|
Por
causas tan fascinadoras y desconcertantes como el propio personaje, este año
parece ser el año de Lawrence de Arabia. Una
nueva biografía, escrita por un diplomático y miembro del Parlamento
Británico (Anthony Nutting), trata de
explicarnos su personalidad, pese a que las bibliotecas están ya
llenas de libros sobre e! héroe británico más romántico
c.e ia Primera
Guerra Mundial, el lien i ore que en vida se
convirtió en una verdadera leyenda. Una nueva obra de teatro que ha
alcanzado gran éxito en Nueva York—Ross,
del dramaturgo Terence
Rattigan— intenta
psicoanalizar a Lawrence buceando en las
causas que lo llevaron a abandonar su extraordinaria carrera para sumirse en
la obscuridad. El esfuerzo más prodigioso realizado
hasta ahora para reencarnar al legendario
británico exigió el traslado de todo un equipo
de producción cinematográfica
al lugar en donde tuvo sus comienzos la
leyenda de Lawren;e:
el desierto de Arabia, al este del Mar Muerto.
Es una región escabrosa (en (•o/ores en las
páginas siguientes), al parecer hecha con los despojos de los materiales
que empleó Dios cuando creó el mundo. El realizador
Sam Spiegel y el
director David Lean intentaron hacer allí una de las películas más costosas
y difíciles rodadas hasta hoy. Aun las cosas más simples para la cinta
Lawrence de Arabia costaron un dineral. Hubo que traer el agua de 240
K-m. de distancia, a casi 0,75 centavos el
litro. Y cuando Lean contrató 5.000 camellos
para una escena, el costo del agua subió a los cielos, ya que cada camello
es capaz de beber 80 litros de una vez, lo que alcanzaba, en total, a unos
300.000 dólares cada vez que se llevaba a los camellos a abrevar. Pero el
problema del costo resultó pequeño comparado con el de las exigencias
ar-iíslicas. Porque si los realizadores
esperaban lograr una película
que fuera algo más que un melodrama con camellos, debían profundizar hasta
las raíces en el carácter de una de las personalidades más exóticas e
intrincadas del siglo. Fue en 1916, en los días de peligro para la Gran
Bretaña que siguieron a la desastrosa invasión de Turquía por
Galípoli, cuando un joven graduado de Oxford,
Thomas Edward
Lawrence, se adentró en el desierto de Arabia y, según la leyenda, salvó
la causa de los aliados. Para ello se
transformó en un árabe entre árabes, y con los guerreros del desierto forjó
un poderoso ejército que expulsó del Medio Oriente a turcos y alemanes. Las
verdaderas dimensiones de esta hazaña han sido
objeto de controversia desde entonces. En momentos de desaliento, Lawrence
mismo describía su papel como "un espectáculo secundario dentro de otro
espectáculo secundario". Pero en otros estados de ánimo aseguraba haber
acelerado el fin de la guerra. Spiegel y Lean hicieron todavía más difícil
para si—y para.sus personajes—la tarea de
revivir a Lawrence, al escoger para el papel del héroe aun joven actor
irlandés, Peter 0'Toole (página
de enfrente), quien, para empezar, tiene
el inconveniente de medir 1,86 m., en tanto
que Lawrence apenas si llegaba a 1,64.
Entre Leonardo
. y Ananias
parte de esta desproporción,
0'Toole tiene su labor interpretativa más o
menos definida, puesto que Lawrence ha sido comparado seriamente con
Leonardo da Vinci, Shakespeare,
Han-ilet, Napoleón, San Francisco de Asís,
Lincoln, Stonewail
Jackson, Marco Polo, Saladino,
Ala-dino y el mentiroso bíblico
Ananías. En vista de estas comparaciones con
figuras de tanto brillo, huelga decir que Lawrence debía ser un carácter
complejo. Resta preguntar: ¿Qué era? ¿ U n
erud ito
portentoso, escritor, científico, estadista, o un brillante
guerrero que emergió de las brumas del desierto? ¿O era acaso un diletante o
un impostor prodigioso? Winston
Churchill lo calificó de "uno délos
seres más grandes de nuestro tiempo". Su crítico más asiduo, Richard
Aldington, que en 1955 publicó un "estudio
biográfico" sobre Lawrence, sostenía con intencionada malicia que su
personaje fue el embustero
más grande que ha existido desde la época del barón de
Münch-hausen. ¿Qué era Lawrence, en realidad?
AI parecer ambas cosas—a veces una, a veces la otra—además de otras muchas
cosas extraordinarias. Lawrence se inventó a sí mismo con fantástico éxito.
Pero el que intervino para hacer de él una figura mundial de perdurable
atractivo y misterio fue un norteamericano, Lo-well
Thomas, a la sazón joven instructor de la Universidad de
Prince-ton, que le dio fama en un ciclo de
conferencias pronunciadas en Nueva York y Londres, en 1919, y que cinco años
más tarde publicó un libro titulado Con
Lawrence en Arabia. Thomas obtuvo el
material básico para su obra en un período que pasó con Lawrence, o cerca de
éste, durante la guerra del desierto, en 1917. Lawrence, declarando sentirse
avergonzado por la publicidad y la caracterización de héroe que le hizo
Thomas, sostuvo posteriormente que él y el escritor habían estado juntos
apenas unos días, "tal vez tres". Sin embargo, acabada la guerra, cuando
Thomas daba conferencias sobre Lawrence en Londres, éste solía
ir a Covent Garden
a oir los elogios que de él hacía el escritor.
Después, según Thomas, Lawrence convino en ayudarle a preparar un
libro. Las entrevistas que celebró con
Lawrence tal vez consternaran un tanto a Thomas, ya que—según recordó
después—cada vez que apremiaba a
Lawrence para que le dijera la verdad sobre las anécdotas que de él se
contaban, el guerrero del desierto "reía alegremente y contestaba:
'La historia no se escribe con verdades, así
que ¿para qué preocuparse?'
" Si Lawrence era en efecto un embustero, no
podía haber encontrado mejor persona a quien
mentir. El libro de Thomas lo presenta como un
héroe más puro que Sir
Galahad. Otros investigadores de criterio más
frío han sugerido que el relato de
Thcm i.s está
muy coloreado y que en parte es pura fantasía.
En 1937 el propio Thomas acabó por confesar
que no había sido "completamente franco" en lo tocante a la modestia de
Lawrence, y que, efectivamente, las
referencias que sobre la misma había hecho en su libro incluían
"puro cuento" y otras "sandeces". Thomas dio la curiosa excusa de que si
hubiera sido totalmente franco habría podido
presentar a Lawrence como no era en realidad. El biógrafo
Aldington, revisando con celo malicioso toda
la biblioteca de Lawrence (tanto los escritos de éste como lo escrito sobre
él), pescó al héroe en tantos deslices que
casi no resta motivo justificado para defender a Lawrence de la acusación de
embustero. Sin embargo, Aldington prosiguió su destrucción de la leyenda con
tan implacable ferocidad— llegando incluso a menospreciar el gusto musical
de Lawrence sobre la base de los discos fonográficos que éste dejó al
morir—que el lector acaba por tener la sensación de que Lawrence era un
sujeto bastante bueno. No hay duda de que la rica imaginación irlandesa de
Lawrence se manifestó desde muy temprana edad y que dio un halo de fábula a
todo cuanto este personaje hizo en su vida. Finalmente
tal vez ni él mismo sabía ya dónde acababa la
realidad y empezaba la fantasía.
Lector voraz, explorador de castillos
Lldington acribilla
con fruición la leyenda de Lawrence citando
cálculos y estadísticas. Una vez Lawrence
contó a uno de sus biógrafos (Robert Graves)
que él podía "llegar a la médula"
de cualquier libro en media hora y que, en un delirio de lectura, durante su
época de estudiante, había leído "la mayor parte" de los 50.000 volúmenes
de la Unión Library
de Oxford, devorándolos a razón de seis libros
al día durante seis meses. Aldington calculó que Lawrence no podía haber
leído mucho más de 13.000 tomos en esos meses, Con celo igualmente
implacable, Aldington pone en duda, con razón, las velocidades que Lawrence
decía poder alcanzar en bicicleta, camello o avión, todo lo cual patentiza
que Lawrence no era un tipo muy apegado a la verdad. Pero era muchas otras
cosas.La arquitectura militar de la Edad Media lo apasionaba con la
intensidad propia de un erudito en la materia. A los 17 años hizo, en
bicicleta, una gira por las fortalezas de la Europa Continental, y tres años
después esta misma pasión lo llevó a explorar los
castillos de los cruzados en el Levante. Ese viaje constituyó para él la
llave que había de facilitarle su permanencia de 12 años entre pueblos
políglotos del Medio Oriente: maronitas
cristianos, drusos, curdos, turcos, y,
principalmente, árabes. Hizo ese primer viaje en su mayor parte a pie, con
todos sus enseres a cuestas. Su austeridad se debía a razones económicas,
pero también a que le gustaba templar el cuerpo más de lo normal, cosa que
hizo toda su vida. Tenía gran afición, a veces hasta el absurdo, a soportar
dolores y penalidades. En cierta ocasión, siendo todavía
un chico de escuela, se rompió el tobillo
en un encuentro de lucha libre, y resolvió volver cojeando a la clase. Tal
vez esa valentía fuese una compensación psicológica de su pequeña talla y
físico endeble, como si le pareciese necesario probar los esfuerzos
hercúleos que podía hacer, a fuerza de voluntad, con su diminuto cuerpo. De
todas maneras sus andanzas le hicieron tropezar con multitud de aventuras y
peripecias, las que a su vez se prestaban a la
exageración. Por aquel entonces escribió a su madre que "un asno con una
escopeta vieja" le había disparado un tiro, pero
que él había ahuyentado al bandido con su
pistola Mauser. En versión posterior, a otra
persona de confianza, Lawrence contó que había acobardado a su asaltante
hiriéndolo en el dedo meñique, y que luego se
había conquistado su amistad vendándole la herida y dándole unas
palmaditas en la
espalda. En la tercera versión resultó que le había atravesado la mano de un
balazo y, tras vendarle la herida, lo había despachado de un puntapié por no
querer hacer amistad con él. Lawrence real izó su
segu ndo viaje al Medio Oriente en 1910,
cuando la Gran Bretaña envió una expedición a excavar la antigua ciudad
hitita de Carchemish,
enterrada bajo un montículo. La excavación se hizo en el río Eufrates, en el
norte de lo que hoy es Siria. Lawrence se
incorporó a la expedición, que más tarde fue dirigida por
Leonard Woolley.
Este último pasó varias temporadas en el sitio, echando las bases de una
distinguida carrera de arqueólogo. Las actividades de Lawrence eran más
pintorescas y, por cierto, más variadas que las de Woolley. Oficialmente, el
cometido de Lawrence consistía en catalogar los tiestos que iban saliendo de
la excavación. Woolley, posteriormente, recordó que Lawrence era hombre muy
apto para esa labor, porque su asombrosa memoria le permitía casar un pedazo
de barro cocido con otro descubierto meses antes. No obstante, cuando se
aburría, Lawrence descuidaba su trabajo y se dedicaba a cosas más
divertidas. Una de ellas era molestar a las autoridades turcas. Otra,
insultar a los ingenieros alemanes que estaban construyendo un puente, no
muy lejos de allí, para el ferrocarril
Berlín-Bagdad. Y escandalizó a la sociedad árabe esculpiendo un desnudo
de un niño aguador. Los musulmanes, que consideran una blasfemia la
imaginería, opinaban que un artista que podía hacer una imagen desnuda de un
niño, especialmente de uno con quien él solía vagabundear por el campo, no
era todo lo bueno que debía ser.
Extravagancia en el vestir
-1-robablemente fue en
Carchemish donde la gente empezó a darse
cuenta de la pueril afición de
Lawrence por los trajes exóticos. Llevaba un
cintu-rón árabe muy ornado, con borlas que
indicaban que era un solterón casadero. Pero se puso furioso una vez que
varias chicas curdas lo agarraron y lo desnudaron, en son de broma, para ver
si tenía todo el cuerpo blanco. Para la cena solía ponerse ropa de tenis de
inmaculada blancura, y sobre ella un albornoz
árabe bordado de oro y plata. Posteriormente, gran parte de la fascinación
ejercida por la leyenda se debió a la costumbre de Lawrence de vestir la
brillante indumentaria de príncipe árabe cuando dirigía a sus guerreros del
desierto contra los turcos. Lawrence decía que la única manera de ganarse la
confianza de los árabes era adoptar sus costumbres. Pero, así y todo, vestía
con exagerada ostentación, incluso para un principe árabe. A menudo llevaba
su ropa del desierto cuando iba al cuartel
general británico en El Cairo, y después de la guerra asistió con tales
vestiduras a la Conferencia de Paz de Versalles.
En Carchemish descubrió otra aptitud que en el cénit de su carrera había
de serle más útil que ninguna otra, no sólo a él sino también a la causa
aliada. Nos referimos a su peculiar talento para congraciarse con los
árabes. En calidad de jefe interino de la excavación, sus tácticas eran
singulares pero eficaces. A veces hacía trabajar a su gente con frenesí,
terminando en una hora o poco más todo el trabajo de un día, porque había
inventado una especie de juego que convertía el trabajo en placer. Otras
veces paraba el trabajo, se sentaba en lo alto
del montículo y charlaba largos ratos con los trabajadores acerca de sus
familias, sus aldeas, costumbres y tradiciones. En esa época empezó a
perfeccionar el árabe aprendido en libros hasta llegar a diferenciar un dialecto
de otro. Los que estudian a Lawrence
todavía discrepan sobre lo bien o mal que éste conocía la lengua arábiga.
Dice el historiador George
Antoni-us: "Lawrence se daba cuenta de que sus
conocimientos de árabe distaban mucho de la perfección, pero creía hablarlo
lo suficientemente bien para hacerse pasar por árabe al conversar con árabes
. .
." Lo importante es que, en efecto, lo sabía
como para comunicarse con árabes de diversas clases sociales y tribus con
tanta compenetración que llegó a ejercer sobre
ellos un persuasivo influjo. Lawrence tenía el don de los idiomas. Sabia
francés, latín, árabe y griego clásico (hasta tradujo La Odisea).Casi
por accidente, Lawrence intervino en 1914 en
los preparativos bélicos. Los británicos querían
hacer un levantamiento topográfico de la frontera egipcio-turca en el
desierto de Sinaí. Pero como oficialmente
estaban aún en paz con Turquía, no podían mandar topógrafos militares. Se
encomendó esta misión a Lawrence con el pretexto de que era un arqueólogo
civil enviado por una sociedad científico-religiosa. Al estallar la guerra,
Lawrence se vio envuelto en ella en la forma más prosaica. Nombrado oficial
subalterno, fue destacado a El Cairo para terminar sus mapas del
Sinai. Era un soldado descuidado, sin interés
por el uniforme y el protocolo, petulante, e impertinente con sus
superiores. Estos no tardaron en expresar deseos de
librarse de él. Desde hacía unos 18 meses los
británicos, por intermedio de su alto
comisario en Egipto, Sir Henry
McMahon, habían estado tratando,
de persuadir a Hussein,
jerife de la Meca y, como tal, guardián de
los santos lugares musulmanes, de que se
rebelara contra sus amos, los turcos. Suponiendo que se llegara a convencer
al jefe religioso del Islam, tal rebelión dividiría al mundo musulmán. La
estratagema adquirió todavía mayor importancia cuando Turquía se puso del
lado de Alemania en la guerra y el sultán empezó
a incitar al jerife a que proclamase la jidah
(guerra santa) del Islam contra los aliados. Hussein iba del
entusiasmo a la indiferencia, pero como aborrecía la supeditación a
los turcos acabó por pronunciarse en favor de
los aliados. Ayudado un poco por la suerte, logró arrojar a los turcos de la
Meca en julio de 1916. Pero los turcos tenían todavía en su poder a otra de
las ciudades santas, el baluarte de Medina, así como la vital vía férrea de
960 Km. que llevaba a Damasco. Mientras los turcos las retuvieran, tanto el
Canal de Suez como el Ejército inglés en Palestina corrían grave peligro.
Las fuerzas árabes de Hussein tropezaron con dificultades y empezó a temerse
que la rebelión fracasara. Los británicos mandaron a Sir
Ron-ald Storrs,
de la Oficina de Arabia, a conferenciar con los emisarios de Hussein en
Jeddah, en la costa arábiga del Mar Rojo.
Abandonando su labor cartográfica,
Lawrence acompañó a Storrs ... y entró en la
historia.
Encuentro con el caudillo que buscaba
los tres ejércitos
improvisados de Hussein estaban bajo el mando de sus tres hijos:
Abdulah, Ali y
Feisal. Lawrence, que se las arregló para
hacer una excelente impresión en el ánimo de Abdulah, lo convenció de que
persuadiera a su padre que lo dejara ir a él al Norte, cruzando el desierto,
a ver a Feisal, desanimado en ese momento por una derrota que le habían
infligido los turcos. Para mantener en pie la rebelión era esencial
convencer a Feisal de que volviera a la carga. Puesto que la carrera de
Lawrence estuvo estrechamente vinculada a la de Feisal, conviene asentar
aquí lo que aquél dijo de la primera entrevista que tuvieron: "Mi guía me
condujo a un patio interior en cuyo fondo, enmarcado por los montantes de
una puerta obscura, estaba esperándome una tensa figura. Tuve la sensación,
al primer golpe de vista, de que aquél era el hombre que yo buscaba en
Arabia: el caudillo que llevaría la rebelión árabe a la gloria. Alto,
delgado y fuerte, Feisal llevaba vestidura de seda blanca y turbante color
pardo ceñido por un brillante
co rdón de oro y
escarlata. Con los párpados bajos, su rostro
pálido de barba ricura parecía una máscara en
contraste con la vigilante inmovilidad de su cuerpo. Tenía las manos
cruzadas sobre la daga que llevaba al cinto.
"Lo saludé. Me hizo pasar a la sala y se sentó sobre la alfombra, cerca de
la puerta .. .
Permaneció con los ojos entrecerrados, mirándose las manos que
acariciaban la empuñadura de la daga. Por fin
me preguntó en voz baja cómo me había ido en el viaje
. .
. —¿Qué le parece
Wade Safra? —Me gusta; pero está muy lejos de Damasco, le contesté."
Lawrence informó a El Cairo que Feisal parecía tener condiciones de caudillo
y, con aparente consternación, recibió la orden de regresar al desierto en
calidad de oficial de enlace británico con los árabes. El sostenía que no
quería el puesto porque odiaba las obligaciones. Pero obedeció. Al principio
la estrategia británico-árabe tenía exclusivamente el propósito de expulsar
de Medina a los turcos. Lawrence consideraba que dicha operación resultaría
tanto costosa como sin sentido. Puesto que los árabes del desierto—los
beduinos—eran por naturaleza incursores y
saqueadores, ineptos por temperamento para formar un ejército disciplinado,
creía preferible dejar de lado la formidable
guarnición de Medina e inmovilizarla mediante
la táctica de golpear y huir, en ataques contra la vía férrea que abastecía
a los turcos.
Un escenario
prefabricado
u plan prevaleció y así empezó la campaña de los
árabes hacia Damasco que iba a durar 20 meses. En esa campaña nació la
leyenda que el verano pasado sirvió de trama para una película rodada a lo
largo de los rieles retorcidos y puentes dinamitados por el mismo Lawrence
hace años. El ferrocarril de Damasco nunca fue reparado, y el director
cinematográfico Lean lo encontró casi como Lawrence lo dejara: un escenario
prefabricado y, por esta vez, auténtico. Lawrence no fue, ni mucho menos, el
único británico que tuvo que ver con la rebelión árabe; pero sí el más
prominente. Además, estaba lo de la indumentaria principesca y su aptitud
para dramatizarlo todo. Era, pues, materia prima de leyenda. Fue admirable
que lograra salir con vida de la aventura. Además de esforzarse hasta el
límite, tenia sed de peligro. Era también propenso a los accidentes.
Galopando cuesta abajo, en una carga con camellos contra los turcos, se
"distinguió" al pegarle un tiro en la nuca a su propio camello. Al caer
mortalmente herida, la bestia lo arrojó en medio de los turcos que, por
fortuna para él, se quedaron tan atónitos que no se acordaron de matarlo o
hacerlo prisionero. Loweil
Thomas hizo una descripción sumamente
especiosa de la técnica que empleaba Lawrence para volar trenes, contando
como después de colocar 25 kilos de dinamita entre los rieles sacaba una
"brocha de pelo de camello, barría el suelo hasta dejarlo bien liso y ...
retrocedía por el terraplén hasta una distancia de unos 20 pasos, borrando
con la brocha las huellas de sus pisadas". De hecho, tales voladuras eran
operaciones metódicas y a veces
pura improvisación. Lawrence tenía el sentido del humor del aficionado a las
bromas pesadas. Sus propios informes dicen que le divertía quedarse de
cuclillas en campo abierto después de haber colocado el explosivo con el
detonador bien a la vista del tren que iba a destruir. Tras la voladura, sus
hombres caían sobre el
tren para matar al personal y llevarse el cargamento. Al
terminar la contienda, en octubre de 1918, Lawrence aseguraba haber volado
79 puentes. Puede o no ser cierto. Pero su mayor contribución fue emplear
sus singulares poderes para persuadir a los árabes. Los desiertos en que
operaba Lawrence estaban habitados principalmente por tribus nómadas que,
aparte del temperamento volátil y profundamente individualista
de los árabes en general, venían combatiendo
entre sí desde hacía siglos en sangrientas pendencias, ataques y
contraataques. Lawrence logró convencer a los enemistados jeques de que
hicieran causa común. Eso no siempre le salía bien. Con frecuencia, saciados
por el saqueo de un tren o una estación del ferrocarril, los descalzos
guerreros de Lawrence se esfumaban en el desierto. O acordándose
repentinamente de viejas rencillas reanudaban
sus peleas, volviendo a la honrosa tradición del asesinato entre hermanos.
Por supuesto, Lawrence no se fiaba solamente de la persuasión. Una vez en
marcha la rebelión, los británicos la apoyaron liberalmente con dinero. Los
soberanos de oro ("jinetes de San Jorge") causaban en los beduinos un efecto
hipnótico. Lawrence solía llevar consigo bolsas de monedas, y cada vez que
un árabe se distinguía en el campo de batalla, lo invitaba a meter la mano
en la bolsa y sacar todo lo que pudiera de un puñado. Un hombre de mano
grande y puño firme podía costarle 600
dólares. Lawrence era despreocupando con el dinero, y una vez perdió 146.000
dólares en oro. Empero, es muy probable que fuera tan persuasivo con la
palabra como con el oro. Los árabes tienen gran respeto por la elocuencia,
que puede llegar a subyugarlos. Había en el espíritu de Lawrence una
cualidad que armonizaba con la manera de ser del beduino.
Robert Groves
cita un revelador ejemplo en una ocasión en
que los árabes andaban desalentados y a la
desbandada:"... Ali ibn el Hussein y Lawrence
congregaron a los más importantes de la tribu y los sentaron en torno a la
hoguera del campamento .
. . Lawrence
habló como un árabe auténtico, predicando con
profética elocuencia el evangelio de la rebelión.
'La gloria—les recordó—está en los sinsabores
y en el dolor, en el sacrificio de la carne en aras del espíritu. La derrota
es más gloriosa que el triunfo; es mejor desafiar al destino hostil
eligiendo el camino de la muerte .
. . Para el
hombre de honor la empresa desesperada es la única meta.'"
Lawrence era inquieto, y entre incursión e incursión solía adentrarse
grandes distancias en territorio turco. En una de tales incursiones vivió un
horrendo episodio que le dejó una huella imperecedera en el alma. En
noviembre de 1917 fue capturado por los turcos en
Deraa, empalme ferroviario situado en lo que es hoy la frontera
sirio-jordana. Quizás
porque lo
tomaron por un desertor circasiano—era rubio y de aspecto
extraordinariamente juvenil—fue invitado por el comandante turco a compartir
su cama. Como Lawrence se negara, le dieron una azotaina
brutal que le dejó cicatrices para toda la vida. En su famoso libro Los
Siete Pilares de la Sabiduría hizo una referencia
ambigua a este
incidente. Sabía, dijo, "que la cindadela de
mi integridad se perdió irrevocablemente" en aquella espantosa noche en
Deraa. El libro daba a entender que Lawrence
aguantó los azotes y salió del trance con
honor por haber quedado "demasiado maltrecho y
sanguinolento" para el gusto del turco sodomita. Pero años después, en carta
dirigida a la esposa de Bernard
Shaw, confesó que había cedido bajo el
tormento y convenido en complacer al turco.
Aversión
por . las
mujeres
este incidente, en sus
varias versiones, tiene que ver con los persistentes rumores de que Lawrence
era homosexual. En sus propios escritos existen amplias pruebas de que,
sexualmente, consideraba detestable a la mujer. Era gran admirador de
D. H. Lawrence,
pero cuando alguien le envió un ejemplar de E! Amante de
Lady Chafterley, comentó con tono
petulante: "Antes D. H. Lawrence fue siempre, en mi concepto, un escritor
prolífico y maduro; me duele mucho y me deja
profundamente perplejo esta Lady
Chatterley que ha creado ahora. ¿Este asunto
del sexo merece acaso tanto ruido? He conocido poca gente a la que realmente
le importe un bledo." En otra ocasión, escribiendo al escultor
Erick Kennington,
le preguntaba: "¿De verdad te gustan las
mujeres desnudas? ¡Expresan tan poco!" No obstante, la mayoría de quienes lo
conocieron dudan seriamente de que Lawrence fuese un invertido activo. Creen
que más bien era totalmente asexual. Le repugnaba toda intimidad física. Si
Deraa fue, efectivamente, el lugar donde Lawrence perdió su integridad, él
se vengó después con creces. Tras escapar de los turcos, volvió a los 11
meses con los guerreros árabes enardecidos por los triunfos. La toma de
Deraa y de la cercana aldea de Tafas señaló
el punto culminante de la rebelión árabe. Con salvaje brutalidad—que no sólo
toleró sino que autorizó Lawrence—los árabes hicieron una carnicería entre
los turcos. No se tiene noticia de si el verdugo de
Lawrence andaba todavía por aquellos
parajes para pagar su crimen. Los turcos dieron a los árabes sobrado
pretexto para que se ensañaran en ellos al
hacer un gran exterminio entre la población civil antes de evacuar
la ciudad. Lawrence describió la escena que
encontraron los árabes: "Cuando íbamos a la aldea, cuyo silencio no podía
significar sino la muerte y el terror, pasamos junto a otros cadáveres de
hombres y mujeres y de cuatro bebés más, que a la luz del sol se veían muy
sucios. Hacia las afueras vimos muros bajos de barro, y corrales de ovejas,
y dentro de uno de ellos un bulto rojo y blanco. Me aproximé y vi el cadáver
de una mujer doblado y boca abajo, clavada allí con una bayoneta que asomaba
horrendamente por entre las piernas desnudas. Estaba embarazada
. .
. ".
. . Reunimos a
los campesinos, enardecidos por el horror y la sangre, y los
lanzamos aquí y allá en persecución de la
columna en retirada .
. . Los árabes
luchaban como demonios; el sudor les nublaba
la vista, y el polvo les resecaba la garganta.
Ardiendo de crueldad y venganza estaban tan alterados que apenas podían
apretar el gatillo. Di orden de que no se
hicieran prisioneros ..." La toma de Deraa
puso fin a la contienda arábiga. Lawrence entró en Damasco y durante tres
días gobernó la ciudad en nombre de
Feisal. Al llegar éste, Lawrence lo nombró rey
y él volvió a la Gran Bretaña. Aldington,
entre otros, ha acusado a Lawrence de apresurarse a entrar en Damasco por
razones políticas más que militares; que lo que pretendía era entronizar a
Feisal para mantener así a los franceses fuera de Siria. Y por supuesto, eso
fue lo que hizo Lawrence. Pero nunca trató de ocultarlo. Tenía ya entonces
una convicción que, a la luz de los
acontecimientos posteriores, bien podría calificarse
de clarividencia: que el Medio Oriente, una vez liberado del yugo turco, no
podría volver a ser colonizado.
Creía Lawrence, en definitiva, que los árabes debían gobernarse a sí mismos.
Siendo buen patriota inglés—y realista—llevó a cabo, sin el menor escrúpulo,
todo género de intrigas para asegurar que los gobiernos autóctonos que
iban a formarse se inclinaran hacia la Gran Bretaña. Si bien
Feisal fue posteriormente arrojado del trono
que Lawrence le había proporcionado, éste, a
la larga, logró en gran parte lo que quería para los árabes, para la Gran
Bretaña y para si mismo, gracias a la ayuda de
Winston Churchill. En calidad de
secretario de Colonias, Churchill visitó a
Jerusalén en 1921, llevando consigo, de
asesor, a Lawrence. Entre los
dos crearon allí un nuevo país: Transjordania. El hermano de Feisal,
Abdulah, fue proclamado príncipe gobernante y
posteriormente rey de Transjordania. Church-ill
y Lawrence cincelaron también, en las arenas de la
Mesopotamia ricas en petróleo, un nuevo reino que llamaron
Iraq y en cuyo trono pusieron a Feisal. Esta
monarquía duró hasta que el nieto y tocayo de Feisal fue asesinado hace tres
años y medio.
Grandeza y genio multifacético
Churchill
admiraba mucho a Lawrence por el papel que había desempeñado en todas estas
maniobras. Más tarde dijo: "No sería justo atribuir exclusivamente a
Lawrence el gran éxito que tuvo la nueva política. Lo maravilloso fue la
forma en que él remédelo
su personalidad, doblegó su imperiosa voluntad y aportó sus conocimientos al
acervo común. Era prueba de la grandeza de su carácter y lo multifacético de
su genio . .
." Lawrence fue nombrado Residente británico
en la corte transjordana de Abdulah, pero
abandonó el cargo antes de transcurrir un año. Entre sus múltiples intrigas,
había tratado de robarle el Ejército a Abdulah y entregárselo a Feisal, en
quien había encontrado una voluntad más maleable. Por supuesto, a Abdulah no
le causó ninguna gracia la maniobra del
Residente. Una vez, cuando un forastero le preguntó quién era aquél inglés
chiquito y raro, Abdulah contestó secamente: "Trabaja para mí. Habla un
árabe pésimo y tiene furúnculos." Aunque el director cinematográfico Lean ha
encontrado en el desierto a muchos viejos que recuerdan a Lawrence con
reverencia y admiración, es curioso que el inglés causara mala impresión en
mucha gente. Entre los oficiales del Ejército de Feisal figuraba Nuri es
Said, que había sido adiestrado por los turcos
y que más tarde fue 15 veces primer ministro de Iraq. Como un año antes de
que fuera asesinado, en 1958, quien escribe este artículo le preguntó si
recordaba a Lawrence. Hundido tras una pila de libros que tenia en el
escritorio, con una mano en la oreja para oir
mejor con su único oído bueno, el viejo guerrero dijo con un gesto de
disgusto: "Un actor, lleno de triquiñuelas .
. .", y cambió
de tema. Esta extraña actitud puede haber sido una de las muchas
manifestaciones del sentimiento generalizado entre los árabes de que los
ingleses eran a la vez omnipotentes y pérfidos, y que, por alguna razón,
Lawrence tenía la culpa de ello. El propio Lawrence previo
hasta cierto punto esta animadversión cuando a raíz del Tratado de
Versalles escribió desilusionado: "Los árabes
creen en las personas, no en las instituciones .
. . En dos años
de compañerismo en el campo de
batalla, se acostumbraron a creerme y a considerar a mi gobierno, como a mí
mismo, sincero . .
. Era evidente desde el principio que si
ganábamos la guerra aquellas promesas serían letra muerta ..."Después de la
guerra Lawrence se dedicó a lo que tal vez
resulte su monumento más duradero: su historia de la rebelión árabe, a la
que puso por título Los Siete Pilares de la Sabiduría.
Como de costumbre, hizo las cosas en la forma más difícil. Escribió su
obra—más de 300.000 palabras— destruyendo, a medida que los iba usando, la
mayoría de los apuntes tomados durante la guerra. Luego perdió el manuscrito
y tuvo que re-escribir el libro casi todo de
memoria. Después le entraron grandes reparos para darlo a la imprenta, pues
aseguraba no querer aprovecharse de la sangre derramada por los árabes.
Finalmente contrajo deudas por valor de cerca de 50.000 dólares para poder
editar unos 200 ejemplares de subscripción profusamente ilustrados y cada
uno con distinta encuademación, que fueron impresos a mano en papel también
hecho a mano. Regaló unas cuantas docenas, y por fin hubo de dar a la
imprenta una condensación, que tituló Rebelión en el Desierto, para
poder saldar sus deudas.El proceso de publicación de esta obra reveló
algunas otras facetas del carácter de Lawrence. Difícil sería decir si su
obra—Los Siete Pilares de la Sabiduría—le apasionaba o le disgustaba.
Había prometido escribir un libro "titánico", una "obra monumental". Pero
una vez escrita le asaltaron sospechas de que no valía nada, y escribió
docenas de cartas quejosas y críticas. Se lamentaba de haber escrito sólo
"palabras comunes .
. . tonterías, romances, vaguedades
. .
. pensamientos a medio hacer
. .
." Cuando mudaba de estado de ánimo se
despreocupaba de todo ello con la mayor tranquilidad. Sabiendo que la
ortografía árabe no es fácilmente traducible a la inglesa, trató con
arrogancia a una lectora de pruebas quese le había
quejado porque en una página puso "Jedha" y en
otra "Jhe-dah". Lawrence le espetó: "Era una
hermosa bestia."La verdad es que Los Siete Pilares es una obra larga
y de prosa estirada y florida; pero Lawrence no tenía por qué haberse
preocupado del impacto literario. Cuando por fin se
logró peisuadir
a Bernard Shaw
de que se adentrara en aquél océano de palabras, pronunció un juicio
definitivo: ". .
. lo que pasó fue que el genio de Lawrence
incluía también el literario ... y el resultado fue una obra maestra."..
•
Penetrante visión
política
-LJs posible que
Lawrence no fuese el estadista y político inspirado y clarividente por que
lo tenían sus amigos y que él mismo con frecuencia se consideraba. Pero hay
pruebas de que su visión era ampi
ia, penetrante, y a veces más exacta que la de
los grandes hombres de su tiempo. Ya en 1920, cuando la revolución rusa
contaba apenas tres años, reconoció que se trataba de un cataclismo y
declaró: ' 'El
triunfo de los bolcheviques ha sido un ejemplo para Oriente de cómo se puede
derrocar aun gobierno decadente ... La caída de éste ... ha transformado a
Rusia, de zona de dominación que era antes, a zona de influencia ... Debemos
estar preparados a aceptar su permanencia y la continua inquietud que
producirá en cada distrito disputado .
. ."No obstante
sus dones profetices
y sus triunfos militares y literarios, Lawrence dio deliberadamente la
espalda a las diversas carreras que se le ofrecían. Se rumoreaba—Lawrence
fue el que hizo correr la voz—que le habían ofrecido el elevado cargo de
gobernador de Egipto, pero que él lo había rechazado. No se sabe a ciencia
cierta si en efecto le fue ofrecido, a pesar de que
Winston Chur-chill
declaró que Lawrence tenía capacidad para desempeñar "los cargos más
importantes", y que se hallaban a su disposición. En cambio, Lawrence optó
por anularse. Con el nombre supuesto de John
Hume Ross se incorporó a la Real Fuerza Aérea,
de soldado raso, en 1922. Meses después, descubierta su
verdadea identidad, fue dado de baja por haber
comprometido a sus superiores. Adoptó luego el nombre de
T. E. Shaw e ingresó en el Real Cuerpo de
Tanques. Como a los dos años volvió a incorporarse a la Fuerza Aérea, con
nombre ficticio, y en esa arma pasó los 10 años subsiguientes, primero en la
Gran Bretaña y después en las comarcas septentrionales de la India. Nunca
quiso aceptar ascensos o rango militar alguno. ¿Por qué?
Churchill trató de dar una explicación: "Era
uno de esos seres cuyo ritmo vital es más rápido e intenso de lo normal
. .
. é! sólo podía
volar cuando soplaba el huracán. Desentonaba
con lo normal, y cuando a-mainaba el vendaval
le era difícil
encontrar razón de ser. En otra edad más religiosa que la nuestra—y si
hubiese sido religioso—habría hallado refugio en un monasterio. Pero a él le
esperaba un destino más arduo, y lo encontró en la Real Fuerza Aérea." Esta
es una explicación. Aldington ofrece otra: que
el proceder de Lawrence al sumirse en la obscuridad era meramente otro truco
para ganarse nueva fama. Curiosa idea. Nadie sabe las verdaderas razones de
la conducta de Lawrence. Pero hay una circunstancia, relacionada con él y
con su nombre, que no se conoció muy bien durante su vida, pero que ha
debido ejercer poderoso influjo en su ánimo. Era bastardo. Su padre fue
Thomas Robert
Chapman, barón de linaje irlandés que, tras
procrear cuatro hijas legítimas, se fugó con la institutriz, cambió su
nombre por el de Lawrence, y tuvo de ésta cinco varones. T. E. era el
segundo. El descubrimiento de que su nombre era espurio, y de que el
adulterio de su padre lo había privado a él
del derecho de llevar el nombre aristocrático que le pertenecía, debió de
ser un rudo golpe para un hombre del orgullo y la vanidad de Lawrence. No es
de extrañar, pues, que en dos ocasiones cambiara su nombre sin reparos. Para
él no significaba nada. Sus críticos lo han acusado de halagar
a su ídolo George
Bernard Shaw al adoptar para si el nombre
de T. E. Shaw.
Lawrence lo negó en una carta cuyo tono petulante tal
vez encubriera un auténtico dolor por el apellido perdido: "Escogí Shaw al
azar, dijo. El oficial de reclutamiento de la Oficina de Guerra me dijo que
debía ponerme un nombre nuevo. Le pregunté: '¿Cuál
es el suyo?' Y él me contestó:
'Oh, no: el mío,
no.' Tomé una nómina del Ejército, la abrí en
el índice y le dije: 'Voy a elegir el primer
nombre monosílabo que encuentre aquí.'
" Su actitud entre airada y despreocupada
respecto a cómo lo llamaran se hizo evidente otra vez en una carta de
recomendación que escribió para un fabricante de motocicletas: "Estimado
Sr. Brough. Le
estoy muy reconocido por el gran placer que me
ha proporcionado en estos últimos cuatro años. ¿Cree usted que la adjunta
carta puede serle útil? No quise firmarla Ross,
porque eso sólo serviría para llamar la atención de los periódicos. Ya se
han portado como bestias en lo que respecta al nombre de
'Lawrence', y se
pueden quedar con él, por lo que a mi me importa."
Pasión por las
motocicletas
el placer de los últimos
cuatro años" a que se refería la carta de Lawrence era el que le había
proporcionado una serie de potentes motocicletas que George Brough había
hecho especialmente para él. En los años de la posguerra, Lawrence
desahogaba corriendo en motocicleta su pasión por la velocidad. Ir a 140 Km
/h. le parecía andar al paso. Corría tanto que
arruinaba las motocicletas en poco tiempo. Rompió por lo menos tres. Y
generalmente salía algo malparado en estos choques. Por un capricho
sentimental les dio títulos reales a sus
sucesivas motocicletas: de Jorge I a Jorge VII. La Jorge
VII fue la que lo mató. Este último
accidente tuvo lugar como un mes después de haber sido dado de baja de la
R.F.A., en la primavera de 1935. Un amigo
sugirió la idea de que Lawrence tal vez fuera el único hombre que
pudierse hablarle
sin rodeos a Hitler (nadie más podía), y había
pedido una entrevista para tratar del
estrambótico plan. Lawrence, aparentemente de acuerdo con aquella idea,
salió como una exhalación hacia la oficina de
correos del campamento y envió un mensaje concertando un almuerzo para el
martes siguiente. Cuando volvía a casa a toda carrera, inclinado sobre su
moto como de costumbre, patinó en lo alto de una cuesta y la Jorge Vil
lo lanzó violentamente de cabeza. Estuvo sin conocimiento seis días, y murió
el 19 de mayo. Dicen unos que patinó tratando de esquivar a dos chicos que
iban en bicicleta; otros, que un
misterioso automóvil negro lo obligó a salirse de la carretera. Un amigo
íntimo está convencido de que lo cegó una picadura de avispa. Hay también
rumores de que se suicidó. Pero es característico
de Lawrence que rumores, la controversia y el
misterio rodeasen hasta su misma muerte, acaecida en un camino de la plácida
campiña inglesa. |
Ataviado con
aguí y kafiya,
el tocado tradicional de los árabes, T. E.
Lawrence ofrecía en 1920 todo el aspecto regio
y novelesco que el actor Peter
0'Toole presenta en la versión cinematográfica.
(abajo)
el verdadero
Lawrence (arriba) conferencia con
líderes nacionalistas árabes de Bagdad y Damasco durante su famosa campaña
del desierto contra los turcos, en la Primera
Guerra Mundial. En la obra teatral
Ross (aba/o), que se da en
Broadway, Lawrence, interpretado por
John Milis, se
enfrenta con su guardia personal, el árabe Hamed.
En misión
posbélica, Lawrence acompaña
a Winston Churchill, secretario de
las coloniasy
al emir Abdulah (derecha), en
Jerusalén, donde juntos forjaron a
Transjordania.
en esta
motocicleta se mató
Lawrence, el 13 de mayo de 1935, en un
accidente cerca de su casa de Dorset. Aquí
lleva uniforme de la Real Fuerza Aérea, en la que pasó los últimos 10 años
de su vida.
|