En lo concerniente al nombre
de Osiris, se origina en la asociación de dos palabras: «ósios»,
santo y «hierós», sagrado. En efecto, existe una
relación directa entre las cosas que se hallan en el cielo y las que se
encuentran en el Hadés, y los antiguos acostumbraban a llamar santas
a las primeras y sagradas a las segundas. Ahora bien, el dios que
nos revela las cosas celestes, que es la razón de aquellas que se dirigen
hacia las regiones superiores, es Anubis. Algunas veces se le llama también
Hermanubis. El primero de estos nombres aplicado a este dios expresa las
relaciones con el mundo superior; el segundo, sus relaciones con el mundo
inferior. 1
Por eso, los egipcios le sacrifican un gallo blanco unas veces,
otras amarillo, por que creen que las cosas celestes son puras y luminosas
y las de este mundo mezcladas y abigarradas.No hay que extrañarse ante
estos nombres formados a la manera de los griegos.2
Hay muchos miles de ellos que salieron de Grecia con los emigrantes que,
al propagarse en el extranjero, han tomado carta de naturaleza y se
conservan hasta nuestros días. Algunos de ellos han sido adoptados
nuevamente por los poetas, pero aquellos que designan dichos vocablos con
el nombre de glosas o locuciones extranjeras les acusan de haber
introducido barbarismos. Según se dice, en las obras tituladas Libros
de Hermes,3
al tratar de los nombres sagrados se afirma que el poder que regula la
circunvolución del Sol es llamado Horus por los egipcios, y designado por
los griegos con el nombre de Apolo; que el que preside la actividad del
aire es Osiris para unos y Serapis para los otros, mientras un tercer
grupo le denomina Sothis, vocablo egipcio. Pero esta última palabra
significa embarazo o estar embarazada, siendo su equivalente griego
«Kúesis», embarazo, y la lengua griega, apartando de dicha palabra su
aceptación habitual, ha dado el nombre de «Kúon», perro, a la estrella
principal de la constelación que los egipcios consideran especialmente
consagrada a Isis.4
Pero, en materia de nombres, no hay que empeñarse en hacer prevalecer una
opinión. Sin embargo, por mi parte concedería a la lengua egipcia el
nombre de Sarapis antes que le de Osiris. El primero de ellos es
extranjero y el segundo griego; pero creo que tanto el uno como el otro
designan la misma potencia o poder.
Por otra parte, los nombres egipcios parecen
confirmar la doctrina que exponen los nombre griegos, puesto que con
frecuencia se llama a Isis «Athéna» significando este vocablo en
egipcio «me he originado en mí misma», e indica que dicha Diosa
obtiene su impulso en sí misma.5
Ya hemos manifestado que Tifón recibe los nombres de Set, Bebón,
Smu, palabras que significan: impedimento violento, obstáculo,
oposición. También llaman a la piedra imán hueso de Horus,
mientras el hierro recibe el nombre de Hueso de Tifón, como afirma
Manethon. Ahora bien, como el hierro es unas veces atraído y arrastrado
por el imán y rechazado, repudiado otras en dirección opuesta, el
movimiento del mundo, movimiento bienhechor, saludable, conducido y
ordenado por la razón, se vuelve hacia Tifón, le atrae y le suaviza,
aquietándole, haciendo más dócil su inflexible y violenta rudeza;
luego, irguiéndose de nuevo, Tifón se repliega sobre sí volviendo a
caer sin interrupción en la disolución. Nos
dice Eudoxio, a propósito de Zeus, que los mitólogos egipcios cuentan
que este dios nació con las piernas adheridas una a la otra, que no podía
andar, y que, avergonzado, vivía en solitario. Pero Isis hendió y separó
entre sí partes de su cuerpo, facultándole para que pudiera andar ágil
y regularmente. Este mito nos da a entender también que la inteligencia y
la razón de este dios reposaban primitivamente en sí mismas en lo
invisible e impenetrable, manifestándose después en la generación por
medio del movimiento.
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