ORIGEN DE LOS RÍOS PILCOMAYO Y BERMEJO
Cuenta la leyenda que, una vez que terminó
la Creación, Tupá (Dios) confió a Guarán la administración del Gran Chaco,
que se extendía más allá de la selva. Y Guarán comenzó la gran tarea. Cuidó
de la fauna y la flora, de la tierra, de los ríos y de los montes. Y también
gobernó sabiamente a su pueblo, logrando una verdadera civilización: Guarán
tuvo dos hijos: TuviChavé, el mayor, que era impetuoso, nervioso y decidido, y
Michiveva, el menor, más reposado, tranquilo y pacífico. Guarán, antes
de morir, entregó a ellos el manejo de los asuntos del Gran Chaco. Fue entones
cuando comenzaron las peleas entre los dos hermanos. Ambos tenían opiniones
diferentes respecto de cómo administrar los aspectos de la región.Un día se
les apareció el genio del mal, Añá, quien les aconsejó que compitieran entre
sí con destreza para resolver las cuestiones que los enfrentaban. TuviChavé
y Michiveva, cegados por sus diferencias, decidieron hacerle caso. Subieron a
los cerros que lindaban con el Gran Chaco, y, para disputar su hegemonía sobre
la región, acordaron realizar diversas pruebas de destreza, de
resistencia y habilidad, especialmente en el manejo de las flechas.En una de
esas pruebas, Michiveva lanzó una flecha contra un árbol que servía de
blanco. Pero Añá hizo de las suyas: la desvió, y logró que la flecha
penetrara exactamente en el corazón de Tuvichave.Al instante, la sangre brotó
a borbotones, con fuerza y comenzó a bajar por los cerros, llegó hasta el
Chaco, se internó en su territorio y formó un río de color rojo: el "I-phytá"
(Bermejo).Al darse cuenta de lo que había hecho, de las consecuencias de
ese inútil enfrentamiento, Michiveva comenzó a deshacerse en lágrimas. Y
lloró tanto, que sus lágrimas corrieron tras el río de Sangre de su hermano.
Así se formó el Pilcomayo, siempre a la par del Bermejo.Y el Gran Chaco quedó
sin jefe.Pero siguió prósperando bajo el cuidado de la naturaleza, enmarañado,
impenetrable, surcado por el río de aguas rojas, nacido de la sangre del corazón
de Tuvichavé.
Hace muchísimos años, antes de que los españoles
llegaran a estas tierras, los indígenas que habitaban en las regiones próximas
a los bosques del norte pertenecían a razas menos civilizadas que las que vivían
en el Cuzco, en el Perú, y estaban gobernados por los incas, los emperadores
que creían ser descendientes del Sol.
Estos indígenas eran los quichuas, que habían llegado a un grado de
adelanto muy grande, sólo comparable en América, con la civilización de los
aztecas en México.
Se llegó a decir de ellos, que eran, más que un pueblo conquistador, un
pueblo civilizador.
Los quichuas extendieron sus dominios en todas direcciones llegando en
sus conquistas hasta el norte de lo que es hoy nuestro país.
Las tribus que vivieron próximas a esas regiones y que tuvieron
conocimiento de la cultura y el grado de adelanto alcanzado por dichos indígenas,
les pidieron su cooperación, a fin de elevar la suya, aprendiendo de ellos
multitud de útiles conocimientos.
Fue así como estos indígenas, entre los que se hallaban los lules, los
tonocotés y otros, solicitaran al gran Imperio de los Incas que se les enviaran
algunos emisarios dispuestos a impartir sus prácticas enseñanzas.
Los incas accedieron a tan loable pedido destinado a cumplir una aspiración
tan noble, enviando los maestros y objetos requeridos, que llegaron algún
tiempo después.
Eran personas muy capaces que sabían labrar la tierra, realizar trabajos
agrícolas, hilar y tejer la lana y el algodón, emplear la piedra en las
construcciones, trabajar el oro, la plata y otros metales, y que poseían otros
mil conocimientos muy útiles.
Al llegar, observaron que en casi todas las cabañas de los naturales se
tenían en gran estima y se criaban loros y guacamayos, que ponían una nota de
alegría con su plumaje vistoso de tan hermosos y brillantes colores y con los
graciosos sonidos que salían de sus gargantas cuando querían imitar el
lenguaje de sus dueños, que era el que se hablaba en la región.
Los enviados de los incas, por su parte, hablaban su propia lengua, y
tuvieron que realizar grandes esfuerzos para llegar a entenderse con los
naturales.
Esos loros y guacamayos, que por su condición de animales domésticos
ocupaban un lugar en las cabañas, asistían a las lecciones impartidas por los
quichuas a sus dueños, aprendiendo ellos al mismo tiempo y gracias a las
sucesivas repeticiones, el nuevo idioma usado por los extranjeros.
Esta adquisición dio a esos loros y guacamayos la creencia de su
superioridad sobre sus hermanos de la selva y trataron en toda forma de ponerla
en evidencia.
Para ello, hacían sus escapadas al bosque donde eran muy bien recibidos
por los que allí vivían en abundancia.
Bien recibidos y muy agasajados al llegar; no así cuando los visitantes,
haciendo alarde de su sabiduría, les hablaban en quichua, lengua que los de la
selva no habían oído jamás. Entonces, la cordialidad terminaba.
Era el momento en que estos últimos, corrigiendo a los visitantes,
empleaban su propia lengua en un tono más alto, tratando de imponerse por la
potencia de su voz, ya que carecían de razón.
No se amilanaban los recién llegados ante ese despliegue de energía, y
ellos, por su parte, levantaban más aún la suya, con el mismo fin.
Dando pruebas de su falta de inteligencia, ninguno de los dos grupos cedía,
de manera que, pasados algunos instantes, aquello era una algarabía de gritos
ininteligibles, cada vez más intensos y destemplados, que convertían la
amistosa visita en el más original y singular de los torneos.
Estos torneos recién terminaban cuando los visitantes, cargados con toda
su sabiduría y presunción, emprendían el regreso a sus respectivas viviendas.
Desde entonces, según cuenta esta antigua leyenda, loros y guacamayos no
se han puesto de acuerdo, todavía, en sus discusiones.
Es por esto que en los bosques, donde se hallan en abundancia, se sigue
oyendo esa confusión de gritos estridentes con que, a falta de razón y de
entendimiento, cada uno quiere imponerse a los demás.
Referencias
Los loros son aves trepadoras, en cuyo vistoso
plumaje predominan los colores vivos: verde, amarillo, rojo y azul, y que se
distinguen por la facilidad con que aprenden a repetir palabras.
Algunas especies tienen las plumas de la cola muy largas.
El pico es corto y grueso, duro, fuerte, de bordes cortantes. La parte
superior, que es más larga que la inferior, está curvada hacia abajo y termina
en una punta afilada. La parte inferior está curvada hacia arriba.
La lengua es recia, corta y carnosa. Los ojos redondos.
Las patas, que les sirven también de manos, terminan en cuatro dedos
dispuestos para trepar.
Existen varias especies, entre ellas las que distinguimos con los nombres
de papagayos, loros, araras o guacamayos, etc.
La especie más conocida de papagayo es verde, con algunas manchas azules
y amarillas, y en el encuentro de las alas y en la extremidad de las dos remeras
exteriores de cada ala tiene una mancha encarnada.
Los araras o guacamayos son aves propias de las selvas vírgenes de América,
sobre todo de las cruzadas por ríos, dice el doctor Claus.
Tienen el tamaño de una gallina con el pico blanco arriba y negro por
debajo. Las sienes son blancas.
Su plumaje, por demás vistoso, es rojo vivo en el cuerpo; el pecho azul
y verde; las plumas exteriores de la cola son largas de un azul brillante; los
encuentros, amarillos, y la cola, que es muy larga, es roja con las plumas
laterales azules.
Poseen todos estos animales una voz fuerte y chillona; pero se distinguen
por ser muy expresivos.
Llegan a imitar la voz humana y repiten palabras aprendidas, aplicándolas
oportunamente.
Cuando se hallan reunidos en bandadas, todos gritan a la vez en forma por
demás desagradable. "Es preciso haber vivido en los cálidos valles de los
Andes para comprender cómo los gritos de las aras (abreviaturas de araraca, término
guaraní con que se nombra a una especie de loro) pueden dominar por completo el
mugido de los torrentes que se precipitan de roca en roca."
Schomburgk, citado por el doctor Claus, dice: "Animan la soledad, le
dan vida, maravillando a la vez la vista y el oído."
El príncipe Wied, por su parte, impresionado por estos animales, se
expresa así: "Al navegar por los ríos que atraviesan los bosques, por
cerca de la costa, se ven magníficos loros, que se reconocen por su espléndido
plumaje rojo, su larga cola y su voz, cuando batiendo lentamente sus alas cruzan
el aire destacándose sobre el oscuro azul del cielo."
Los guacamayos cautivos fueron aves favoritas de los indios.
Humboldt dice: "Con admiración vimos araras domesticados en las
chozas de los indios que corrían por los campos como entre nosotros las
palomas.. Aquellos loros constituyen un verdadero adorno en los corrales indios,
pues no les aventajan en belleza los pavos reales, ni los faisanes, ni los hocos.
A Cristóbal Colón le chocó ya aquella manera de criar loros, aves tan
distintas de las gallinas, y desde el descubrimiento de América observó que
los indios comían con gusto araras o grandes loros, en vez de gallinas."
La condición de "charlatanes" de los loros ha dado motivo para
que se hagan con él comparaciones. Así, de la persona que habla mucho, sin
inteligencia ni conocimiento, se dice: "Habla como un papagayo", o:
"Repite como un loro."
Estas
leyendas fueron adaptadas de la Biblioteca "Petaquita de Leyendas"
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