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FLOTA DE LA PLATA 1715
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Durante
más de doscientos años, los conquistadores españoles del nuevo mundo
saquearon sistemáticamente sus territorios transatlánticos, enviando por mar
enormes cantidades de oro, plata y otros materiales preciosos a su país,
perpetuamente empobrecido. Entre 1552 y 1648, aproximadamente, tres convoyes
o «flotas de la plata» realizaban anualmente una peligrosa travesía desde
los mares dominados por los españoles. Los navíos iban cargados hasta los
topes de riquezas, como, por ejemplo, plata de las minas de Potosí, en la
actual Bolivia.
Estas flotas constituían el objetivo natural de los enemigos de España,
sobre todo Inglaterra y Holanda, y de los piratas filibusteros que no debían
lealtad a ninguna nación, pero iban escoltadas por galeones armados y nueve
de cada diez navíos lograban escapar. Su peor enemigo eran los traidores
cambios atmosféricos del Caribe, zona en la que, en determinadas épocas del
año, las aguas poco profundas y los huracanes tienden una trampa mortal a
los buques con cargamentos pesados. Fueron muchos los que naufragaron entre
Florida, las Bahamas y Bermuda, el último fondeadero seguro en el nuevo
mundo.
La fortuna que se hundió en las profundidades
Una de las mayores catástrofes que sufrió la flota de la plata tuvo lugar en
julio de 1715, fecha en que un convoy integrado por doce buques zarpó de La
Habana (Cuba) con seis millones y medio de pesos (según precios de la época)
en lingotes y monedas de oro y plata y una cantidad equivalente de objetos
de contrabando que había subido a bordo la tripulación desafiando la pena de
muerte que era el castigo que se aplicaba en aquellos tiempos en España por
este tipo de delitos.
El convoy constaba de cinco buques de la nueva flota española, otros seis
barcos españoles de Panamá y uno francés. Además del cargamento de lingotes
y monedas, llevaba cacao, maderas preciosas, vainilla, carey, perlas, joyas,
tabaco, cueros y porcelana china.
Seis días después de haber zarpado de La Habana, al llegar al estrecho de
Florida, los buques sufrieron los embates de un huracán. Se hundieron todos,
menos el francés. Perecieron más de mil personas y se salvaron mil
quinientas. Los españoles intentaron reponer rápidamente las pérdidas y al
cabo de seis meses montaron un campamento de rescate cerca de Sebastián, en
Florida, y emplearon a casi trescientos indios que se sumergieron en las
aguas en que se encontraban los buques naufragados. Según se cree, al cabo
de cuatro años los indios habían recuperado la mayor parte del tesoro.
Los resultados de la operación satisfacieron a los españoles y casi llegaron
a olvidar las circunstancias en que había naufragado la flota de la plata,
hasta el extremo de que los historiadores posteriores no coincidieron sobre
el lugar en que había tenido lugar la catástrofe. Señalaron dos posibles
puntos, separados por unos trescientos kilómetros, y se equivocaron en
ambos. En realidad, los restos de los buques se encontraban diseminados a
unos ochenta kilómetros de cabo Cañaveral, a ocho kilómetros al sur de la
cala de Fort Pierce.
A Wagner le toca el premio gordo Pasó mucho tiempo hasta que, en 1948, un
contratista de obras llamado Kip Wagner descubrió siete monedas de plata en
la playa de Sebastián y el tesoro oculto volvió a ejercer su seducción.
Wagner realizó investigaciones en secreto, examinando de cabo a rabo ciertos
documentos con el fin de encontrar datos sobre la pérdida de la flota y
observando la acción de los vientos y las mareas en las costas de Florida.
Pensó que conociendo la situación del campamento español encontraría la
clave para dar con la de los buques naufragados y la halló cerca de
Sebastián con la ayuda de un detector de minas. Sus investigaciones
demostraron que el campamento había sido saqueado cuando los españoles
intentaban descubrir el tesoro, quizá por filibusteros ingleses.
Finalmente, Wagner recibió una recompensa por su tenacidad. En 1959 reveló
una parte del secreto, pues contrató a varios buzos aficionados para que le
ayudaran a encontrar los navíos. Descubrió siete u ocho lugares con objetos
de valor (los detalles siguen envueltos en el misterio), adquirió derechos
legales sobre los mismos y creó un museo para exponerlos al público.
Uno de los objetos más destacados es un silbato de oro sujeto a una cadena
de dos mil ciento setenta y seis eslabones del mismo metal, que debió
pertenecer a un comandante de la flota española. En el interior del silbato
hay un mondadientes de oro macizo en forma de dragón.
Se cree que aún quedan por descubrir buques de la flota española de 1715 que
naufragaron en el estrecho de Florida. |
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