido raptada por el héroe Teseo. Cástor halló la muerte a manos de sus adversarios, en un cruel combate librado al pie del monte Taigeto, en Laconia, Otras versiones del mito de los Dioscuros narran la muerte de Cástor de muy diverso modo. Según parece, murió al protestar por el reparto de un robo de reses que había perpetrado en compañía de un personaje legendario de nombre Idas. Este era primo de los Dioscuros, y les había invitado a la celebración de su boda con una de las sacerdotisas del templo de Atenea. Idas estaba considerado como el más poderoso y fuerte de entre los mortales y, según el relato de los funestos hechos, pretendió también acabar con Pólux pero, como por ensalmo, Zeus envió su rayo contra él y lo fulminó. De aquí arranca la leyenda que establece cómo Cástor era mortal, mientras que Pólux gozaba de la inmortalidad. Sin embargo, cuando Cástor murió, su hermano gemelo Pólux no pudo soportar la soledad y pidió al poderoso rey del Olimpo que le permitiera, también a él, morir para, así, morar en el mismo insondable abismo que su hermano Cástor. El poderoso Zeus, no obstante, resolvió devolver a la vida a Cástor y concederle también la inmortalidad. Desde entonces, ambos hermanos quedaron divinizados y realizaron un sinnúmero de hazañas y proezas. Esparta los consideró siempre como sus héroes nacionales y, por lo general, los artistas clásicos los representaron en sus obras siempre en plena juventud, y cabalgando sobre dos fogosos caballos blancos. Ancestrales leyendas han identificado, a través de los tiempos, a los Dioscuros con la constelación de Géminis.
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