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MITOS AMERICA CENTRAL
MITOS DE AMERICA CENTRAL
Muchos de los estudiosos de los mitos y ritos de los distintos pueblos de mesoamérica, que aceptaron de buen grado la imposición de alguien ajeno a toda investigación objetiva, no parece que hayan dejado una impronta digna de reseñar pues, en realidad, plagiaron más que investigaron.
Fueron los denominados "cronistas de Indias" quienes narraron -aunque no aportaran pruebas concluyentes en la mayoría de los casos- las costumbres, cultura y mitos de estos pueblos de mesoamérica. En sus relatos nos hablan del culto a gran variedad de deidades, lo cual indica claramente que los pueblos de mesoamérica eran politeístas.
En otros casos, se señala que existía un dios superior, que era una representación, y símbolo, del astro-rey.
También había una deidad que personificaba la lluvia, y se la rendía culto para que con su fuerza reuniera las nubes y provocara las necesarias precipitaciones sobre la tierra labrada para que, de este modo, hubiera abundante cosecha.
Había, también, un dios al que los guerreros rogaban, y se encomendaban, antes de entrar en batalla; era, a la vez, una deidad que representaba a la oscuridad y a la noche.
Se adoraba, en ocasiones, a una diosa muy similar a la Afrodita/Venus del mundo clásico. Resplandecía de hermosura y ante ella todos los mortales confesaban, y descubrían, sus faltas y culpas. Se la asociaba con el sensualismo y el hedonismo y,
por lo general, era la personificación del amor.
Para liberarse de todo condicionamiento corporal y físico, así como de toda pasión carnal y atadura material, los pueblos de mesoamérica entonaban cánticos en honor de una deidad "que libera la envoltura terrestre".
ANTROPOMORFISMO
Como norma general, las deidades de los pueblos de América Central tienen las mismas cualidades y características que sus moradores, aunque ninguna de las desventajas de éstos les son atribuidas. Por ejemplo, necesitan alimentarse y están sujetos al desgaste y al cansancio físico pero, sin embargo, nunca mueren. Y, además, tienen poderes sobrenaturales y habitan en lugares inaccesibles para los simples mortales. La similitud con la mitología clásica es palpable, sin que por ello pueda hablarse de plagio, puesto que cada pueblo, civilización o cultura, tiene sus propias peculiaridades, las cuales proyecta tanto en lo trascendente -consideración de sus diversas deidades y seres superiores-, como en lo inmanente -que lo hace único y, por lo mismo, diferente de los demás grupos sociales-.
Entre las tribus indias que se asientan en la zona noroeste centroamericanas, sobresalen los lacandones, cuyas deidades guardan relación con todos los aspectos más sencillos y primarios de la vida. Su mitología se funda en sus propias necesidades y vivencias. Existe un dios más poderoso que todos los demás -algo parecido a Zeus, el rey de los dioses y de los mortales entre los clásicos-, y que tiene su morada en el espacio inmenso. Aunque, en ocasiones, su presencia se deje sentir en los lagos, en las profundas oquedades y cavernas naturales de la tierra, en las ruinas de los recoletos templos que construyeron los antepasados, en las selvas de compacta y densa vegetación...
EL MAL Y EL BIEN
Las regiones abisales y ocultas de la tierra sirven de morada a dos deidades enemigas, que se hallan en perpetua discordia y lucha. Uno de estos dioses detenta todos los poderes malignos que imaginarse pueda, y es el causante de los temblores de tierra; también hace que los volcanes apagados se vuelvan activos, y entren en erupción para expulsar grandes cantidades de fuego por su inmenso cráter. Además, es el responsable de que los mortales sean atacados por incurables enfermedades y epidemias terribles. Esta deidad maligna se sirve de unos dardos invisibles que lanza con acierto, para enviar el mal a todas las criaturas y lugares; no hay escapatoria posible, ni refugio alguno.
Para contrarrestar el daño que infringe a los mortales y a la tierra esta deidad maligna, está el dios del bien. Este permanece en lucha continua contra su rival y, en muchas ocasiones, le vence; pues, de lo contrario, no existiría ya criatura alguna sobre la tierra. Además, el dios del bien es amigo de la luz y la claridad y, como tal, acompaña al Sol en su recorrido por el camino del cielote y recupere energías, y así salir de nuevo por el Este -por eso siempre sobreviene la aurora, que preconiza el día-.
En cambio, el dios subterráneo, que personifica el mal, es amigo de la sombra y de la noche y, por lo mismo, no ayuda nunca al Sol. Además, exige de los mortales adoración y presentes, por lo que es corriente que los lacandones le ofrezcan los mejores granos de su maíz, o las mejores hojas de su cosecha de tabaco.
PARAISO IMAGINADO
También es costumbre ofrecer a los dioses una bebida destilada de la mezcla de caña de azúcar, maíz y corteza de un árbol sagrado. Todos los que participan en la ceremonia consumen este preparado -para complacer a los dioses, según ellos, y ser transportados al lugar paradisiaco en el que se lleva una existencia tranquila y feliz-, y terminan embriagados.
Puesto que aquí abajo existe la enfermedad, la tristeza, el sufrimiento físico y psíquico, el cansancio, los conflictos y problemas, y la muerte. Tiene que haber, según la mitología de los lacandones, otro lugar en el que sólo la felicidad sea posible. En este paraíso, apartado de todo daño terrenal, los animales serán mansos, las selvas y los bosques tendrán claros destinados a los cultivos y a los árboles frutales y toda relación entre humanos será apacible y tranquila.
Es muy curioso que se tenga tan en cuenta la existencia de claros en los bosques para poder seguir cultivando las diversas especies de plantas que les sirvan de alimento. Pero sucedía que los lacandones se veían imposibilitados para sembrar o, en todo caso, para recoger los frutos esperados, puesto que la tupida vegetación selvática todo lo sepultaba bajo su apretado manto de musgo y hojarasca. De aquí la importancia que concedían a la existencia de un campo accesible a la siembra y, por lo mismo, próspero; lo que ellos llamaban tierra sin mal.
También era muy importante que en ese paraíso imaginado por los lacandones sus mujeres pudieran parir sin sufrimiento y que sus niños no murieran apenas recién nacidos para que, de ese modo, pudiera perpetuarse su tribu y su pueblo.
SERPIENTE EMPLUMADA
La adoración al Sol y a la Luna se encuentra presente en los mitos y creencias de la población centroamericana. En algunas zonas, ambas deidades, personifican a los ascendientes más antiguos y se les tiene por los abuelos sabios y experimentados. Se recurre a ellos siempre que la población se halla en peligro, y nunca dejan de acudir en ayuda de sus súbditos puesto que son dos luminarias que se dejan ver ininterrumpidamente: por el día está el Sol y por la noche, la Luna.
Ambos tienen, según la mitología de estas poblaciones, un descendiente, al que los mayas denominan Gucomatz. Este posee la capacidad de metamorfosearse y transformarse, por lo que puede adquirir la figura del animal que desee, aunque él mismo tiene forma de serpiente: "la serpiente emplumada".
Gucomatz moraba ora en el Cielo, ora en el abismo del Tártaro, y tenía por compañero al dios Hurakán, con el cual compartía el poder sobre el universo. Ambos estaban considerados como poderosas deidades que personificaban a los fenómenos naturales que podían provocar catástrofes. En este sentido se creía que, tanto el trueno y el rayo, como los vientos huracanados, eran enviados por ellos. Se les consideraba, también, como los dioses que enseñaron a los mortales a producir el fuego.
Ambas deidades juegan un importante papel en la cosmología maya, ya que, en un principio, todo estaba cubierto de agua, y únicamente los dos poderosos dioses vivían fuera del elemento acuoso.
UN LUGAR PARA LOS HUMANOS
Llegó un día en que Hurakán y Gucomatz ordenaron que surgiera, de entre las aguas, la tierra. Al instante se fueron viendo las montañas, después los valles, las mesetas, y las hondonadas; todo se llenó de vegetación y de vida, y se pobló de animales que emitían sonidos y rugidos ininteligibles, por lo que no pudieron entenderse. Entonces, los poderosos dioses, modelaron de la arcilla figuras de hombres, que tampoco lograron entenderse. Hicieron lo propio con madera y los resultados fueron también adversos, pues las criaturas que surgieron fueron monos. Hasta que por fin, Hurakán y Gucomatz, resolvieron crear cuatro hombres sirviéndose de montones de maíz blanco y amarillo. Esta vez eran tan perfectas las figuras conseguidas, y tan sutiles su entendimiento y saber que, las dos deidades, decidieron disminuir algunas de sus dotes: como por ensalmo, la capacidad visual de los cuatro hombres quedó seriamente recortada y su percepción sufrió una sensible merma.
A continuación, y mientras las criaturas de reciente creación dormían, las poderosas deidades resolvieron darles compañía para lo cual crearon cuatro mujeres.
Por entonces, en la tierra había mucha humedad y mucho hielo, y los hombres y las mujeres sentían frío; además el Sol no alumbraba aún, y la oscuridad era total. Debido a esto, los dioses enviaron el fuego, y los hombres y mujeres siempre lo conservarían y, allí donde fueren, lo llevarían consigo. Después de andar durante un tiempo inmensurable, por lugares de tinieblas, y guiados siempre por Hurakán, los humanos llegaron a un territorio lleno de luz y en el que brillaba el Sol por el día; por la noche, la Luna y las estrellas también les alumbraban. Los humanos, agradecidos, entonaron himnos de alabanza a sus creadores por haberles ayudado a descubrir tan hermosa tierra y, a partir de entonces, les ofrecieron sacrificios y les erigieron en objeto de su adoración y de sus ritos.
DE LAS MONTAÑAS A LA SELVA TROPICAL
De entre todos los pueblos, o grupos humanos, que poblaron mesoamérica, que practicaron la pesca y la caza, y que se caracterizaron por sus costumbres radías, sobresalen los olmecas. En un principio vivieron dispersos por el ancho territorio centroamericano. Conservaron sus costumbres rituales durante cuatro mil años. Abandonaron el nomadismo y se asentaron en las selvas y bosques tropicales del golfo. Destacaron los olmecas por la fuerza y el arraigo de sus mitos, y por el cuidado que ponían en el cumplimiento de su adoración a las diversas deidades.
¿Cómo llegaron al sedentarismo? o ¿por qué abandonaron su forma de vida nómada? Sencillamente al descubrir que era posible un género de vida distinto, al iniciar experiencias agrícolas en tierras de labor. La posibilidad de cultivar productos como el maíz y de fabricar objetos de cerámica -por cierto decorados con motivos entresacados de sus rituales míticos-, así como el hallazgo de conseguir transformar elementos de primer orden (tal como aparecen en la naturaleza) en elementos de segundo orden (manipulados, y retocados, por la mano de los humanos), todo lo cual les llevó a confeccionar fibras textiles y a perfeccionar su técnica agrícola por ejemplo, hizo que estos pueblos y grupos humanos de mesoamérica se transformaran socialmente. Y, lo que es más importante, crearan una cultura propia y autóctona de la que nacerían unas costumbres diferenciales que desembocarían y en la consecución de una propia idiosincrasia, una civilización constituida desde el año 1350 (a. C), que perduraría hasta más de dos mil quinientos años después, y un mundo mítico y ritual lleno de riqueza simbólica y esotérica.
TRASCENDENCIA E INMANENCIA
Todas las acciones que jalonan la historia del pueblo olmeca -así como las de otros grupos humanos similares- se hallan impregnadas de trascendencia y ritualismo; la base de la sociedad olmeca es religiosa, pues basa todas sus motivaciones en el culto a las diferentes deidades y construye, en honor de éstas, fastuosos templos de atractivas formas estéticas y sólida arquitectura. Se hace necesario, al respecto, destacar el templo erigido en Tabasco, cuya estructura redonda se presta a interpretaciones varias acerca de la fuerza simbólica, y creativa, que los olmecas impregnaban a sus monumentos.
Otras figuras revestidas de significación simbólica y emblemática, y que dan muestra también de la capacidad ritual del pueblo olmeca, son las enormes esculturas -su peso se acerca a las cuarenta toneladas- de basalto que se encuentran bastante bien conservadas -pues eran de una sola pieza- en la actualidad, y que han servido a los antropólogos para determinar y conocer con objetividad, las costumbres de los pueblos de
mesoamérica.
En la misma zona de Tabasco se han hallado, además, joyas, aderezos diversos, hachas, figurillas y máscaras que, al decir de los estudiosos, son una muestra de la importancia adquirida por los pueblos olmecas, y de la fuerza de sus símbolos.
OTROS PUEBLOS, OTRAS CULTURAS Y RITOS
A comienzos del siglo III de nuestra era, hasta bien entrado el siglo VIII, tiene lugar el transcurso de un tiempo denominado "período clásico", pues en él florecerán diferentes culturas de distintos pueblos que introducirán, a su vez, diversos ritos, mitos y cultos.
Sin embargo, es ése un tiempo más proclive a que sus protagonistas, y pobladores, se decanten por lo inmanente frente a lo trascendente, por el horizontalismo frente al verticalismo, por así decirlo. Acaso todo ello constituya una especie de apuesta por la búsqueda de nuevas formas de vida que, aunque lleven implícita cierta carga ancestral, sin embargo, el ansia de progreso sobresaldrá por encima de todo. Y, así, esta época se caracterizar por el logro de sus culturas, más decantadas hacia una metodología empírica, que dará lugar al claro predominio de lo técnico y lo científico, sobre otros aspectos más formales.
Todo ello, sin embargo, no indica que lo ritual y lo mítico se hayan abandonado, sino que, por el contrario, sus funciones significativas y emblemáticas aparecerán en todas las manifestaciones artísticas, y se hallarán presentes en la vida diaria de los protagonistas de un tiempo atractivo y único. Baste citar, por ejemplo, la maravillosa ciudad de Tula -la ciudad de los toltecas- que coronaba sus templos con las ciclópeas cabezas de "Atlante".
LA CIUDAD ENCANTADA
El nombre que los propios toltecas daban la ciudad, Teotihuacán -"sitio donde los humanos se transforman endeidades"-, relaciona ya lo trascendente con lo inmanente o, de otro modo, lo divino con lo humano.
Esta maravillosa ciudad tenía adornadas sus educaciones con pinturas murales, y frescos, que representaban deidades locales de claro ancestro mítico, herencia de generaciones pretéritas, y plenas de un simbolismo emblemático notable. A lo largo de sus calles se erigían sendas pirámides que rememoraban la importancia que las luminarias ejercían sobre la población; ambas pirámides habían sido levantadas para dar culto a la Luna y al Sol, las dos luminarias que más significación emblemática han alcanzado a lo largo de todos los tiempos.
El trazado geométrico de la ciudad, así como los esbeltos edificios que la componían, y su capacidad -pues había sido diseñada y proyectada para albergar a más de cien mil habitantes-, dan una idea de la preparación de estos pueblos, y de su capacidad para aunar lo sagrado y lo profano, el mundo de las deidades y el mundo de los seres humanos o simples mortales.
Cuando ya el período "clásico" tocaba a su fin, surgió una cultura autóctona, la de los mayas, que será pieza clave en el entramado mítico y trascendente, en el surgir científico e inmanente en esta civilización que surge y, además, aportan su saber hacer en el campo de la arquitectura, de la escultura y de la pintura. La delicadeza de las figuras mayas coexistir con las formas menos pulidas y más toscas realizadas por los toltecas; sin embargo, ambas culturas no llegarán a fundirse, antes al contrario, sus profundas divisiones serán la causa de que los conquistadores españoles apenas encontraran oponentes en sus incursiones por determinadas zonas de mesoamérica.
UNA RAZA Y UN TIEMPO EXCEPCIONALES
Uno de los principales grupos indígenas que desarrollaron una civilización digna de tal nombre, y que florecieron en el denominado período "clásico", fueron los mayas. Ningún otro pueblo de mesoamérica logró tanto en el campo de las matemáticas, por ejemplo.
Los mayas utilizaron por primera vez el signo cero como guarismo, es decir, haciéndole representar un valor; revalorizaron, además, el sistema numérico y dominaron como nadie la aritmética. Sirviéndose de sólo tres signos consiguieron representar el tiempo matemático y formal. Los tres signos eran una barra, un punto y un objeto -por lo general una concha común y corriente-; el primero simpolizaba el número cinco, y todas las unidades restantes,es decir,hasta el cuatro, se representaban por un punto. La concha común simbolizaba y representaba al cero.
MATEMATICAS ELEMENTALES
Mediante la fórmula denominada de "cuenta larga", podían los mayas representar una fecha determinada. Este método consistía en fijar un punto en el pasado que serviría de referencia y, desde aquí, se empezaba a contar el tiempo que se creía conveniente, y no otro. De esta forma, tan simple en apariencia, había tenido lugar el origen del nacimiento numérico de los días, es decir, los días podían contarse.
La base utilizada por los mayas para contar no era decimal -como la nuestra-, sino que el valor numérico de sus cifras aumentaba de veinte en veinte (base funcional con el sistema de veintenas), con lo cual establecían un valor que, partiendo del mínimo lugar, seguía una línea ascendente, siempre en dirección vertical y de lo más bajo a lo más alto, de modo que cada punto ascendente era superior al anterior en veinte unidades. Por tanto, aparecían representadas las veintenas, seguidas de las "triveintenas", "tetraveintenas" , etc.
Mas esta cultura, que había florecido a lo largo de seiscientos años, declina radicalmente antes de llegar al primer milenio de nuestra era. Las causas, o motivos, por las que un grupo humano de tanta raigambre social, cultural y trascendente, como era el pueblo maya, llegaría a extinguirse, no han sido aún dilucidadas en su totalidad. Por esto mismo, nos atenemos a los hechos que están ahí para darnos cuenta, y concluir, que hasta las grandes obras tienen sus días contados, y nunca mejor dicho.
DECLIVE DE UNA CIVILIZACION
Palacios, templos, monumentos de enorme valor artístico y arquitectónico, quedaron reducidos a ruinas. Una vegetación incontrolada se extendió por doquier, y todo lo anegó y agotó. Y, así, lo que antaño había sido lugar de culto y boato, aparecía ahora cubierto de broza espesa, derruido e irrecuperable. En las zonas situadas más al norte aparecería la figura de un caudillo, al que los mayas llamaban "serpiente emplumadas", que conquistaría todos los territorios que, hasta entonces, habían acogido en su seno a la civilización maya.
Este personaje carismático establecería en la zona de Yucatán su centro ritual, y tanto él como su pueblo provenían del oeste de mesoamérica y se asentarían definitivamente en los llanos y las montañas otrora refugios de los mayas.
Los nuevos inquilinos de la zona norte del territorio, que había conocido una civilización única, se caracterizaron porque, en lo social, su grado de organización superaba, con mucho, a todos los demás pueblos de la zona. Y, así, se fue consolidando la influencia de los toltecas -pues éste fue el nombre que se dio a los nuevos pobladores-, los cuales establecieron su centro urbano en la ciudad legendaria de Tula.
TRIBUS NOMADAS PENETRAN EN EL ALTIPLANO
Muchos otros centros urbanos crearon los toltecas pero, al igual que sus antecesores, fueron también desplazados por otro pueblo mejor organizado o, acaso,más belicoso que cualquier otro. En principio, ni siquiera puede hablarse de un núcleo de pobladores propiamente dicho, puesto que se trataba más bien de facciones tribales cuyo sistema de vida era aún el nomadismo.
Provenían del norte y penetraron en el altiplano con la intención de fundar, en principio, pequeños núcleos de población o reinos.
De entre todas las tribus que presionaban a los toltecas, sobresale la de los mexicas o aztecas, que fueron el último pueblo de etnia nahua que llegó a la meseta con la intención de asentarse en este territorio y abandonar el nomadismo.
El origen de los mexicas no está muy claro y algunos historiadores mantienen la tesis de que provenían de los propios totelcas. Sin embargo, son más los que afirman que su origen es desconocido. Lo cierto es que los mitos y leyendas de estos pueblos de mesoamérica nos hablan de la permanencia de estas tribus en la zona de mesoamérica durante más de un siglo. Nos hallamos, además, desde el punto de vista histórico, en la denominada "época posclásica", es decir, que ya el primer milenio de nuestra era ha sido rebasado y queda atrás.
UN LAGO TERSO POR TESTIGO
Estos pueblos de etnia nahua se asentaron en el altiplano central, sobre un inmenso lago que, por entonces, cubría todo el valle de México. Su centro ritual y social fue constituido en la legendaria urbe de Tenochtitlán (término que significa "lugar en donde se halla, y crece, el nopal silvestre"), que tenía una superficie de trece kilómetros cuadrados, aproximadamente, y albergaba a casi doscientos mil habitantes. Además de constituirse en centro social y cultural, Tenochtitlán recibía todos los tributos, donativos y especies -tales como alimentos, joyas, pieles y muchos otros productos- de todas las demás ciudades sometidas a su imperio e influencia. Era, por tanto, un centro único en el que se realizaban numerosas transacciones mercantiles y comerciales.
Pero, en lo concerniente a su impronta mítica y ritual, baste afirmar que Tenochtitlán no sólo disponía de palacios para sus emperadores y reyes, sino que también albergaba en su suelo edificios para el culto: "templos habitados por los sacerdotes y los jóvenes pertenecientes a familias pudientes, quienes recibían una selecta formación en esos centros monástico-pedagógicos".
Aquí mismo, también se practicaba el juego de la pelota, a la que se golpeaba con determinadas partes del cuerpo, con la intención de introducirla en un agujero realizado en la pared lateral de la cancha. Esta se asociaba al cosmos, la pelota en movimiento simbolizaba las órbitas de las dos luminarias y de los planetas; todo el conjunto, por lo demás, se constituía en claro paradigma mítico y emblemático, pues simbolizaba a esa otra cancha inmensa, situada en el cielo y, en la que ciertos seres superiores o sobrenaturales practicaban, sirviéndose de los astros, el juego de pelota.
EL GOBIERNO DEL MUNDO
Otros pueblos de mesoamérica, que se asentaron en lo que luego dio en llamarse Nicaragua, consideraban a todas sus deidades inmortales y habitaban en el espacio inmenso.
Varias leyendas populares se hacían eco de su propio mito de la creación, y hablaban de la existencia de una deidad poderosa a la que llamaban Tamagostad -quien vivía en compañía de la diosa Zipaltonal-, la cual había creado la tierra y a todas las criaturas que en ella moran, por lo que también recibía el nombre de "dios creador".
Además detentaba el gobierno del mundo y no sólo los humanos, sino también los propios dioses, debían de cumplir las órdenes de Tamagostad; a todos aquellos que habían seguido un buen comportamiento durante su vida, los premiaba. Y les permitía compartir con él sus mismos lugares paradisiacos.
Había otras deidades que tenían entre sus cometidos el de ayudar a Tamagostad, y que la población de mesoamérica asociaba a los elementos esenciales tales como el aire, el agua y también el fuego.
Un relato de la mitología maya que algunos fenómenos naturales por ejemplo, la erupción de un volcán, se debían a la voluntad de los dioses. Y, así, era muy popular, y muy temida, la figura de la diosa Masaya -que moraba en las profundidades de la Tierra y ordenaba que ésta lanzara fuego por los cráteres de su superficie-, a la cual se atribuían las sacudidas y temblores de tierra. También se la consideraba como el más fiel de los oráculos, puesto que sus predicciones siempre se cumplían, y sus consejos eran seguidos con total rigor y exactitud por parte de quienes acudían a consultarle.
LA MUJER BLANCA
Las dos luminarias, es decir, tanto la Luna como el Sol, eran consideradas por los pueblos de mesoamérica como principales deidades, y recibían adoración y acatamiento plenos.
Pero, en ocasiones, también surgían relatos míticos que destacaban figuras legendarias, tales como la célebre "Mujer Blanca" . El relato popular habla de una hermosa mujer que, vestida de blanco, recorrió el espacio inmenso, y bajó del Cielo a la Tierra. En una idílica ciudad de mesoamérica construyó, la bella mujer, un suntuoso palacio y adornó sus paredes con estatuas que representaban seres humanos y animales. En el centro de una recóndita, pero amplia sala, del palacio, depositó una monumental roca, trabajada por los mejores canteros de aquel tiempo, la cual contenía extraños dibujos e indescifrables inscripciones.
Nadie logró nunca acercarse a la Mujer Blanca, pues la piedra misteriosa le servía de talismán y la salvaguardaba de toda agresión o ataque.
Al llegar a la vejez, la Mujer Blanca, llamó a sus tres hijos -el mito explica que, a pesar de tener descendencia, había permanecido virgen-y repartió entre ellos todos sus bienes. A continuación se dirigió a las más altas torres de aquel majestuoso palacio y, como por ensalmo, desapareció en el espacio bajo la figura de un pájaro de vuelo raudo y veloz.
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