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La predestinación de un
pueblo y una raza
MOCTEZUMA
El último rey Azteca
Los astrólogos se postraron en tierra, dando con sus
cabezas sobre las piedras frías del templo.
Los astros marcaban el fin del imperio azteca.
Bramó el poderoso señor ante el veredicto aniquilador de una
gran estrella de fuego que pasó por el cielo,
dejando una terrible estela y un mensaje: ¡México muere! Y se oyó la voz del
gran vidente-profeta, el rey de
Texcoco, que vaticinó: «EL fin está próximo,
vendrá por el mar el hombre blanco, y se acabará nuestro tiempo, no estaré
para verlo, pero tu, Moctezuma II, emperador
de México, tú sí verás al hombre de tez clara, ropa de metales y veneno en
la mirada; yo no, habré muerto para entonces... los dioses me protegerán, no
veré el fin de mi raza».
Hernán Cortés era, de
pequeño, débil y enfermizo, incapaz
de acaparar el afecto de su madre.En
estado de sonambulismo, perpetró el crimen que hacía tiempo deseaba en nivel
consciente.
Se estremeció la tierra. El cielo se puso negro.
Se cernía la tormenta. Cayó una gran lluvia que duró todo el día
PARA
QUE SE CUMPLAN LAS PROFECIAS
El catálogo astronómico de
Arago señala el paso de un cometa en el año 1514. Este cometa
fue el que vieron los astrólogos del imperio
azteca. También a este cometa siguieron con los ojos azorados
los astrólogos que acompañaban al gran
conquistador Hernán Cortés, ya que el hidalgo
caballero, conquistador de Indias de reconocida fama y máximos honores,
llevaba consigo en la dura y difícil empresa de conquistar el Nuevo Mundo a
un astrólogo, el soldado conocido por el nombre de
Botello. Iban con Cortés otros astrólogos y videntes, pero Botello era
su preferido. Si bien era un soldado de poca monta, era un experto conocedor
del mensaje de las estrellas y eso le valió al soldado Botello la confianza
del ilustre personaje.
ANTES DE QUE EL SEÑOR DEL SOL LLEVASE LAS SOMBRAS A LA
TIERRA AZTECA
Las estrellas de la media noche se movían lentamente
en el paño azul intenso del cielo mexicano. Un joven, que era casi una
divinidad, pues se los educaba a estos muchachos de una manera especial para
que cuidaran el templo, vigilaba la noche serena. A estos mancebos
gallardos, superiores, acondicionados psicológicamente para una tarea
mística y profética, se los llamaba en el
imperio de los aztecas «IZOCOZTLI», eran los
encargados de velar, desde lo más alto e imponente del templo, por el dios
de la guerra.El IzocozÜi, vio algo que
aparecía de pronto en el cielo, iluminándolo todo de rojo... y luego dejaba
una luz como de gas, blanca y densa... una
gran cola que demoró en esfumarse del cielo intenso. Se postró de rodillas.
¡Acababa de aparecer al fin la señal! ¡La luz de fuego
surgió en el cielo, como lo anunciaran los sabios astrólogos de México,
señalando el fin del Imperio! Los astrólogos, conociendo el carácter bravo e
iracundo de Moctezuma II, no se animaron a hacer las predicciones. ¿Cómo
decirle que su poder, su fortuna, su imperio y su raza, llegaban a su fin?
¡Callaron! Era condición de esa raza, color roble claro, era condición de
esa raza, milenaria y reflexiva, era condición de esa raza de ojos pequeños,
rasgados y vivos, saberlo todo, pero callarlo todo. Lo supieron todo. Pero
callaron. El joven vigía del templo avisó a su señor el paso de la nefasta
estrella. Indignado Moctezuma porque sus astrólogos no le habían dicho que
la fecha del avistamiento de la «gran
estrella» ya había acaecido, los mandó matar.No
se detuvieron por eso las estrellas.Va de lejanos tiempos, de boca en boca
había circulado la leyenda de que alguna vez,
hombres que vinieron del sol con los cabellos rubios y ojos color de los lagos,
vestidos con metales rutilantes, habían
llegado a esas tierras. Eran hermosos y
buenos. Eran también generosos. Ellos habían traído el maravilloso secreto
de hacer nacer en la tierra fértil un alimento extraordinario: el maíz.
Ellos les enseñaron a pintar con esencias de hierbas...
a cantar y a esperar, haciendo hermosos
templos y pirámides, el retomo de los hombres del sol.¿Eran ellos los que
volvían con la luz deslumbrante de las estrellas de
fuego? Moctezuma
II se lo preguntó una y otra vez.
¿Serán los hombres-dioses, los hombres del
Sol, que regresan al fin?Algunos sabios del
imperio preferían interpretar que el fin que señalaban
las estrellas no era catastrófico, era un
recomenzar, un nacer a un estado superior, hombres, costumbres y tierras. Se
habían equivocado.
EL HOMBRE QUE NO LLEGO DEL SOL: HERNAN CORTES
También para el bizarro español, para el conquistador
que pasaría a la historia, había brillado la estrella con luz
profética.Conquisto Cortés lo que su reino le
pidió... un Nuevo Mundo. Pero hubo una conquista mayor e íntima, la
conquista del amor en la diminuta figura de una indígena color chocolate y
en la prolongación de ella, su hija, a quien tanto amó Cortés y que fue su
hija, amiga, compañera, su sol... la luz de sus últimos años de guerrero en
reposo...Entre ambos hombres titánicos, había un común denominador, la voz
de los astrólogos prediciendo... y algo más,
la obligación de ser gigantes... poderosos y triunfadores. A ambos se les
había educado para eso, se les había «programado» para eso.Sin embargo, los
dos, humanos al fin, tenían rasgos de debilidad. Moctezuma un carácter
irritable, una tendencia a la angustia depresiva y al llanto en los momentos
álgidos... Cortés era enfermizo, lo era desde la infancia
y padecía asma. Su temperamento era díscolo y, como Moctezuma, tenía
componentes neuróticos debidos a la proyección inadecuada y
freudiana de su madre, una mujer
verdaderamente castrante.V un segundo común
denominador: ambos tenían conciencia del gran momento que les tocaba
vivir... ambos trataban de estar a la altura de ese momento y ambos deseaban
para sí la paz... y el amor sereno...Hernán
Cortés, era, de pequeño, débil y enfermizo, incapaz de acaparar el afecto de
su madre, una auténtica matrona de carácter dominante que sentía herido su
«ego» enfermizo
ante la figura debilitada —en el aspecto físico— de su hijo. La señora
Cortés no pensó en la dimensión del alma y el coraje de su pequeño, su hijo,
no pensó en su proyección futura, sólo vio su aspecto esmirriado y tos
asmática, cosa que no pudo perdonarle...Aquí comienza el nudo
freudiano... Cortés sufrió mucho en su infancia
por esta injusticia, y comprendió que su madre, figura
fundamental en un niño, sólo apreciaba el
poder y la grandeza... esta fijación y trauma
de infancia le acompañaron toda su vida, pero no perjudicaron su
fuerza de lucha ni su capacidad de amor el día
que pudo elegir a Marina, un ser que nada tenía que ver con la figura
homérica de su madre.Para no contradecir a Freud,
anticipándose a sus teorías, Cortés se casó con Doña Catalina, una dama que
a la vez representaba la propia madre de Cortés, realizando
así su Edipo.Según las crónicas de la época,
Doña Catalina daba malos tratos a Cortés y lo ponía en ridículo en público
cuantas veces podía.Cortés, Edipo por un lado, héroe por otro, salió a la
conquista de las Indias en busca de su verdadera estatura y para borrar el
reproche de una madre que lo deseaba fuerte y gigante en el aspecto físico,
olvidando su sensibilidad y las alternativas de grandeza que su alma podía
tener...Mucho después, y realizada la conquista de México, Cortés, en estado
de sonambulismo —como cuentan las crónicas—,
mató a su mujer, estrangulándola. Esto sucedió después de una fiesta en la
cual Doña Catalina lo puso en evidencia...Había matado, pues, a dos mujeres
en una sola, a la madre castrante y a la esposa
edipica. No se quitó los ojos como el rey de
Tebas, simplemente su odio ciego se proyectó en el sueño y, en estado de
sonambulismo, perpetró el crimen que hacía
tiempo deseaba en nivel consciente.También a Moctezuma II le perseguían
sombras de infancias y obligaciones de coraje
y poder impuestas desde la hoa en que nació
para ser rey...
MOCTEZUMA
CONSULTA AL REY VIDENTE DE TEXCOCO
Enfermo de angustia,
temeroso de perder su poder más que del fin de todo su pueblo, Moctezuma II
envió a un grupo de sus nobles a buscar a
Netzahualpilli, un viejo rey, señor de Texcoco.Este
rey era por demás sabio, reflexivo, y tenía conocimientos a los que quizá
por falta de inteligencia, no había podido acceder Moctezuma
II.Netzahualpilli, interpretaba también los sueños y tenía el don de la
profecía. Llegó el vecino rey con los enviados por Moctezuma y su propio
séquito de jóvenes bizarros adornados con plumas de colibrí.Para la
entrevista, quedaron los monarcas solos en el gran recinto.
—Señor, dijo Moctezuma con respeto y admiración al
viejo monarca, ¿Habéis visto la estrella de fuego que surcó el cielo de
México? ¿Qué anuncia? ¿La llegada de aquellos dioses blancos que vinieron
del sol?
—Sí, la he visto, respondió simplemente el rey
Netzahualpilli.
—Nada me dijeron mis astrólogos, pero sé que estaban
aterrados. ¿Qué anunció esa loca estrella? —¿Quieres saber? —Quiero saber,
sí... —Habrá en nuestras tierras y señoríos
grandes calamidades y desventuras; no quedará piedra sobre piedra; habrá
muertos innumerables y se perderán nuestros señoríos, y todo será por
permisión del Señor de las alturas, del Señor del día y de la noche, del
Señor del aire y del fuego. (Los vaticinios y relatos del encuentro figuran
en las crónicas de la conquista de Indias de Fr.
Diego Duran, y también en los escritos de Manuel
Payno, sobre Moctezuma II).Moctezuma quedó
totalmente tras-tomado. No podía aceptar el fin de su vida, su poder... y su
imperio. Lloró como un niño al preguntar al viejo rey: ¿A dónde puedo huir
sabio Netzahualpilli «En vano quiere el hombre huir de la voluntad de los
dioses. Todo ha de suceder a su tiempo y lo has de ver. En cuanto a mí, será
esta la postrera vez que hablemos, pues al llegar a mi reino moriré...».
Según Fr. Diego Duran, los dos reyes indios «estuvieron encerrados todo el
día conversando sobre cosas graves, y a la noche se separaron con gran
tristeza».Como consta en el tratado de Tor-quemada
llamado «Monarquía Indiana», el rey de Texcoco, Netzahualpilli, murió un año
después, o sea, cuatro años antes de la entrada de Hernán
Cortés y sus huestes al imperio azteca.
EL IMPERIO QUE MUERE. EL IMPERIO QUE NACE. LA ORDEN DEL
DESTINO
La frente alta, pero estrecha, hundida en las sienes,
el pelo castaño oscuro con reflejos claros,
lacio, espeso, cayendo en melena cuidada, con las puntas vueltas hacia
adentro. La boca carnosa, muy marcada, la mirada triste y lejana, los ojos
hinchados, con el párpado enrojecido, como evocando un águila fiera, la
nariz fina, pero muy aguileña, una cicatriz en la mejilla derecha, un mentón
poco fuerte, disimulado por una barba nazarena, el cuerpo enjuto. Así lo vio
y lo retrató el artista alemán Cristóbal
Weiditz a Hernán Cortés, cuando el
conquistador posó para él, en la levítica
ciudad de Toledo.El ocho de noviembre de 1519, seguido de un gran séquito,
ante la admiración de los deslumhrados
aztecas, Hernán Cortés, el de la noche triste, el que quemara sus naves, el
que un día terminaría en sonambulismo con la vida de Catalina Juárez,
su edípica esposa, el joven que no pudo avanzar
en sus estudios en Salamanca, el muchacho soberbio y enfermizo
entraba en los dominios de Moctezuma II. Entraba como un triunfador, al
frente de sus tropas, con el estandarte de su rey, en alto la cruz
cristiana... más atrás, a pocos pasos de Cortés, su astrólogo...
después, la oficialidad y la soldadesca. Entraba como un rey magnánimo.
Moctezuma II se cubrió de plumas y oro, adornó sus manos con esmeraldas
pulidas y, seguido de su corte, salió con paso regio al encuentro de Cortés.
Decían que había matado a muchos, decían que era feroz, pero era blanco.
Quizá había bajado
del sol, como aquellos otros... Y a su encuentro, salió Moctezuma, señor de
México.José Payno relata de la siguiente
manera este encuentro: «Las azoteas de todas las casas estaban cubiertas de
gente, las canoas y barquillas chocaban en los canales
y en las calles se agolpaba la multitud,
estrujándose y aún exponiendo su vida por
mirar de cerca a los hijos del sol y tocar sus armaduras y caballos».Aquel
pueblo ingenuo, aquella civilización que llegaba a su amargo ocaso, no podía
ni quería concebir, que
aquellso hombres representaran la muerte.
Ellos guardaban una extraña memoria «intrauterina», una memoria que los
llevaba remontados al pasado de su sangre y su raza, al tiempo en que los
generosos hombres del sol llegaron con sus ojos claros para iluminarles la
existencia, para traerles el maíz, para
enseñarles el lenguaje de las estrellas, para ayudarles a
le-ventar pirámides y templos... para hacer
junto a ellos un magnifico calendario. Estos
eran como aquellos que un día estuvieron allí y ellos seguían cantándoles
endechas de admiración. No podían ser la destrucción...¿A quién recordarían
los indígenas mexicanos? ¿Quiénes fueron los hombres rubios? ¿Acaso los
holandeses, los nórdicos, o cualquier otro navegante rubio, que llegó
perdido a esas riberas? Algún audaz ensaya la teoría de que pudieron venir,
como pareciera representar el dios del palenque, de otro mundo. Pudo ser
así, también pudieron nacer de la imaginación de un pueblo que necesitaba
sentirse conectado con el cielo y su gente...Ahora estaban allí, parecían
aquéllos, pero eran otros.Al encontrarse, se saludaron como dos jerarquías
que representaban. Moctezuma le ofreció joyas, esmeraldas, bandejas pintadas
con esmaltes y oros... piedras duras. Quería contentar al hombre del sol y
que se fuera con esos tesoros. Hernán Cortés deseaba mucho más que eso y
ordenó que se tomara prisionero al monarca indio.Las lágrimas corrieron por
el moreno rostro del que fuera, hasta ese momento, un poderoso rey.Prescott,
en su historia de la conquista, narra el suceso de este modo:
«¿Desde cuándo se ha oído que un principe como
yo abandone su palacio para rendirse prisionero en manos de extranjeros?
Cortés se dominó y trató con suavidad de persuadir al monarca de que no iba
en calidad de prisionero, y que seria trasladado respetuosamente, pero
Velázquez de León, segundo de Cortés, dijo:
¿Para qué perdemos tiempo en discusiones con este bárbaro? Hemos avanzado
mucho para retroceder ya, dejadnos prenderle y si resiste, le traspasaremos
el pecho con nuestros aceros. Todos entonces, pusieron mano a la espada o al
pomo del puñal».Esa humillación fue la primera forma de muerte de Moctezuma.
Pero poco tiempo después moriría
de otra manera. Con dolor y vergüenza, lo vio su pueblo caminar hacia su
encierro. Su paso seguía siendo regio. Una vieja india miró hacia Cortés.
Decían que tenía el don de la profecía y dijo con voz ronca de años: «Hoy
bañas en sangre y vergüenza la tierra Azteca... La madre tierra de los
mexicanos, te llamará un día, en tu miseria y vejez para perdonarte, pero no
podrás venir porque tus tripas estaran enfermas y te sentirás muy solo, y te
sentirás hermano de este pueblo que desprecias... pero no podrás venir, ni
nosotros estaremos ya aquí...».Se estremeció
la tierra. El cielo se puso negro. Se cernía la tormenta. Cayó una gran
lluvia que duró todo el día. Moctezuma II, para que se cumpliesen las
profecías, era prisionero de Hernán Cortés, el oscuro hombrecito que había
venido desde un supuesto sol.Hubo levantamientos esos días entre los
caciques. Los guerreros jóvenes no querían entregarse sin luchar. Cortés se
vio obligado a rogarle a Moctezuma, que seguía siendo su prisionero, que
hablase al pueblo para que depusieran las armas. Engalanado como rey, pero
con los ojos muertos, salió a la terraza. El pueblo «aulló» de dolor y de
vergüenza, «aulló», porque eso no fue grito... Moctezuma alzó
su mano, su pueblo hizo silencio. ¿Esperaban acaso su grito de guerra? Pero
Moctezuma sólo pudo articular unas pocas palabras, para trasmitirles el
pedido del conquistador.Las crónicas de la conquista de México por Hernán
Cortés, cuentan que en esta ocasión el pueblo indio bramó indignado contra
su rey y señor, gritándole: «Vil mujer, monarca indigno, azteca degradado,
vergüenza de tus antepasados, no queremos ya que nos mandes, ni siquiera
verte un solo momento», y relatan
también las crónicas, que un noble azteca blandió
su arco y una flecha disparada con certeza dio
en la cabeza del hom-bre-rey,
del monarca-esclavo. Los soldados arrastraron hasta el interior el cuerpo
inerte de Moctezuma. Ahora él pueblo, recordando sin saber la muerte del
patriarca Julio César, limpiaba sus manos cubiertas de odio y sangre, en el
llanto del olvido. El pueblo ahora lloraba, gemía...
Moctezuma, el último rey del imperio azteca, está muriendo...Preocupado por
la inesperada reacción del pueblo, y temiendo un avance peligroso, debido al
estado efervescente colectivo, Cortés dijo a Olid,
uno de sus hombres: «La muerte de Moctezuma ha llenado de miedo a estos
bárbaros, es necesario aprovechamos de los instantes de confusión
y salir de la ciudad. Reunid inmediatamente el consejo de guerra». El
consejo de guerra, según los historiadores de la conquista de México, fue
tumultuoso, disentían unos con los otros. ¿Acaso temió esta vez también,
como la primera, Hernán Cortés, que su gente
desertase y regresase a España? ¿Cómo dominarlos ahora? Había pánico entre
sus hombres. Dudas, ideas encontradas. Afuera bramaba la tormenta y bramaba
el dolor de una raza agonizante. El soldado
Botello, astrólogo de Cortés, se aproximó a él y le aconsejó seguir en
la lucha, no huir ni de-Cortés, se aproximó a él y le aconsejó
sseguir en la lucha, no huir ni desesperar,
vendrian horas difíciles, pero se asomaba una
gran estrella para el conquistador. Los astrólogos de Moctezuma habían visto
una estrella de fuego y horror y no se atrevieron a descifrar su mensaje
ante el rey. El astrólogo del caballero Cortés, había visto una estrella
luminosa acercándose a su señor y se apresuró a anunciarla. Una nube espesa
cubrió el poblado, todo se vestía de luto por
imposición de los volcanes en la alta cumbre. Entre quejidos y sudores, mona
Moctezuma II y moría dos veces, porque su pueblo, su raza... su civilización
moría con él. Un sacerdote se le aproximó para darle los Santos Oleos, él se
negó. En ese momento, quizá, sólo deseaba recordar sus grandes horas de
esplendor... también habrá evocado su larga conversación con
Netzahualpilli, el rey sabio y vidente de
Texcoco. Era el primero de julio de 1520. La
tormenta rugía... Los hombres de Cortés dieron muerte a puñaladas a los
nobles que acompañaban la agonía de Moctezuma. Algún soldado, según la
tradición cuenta, dio cinco puñaladas al cuerpo de Moctezuma, que estaba ya
en el límite de la vida y la muerte. Se dice que arrojaron los cadáveres por
la imponente terraza azteca y que, siendo la media noche y en plena
tormenta, salieron los conquistadores, en busca de lugar más seguro; temían
el dolor de esa raza «signada» po el
destino...
CORTES, Y SU DESTINO
En su camino de conquistas, de brillos y de honores
caería una sombra fría, la visita inesperada de Catalina Juárez, que venía
desde Cuba. Ya relaté el enfrentamiento del
matrimonió y también que, en estado de sonambulismo, Cortés estranguló a su
esposa. Marina, la india que le amara, y a quien eligió, seguramente para
sentirse más fuerte, más hombre, más señor y poderoso en el contraste de la
indígena con el civilizado caballero
cristiano, puso un poco de ternura en su agotadora vida de conquistador. El
haber sido enfermizo, débil, mal estudiante, hijo ignorado de una madre
dominante, le obligaron a una competencia constante, a mostrarse ante los
demás como un hombre arrollador y campeón de
todos los torneos de la vida. Nadie puede
decir que no fue valiente, nadie tampoco puede afirmar que no era un ser
íntegro y verdaderamente cristiano. Pero la historia no le había asignado el
rol de San Francisco de Asís, sino el del conquistador que debe avanzar sin
mirar lo que 'destruye a su paso. El
necesitaba engrandecerse porque conocía su verdadera estatura. ¡Y se
engrandeció!... De Hernán Cortés dice Salvador de
Madariaga: «Arduos esfuerzos de mente y corazón
le habían alzado a la estatura de un héroe. Pero, como tal, ¿qué podía
hacer, sino errar?». Erró, pero luchó
siguiendo algo que creía que era la orden de su rey: conquistar América. En
realidad, Cortés sólo buscaba engrandecerse ante su propio recuerdo de
infancia, ante aquel niño febril que no podía progresar en Salamanca. Al
fin, regresaría a su España nunca olvidada. Pero no ganaría los favores de
Carlos V. El hecho de que el monarca no le concediera el virreinato de la
Nueva España le llenó de dolor 'y vergüenza.
Cayó enfermo por esta 'razón y regresaron a él
las fiebres de la adolescencia delicada. Muchas decepciones sufriría en la
corte, y ya en la vejez, su único recuerdo hermoso sería México, Marina
joven, color miel mezclada con cacao y canela fina... Marina, con sus
trenzas negras adornadas de flores paganas y
aquella ciudad, donde lo creían un dios que llegaba del sol. El era de allí,
de aquella tierra donde fue valiente, joven; de aquella tierra donde pudo
amar por amar, sin restricciones sociales... aquellas tierras donde siempre
era primavera, donde el colibrí se confundía con las flores... Aquella
tierra del gran Moctezuma II, que él había sabido conquistar. Y resolvió
volver a México.Quería morir allí, en lo que ahora, desde Sevilla y en la
vejez, sentía más suyo que nunca. No recordaba ya a su madre posesiva y
aniquilante que le echaba en cara no ser fuerte y sano; no ser hermoso y
brillante. No tenía ya cargos de conciencia por haber matado a su primera
mujer, Doña Catalina Juárez. Sólo quería
regresar a México con su hija preferida, a quien un noble caballero español
había rechazado en Sevilla, por no tener dote suficiente. Pobre, olvidado y
sin prestigio, se erguía, sin embargo, sobre esa sociedad que le ignoraba,
para mirarlos con desprecio. ¡Qué sabían estos señoritos andaluces lo que
era un conquistador! ¿Acaso le habían visto marchar sobre México? ¿Le habían
visto en gesto heroico y valeroso quemar sus naves, para seguir la conquista
temeraria? ¿Habían sido amados, como alguna vez a él le amó Marina... «la
Melinche»? Nada conocían de estas cosas...
Entonces no podían saber quién era el gran Hernán Cortés... Y, a pesar de
estar enfermo, delicadísimo de salud, resolvió retornar a México, la tierra
americana le llamaba con grito de madre, para acunarle en su seno tibio. Se
reconocía mexicano... americano... se reconocía identificado totalmente con
su tierra de conquista...Y murió Hernán Cortés como había muerto Moctezuma,
olvidado por todos, sin rango y sin fortuna... Para los dos titanes de una
época, se habían cumplido ya las profecías.. |
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