En 1872, cerca de Río de Janeiro, fue desenterrada una baldosa grabada
que quizás pruebe que navegantes fenicios llegaron a Brasil dos mil años
antes de su descubrimiento oficial
Desde hace mucho tiempo, se sabe que Cristóbal Colón sólo volvió a
descubrir el Nuevo Mundo cinco siglos después de sus verdaderos «descubridores»,
los vikingos. Pero, al filo de los descubrimientos arqueológicos, parece
que América ya era conocida en la Antigüedad.
La
piedra de Paraíba
El 11
de septiembre de 1872, el vizconde de Sapuacahy, presidente del Instituto
histórico de Río de Janeiro, recibió una carta en la que le informaban
del descubrimiento, en una plantación de Paraíba, de una piedra
que se partió en cuatro pedazos durante la operación
y que tenía una extraña inscripción cuya copia se adjuntaba, La piedra
en cuestión no se encontrará nunca más, Algunos eruditos creen
reconocer en la inscripción copiada la escritura fenicia. Como no hay en
estos lugares especialistas de esa lengua, el emperador Pedro II y
Ladislav Netto, uno de los miembros del Instituto, llaman al francés
Ernest Renan, autor de la Vie de fisus,
quien era también especialista en la civilización fenicia. Después de
haber hecho una traducción que hoy en día parece ser totalmente errónea,
Renan declara que la inscripción es una falsificación. Luego se produce
una controversia entre los expertos europeos: lo extraño del asunto
radica en que ciertos aspectos de la escritura empleada eran teóricamente
desconocidos en la época del descubrimiento. Este detalle harla
inclinarse por la autenticidad del texto, incluso si la desaparición de
la piedra es un argumento en favor de los escépticos. En 1967, un
norteamericano, el presbítero Cyrus Gordon, director del departamento de
estudios mediterráneos de la universidad de Brandéis, retorna el texto.
Afinna entonces que a la luz de los recientes descubrimientos, la
inscripción de Paraiba no puede ser una falsificación. La declaración
despierta polémica.
El texto fenicio
Esta es la traducción hecha por Cyrus Gordon: «Somos cananeos sidonianos
de la ciudad del rey mercante. Fuimos arrojados a esta isla lejana, una
tierra de montañas. Hemos sacrificado a un joven a los dioses y a las
diosas celestes, en el décimo noveno año de nuestro poderoso rey Hiram y
nos hemos embarcado en Esyón Guéber, en el mar Rojo. Hemos viajado con
diez barcos y hemos rodeado Africa por mar durante dos años. Luego fuimos
separados por la mano de Baal, y ya no estamos junto a nuestros compañeros.
Así llegamos aquí, doce hombres y tres mujeres, a la «isla de hierro».
¿Soy yo, el almirante, un hombre que huiría? ¡No. Los dioses y las
diosas bien podrían favorecemos!~
Gordon explica que el rey mencionado no puede ser otro sino Hiram 111 (552-532
antes de nuestra era), lo que remontarla la inscripción al año 531 a.C.
El control de Gibraltar por los cartagineses explica el rodeo de Africa
por el este, partiendo del mar Rojo. La «isla de hierro» debe ser
Brasil, donde este metal es abundante. La evocación de la ~mano de Baal.,
dios de las tempestades y de la lluvia, que interviene en los asuntos
humanos, puede tener dos significados: tempestad o sorteo, ¿quizás un
viaje encargado por la ciudad?
¿Por qué no regresaron los fenicios?
Sin embargo, la expresión «arrojado sobre esta isla
lejana» así como la cantidad muy reducida de núembros que componen la
tripulación hacen pensar que la nave debió naufragar. Pero, en un país
poblado de árboles como Brasil, navegantes de este temple podían
perfectamente reconstruir un barco más pequeño y volver a zarpar. El
verdadero obstáculo tiene un nombre: los alisios.
En estas latitudes, soplan desde Africa hacia América y facilitan el
viaje. Pero las naves fenicias desprovistas de timón de codaste
(inventado hacia el siglo XIII en Europa) son incapaces de bordear y por
lo tanto de avanzar zigzagueando contra el viento. Esto hace presumir que
los navegantes que grabaron esta baldosa perinanecieron toda su vida
prisioneros del continente donde habían encallado...
La audacia de los marinos fenicios, cretenses y
cartagineses es conocida: generalmente salían de los seguros límites del
Mediterráneo. Por ello una travesía como ésta no tiene por ende nada de
imposible.
¿Quién
descubrió América?
En la Antigüedad. Es posible que los fenicios hayan tenido
predecesores, pero esta vez en la costa M Pacífico M continente
sudamericano. Si nuevamente le creemos a Cyrus Gordon, alfarería japonesa
de la época de Jomon (siglo 111 y 1 antes de nuestra era) habría sido
hallada en Ecuador. Por otra parte, una crónica de la época Ming indica
que una flota de sesenta navíos comandados por el almirante Chen Ho
habría llegado a la costa oeste de un continente desconocido, Fou Tchang.
¿Serían Fou Tchang y América de¡ Sur sólo uno?
De los romanos al año mil. Aparte de los viajes de San Brandan en el
siglo VI, que están rodeados de un halo semilegendario, ciertos indicios
tienden a demostrar que algunos se llevaron a cabo a comienzos de nuestra
era: inscripciones en hebreo cerca de Bat
Creek en el Kentucky, una cabeza de estatua romana
desenterrada de una pirámide mexicana, un tesoro hundido de monedas
romanas mezcladas con algunas monedas árabes encontrado frente a la costa
de Venezuela. Pero se sigue cuestionando la autenticidad de cada uno de
estos descubrimientos.
De los vikingos a Colón. Sabemos que los vikingos
habían llegado a América de¡ Norte poco antes M año mil, y los
trabajos M presbítero Jacques de Mahieu hacen pensar que los drakkars lo
hicieron bastante más al sur, hasta el Amazonas. Pero existen muchos
signos que demuestran que otros marinos europeos (la flota de Alexandre
Antredi, los hermanos Zeno, etc.) sin duda cruzaron el Atlántico entre el
viaje de Leif Erikson y el de Colón.
El extraño
doble origen del nombre América
En 1504 y 1505, el explorador A mérico Vespucio publicó el relato de
sus Mjes. Fste llamó la atención de los miembros de la Academia de los
Vosgos, reunidos en Saint‑Dié en 1507, los que deciden dar al nuevo
continente el nombre de América, aparentemente ignorando la existencia de
Cristóbal Colón, al igual que gran parte de sus contemporáneos.
Entonces, ¿América tendría que baberse llamado Colombia? No es tan
seguro. En efecto, el bistoriador Robert de la Croix, antiguo oficial de
matina, cuenta en su Historia secreta de los océanos (1978) que, en su
cuarto viaje, cuando Colón desembarca en Nicaragua, les pregunta a los
indios dónde se encuentra el oro que tanto busca, Y éstos le babifan
señalado las altas planicies excZamando Américo ... Américo ... »
Si esta explicación extremadamente tardía no es una simple invención,
entonces, por una extraordinaria casualidad, un nombre indígena sería el
mismo que el del e.,tplorador a quien se le atribuyó, por error, el
descubrimiento del nuevo continente.
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