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MITOS DE CRETA
MITOS Y LEYENDAS DE CRETA
La bella Europa contaba con una impresionante genealogía. Era hija de Agenor y Telefasa, hermana pues de Cadmo, Onix, Cílix, Taso y Fineo. Agenor, hermano de Belo, era hijo a su vez de Libia y Posidón. Libia, bueno es decirlo ya, fue hija de Epafo, quien sería más tarde rey de Egipto y representación en la tierra del gran dios Apis. Pero Epafo fue la criatura que parió Io tras haber sido amada por Zeus (y liberada de su castigo como ternera perseguida por la furia de Hera). Con esa estirpe reforzadamente divina, no es de extrañar que la joven Europa tuviera todos los dones del cielo y la tierra en su cuerpo y, con ese encanto, menos es de extrañar que Zeus quedara prendido de la bisnieta habida de los amores del pasado con su amada Io. Para ayudarse en la conquista, Zeus llamó a su compinche de tantas ocasiones, al rápido y eficaz Hermes, para que a se acercara a Canaán, y estuviera cerca de la deseada doncella, aprovechando que ésta solía estar a la orilla del mar, en la costa de Tiro, junto a su grupo de amigas, durante horas y horas con los rebaños de su padre Agenor. Hermes tomó la forma de un toro blanco de grandioso porte, porque hasta convertidos en animales, las divinidades adoptaban el mejor de los aspectos posibles, más por costumbre que por vanidad. Era tan atractivo el toro, que la buena Europa no pudo por menos de fijarse en el soberbio semental, que era, para mayor encanto, dócil y cariñoso. Tanto lo fue que Europa, finalmente, se acostumbró a su compañía y terminó por montar a la amazona sobre su grupa. Cuando ella se quiso dar cuenta, aquel toro blanco y hermoso estaba nadando por las aguas del Mediterráneo con ella a bordo, a pesar de lo poco usual de ver a un toro nadar por el mar abierto, o a una joven virginal surcando los mares a lomos de un semoviente, transformado simultáneamente, por orden superior, en embarcación y alcahuete.
LOS CINCO HERMANOS TRAS ELLA
Al saber que su hija Europa había desaparecido de un modo tan extraño, montada sobre un toro que no pertenecía al ganado familiar, Agenor sospechó de la (acostumbrada) intervención de los dioses; fuera como fuera, era su deber tratar de recuperar a la niña a cualquier precio, y Agenor movilizó inmediatamente a sus cinco varones, haciéndoles saber que era su inexcusable deber regresar a palacio con la joven perdida, aunque para ello tuvieran que morir en el intento de rescate. En cinco direcciones distintas salieron los hermanos desde Canaán, pero poco podían pensar ninguno de ellos que el mar había sido la ruta elegida por el toro misterioso en su astuta huida. Así que se vio partir a Fénix hacia Poniente, por las áridas arenas de la Libia, al tiempo que Cadmo y Telefasta, su madre, embarcaban con rumbo a la isla de Rodas. Mientras Cílix y Fineo se iban al norte, pero con diferentes destinos, y Taso decidía llegarse a Grecia y ofrecer, en el mismo Olimpo, un sacrificio que predispusiera a los dioses en su favor, porque él bien sabía que debía contar con ellos si quería lograr algo más que viajar incesantemente. Así que lo primero que hicieron Taso y sus compañeros de viaje en aquel suelo sacro, fue dar cumplida muestra de su fervor religioso, aunque -parece ser- después olvidaron que habían ido tras la mejor disposición de los dioses, y se dedicaron a otras muy diferentes tareas, que nada tenían que ver con el propósito original de dar con la perdida Europa, búsqueda que les debiera parecer tan poco prometedora.
EUROPA Y ZEUS, JUNTOS AL FIN
El toro Hermes y su secuestrada habían llegado en poco tiempo a la isla de Creta, en donde esperaba el impaciente Zeus el clandestino encuentro con su (por entonces) amada. Hermes, se la entregó, bien en contra de la voluntad de la doncella, quien no reparó en mostrar su oposición al método y, más aún, al propósito del dios supremo. Este, transformado en gallarda águila, no perdió tiempo en trámites o explicaciones y se hizo con Europa según era su deseo. De esa unión involuntaria, no obstante, la violentada dama tuvo tres hijos, también de talla mitológica: Minos, Radamantis y Sarpedón. De Minos ya hemos esbozado algunos datos anteriormente y después hablaremos bastante más; del segundo hijo, de Radamantis o Radamanto, debemos decir que se convirtió, a la hora de la muerte, en uno de los jueces del infierno, junto a Minos y a Eáco, tras haber sido uno de los más sabios y justos hombres de su tiempo. Sarpedón, el último, tuvo una serie de encontronazos con su hermano Minos y terminó saliendo para siempre de Creta, llegando a ser rey, por la fuerza de las armas, en la lejana Cilicia. Pero estos tres hermanos no tuvieron la fortuna de compartir ni un instante de su infancia con el caprichoso, prolífico y fugaz padre Zeus, quien, como era su costumbre, dejó de tener interés en la que parecía ser su amada una vez conseguido su concreto deseo de seducción. Así que Europa se quedó embarazada y abandonada; sola en el mundo con esos tres retoños, sin que tuviera la suerte de que alguno de sus hermanos diera con su paradero y se ocupara de ella; el tiempo fue pasando y Europa quedó relegada al olvido. Hasta los oráculos desanimaron finalmente a todos ellos, y nadie pudo o quiso continuar la misión ordenada por el padre Agenor. Y cada uno de ellos aprovechó las ocasiones para beneficiarse de todo lo que les proporcionaba la fortuna a lo largo de su respectivo rumbo.
LAS AVENTURAS DE LOS HERMANOS DE EUROPA
Cadmo, el primogénito, fue el más famoso, porque en su periplo se iba a producir un verdadero acontecimiento: la fundación de Tebas y la mágica creación de sus pobladores, los espartanos, guerreros incansables. Cadmo, que había partido en compañía de su madre Telefasta, perdió a su madre en el camino y fue más tarde informado, en Delfos, de la inutilidad de buscar a Europa, pero también conoció la divina revelación de que, si seguía en su camino a una vaca, debía edificar una ciudad allí donde el animal se tumbara, y así lo hizo. Pero, al sacrificar a Atenea, tomó agua de la fuente de Ares y fue atacado por el dragón que la guardaba. El consiguió matar al monstruo, pero perdió a gran parte de su gente en el combate, además de quedar obligado a servir a Ares como su esclavo durante ocho años, por haber sido él quien matara al guardián de la fuente. Sin embargo Atenea le premió por su devoción, e hizo saber que podría obtener a sus nuevos soldados sembrando los dientes del dragón vencido, beneficiándose asimismo de su muerte, por la que tenía que cumplir castigo. Y de ese suelo brotaron feroces y nobles luchadores, que -nada más brotar- emprendieron un terrible combate. Los cinco supervivientes serían los padres de todos los tebanos. Fénix, por su parte, viajaría hasta casi las columnas de Herades, y a la vuelta rebautizó la tierra de Canaán con su nombre, y esa tierra pasó a ser la Fenicia que todos hemos conocido. Cílix también dio nombre a un territorio, ya que por él la Cilicia tomó nombre, y la Cilicia fue aquella lejana zona en la que todo un dios de la categoría de Zeus fuera una vez capturado por el horrible monstruo Tifón, desposeído de sus tendones y reducido a la desesperante inmovilidad, hasta que Hermes y Pan acudieron en su ayuda.
FINEO EL ADIVINO
Fineo anduvo casi perdido por el malafamado Helesponto, en su ruta hacia el norte. Consiguió llegar hasta la Tracia y pasó por mil y una desventuras, pero acabó también reinando lejos de su patria, en Salmidesos. Estaba tocado por el don de la profecía y esa virtud se convirtió en una maldición, puesto que -por ello- era continuamente atormentado por las Harpías Aelo y Ocípete, enviadas desde el Olimpo por los dioses, que no parecían apreciar el poder profético del buen Fineo, mucho más preciso que el de las propias divinidades. Y así parecía que iba a ser de atormentada su existencia, hasta que llegaron a su reino los argonautas y, a cambio de su consejo, acordaron librarle de aquel azote. Después de expulsadas las Harpías, él, un hombre sabio y experimentado en la navegación, indicó a Jasón y a sus compañeros como cruzar el Bósforo y la importancia que debían dar a Afrodita para poder completar con bien su hazaña de hacerse con el Vellocino de Oro. Taso, el menor de los cinco hermanos varones de Europa, una vez que hubo pasado por el monte Olimpo y se hubiera congraciado con los dioses, pronto dejó de interesarse por el propósito inicial de su expedición y abandonó totalmente la búsqueda de la infortunada Europa. En efecto, con sus compañeros de viaje, prefirió dedicarse a fines más prácticos, tomando para sí y los suyos la isla que llevaría su nombre, trabajando en ella y horadando su suelo, para hacerse con el oro que, al parecer, abundaba en su interior. Como se puede observar, la excusa de Europa sirvió para que todos los vástagos de Agenor se hicieran más fuertes y poderosos que su padre, pero no para que llegasen a cumplir lo que él había ordenado tan perentoriamente, aunque hay que reconocer que si cumplieron parte de esa orden, ya que Agenor les había dicho que no volvieran sin Europa, y ellos no volvieron a casa.
ALGO MAS SOBRE CADMO
No terminaron con lo narrado las aventuras de Cadmo, pues todavía tenía que hacer mucho más el fundador de Tebas. En primer lugar, una vez terminada su condena, el héroe debía casarse, punto primordial para poder tener los descendientes obligados que un rey debía conseguir para dar continuidad a su trono, aunque, a causa de aquel encuentro con el dragón, Cadmo no reinaría jamás en Tebas. El dios Ares, evidentemente contento con su comportamiento antes y después de la condena, le dio en matrimonio a una singular hija habida con Afrodita, la maravillosa Harmonía; pero tampoco acababa aquí la generosidad divina, el resto de los olímpicos rivalizaron con Ares a la hora de dotar a quien sería esposa de Cadmo. Afrodita, madre orgullosa del encanto y atractivo de la preciosa novia, le hizo entrega de un collar de oro que había labrado Hefesto con su singular maestría; se trataba del mismo collar que Zeus había ofrecido e Europa para atraérsela a su lado, pero sin que hubiera conseguido el supremo dios el éxito por su mediación, pues es bien sabido que tuvo que violarla para hacerse con ella. Con ese collar puesto sobre su pecho, Harmonía lucía con la más increíble de las bellezas, aunque ella no necesitara mucha ayuda de los recursos mágicos para ser deseada por todos los hombres que la conocieran. Hermes le dio su lira y la destreza necesaria para arrancar de sus cuerdas los más hermosos sonidos. Atenea y Cadmo ofrendaron, cada uno, una túnica tan regia como pudiera concebirse. Démeter hizo que las cosechas fueran más abundantes que nunca. En la ceremonia nupcial estaban todos reunidos, festejando alegremente -y por primera vez juntos los dioses del Olimpo y los seres humanos- tan singular acontecimiento del matrimonio entre un hombre y una diosa.
LOS HlJOS DE EUROPA
Abandonados por Zeus, Europa y sus hijos encontraron acogida en la corte del rey Asterio, quien la tomó a ella por esposa y trató a los tres niños como si fueran hijos propios, nombrándoles sus herederos. Sin embargo, entre los tres hermanos surgió la peor de las rivalidades, la amorosa, porque los tres estaban enamorados de un mismo joven, hermoso hijo de Apolo y de la Ninfa Aria, que se llamaba Mileto. La crisis estalló cuando Mileto anunció a Sarpedón como el elegido de su corazón. Esta decisión motivó la expulsión de Mileto de la isla de Creta ya que Minos no toleraba en absoluto que le llevasen la contraria, pero también el abandono de Creta sirvió al joven de acicate para realizar la conquista de un territorio en el Asia, al que se llamaría desde entonces Mileto, en su honor. Minos había reforzado con este acto su poder y, a la muerte de Asterio, reclamó el reino para sí, sin contar con sus hermanos. Sarpedón fue desterrado y Radamantis aceptó la resolución de su hermano mayor, dedicándose a sus leyes y a sus sabios trabajos y recibiendo más tarde, un tercio de la isla para su gobierno. Minos, ya rey, casó con Pasífae, hija del dios Helio y de la Ninfa Perseis. Sin embargo, no todo iba a salir tan bien como lo suponía Minos, pues Posidón, una divinidad iracunda, no había olvidado que el toro ritual que él enviara a Minos estaba vivo y en los establos del rey, en lugar de haber sido sacrificado. Por ello, decidió dar una lección al desvergonzado, induciendo a la recién casada Pasífae a enamorarse perdidamente de aquel toro, y que fuera al semental a quien ella se entregara apasionadamente. No fue difícil hacerse con la voluntad de la esposa, fue mucho más complicado conseguir que el toro se sintiera atraído por ella. Todo se logró tras haber recabado los servicios del ingenioso Dédalo para hacerse con un curioso disfraz de vaca en el que se introdujo Pasífae, hasta que el toro cayó en el engaño y montó a la enajenada para su satisfacción, que no era sino la del rencoroso Posidón.
EL MINOTAURO Y OTRAS HISTORIAS
De esa extraña cópula nació el Minotauro, un monstruo que tenía una poderosa cabeza de toro y el resto del cuerpo humano. A Minos no le gustó ni el aspecto ni la razón de ser de aquel híbrido y fue a Dédalo para que él, de nuevo, interviniese en el asunto, aunque ahora la idea era la de encerrar a aquella criatura en un recinto de donde fuera imposible la huida, y el adulterio y sus consecuencias quedasen fuera del alcance de la visión de su gente cretense. En el laberinto construido por Dédalo quedaron prisioneros el Minotauro, y su pobre madre Pasífae, castigada doble e injustamente por una falta de su marido, a la que ella era absolutamente ajena. En otras versiones, sí era culpable Pasífae, puesto que en ellas se decía que había sido una falta de ella la causa del castigo, aunque el motivo no era otra cosa que haber olvidado el sacrificio ritual a Afrodita. Pero no hay que olvidar que los dioses son implacables y arbitrarios, se llamen como se llamen. También hay quienes atribuyen a Pasífae una vida más normal, teniendo muchos hijos para Minos y sufriendo el continuo escarnio de su desmesura sexual, pues jamás dejó el rey de perseguir a cuanta mujer atractiva se presentaba en su camino. Lo que sí es cierto es que a esta Pasífae (con su marido Minos), se la presenta como madre de tres hijas: Ariadna, Acacalis y Fedra, y de otros tantos hijos: Androgeo, Catreo y Glauco. Las muy famosas Ariadna y Fedra se enamorarían del mismo hombre, del héroe Teseo. Acacalis tuvo más fortuna, pues de ella se enamoró Apolo. De los varones, hemos de señalar que Catreo heredó el trono de Minos; Androgeo, fuerte y valeroso, murió intentando vencer al toro de Maratón. Glauco, muy al contrario de sus hermanos, no consiguió ser ni rey ni héroe, pero fue el protagonista pasivo de su propia resurrección prodigiosa, lo que no está nada mal para un ser humano, pero no parece bastar para figurar en el catálogo de los grandes personajes de la leyenda.
EL TORO EN CRETA
Por cierto, parece que ya es hora de comenzar a indicar que los toros forman parte muy importante de la leyenda cretense, ya que siempre aparece el animal en la base de todo mito de Creta. Por supuesto, comienza su presencia con el relato del secuestro de Europa por Hermes, habiendo tomado el dios la forma del toro blanco; vuelve el toro a ser protagonista cuando se le hace que aparezca como castigo a Minos, o a Pasífae, que no está claro a quién se persigue con esa humillante pasión; asimismo se hace que el toro sea el culpable de la muerte de Androgeo, en una de las principales versiones de su mito; en el centro del relato está el animal, ahora una vaca, cuando se cuenta cómo se situó Tebas, al encargarse a esa vaca la elección del emplazamiento de la futura urbe que debía edificar Cadmo. También es el toro, aunque ahora sea sólo a medias, el protagonista de la mismísima leyenda del Minotauro en su laberinto, con Ariadna como infeliz heroína y Teseo, vencedor, como desagradecido héroe; pensemos que hasta el gran constructor Dédalo, otro de los centros del mito cretense, tiene que construir un ingenioso artificio en forma de vaca para complacer a Pasífae y atraer al toro de Posidón o Afrodita, primero, y luego un laberinto, por orden de su marido Minos, para encerrar al producto monstruoso de aquella antinatural relación apasionada; también el hijo de Fedra, Hipólito, es perseguido por un toro albo, y esa persecución termina con su vida; Talos, el primo de Dédalo, superviviente de la época del bronce y guardián de Creta, es una figura mitad toro, mitad hombre, para no perder la costumbre; para terminar con la reflexión, pensemos en los muchos sacrificios de toros y vacas en los que está involucrado el rey Minos, hasta llegar a hecatombes como la que el rey celebra en Cnosos (recordando oportunamente que esa palabra no significaba entonces otra cosa sino el sacrificio de cien bueyes). Claro que el ganado vacuno tiene mucha importancia en toda la mitología griega, porque tenía la máxima importancia en la vida de la comunidad, y claro está que da lo mismo hablar de Heracles que de Io, siempre hay ganado de por medio, pero no con la omnipresencia con la que se encuentra en Creta; desde luego hasta un mes griego tenía nombre bovino, el de julio, que se llamaba así: Hecatombeón.
AMORES DE MINOS, AMORES NON-SANCTOS
Unas de las primeras escapadas extramaritales de Minos que se mencionan especialmente, son las que hace con las ninfas Androgenea (madre de varones) y con la Ninfa Paría. Pero no le fue igual de sencillo lograr el favor de Britomartis (dulce doncella), que era una muy bella y noble hija de la diosa Leto. La virgen estaba en un lugar destacado del servicio de Artemis, ocupándose de sus lebreles; Britomartis había inventado el arte de la red para la caza y brillaba por su conocimiento y destreza cinegéticos. Tal vez por esta capacidad de seguir el rastro y ocultarse de la presa, Britomartis, cuando llegó la hora de tratar de escabullirse del insaciable Minos, pudo estar durante nueve meses eludiendo su contacto, corriendo por montes y valles, ocultándose entre hojas secas y arbustos intrincados. Pero al final quedó acorralada en un rincón de la isla de Creta, al borde del precipicio. La virgen prefirió la muerte a caer en manos del rey Minos, lanzándose desde lo alto del acantilado al mar, pero allí fue rescatada por la red de unos pescadores, que la vieron caer al agua. Tras esa valiente decisión, Artemis premió su firmeza y elevó a la fiel virgen a la categoría de diosa, bautizándola -por su salvación milagrosa- con el nuevo nombre de Dictina (hija de la red). Naturalmente, de estas aventuras tuvo conocimiento Pasífae (que en esta versión no está prisionera en el laberinto, sino indignada en palacio), como lo tenía el resto de la población de la isla, pues no se recataba el rey en esconder sus tropelías, ni se molestaba en negar su abundante e ilegítima prole. Por esa razón, la reina lanzó sobre su descarado marido un conjuro, para que, en lugar de semen, eyaculase escorpiones y víboras, y ninguna mujer (o varón) se atreviese a hacer el amor con él, pues eso significaba la muerte cierta para el que sostenía la relación adulterina. Con esa maldición a cuestas, el desaforado Minos no sabía que hacer, pues bien claro estaba que él no iba a contentarse sólo con su esposa, única persona copulable con la que la magia no funcionaba.
EL REMEDIO DE PROCRIS
Pero hubo otra mujer ajena que llegó oportunamente a la vida de Minos, exactamente la que iba a solucionarle el problema del maleficio, y esa mujer era Procris, bella, astuta y ambiciosa hija de un rey de Atenas. Esta mujer parecía felizmente desposada a Céfalo, al menos hasta que a su marido no le llegó la revelación de que ella era una de esas personas que se vendían con facilidad por dinero. Fue Eos, la Aurora, quien se lo hizo saber, y lo hizo interesadamente, para que él perdiera su escrúpulo a aceptar los encantos de tan bella y enamorada diosa. Para convencerle, Eos transformó a Céfalo en otro hombre distinto, y con esa apariencia nueva, él pudo comprobar que, a cambio de una corona de oro, Procris aceptaba total y rápidamente la invitación del desconocido. Demostrada palpablemente la infidelidad de su esposa y su fácil prostitución, Eos consiguió vencer la duda y la resistencia del marido logrando su meta de amar a Céfalo con todo el esplendor con que una divinidad de su categoría y espectacularidad podía hacerlo. Procris fue públicamente repudiada y abandonada por su marido. En esta tesitura, Procris no quiso permanecer por más tiempo en Atenas, buscando el anonimato en Creta, y atrayendo la curiosidad de Minos, quien pronto también se acostaba con su nueva amante, que ahora no buscaba precio a su entrega, ya que Minos era hermoso como pocos y eso bastaba, tanto que ahora los dos se amaban desinteresadamente, y lo hacían tras haberse intercambiado regalos: ella le curó el hechizo con un cocimiento de hierbas, la llamada raíz de Circe, con el cual ya nunca más volvió a sufrir la presencia odiosa de escorpiones y víboras en sus mejores momentos, él, sumamente agradecido, y conociendo su pasión por la caza, le hizo entrega de una flecha que siempre alcanzaba su objetivo y de un perro que tampoco soltaba jamás su presa. Pronto se acabó el romance, pero no por aburrimiento sino por temor a una venganza, ya que Procris había sabido curar a Minos de la maldición de Pasífae, pero no estaba segura de que la esposa no intentase ahora hacer algo contra ella, así que dejó Creta y volvió al continente, para terminar su vida de una manera trágica, muerta a manos de Céfalo por la flecha certera que Minos le había regalado, pero eso ya forma parte de otra historia muy distinta.
MINOS Y EL MINOTAURO
Y todavía siguió Minos con sus andanzas amorosas, como aquélla que tuvo en plena guerra con el rey Niso, obteniendo los favores de Escila, la hija de su enemigo sitiado, quien no dejaba de observar atentamente a sus sitiadores, fijándose especialmente en Minos, de quien se enamoró perdidamente. Tanto, que entregó la ciudad y a su mismo padre para hacer el amor con Minos. El premio recibido por Escila, después de acostarse con su amado, fue la muerte como pago a su traición, una muerte horrenda, puesto que Minos partió con sus naves hacia Creta y Escila nadó tras él, desesperada, hasta que las fuerzas la abandonaron o Minos ordenó que fuera ahogada, que eso no está demasiado claro en la leyenda. La guerra continuó con victorias sucesivas de las fuerzas cretenses, pero sin que se llegara a producir una batalla definitiva. Así que Minos pidió a Zeus ayuda, con la excusa de que había de ser vengada la muerte de aquel hijo Androgeo, del que también se decía que había muerto en una traidora celada de los atenienses, y el dios manifestó su furia hacia los asesinos con terribles terremotos. Así siguió la tierra temblando, hasta que se produjo la rendición de los griegos, poniéndose fin a la larga y penosa tribulación con el reconocimiento de la derrota de la coalición ante las fuerzas de Minos. La paz se selló con el compromiso de pago de un tributo sangriento: siete doncellas y siete muchachos cada año grande (cada cien lunas) que servirían para saciar el hambre del Minotauro y para humillar aún más a los vencidos.
ARIADNA Y FEDRA
Y ya que hablamos del monstruo, pasemos a contar algo más sobre su vencedor, Teseo, pero no por él que era ateniense, sino por Ariadna y Fedra, hijas de Minos, que mucho sufrieron por causa de su amor, aunque Ariadna fue feliz por haber sufrido su abandono y Fedra tuviera que sufrir terriblemente por casarse y ser siempre amada por Teseo. Naturalmente, un ateniense debía ser quien levantase el ignominioso tributo humano al Minotauro, o, mejor aún, a la isla de Creta. Teseo fue el elegido, por su valor y su espíritu, sin llevar armas. Fue a Creta y se encaró con Minos, aunque Minos había muerto ocho o nueve años atrás, según Diodoro, pero la vida y los años tienen poca importancia para la mitología. Lo que importa es que en aquel encuentro le conoció Ariadna, quien de él se enamoró y a quien ella se acercó para ofrecerle su ayuda en la desigual lucha. Ariadna disponía del secreto de Dédalo para entrar y salir del laberinto y lo entregó a Teseo. Vencedor del Minotauro, Teseo partiría hacia Atenas, pero abandonando a la pobre Ariadna, que quedó desconsolada de tal modo, que tuvo que venir Dionisos a calmar su pesar, casándose con ella y tratando de hacerla todo lo feliz que se merecía. Más tarde, Teseo casaría con Fedra, hermana de Ariadna y tendría con ella un hijo tan hermoso, Hipólito, que Fedra terminaría enamorada de él. Pero el amor no fue llevado con naturalidad, sino que se transformó en la retorcida trama de una dramática venganza en la que Fedra se castiga con el suicidio y hace matar a Hipólito por Teseo, para que él sufra el remordimiento de la injusticia.
EL FIN DE MINOS
Minos siguió incansable el rastro de Dédalo por el mar, haciendo escala en todas las islas, tratando de recabar información sobre su paradero mediante un hábil ardid. Llevaba con él una concha en cerrada espiral y pretendía buscar a un hombre hábil que supiera pasar una hebra de hilo de un extremo a otro, sabiendo que sólo Dédalo era capaz de encontrar una forma de hacerlo. A cambio de ese juego, Minos ofrecía la recompensa de un grandioso premio. Pero no encontraba a su hombre en ningún sitio, al menos hasta dar con Sicilia y anunciar su pretensión; allí, el rey Cócalo, protector de Dédalo, escuchó la oferta y pidió consejo a su amigo. Naturalmente, Dédalo halló pronto la forma de complacer a Cócalo, bastaba hacer un orificio al final de la concha, untarlo con miel y, por el otro lado, introducir una hormiga con la hebra atada a ella. La miel condujo a la hormiga y la hebra asomó por el pequeño orificio: el problema estaba resuelto y Minos, sabiendo dónde se encontraba Dédalo, exigió su entrega. Pero las hijas de Cócalo no estaban dispuestas a dejarse arrebatar a su maravilloso constructor de prodigios, ni podían hacer frente al ejército siempre vencedor del rey de Creta. Acudieron a Dédalo para hallar la nueva solución que terminase con la persecución. Hicieron que Minos quedara confiado en palacio y, cuando tomaba un baño, lo abrasaron con agua hirviendo hasta darle muerte. Muerto Minos, su ejército dejó de asediar Sicilia y cesó todo peligro para Cócalo y su gente. Pero la historia de Minos no podía acabar con la muerte, ya que quedaba todavía el paso por los cielos y el juicio de los olímpicos. Zeus lo eligió como tercer juez de los infiernos, junto a su hermano, el muy inteligente y prudente Radamantis, y a Eáco, hijo de Zeus y abuelo de Aquiles, en vida rey de Egina y rival de Minos en la guerra del cretense contra los griegos.
DEDALO E ICARO
Dédalo fue un gran constructor de Atenas, el artífice de todas las grandes obras de la antigüedad, según muchos de los autores. Pero Dédalo tuvo que salir desterrado de la magna Atenas, desterrado por haber matado a su sobrino Talo, aquel muchacho tan industrioso al que terminó asesinando por celos. Creta fue el paraje elegido para seguir trabajando y viviendo, aunque se vio pronto requerido para trabajos que le complicarían de nuevo la vida. Hizo aquel artilugio en forma de vaca que posibilitaría a Pasífae quedar embarazada del toro blanco y parir al Minotauro; después, cumpliendo la orden del irritado Minos, tuvo que hacer el laberinto en el que encerrar al Minotauro en cuestión y, tal vez, a la alienada Pasífae. Por causa nada bien definida, Dédalo y su hijo Icaro fueron a parar al laberinto por una nueva orden de Minos. De él se libraron con facilidad, bien sea porque Dédalo lo conocía a la perfección, bien sea porque Parsífae, que entonces no estaría condenada a permanecer dentro del laberinto, les ayudó en la fuga. Pero había que salir de la isla y Dédalo resolvió el problema con su arte, fabricando unas prodigiosas alas de cera y plumas para él y para su hijo. Advirtió repetidamente a Icaro que no se acercara en demasía al sol, pues el calor del astro derretiría las frágiles alas; una vez probado el invento y comprobada su eficacia, ambos saltaron al aire y se alejaron de las costas de Creta, volando sin más problemas, hasta que el despreocupado Icaro decidió probar sus alas en las alturas, desoyendo los sabios consejos de su padre. Ocurrió tal y como Dédalo había pronosticado: Icaro se acercó tanto al sol que quedó sin alas y cayó al mar. Dédalo rescató el cadáver de las aguas, llevándolo hasta una isla cercana, en donde dio sepultura al insensato hijo. Naturalmente, la isla recibiría el nombre del personaje, llamándose desde entonces Icaria. Después Dédalo remontó de nuevo el vuelo y no paró hasta llegar a las costas occidentales de Sicilia.
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