En la cárcel reinaba la noche.
Una mujer dormía profundamente en su celda. De repente se abrió la pesada puerta
con gran ruido de hierros. Entraron unos hombres de aspecto preocupado, casi
todos oficiales del ejército francés. Uno de ellos avanzó hasta quedar junto al
camastro. La mujer seguía durmiendo.
El oficial
tuvo que sacudirla para que abriera los ojos, entonces se incorporó parpadeando
y miró al intruso con estupefacción.
-Mata-Hari...
-empezó diciendo un oficial.
La mujer
volvió lentamente la cabeza hacia él.
-Mata-Hari,
ha llegado la hora de la justicia... Su petición de gracia ha sido rechazada por
el presidente de la República... Tenga valor.
Los ojos de
la mujer se abrieron desmesuradamente ante tan abominable evidencia; unos ojos
negros, grandes y profundos.
Murmuró
varias veces con voz ronca:
-No es
posible... No es posible...
Se acercó un
hombre vestido de negro. Mata-Hari lo reconoció y le tendió la mano.
-Gracias por
haber venido -dijo con voz repentinamente firme.
Fuera estaba
amaneciendo. El alba apuntaba tras los altos muros de la cárcel. Era la
madrugada del 15 de octubre de 1917.
Mata-Hari.
¡El nombre reúne en sí todo el prestigio de lo exótico! Parecía adornar a la que
lo llevaba con todos los misteriosos atractivos del Oriente. Cuando se supo en
París, en febrero de 1917, que había sido detenida, la sorpresa fue
inmensa.
¿Cómo?
¿Aquella mujer tan hermosa? ¿Aquella bailarina sagrada «hindú» que había sido
tan aplaudida en el museo Guimet e incluso en la universidad de los Annales?
¿Había sido arrestada aquella muchacha hija de padre brahman y de madre
bayadera, aquélla ante quien se habían extasiado los críticos de la danza?
La sorpresa
se convirtió en verdadera estupefacción cuando se supo que Mata-Hari había sido
acusada de «espionaje, complicidad e inteligencia con el enemigo con el fin de
favorecer sus empresas».
¿Mata-Hari
espía? Los que la habían conocido no podían llegar a creerlo. Habrían jurado que
allí había algún misterio.
Circulaban
toda clase de rumores a cuál más fantástico. ¿Culpable? ¿Inocente? El caso
Mata-Hari, suscitaba grandes discusiones. Pero se discutía en el vacío, porque
naturalmente el juicio fue secreto. El proceso tuvo lugar a puerta cerrada.
Después de la muerte de Mata-Hari la polémica continuó. Hubo testimonios
alemanes, franceses, holandeses y españoles. Todos contradictorios. Se hicieron
novelas, obras de teatro, films; todo digno de la rica imaginación de sus
autores. A medida que iba transcurriendo el tiempo, la verdad, lejos de hacerse
patente, parecía alejarse más cada día. Una sola esperanza les quedaba a los
historiadores: el expediente. Pero las órdenes eran muy serias. Paul Guimard,
tras haber publicado un estudio sobre Mata-Hari escribía con pena: «El
expediente del proceso sigue durmiendo en los archivos del ministerio de la
Guerra que hasta ahora se ha negado a publicarlo.» En 1964, Stellio Lorenzi,
André Castelot y yo, decidimos llevar a nuestro programa de televisión «La
cámara a través del Tiempo», la historia de Mata-Hari. También nosotros, después
de tantos otros, fuimos al ministerio de la Guerra. ¡Y tuvimos la extraordinaria
suerte, verdaderamente inesperada, de que ese famoso expediente, gracias a M.
Alain Pressles nos fuese mostrado! De ahora en adelante va a ser posible, pues,
realizar indagaciones no sobre arenas movedizas, sino en tierra firme. Ya
resulta posible rastrear las huellas de la verdadera Mata-Hari.
-En mi
infancia, cuando bailaba en las orillas del Ganges, delante de los rajás...
Así le
gustaba hablar, en los tiempos de su gloria parisina, a la bailarina Mata-Hari.
En aquellos instantes, su voz de tono grave, un poco enronquecida, tomaba
extrañas inflexiones y su mirada se perdía como en un sueño que sus subyugados
interlocutores respetaban.
La realidad
resulta bastante más prosaica. Mata-Hari se llamaba Margarita Gertrudis Zelle. Y
no había nacido ni en la India, ni en Java, sino en Leeuwarden, cabeza de
Partido de la provincia de Frisia (Holanda), el 7 de agosto de 1876, Su padre,
Adam Zelle, tenía en Leeuwarden una tiendecita de gorras. El comercio era tan
poco floreciente -y el comerciante tan poco dispuesto- que Adam había quebrado,
La pequeña Grietje -diminutivo frisón de Margarita- creció en un clima de
disputas familiares v de dificultades financieras. A los quince años se quedó
sin madre. Su padre -a quien ella detestaba-, absolutamente incapaz de mantener
a su familia, fue desposeído de sus derechos paternales. El consejo de familia
confió a Grietie y a sus tres hermanos, de once, nueve y seis años, a uno de sus
tíos que fue designado como tutor, Después de esto la niña entró como alumna
interna en la escuela normal de maestras de Leyde. Ya entonces era muy bonita,
alta, delgada, de aspecto felino con una cara exótica en la que sobresalían los
aterciopelados ojos en forma de almendra. Todo ello enmarcado por una soberbia y
superabundante cabellera «de color castaño oscuro con reflejos de oro». La nariz
ciertamente era demasiado grande, pero cuando sonreía sólo se distinguían sus
dientes, de una blancura deslumbrante que resaltaban en aquella boca dotada de
evidentes promesas sensuales.
Grietje no
llegó a obtener jamás su diploma de maestra. El director de la escuela -un
hombre excelente, hasta entonces prudente y digno- perdió la cabeza en cuanto la
vio, Ese amor pasó a ser el hazmerreír del pensionado. El director sentía unos
celos feroces. Prohibió a Grietje toda salida a la ciudad -una manera muy
personal de demostrarle su amor evidentemente-. Le escribía unas cartas
terriblemente exaltadas y se echaba llorando a sus pies. A Grietje todo aquello
al principio le pareció divertido, pero después lo encontró francamente molesto;
por otra parte no sentía el menor interés en compartir su vida con la de un
director de escuela. Dejó el pensionado. El pedagogo creyó morir de pena.
M. Taconis,
un antiguo comerciante de tabaco retirado de los negocios era tío -no carnal- de
Grietje. Acogió a su sobrina sin excesivo calor pero no a disgusto. Desde aquel
momento Grietje vivió allí sin ocuparse de nada, devorando novelas de Gyp, de
Arsene Houssaye y de Armand Silvestre.
Tenía
dieciocho años ahora y naturalmente soñaba en ser amada, más que en amar. Un
escritor neerlandés, Charles S. Heymans que conoció a su familia y recogió de
ésta valiosas confidencias, dice: «Desde su adolescencia sentía una gran
admiración por los dorados, las medallas, los adornos de pasamanería, los
brillantes colores del uniforme militar... En sus sueños la muchacha no se
imaginaba al príncipe azul de otro modo que vestido de oficial.» Ella misma
confesaría más tarde que la entusiasmaba el uniforme:
-El oficial,
a mis ojos -diría más de una vez- representa un ser superior, un hombre que vive
en plena epopeya, presto a correr toda clase de aventuras y a arrostrar todos
los peligros...
Una mañana de
principios de 1895, Grietje desdobló el periódico que recibía su tío, el Het van
den Dag (Las Noticias del Día). En la página de los anuncios por palabras había
una petición matrimonial. Grietje le echó una mirada. De pronto sintió atraída
su atención por las siguientes líneas:
«Capitán de
las Indias que está pasando su permiso en Holanda, busca esposa de su
conveniencia, a ser posible disponiendo de algunos bienes. Dirigirse a...»
Grietje no
parece haber dudado mucho tiempo. Escribió a la dirección indicada y puso su
fotografía dentro del sobre.
El
destinatario se llamaba Rudolf Mac Leod, pero sus amigos le llamaban John, como
a su padre. A pesar de su origen escocés -e1 clan de los Mac Leod había tenido
antaño un importante papel en la historia de Escocia-, John realmente era un
holandés de los pies a la cabeza. Tenía entonces treinta y nueve años y estaba
destinado desde hacía diecisiete en las Indias neerlandesas. En 1881, había sido
ascendido a teniente, en 1892 a capitán. En 1895 se encontraba de permiso en
Holanda. Una noche, en el bar del Hotel Americano de Amsterdam, se encontraba
allí reunido con una pandilla de amigos solteros. John era un hombre guapo. Ojos
grises, sedoso bigote, expresión enérgica. Aquella noche sus amigos lo
encontraban algo taciturno. Les confesó que efectivamente empezaba a sentir los
efectos de la melancolía. El periodista Balbian Verster, un viejo camarada y
antiguo compañero, se echó a reír ruidosamente:
-¡Lo que te
falta, amigo mío, es una mujer! Tienes que casarte.
Y allí mismo,
a pesar de las protestas de John, Balbian redactó el anuncio por palabras que el
van den Dag insertó al día siguiente. John, con gran sorpresa por su parte,
recibió quince cartas de eventuales prometidas. Entre ellas había la de la
señorita Margarita Zelle, de La Haya, y también su fotografía...
«... ¿Me
preguntas si estoy dispuesta a hacer tonterías? Sí, Johnie, sobre todo una.
Figúrate, dentro de unas semanas seré tu mujer.» Estas líneas tan poco ambiguas
habían sido escritas por una muchacha de dieciocho años a un oficial soltero de
treinta y nueve.
La fotografía
lo había decidido todo. De las quince cartas recibidas el capitán sólo había
contestado a una, la de Margarita.
Por
desgracia, unas fiebres contraídas en Insulindia le habían -precisamente en
aquel momento- obligado a guardar cama.
El capitán le
explicaba a su admiradora por correo que tendría que esperar que se curara para
ir a reunirse con ella. Margarita contestó en seguida: esperaría pacientemente.
Un mes más tarde, el capitán todavía no estaba del todo restablecido. Margarita
tomó la iniciativa: la timidez no era precisamente su principal
característica... Propuso trasladarse ella de La Haya a Amsterdam: «Ya sé -le
escribía- que no obro como es debido, pero nosotros nos encontramos en un caso
especial, ¿no es cierto?»
El encuentro
tuvo lugar el domingo 24 de marzo de 1895 frente al Rijksmuseurn. El capitán,
deslumbrado, demostró su admiración con una insistencia sin discreción. En
cuanto a ella, el hecho de haber visto a John de uniforme fue el «Sésamo,
ábrete», que tras una excelente comida los llevó después a coger un coche
cerrado. Al día siguiente, en una carta a su «Querido John», Gretha -era así
como él la llamaba- evocaría este coche «de cristales empañados». Y firmaba «tu
futura esposa que tanto te quiere». Seis días más tarde estaban ya prometidos.
La correspondencia que ha logrado reunir Charles S. Heymans es
extraordinariamente elocuente. Gretha llama a John «Querido», «Mi muy querido
John», «Tesoro mío», «Mi único amor», «Ángel mío».
Expresa su
satisfacción sin e1 menor complejo: «Qué suerte que ambos tengamos un
temperamento tan fogoso. No, no creo que todos estos goces puedan llegar a tener
fin jamás.» Y también:
«Quiéreme,
tesoro mío, como yo te quiero a ti y prepárate para cuando yo vaya.» O: «No
temas encontrarme indispuesta, lo he estado en la fecha prevista y naturalmente
han transcurrido ya algunos días. Mañana podrás pedirme lo que quieras...» El
mes siguiente no estuvo «indispuesta». Una visita al médico le confirmó que
estaba encinta. Hubo que apresurar la boda. No perdía el tiempo: « ¡Tu mujercita
estará imponente!», le escribía a1 capitán evocando el día en que se pondría el
traje de boda... El 11 de julio de 1895, Gretha fue oficialmente
-delante del
juez, no delante del pastor- la señora Mac Leod.
Seis meses
más tarde tuvo un hijo a quien llamaron Norman, «Si la peste pudiera librarme de
ella podría volver a ser dichoso. No puedo soportar a esta zorra junto a mí.
Pero, ¿qué puedo hacer para librarme de ella? Con escándalo o sin, esto igual me
da.» Antes de que Mac Leod pueda llegar a escribir tal carta a propósito de su
mujer habrán transcurrido algunos años. Mac Leod se ha llevado su mujer a Java.
Allí nace una niña, Luisa, pero su nacimiento no ha podido volver a estrechar
los lazos entre los esposos. Unos lazos que pronto se aflojaron por cierto.
Entre ambos
todo se basaba en una llama de sensualidad que irremisiblemente estaba destinada
a extinguirse poco a poco.
Entonces,
ambos se vieron tal como eran: él, autoritario y brutal; ella, coqueta,
malgastadora y completamente amoral. La familia Mac Leod publicó su versión de
los hechos, que naturalmente no se parece en nada a lo que dice Mata-Hari. Se
publicaron unas «Memorias» de ella, inspiradas por su padre, el señor
Zelle.
Si hay que
dar crédito -a este texto apócrifo, Mac Leod se dio a la bebida. Abandonaba el
domicilio conyugal días enteros -para pasarlos en compañía de jóvenes y fáciles
muchachas indígenas.
Gretha
temblaba mientras esperaba el regreso de su marido.
Cuando
volvía, no se atrevía a decirle nada. Todo le enfurecía.
Un día le
pegó con un látigo. Entonces Gretha se rebeló. Escribió a su padre y le contó
todos los malos tratos de que era objeto.
El señor
Zelle formuló entonces una denuncia contra su yerno. Cuando Mac Leod lo supo,
entró como una tromba en el sitio donde se encontraba su mujer, rojo de ira y
empuñando un revólver. Gretha gritó desesperadamente.., y la gente acudió.
Estaba
salvada. Los superiores de Mac Leod intervinieron. Fue destinado a la reserva.
El matrimonio volvió entonces a Holanda.
Mata-Hari
dice incluso que, para mejorar el sueldo, su marido la incitó a prostituirse con
un tal Calish. Pero dice Gretha en sus Memorias, «logré obtener unos cuantos
billetes de mil sin tener que ser infiel». Eso no es todo: «una noche,
obedeciendo a un impulso feroz, me arrancó de una dentellada el pezón izquierdo
y se lo tragó... Por esto, desde entonces, no he enseñado nunca más a nadie mi
torso completamente desnudo.» La familia Mac Leod, naturalmente, relata el
asunto de un modo diametralmente opuesto. Las cartas del capitán a su hermana
hay que reconocer que no son más que una larga requisitoria contra Gretha: «
¡Cuánto me ha hecho sufrir. Me he pasado días enteros sin dirigirle la palabra a
esta ramera que ha vivido siempre sólo para su placer y ha descuidado
negligentemente a los pobres críos... Y, ¿cómo puedo deshacerme de tal zorra
conservando al mismo tiempo a los niños? Va a ser difícil, Luisa. Si tuviera
dinero para comprar su consentimiento sería distinto, porque esa ramera por
dinero es capaz de cualquier cosa...» Después -de la muerte de Norman, dice: «Es
preciso sustraer a la pequeña de la influencia infecta de la naturaleza
depravada de su madre, de lo contrario se perderá para siempre...» «Mi pequeña
acabará fatalmente mal si permanece seis meses más entre las garras de esta
mujer...» En otra carta Mac Leod explica cómo después de una escena violenta se
fue a dar un paseo en compañía de su hija.
Entonces,
delante de los criados Gretha del modo más ostensible cogió el revólver de
reglamento del comandante y lo fue a esconder dentro de un armario. Gretha está
preparando «la fábula de las amenazas de muerte». Pero Mac Leod tranquiliza a su
hermana: «¿Yo matar a esa zorra e ir unos cuantos años a la cárcel por ella? ¡No
soy tan idiota! Además, está la pobre pequeña. .. »
El 30 de
agosto de 1902 el tribunal de Amsterdam concede el certificado de separación a
los esposos Mac Leod. Esta vez la separación es definitiva. A ningún precio el
comandante aceptaría vivir con su mujer. Y a ella tampoco le interesaría tal
cosa.
¿Adónde ir?
Gretha de momento se va a vivir a casa de su cuñada, después de nuevo la recogen
su tío y su tía Taconis en La Haya, en Regent-esselaan. ¿Se podrá creer a sus
detractores que afirman que luego se dedicó a regentar, en compañía de una tal
señora R... (una especie de mujer pública), una casa de citas clandestina en
Scheveninge?
Ni por un
instante sintió el menor deseo de volver a llevar la vida llena de estrecheces
de su adolescencia. La llama de independencia que siempre había estado encendida
en su interior ardía más fuerte que nunca. ¿Qué podía hacer?
Se acordó entonces de sus tiempos de Java. Allí había
leído enormes volúmenes referentes a las religiones orientales -estas obras en
las que el amor físico se estudia al igual que una ciencia-. Más tarde había de
ser encontrado en su casa un Khama-Suttra cuidadosamente señalado y anotado.
Sentía un gran interés por las danzas sagradas, observaba con gran afición los
ritos de aquellas mujeres que la religión dedicaba a la danza.
Gretha
se miraba en un espejo veía reflejada en él la imagen de una mujer de tez
morena; de ojos y cabellos negros -verdaderamente la auténtica imagen de una
oriental-. ¿ Por qué pues, no dar a conocer a los europeos el secreto de
aquellas danzas javanesas desconocidas casi totalmente? Estuvo dándole vueltas a
esta idea largo tiempo. Por fin se decidió y partió hacia París.
13 de
diciembre de 1905. Raras veces se ha visto en los salones del museo Guimet, un
público tan brillante. Ello es debido a que «en todo París» está enterado de que
una bailarina hindú llamada Mata-Hari ejecutará aquella noche unas danzas
rituales.
Ha sido
anunciado que hará revivir «durante algunas horas los cultos sagrados de los
pueblos asiáticos. M. Guimet, millonario y entusiasta del Oriente, que ha
fundado aquel museo con su propio dinero, ha transformado la biblioteca en un
templo antiguo, en un santuario de la diosa Siva».
Entre el
público puede verse al embajador del Japón, al embajador de Alemania, a la
princesa Radolín, a todos los orientalistas y a los críticos. Se oyen algunos
aplausos. M. Guimet ha aparecido un momento en el escenario para presentar a la
bailarina.
-Es el día de
la fiesta del dios -explica-. Tan pronto como ha salido el sol, los sacerdotes
se han purificado y han ido con gran pompa al templo para despertar al dios.
Primero le han rendido adoración, después lo han bañado y ungido de perfumes, de
incienso, de mantequilla diluida, después lo han revestido de ricas telas y
adornado con preciosas joyas. Le han presentado devotamente el agua sagrada del
Ganges acompañada de flores, frutos, ramas, semillas, arroz cocido y pasteles,
todo ello acompañado de músicas. Y ahora, como regalo supremo y el más
agradable, le ofrecen danzas sagradas.
M. Guimet
desaparece. Cuatro nautchis -bailarinas secundarias- han venido a sentarse al
pie de la estatua de Siva. Una orquesta invisible, en la que predomina el sonido
agrio de la flauta, empieza a tocar. Entonces aparece la bayadera, Mata-Hari...
O dicho de otro modo Grietje Zelle, o Gretha Mac Leod, como mejor se
quiera.
¡Qué
increíble transformación! Desde que está en París, poco a poco, con estudiada
obstinación, se ha dedicado a hacerse una nueva personalidad. Se ha exhibido en
algunos salones por precios mediocres. Ha posado para algunos pintores. Y para
equilibrar algún momento económico particularmente difícil, no ha dudado en
dedicarse a la prostitución. Aquella noche en el museo Guimet está jugando una
carta verdaderamente importante y lo sabe.
Hierática,
dominando con su presencia a los espectadores, con la mirada perdida, aparece
recubierta de varios velos de seda artísticamente drapeados que la envuelven
desde la barbilla hasta los pies desnudos. Una diadema le sujeta la enorme
cabellera negra. En la sombra, su rostro resplandece con una belleza casi
salvaje. Una música invisible redobla ahora sus sonoridades.
Los brazos de
Mata-Hari, lentamente, se escapan de los velos de seda y se abren desnudos y
adornados con pesados brazaletes. Se retuercen como en homenaje al dios. Todo su
cuerpo parece distenderse como en una muda oración. Se dobla sobre sí misma,
ondula como una liana, mientras los velos de seda van cayendo al suelo uno a
uno.
Un
contemporáneo, M. Luis Dumur, escribirá en un estilo extraordinariamente fácil
de fechar: «La oración de la danza, la extensa plegaria de amor al astro
deseado, emanaba de cada uno de sus movimientos, se estremecía, giraba y subía a
lo alto. La bayadera sagrada retorcía sus amorosos brazos, los martirizaba cual
divinos abrazos.» Ahora, el vientre aparece al descubierto.
Sólo lleva un
cinturón atado alrededor de la cadera que le llega hasta el pubis. Su torso
quedaría completamente desnudo si dos «redondeles» de metal forjado no
aprisionaran sus senos.
Mata-Hari
jamás los mostrará al descubierto: ¿recuerdo de la pretendida dentellada de Mac
Leod? El pintor Guillaumet, que la vio completamente desnuda, asegura que los
senos estaban intactos, pero que el pecho tenía un aspecto «macilento», lo que
explicada este pudor imprevisto.
«El vientre
se tensaba, sigue diciendo Luis Dumur. La piel se retorcía, como en una llamada,
como en un ofrecimiento...
Mata-Hari se
entregaba... Se la veía doblarse, estirarse, levantarse, volverse, balancearse,
mostrándose unas veces de perfil, otras de cara o dando la espalda; apareciendo
tan pronto delgada como la luna en cuarto menguante, tan pronto opulenta como la
luna llena, exhibiendo unas veces la línea arqueada de la espalda prolongada por
la raya misteriosa de los muslos, y otra los dos discos resplandecientes de los
senos... Una embriaguez de haschisch invadía la sala. En la penumbra azul se
percibía el ruido de las respiraciones agitadas acompañadas de suspiros, de
jadeos y estertores.» La música se desencadena. Las «nautchis» lanzan gritos
estridentes. Entonces, Mata-Hari desata su cinturón y cae «agotada y desnuda, a
los pies del dios inexorable».
Resulta
verdaderamente chocante hojear la prensa del día siguiente a esta noche tan
memorable. Ni un solo crítico olfateó la superchería de la falsa hindú, de la
falsa javanesa. Todos han mordido el cebo. La llaman «sombría, salvaje,
fascinante e ideal». Mata-Hari «ejecuta sus danzas con un arte profundo y
atrevido que guarda, como una flor retiene su aroma, todo el fervor sagrado del
Asia ancestral». Según otro crítico, «al encanto embrujador, al atractivo de una
bayadera, unía la ciencia teológica de un brahman», etc., etc.
De día en día
el nombre de Mata-Hari va haciéndose célebre.
En esto,
Gretha, falsa hindú, fue más afortunada que Lola Montes, falsa española, silbada
en el Covent Garden y en la Opera de París. Mata-Hari bailó ante los círculos
más cerrados.
Mme. de
Loynes, musa del académico Jules Lemaitre, ofreció a sus amigos como una gran
atracción a Mata-Hari el 14 de abril de 1906; por esa actuación de una noche le
dio mil francos (unos cuatro mil francos actuales). Mata-Hari bailó en casa de
Arthur Meyer, el director del Gaalois, y en casa de Mme, Brisson Sarcey,
presidenta de los Annales. Todo el mundo quedaba extasiado ante su belleza. ¿Era
realmente hermosa? Resulta muy discutible. Con más propiedad podría llamársela
exótica. El prestigio de sus danzas y el encanto seudo oriental de que había
sabido rodearse indudablemente debían influir sobre sus admiradores
confiriéndole una belleza producto sólo de su imaginación.
Los amantes
se sucedían sin interrupción. No siempre eran jóvenes ni gallardos, pero sí
ricos. Una nota de la policía que figura en el expediente designa al banquero
Rousseau como uno de sus amantes más generosos. Pero algunas veces sus amantes
eran anónimos. Mata-Hari no desdeñaba ir a casas de citas discretas, como las
del número 5 de la calle Galilée, del 86 de la avenida Kléber, o del 14 de la
calle Lord Byron. Allí, Mata Hari acogía cualquier «cliente» que se le
presentara, bajo una sola condición: que aceptaran su tarifa. Una cita con la
susodicha javanesa costaba la exorbitante suma de mil francos.
Europa
deseaba conocer a la ilustre Mata-Hari. Los musichalls de Roma y Berlín
solicitaron su presencia. En Berlín hizo amistades insospechadas: el Kronprinz,
hijo de Guillermo II, fue a verla bailar. Siguió una invitación. ¡La holandesita
se había convertido en la amante del hijo del emperador! Mata-Hari no se
contentó con sentirse orgullosa. Se quedó en la capital alemana.
En el mes de
marzo de 1907, el enviado especial del Temps, René Puaux, la encontró camino de
Egipto: «Ha renunciado a Siva y a su culto. Se ha convertido en berlinesa, habla
el alemán con el menor acento oriental posible, está completamente decidida a
pasar el resto de sus días a orillas del Spree.» Pero volvió a París. Había
alquilado la villa Rémy, en Neuilly, 11 calle de Windsor, a pocos pasos del
Bois. Le gustaba recibir allí a algunos amigos organizando grandes fiestas. La
vestían los grandes modistos, y naturalmente, siempre andaba escasa de dinero.
Al fundador del teatro de los Champs-Elysées, Gabriel Astruc, le escribió desde
Neuilly-Saint-James: «¿Tiene usted a mano algún amigo rico que se interese en la
protección de artistas como un capitalista que quisiera emprender un
negocio?
Estoy en un
apuro, necesitaría en seguida unos treinta mil francos para salir del paso y
tener la tranquilidad que necesito para mi arte... Sería una verdadera desgracia
destrozar mi porvenir de este modo. Como garantía de este-préstamo daría todo lo
que tengo en mi villa, caballos y coches incluidos.» A comienzos de 1914, el
doctor Bizard, médico de la Prefectura de Policía, la encontró en el transcurso
de una de sus visitas profesionales en una casa de citas de la calle Troyon. Al
preguntar si Mata-Hari había cumplido con los reglamentos sanitarios prescritos
para este tipo de establecimientos, la dueña contestó que ella «verdaderamente
no podía exigirle a una mujer que pedía mil francos por un momento, que se
sometiera a revisión médica»,..
De pronto, en
julio de 1914, Mata-Hari dejó su casa de Neuilly, vendió lo más rápidamente
posible sus muebles y bibelots... y se fue a Alemania.
El día de la
declaración de guerra está en Berlín, baila en un importante music-hall, el
Metropole-Théátre. Aquel mismo día incluso ha comido con el Prefecto de policía
de la capital alemana. Luego la ha acompañado de nuevo hasta su casa en coche,..
En otoño de 1914 Mata-Hari está en Holanda. Reside en el Hotel Victoria de
Amsterdam. El 31 de octubre firma un contrato en La Haya para alquilar un
hotelito particular en el 16 de la Nieuwe Vitleg, por una renta anual de 750
florines.
A principios
de 1915 sale para Francia.
Esta estancia
en Francia de 1915 ha permanecido durante largo tiempo en la oscuridad. A falta
de datos precisos, los historiadores han imaginado misteriosos y extraños
manejos. Uno de ellos escribe: «Salió hacia el frente y permaneció allí largo
tiempo para intentar entrar en relación con los oficiales que pudieran darle
informes sobre los preparativos que se estaban haciendo para la gran ofensiva de
la primavera de 1916.» Todo esto resulta verdaderamente impresionante... pero el
expediente no contiene nada semejante... La Mata-Hari que queda descrita allí es
simplemente una mujer fácil. Nada más. Según propia confesión, la bailarina dice
que volvió a Holanda en 1914 para reanudar sus relaciones amorosas con su
antiguo amante el barón van der Kappelen, coronel del segundo regimiento de
húsares.
-Un hombre
casado, muy rico, que da una gran importancia al arreglo personal -precisa
Mata-Hari.
Considerando
que su vestuario no estaba lo suficientemente bien provisto para gustarle al
barón, se buscó un «mecenas».
-En Amsterdam
me dejé convencer, a la salida de una iglesia, por el banquero van der Shalek,
que se mostró muy generoso conmigo. Una vez estuve presentable fui al encuentro
del barón van der Kappelen, el cual me instaló en La Haya en el 16 de la Nieuwe
Vitleg.
Asimismo,
afirma también que si volvió a Francia en el mes de marzo de 1915, fue «para ir
a recoger mis cosas que tenía depositadas en un guardamuebles en Maple 29, calle
de la Jonquiére. Sus cosas, las quería llevar a Holanda a través de España.
En efecto,
casi en seguida se fue a España. La acompañó a la estación de Orsay un cariñoso
amigo, nada menos que un embajador de Francia en pleno ejercicio, M. de
Margerie. En su declaración diría: «Jamás hablamos de la guerra Mme. Mata-Hari y
yo.» ¿Qué hizo en Madrid? El capitán inglés Fernand Tuohy dice que bailó durante
varios meses en un music-hall al mismo tiempo que se ponía en contacto con
agentes abiertamente partidarios de Alemania. Sería entonces cuando habría
despertado las sospechas del Intelligence Service. Lo que sí resulta cierto es
que la policía inglesa manda un aviso al Deuxiéme Bureau Français señalándola
como sospechosa. De pronto, en la primavera de 1916, vuelve a Francia. Primero
va al Gran Hotel, después a L'Elysée-Palace. De nuevo se hace sospechosa a la
policía. «La inculpada -declarará el inspector Henri Mounier, que la siguió paso
a paso-, tenía establecido su cuartel general en el Gran Hotel, y dirigía
siempre sus preferencias hacia los oficiales de las naciones aliadas que se
encontraban de paso allí, sobre todo si éstos eran oficiales -de elevada
graduación. Tenía tal modo de proceder que difícilmente éstos podían negarse a
entablar conversación con ella.» Oficiales y nada más que oficiales. En esta
época había muchos hombres importantes que se hallaban en París en viaje de
negocios. Mata-Hari parece despreciarlos a todos. ¡Siempre su afición al
uniforme! ¡Y siempre ese malgastar! Por la mañana alquila ya un taxi que
conserva hasta la hora de comer. Por la tarde alquila otro. Sólo compra en las
tiendas más elegantes y más caras.
Durante el
verano de 1916 un capitán del 2.° Regimiento de Infantería del Cuerpo
Expedicionario ruso en Francia, Vadim Masloff, llegó de permiso a París. Antes
de dejar el campamento de Mourme,lon-le-Grand había cobrado unos atrasos de
sueldo considerables: cinco mil francos en oro (testimonio inédito de M.
Wladimir Rychlinski).
-¿Qué vas a
hacer con este montón de dinero? -le había preguntado el tesorero.
-¡Gastarlo
todo!
-¡No seas
exagerado! ¡A no ser que te compres una casa!
-Nada de eso,
sólo me compraré lo indispensable, camisas, guantes, etc. ¡Pero lo gastaré
todo!
-¿Hacemos una
apuesta?
-¡Hecha!
Al llegar a
París, Masloff se fue directamente al Gran Hotel, alquiló allí una suite a un
precio «loco» para aquella época:
cuarenta
francos al día. En el hall, un oficial destinado a Salónica le presentó a una
mujer. «Una mujer maravillosa, de una belleza extraordinaria», les dirá a sus
camaradas al volver a Mourmelon. Es Mata-Hari. No se separarán uno de otro
durante tres días... y tres noches. Comerán y cenarán siempre en Maxims. Todo lo
que su amante desee, él se lo comprará.
El resultado
no puede pecar de imprevisto. «Una semana después cuenta M. Wladimir Rychlinski,
todos los que habían asistido a la marcha de Masloff se hallaban reunidos de
nuevo en el restaurante del "Europa". A mitad de la cena llamaron al tesorero al
teléfono. Algunos minutos después entró sonriente y nos dijo: "Es Masloff, me
pide que le mande por telégrafo veinticinco francos para el viaje. Ya no tiene
nada..."».
El capitán
Ladoux era en 1916 ayudante del coronel Antoine Goubet, jefe del Deuxiéme
Bureau. Un día del mes de agosto -París ardía de calor- estaba trabajando en su
despacho del ministerio de la Guerra, en el bulevar Saint-Germain, cuando le fue
anunciada una visita verdaderamente inesperada: la de Mata-Hari.
A decir
verdad, Mata-Hari no le era totalmente desconocida a Ladoux. Aquella «bailarina
internacional» era lo suficientemente vistosa y sus relaciones lo bastante
numerosas y variadas para que hubiera atraído la atención del servicio secreto.
Sin que ella lo supiera, Mata-Hari venía siendo vigilada desde hacía bastante
tiempo, la policía no ignoraba ninguna de sus idas y venidas.
-¡Hágala
entrar! -ordenó el capitán Ladoux.
Ladoux era un
antiguo oficial de cazadores. En 1913 había pedido la baja del ejército para
dedicarse al periodismo. Movilizado en 1914 se había convertido en el oficial
ayudante del ministro de la Guerra, Messimy. Y Messimy había sido íntimo amigo
de Mata-Hari. Después de su detención fueron encontradas en sus maletas varias
cartas «extraordinariamente cariñosas» del antiguo ministro. Había sido en casa
de Messimy donde Ladoux había conocido a la bailarina.
¿Cómo se
desarrolló la entrevista? Poseemos dos versiones totalmente distintas. Veamos la
de Mata-Hari primero. Ésta asegura que fue a ver a Ladoux sólo para solicitar
que le extendiera un salvoconducto para Vittel y le mostró una carta de su
protector holandés el barón van der Kappelen en la que aparecían estas palabras:
«Margarita, usted qué quiere tanto a Francia...» Según ella, Ladoux le preguntó
entonces:
-Usted que
tanto quiere a Francia podría prestarnos grandes servicios, ¿no ha pensado nunca
en ello?
-Sí y no, no
son cosas éstas por las que una se ofrezca.
-¿Lo
haría?
-No he
pensado nunca en tal cosa.
-¿Debe ser
usted muy cara?
-Sí,
¡mucho!
-Según usted,
¿cuánto cree que valdría esto?
-Todo o nada.
Si se prestan servicios tan grandes como los que usted parece esperar, vale
mucho. Pero si se falla, entonces no vale nada.
Aquella misma
noche, Mata-Hari encontró al embajador Margerie y le pidió consejo. Esto es
completamente auténtico; fue confirmado incluso por el mismo embajador:
«Mata-Hari me dijo antes de irse a Vittel que un señor de barba negra le había
pedido en el ministerio de la Guerra si quería prestar Su ayuda a nuestro
gobierno... Mata-Hari, por sus relaciones internacionales y su inteligencia, me
ha parecido, en efecto, persona capaz de prestar valiosos servicios. Por otra
parte, ella hablaba de los alemanes en términos que podían hacerme creer que era
favorable a nuestra causa.» Al día siguiente Mata-Hari aceptó.
El capitán
Ladoux, en sus Memorias, pretende que fue Mata-Hari quien fue a proponer sus
servicios y que él le respondió:
-No tenemos a
nadie en Holanda, podría usted sernos de gran utilidad. ¿Sabe utilizar tintas
simpáticas?
-No, pero ya
aprenderé, tienen un nombre verdaderamente agradable.
-Sí, pero si
le cogen a uno, es el patíbulo.
-No es fácil
coger a Mata-Hari, sé defenderme.
-Ya nos hemos
dado cuenta.
-¿Aún
continúan con estas odiosas sospechas?
-Estoy
seguro, comprenda, absolutamente seguro, que usted es un agente al servicio de
Alemania, lo que ignoro todavía en este momento es por qué ha venido a hacerme
esta proposición que va a ponerla en una situación tal que se verá precisada a
traicionar a los alemanes o a nosotros.
¿Quién dice
la verdad, Ladoux o Mata-Hari? La declaración de Margerie -que está en el
expediente del ministerio de la Guerra- induce más a creer a la
bailarina...
Lo que
Mata-Hari fue a pedirle a Ladoux era un pasaporte para Vittel. ¿Por qué para
Vittel? Porque hay allí hospitales militares y Mata-Hari desea ir a cuidar a los
heridos. Sobre todo a uno: al capitán Masloff, que acaba de ser herido en un
ojo.
Conmovedor
proyecto. Pero Ladoux se acuerda en aquel momento que cerca de Vittel se está
construyendo precisamente un importante campo de aviación... ¿La «bella hindú»
no estará en realidad más interesada por los aeroplanos que por los soldados
heridos? Lo prescrito en las reglas de espionaje es dejar actuar al presunto
espía pero vigilándolo estrechamente. Ladoux no hace excepción a la regla.
Mata-Hari recibe su salvoconducto y parte.
«En Vittel,
lugar adonde seguí también a la inculpada, he podido comprobar que seguía con
sus manejos con los oficiales. Se hacía pasar por una condesa poseedora de un
castillo en Touraine.» Así se expresa el inspector Mounier, seguidor de las
huellas de Mata-Hari durante su estancia en Vittel en el mes de septiembre de
1916.
El general
retirado Le Loup de Sancy de Rolland -había hecho la guerra de 1870- declarará
que efectivamente encontró a Mata-Hari en Vittel pero que desconfió en seguida
de «la aventurera», aunque ella trató con él asuntos que no tenían ningún
carácter militar. Pero añadirá:
-En mi hotel
atrajo mi atención un oficial ruso vestido de uniforme que, sabiendo
probablemente quién era yo, me saludó militarmente. Estaba herido en un ojo y
llevaba una venda negra. Le felicité por esa herida grave recibida en servicio
de Francia... Charlamos un poco y después llegó a nuestra mesa una mujer que el
oficial me presentó como a su prometida.
La tal
«prometida» no era otra que Mata-Hari. Y el oficial se llamaba Vadim Masloff.
Las prodigalidades del mes precedente pasado en el Gran Hotel habían emocionado
a Mata-Hari. Ella misma aseguraría que había amado mucho a Masloff. Es
posible.
Masloff tenía
sólo veintitrés años. Era rubio y bajito -1'70 metros- pero resultaba de aspecto
muy agradable con sus ojos azules tan de tipo eslavo. Mata-Hati acababa de
cumplir los cuarenta. Pero el ruso no parecía darse cuenta de la diferencia de
edad. Tampoco Mata-Hari, si es verdad como afirma que había pensado incluso en
el matrimonio. También dirá que fue en Vittel donde tomó la resolución de no
pertenecer a nadie más que a Masloff. Lo único que le hacía falta, dirá luego,
era encontrar «bastante dinero para no tener que engañar a Vadim».
De vuelta a
París el 15 o el 17 de septiembre -de 1916, Mata-Hari se dirigió en seguida a
ver al capitán Ladoux.
Ladoux se
siente cada vez más perplejo: ¿Quién es realmente Mata-Hari? ¿No existirán
contra ella sólo un cúmulo de desagradables coincidencias? Su salida hacia
Berlín en julio de 1914; sus viajes a Inglaterra; su estancia en Vittel; sus
relaciones con los aviadores: ciertamente en todo esto Ladoux no puede llegar a
descubrir ninguna prueba decisiva. Sin embargo, la coincidencia de sus múltiples
actividades es desconcertante. Resulta imposible permanecer inactivo ante la
peligrosa eventualidad de que Mata-Hari esté al servicio de los alemanes...
Cuando
Mata-Hari aparece ante el capitán a su vuelta de Vittel con el rostro nimbado de
inocencia, sonriéndole con su carnosa boca y mirándolo con sus ojos lánguidos,
Ladoux, sin ambages, le dice que «las potencias aliadas la consideran
sospechosa».
-Debe usted
regresar inmediatamente a Holanda y no volver más a Francia.
Nunca una
mujer ha demostrado estupefacción más penosa.
La sorpresa,
la pena de Mata-Hari, ¿son sinceras o fingidas? Ladoux parece dudar, entonces
Mata-Hari grita:
-Capitán,
¿cómo puede usted pensar que me dedico al espionaje?
Ladoux se la
queda mirando, finalmente dice:
-La creo,
pero será preciso que trabaje para nosotros.
En seguida
acepta. Acepta con un entusiasmo que parece tan sincero que Ladoux no sabe qué
pensar. Surge la eterna duda existente entre los espías y el contraespionaje. Lo
mejor es poner a prueba a Mata-Hari. A través de España, Portugal, Inglaterra y
Holanda, Mata-Hari llegará hasta Bélgica; allí es donde se verá de lo que es
capaz.
Tal es la
relación que hace Ladoux de los hechos. La versión de Mata-Hari, encontrada en
el expediente, naturalmente es bastante diferente. Ladoux, según ella, la acogió
con las siguientes palabras:
-¿No ha
cambiado de opinión? ¿Ha reflexionado bien?
-Sí.
-¿Y cómo
piensa usted empezar a operar?
«Me acordé
entonces de van der Schelk. En Amsterdam me había presentado a M. Warfleim, uno
de los banqueros más ricos de allí que se me había insinuado, pero a quien yo no
había hecho caso. Me había dicho más-de una vez: "Venga a verme a Bruselas,
tengo una casa magnífica. Me ocupo de todos los asuntos del Estado Mayor alemán.
Los conozco a todos." Puedo ir a verle. Está muy introducido. ¡Es el brazo
derecho de von Dissingl Iré a Bruselas vestida de un modo verdaderamente
deslumbrador y a través de é1 podré conocer a los miembros del Estado Mayor
alemán. ¡Sólo le digo esto! Daré un solo golpe, uno solo, después me marcharé.
El capitán
pareció quedarse entusiasmado. Después me preguntó qué interés tenía en ponerme
al servicio de Francia.»
-Mi único
interés consiste en poderme casar con Masloff -asegura haber contestado
Mata-Hari- y el de ser independiente.
-Vale la
pena. ¿Y la cuestión del dinero?
-Quiero un
millón, pero ya me lo pagará cuando haya comprobado el valor de mis
servicios.
-Es una suma
muy fuerte, pero si verdaderamente nos presta los servicios que dice, se la
daremos.
Mata-Hari
cuenta cómo entonces Ladoux intentó tenderle una trampa. Le sugirió que se fuera
a La Haya y allí le aseguró que recibiría la visita de un agente del Deuxiéme
Bureau francés.
-¿Cómo lo
reconoceré?
Ladoux
emborronó algo en un trozo de pape1, lo dobló en cuatro pliegos y se lo tendió a
la bailarina.
-Le dirán
esto.
Mata-Hari
desdobló el papel. Sólo pudo leer en él dos letras y dos cifras: A F 44.
Ante su
silencio, Ladoux le dijo:
-¿No conoce
este número?
-Jamás lo he
visto.
-Yo creía que
era el suyo. El que le fue impuesto por los servicios alemanes.
-Capitán, se
lo ruego de una vez para siempre. Deje ya de hacerme esta clase de insinuaciones
que tanto me molestan...
-Si consigue
poner en nuestras manos un espía importante alemán, español o neerlandés, se le
darán veinticinco mil francos...
-No se lo
aseguro. Pienso entregarle informes de tipo militar o diplomático, ¡pero no me
gusta denunciar a la gente!
Con un
pasaporte de la Prefectura de Policía, Mata-Han abandona París. No duda ni por
un momento de que ha sido contratada por el Deuxiéme Bureau. Ladoux no la pierde
de vista. Mata-Hari se embarca en Vigo el 9 de noviembre en el Hollandia.
Pero su barco
es revisado Por los ingleses. Es arrestada, conducida a Londres e interrogada
extensamente. Después la policía inglesa le dice:
-La habíamos
tomado por una tal Clara Benedict, una espía alemana a quien andamos buscando.
Ahora sabemos que no es usted Clara Benedict, pero no puede ir a Holanda. Es una
medida de orden general tomada por Inglaterra respecto a los holandeses. Vuelva
a España.
Antes de
salir de Inglaterra, Mr. Thompson, el jefe de la policía secreta inglesa, le
habla paternalmente:
-Escuche a un
hombre de experiencia. Renuncie a lo que está haciendo.
Mata-Hari le
contesta:
-Se lo
agradezco de todo corazón, señor. Seguiré su consejo.
De nuevo
Mata-Hari está en Madrid. Va al hotel Palace, cuyo director es un belga llamado
Marquet. Un agente francés, Claudio Lucieto, dijo que este hotel cosmopolita era
«el lugar donde se daban cita todos los espías e intrigantes internacionales
bajo la estrecha vigilancia de los agentes de la Entente».
Mata-Hari
está desocupada. Y como siempre, necesita dinero.
¿Qué hará?
Cedámosle la palabra:
«Me hice la
siguiente reflexión: ¿Qué puede impedirme utilizar mi tiempo poniéndome en
contacto con los alemanes? Lograré así relacionarme y entretanto empezaré a
resolver cosas...» Le pedí al portero el anuario diplomático y vi que el
agregado militar alemán era el capitán von Kalle, residente en el número 23 de
la Castellana.
Le escribe en
seguida: « Mi capitán: deseo hablarle. ¿A qué día y a qué hora podría usted
recibirme?» Al día siguiente le contesta von Kalle: «Señora, no tengo el honor
de conocerla, pero la recibiré mañana a las tres.» Mata-Hari acude a la cita. El
capitán la acoge cortésmente:
-No tengo
costumbre de recibir señoras que podrían serme enviadas por e1 enemigo, pero ya
he visto que con usted éste no es el caso... No puede serlo.
-¿Por
qué?
-Porque hace
casi diez meses que soy comandante y los agentes que podrían serme enviados por
el enemigo no ignoran mi nueva graduación.
Muy pronto,
explicará Mata-Hari, la entrevista adquiere un aire de intimidad... Von Kalle,
incidentalmente, le dice:
-Estoy
fatigado. Ahora estoy haciendo desembarcar de un submarino oficiales alemanes y
turcos, además de municiones, en la costa de Marruecos en la zona francesa.
Excelente
informe que Mata-Hari transmite rápidamente a Ladoux. Tan excelente que da qué
pensar. Insistimos en que nos limitamos a utilizar el relato hecho por
Mata-Hari. ¿Es verosímil creer que en su primera entrevista con una desconocida
el agregado militar alemán en Madrid haya revelado un secreto militar de tanta
importancia? Tanto más, dado que la «intimidad» a la que hace alusión Mata-Han
fue aquel día sólo relativa, según propia confesión. No se convirtió en la
amante de von Kalle hasta más tarde.
¿Y bien?
¿La entrevista con von Kalle transcurrió realmente tal como la relata Mata-Hari?
Es uno de los mayores problemas que se le plantearán a Ladoux.
1916,
el agregado militar francés en Madrid, un coronel que se llamaba Danvignes, cuando
por un azar hábilmente buscado se encontró con Mata-Hari, quedó extasiado. Una
vez más, la leyenda de la bailarina había dado sus frutos y ejerció su
influencia... El coronel empezó a hacerle la corte inmediatamente del modo menos
discreto. Mata-Hari escuchaba sonriente sus declaraciones, pero procurando que
éstas no resultaran excesivamente inflamables.
Una noche
en la que Danvignes estaba más asediante que nunca, Mata-Hari, poniéndose seria
de repente, le habló de sus relaciones con von Kalle y de los informes que había
transmitido a Ladoux. El coronel quedó maravillado. ¡Decididamente aquella mujer
resultaba todavía más apasionante de lo que él creía! Entonces la animó con
entusiasmo a que volviera a ver a von Kalle.
Mata-Hari
obedeció, pero esta vez el alemán no le reveló nada.
El coronel
Danvignes tenía que volver a París. Se despidió de Mata-Hari con gran emoción.
Mata-Hari le pidió sólo una cosa:
-Vaya usted
a ver al capitán Ladoux y a su jefe. Dígales qué tipo de mujer soy yo y
ruégueles por favor que obren de un modo más abierto conmigo.
Cuando
Mata-Hari visitó de nuevo a von Kalle, lo encontró, según dice, muy descontento.
Al pretender ella con falsa ingenuidad asombrarse de su mal humor, éste la acusó
brutalmente de haber revelado lo que él le había dicho.
-¡Los
franceses están mandando cables en todas direcciones para saber dónde hemos
desembarcado los oficiales en Marruecos!
-¡Han
podido enterarse por alguien que no sea yo! ¿Y cómo puede usted saber lo que
dicen los franceses en sus mensajes? Deben estar cifrados, ¿no?
-Sabemos
este secreto. ¡Podemos descifrarlos!
Mata-Hari
lanzó un grito de admiración. Se dio cuenta de que había llegado el momento de
abandonar todo vano pudor cosa además que nunca había sentido. Dirá en su
declaración:
«Qué más
da, me dije entonces, vamos a ello... y le dejé hacer todo lo que quiso... Una
vez terminadas sus efusiones, volvió a hablarme de sus asuntos...» Fue de esta
manera cómo Mata-Hari se enteró del nombre del jefe del espionaje alemán en
Barcelona: el barón de Roland.
Y también
fue de este modo cómo se enteró de la manera como los agentes alemanes
transmitían sus mensaje: «Los pasaban en forma de pequeñas bolas ocultas bajo
las uñas o dentro del oído». El día siguiente mismo, Mata-Hari dirigía una carta
de doce páginas al coronel Danvignes dándole cuenta de su conversación con von
Kalle.
Lo que ella
no podía saber era que Danvignes efectivamente había ido a ver a Ladoux, pero
que éste lo había puesto en guardia contra Mata-Hari, y que a partir de aquel
momento el coronel había resuelto firmemente huir de aquella «sirena».
El año 1916
estaba terminando, Ahogados en el barro de las trincheras, los hombres habían
empezado a soportar su tercer invierno en guerra. Una guerra en la que el
sufrimiento era continuo, ciertamente había que luchar contra el enemigo, contra
un diluvio de fuego y hierro, pero había que soportar al mismo tiempo el frío,
los piojos, la sed y el hambre.
De una
parte y de otra, los servicios secretos trataban lo mejor que podían de recoger
toda clase de secretos que pudieran ayudar a los combatientes. Algunas veces lo
consiguieron, pero la mayoría de las veces sus encarnizados esfuerzos fueron
inútiles, desbaratados por el adversario antes de que hubieran podido llegar a
ser útiles.
No está de
más hacer constar que en el mismo momento en que von Kalle revelaba a Mata-Hari
que los alemanes conocían el código cifrado de los franceses, Ladoux también
podía leer como en un libro abierto los cables cifrados por los alemanes.
Cuando le
llevaron a Ladoux el mensaje que puede leerse a continuación, captado desde la
torre Eiffel y descifrado inmediatamente, el capitán debió sentir algo muy
parecido a lo que experimenta el cazador cuando acaba de descubrir la caza. «Al
agregado militar de Madrid del Estado Mayor de Berlín. El agente H 21, de la
sección de centralización de informes de Colonia, ha llegado aquí. Ha fingido
aceptar los ofrecimientos del S. R. francés y de llevar a cabo un viaje de
prueba a Bélgica. Quería, con el consentimiento del servicio secreto francés, ir
de España a Holanda a bordo del Hollandia. Pero aunque iba provista de
documentos franceses, fue enviada de nuevo a España porque los ingleses
persistían en considerarla como sospechosa. Ha dado informes muy completos sobre
los asuntos de que le hablo por carta. Ha recibido cinco mil francos en París a
principios de noviembre y actualmente ha pedido diez mil.» ¡El agente H 21! ¿ Se
podía seguir dudando aún? El itinerario de esta espía, perteneciente a la
sección de centralización de Colonia, ¿no era acaso -exactamente- el mismo
seguido durante los últimos meses por Mata-Hari?
Para
acabarlo de confirmar, otros dos mensajes fueron captados desde la torre Eiffel.
Ambos estaban firmados por von Kalle. He ahí el fechado el 26 de diciembre de
1916: «H 21 hará pedir por medio de un telegrama del cónsul de Holanda en París
que se haga un nuevo depósito de fondos a su criada en Roermonde y le ruega que
pase aviso de esto al cónsul de Alemania, Kraemer en Amsterdam.» Y el segundo
del 28 de diciembre dice: «H 21 llegará mañana a París. Pide que se le envíe en
seguida por telegrama por intermedio del cónsul Kraemer de Amsterdam y de su
criada Ana Lintjens de Roermonde, 5.000 francos al Comptoir d'Escompte de París
para que le sean entregados en esta ciudad.» Ladoux espera con impaciencia. Si
Mata-Hari vuelve a Francia quedará probado definitivamente que ella y el agente
H 21 son una misma persona... El 4 de enero de 1917 el capitán recibe un
informe: Mata-Hari acaba de llegar a París.
Inmediatamente queda decidido: hay que arrestarla. Se esperan algunas
semanas con la esperanza de poder recoger alguna nueva prueba o descubrir
algunos cómplices. Se vigila el Comptoir d'Escompte: cinco mil francos
efectivamente acaban de ser ingresados en la cuenta de Mata-Hari, que los ha
cogido sin darse cuenta de que esto será su perdición. Visita a Ladoux y éste se
muestra glacial al decirle:
-Nunca debe
olvidar que ni usted me conoce a mí ni yo a usted.
Mata-Hari
pregunta por los informes que ha mandado a Danvignes.
-¿Cómo?
-exclama Ladoux- ¿Dice usted que los alemanes conocen la clave de nuestros
cables? El agregado militar alemán se ha burlado de usted.
-Aunque
sólo hubiera una posibilidad entre cien de que lo que me dijo fuera verdad,
habría que verificarlo.
-Claro.
En los días
que siguieron a esta conversación, Mata-Hari se siente cada vez más inquieta.
Evidentemente está ocurriendo algo que no acaba de comprender. Se la espía, se
la sigue, sus cartas son abiertas, sus conversaciones telefónicas son
escuchadas, ¿por qué?
Trata de
encontrar al coronel Danvignes pero éste la evita.
Mata-Hari
va detrás de él hasta que logra verle en el andén de la estación de Austerlitz,
el coronel vuelve a España. Danvignes parece contrariado. Sólo pronuncia algunas
palabras «con una voz casi imperceptible», dirá Mata-Hari.
Finalmente,
escribe a Ladoux: «¿Qué quieren de mí? Estoy dispuesta a hacer cuanto deseen, no
le pregunto cuáles son sus secretos ni trato de conocer quiénes son sus agentes.
No estropee mi trabajo haciéndome seguir por agentes que no pueden comprenderme.
El desear que me paguen es cosa bien legítima, quiero partir...»
El 13 de
febrero de 1917, a las siete de la mañana, el comisario Priolet, seguido de
cinco inspectores entra en el hall de l'Elysée-Palace en el 103 de la avenida de
los Campos Elíseos.
Trae una
orden de arresto a nombre de Margarita-Gertrudis Mac Leod Zelle.
Se le
conduce hasta la habitación de Mata-Hari. El comisario llama a la puerta. Nadie
contesta. A la tercera vez, como siguiera persistiendo el silencio, grita que va
a echar la puerta abajo.
Por fin se
oye una voz, una voz de mujer:
-¡Entre, si
es que no le da vergüenza penetrar en la habitación de una dama! Cuando los
policías entran en su cuarto, Mata-Hari parece sentirse verdaderamente molesta.
Pide permiso para retirarse al tocador y arreglarse. Priolet la autoriza a ello.
Algunos instantes más tarde sale bruscamente para preguntar una cosa, va
completamente desnuda. Los policías explicarán más tarde que «tanto impudor les
resultó francamente desagradable». De momento, sin embargo, no parecen
manifestar tanto desagrado...
Mata-Hari
acaba de arreglarse y luego, sonriente, ofrece a Priolet bombones, tiene un
casco alemán lleno, regalo de Masloff. Después, dócilmente, se deja conducir
hasta el Palacio de Justicia y entra en el despacho del capitán Bouchardon,
ponente del 3º consejo de guerra.
El capitán
procede al interrogatorio y la culpa en seguida de «espionaje, complicidad e
inteligencia con el enemigo con el fin de favorecer sus empresas». Una hora más
tarde está en la cárcel de San Lázaro. La puerta de la celda n.° 12 -la de los
inculpados notables, la de Mme. Caillaux, de Mme. Steinheil y -de Teresa
Humbert- se cierra tras ella.
Hacía ocho
semanas que Mata-Hari estaba en la cárcel. Había pedido la libertad provisional
pero el comisario Bouchardon se la había negado. Mata-Hari había protestado
violentamente; tristemente dice: «Estoy profundamente sorprendida y apenada de
que usted rehúse concederme la libertad provisional. No pensaba abusar de ella.
Las condiciones en que tengo que vivir aquí son tales y todo está tan sucio que
no sé cómo podré soportarlo. Recuerde que yo soy una mujer muy distinta de las
que están conmigo y me tratan igual. Por favor le ruego que revoque tal
decisión, permítame vivir fuera de la cárcel. No se preocupe, no me marcharé...
Jamás, jamás he hecho la menor tentativa de espionaje contra ustedes. Sufro
mucho... Lo que más desearía es poder obtener permiso para ir a ver a mi
prometido, el capitán Masloff. No encuentro palabras con qué pedírselo. Jamás
les hice ningún daño. Concédame la libertad.»
Ocho
semanas. Ocho semanas duraba la instrucción de la causa. Ocho semanas en que
Mata-Hari se defendía paso a paso contra las asechanzas tendidas por el capitán
Bouchardon, Aquel oficial de rostro sombrío en el que destacaba con fuerza el
enorme bigote negro, trataba por todos los medios de hacerle confesar que era
una espía alemana. Mata-Hari lo negaba ferozmente.
Lo que
complicaba enormemente la tarea a Bouchardon era que Ladoux le había entregado a
Mata-Hari guardándose para él las pruebas decisivas: es decir, los cables
alemanes que hacían referencia al agente H 21 que habían sido captados desde la
torre Eiffel, Se trataba de un secreto militar de primer orden.
El
ministerio de la Guerra temía dárselo a conocer al complejo aparato de la
justicia. ¿Desenmascarando a Mata-Hari valía la pena de hacer saber a los
alemanes que se conocía la clave de su escritura cifrada? Todo el problema
radicaba en esto.
El abogado
de Mata-Hari, Edouard Clunet, antes de la guerra había sido uno de sus íntimos
amigos, por no decir algo más.
El 23 de
abril de 1917 dirigió la siguiente nota a Bouchardon:
«Mi
capitán, me permito insistir enérgicamente cerca de usted para que ponga fin a
la instrucción de la causa contra mi cliente. Lleva dos meses encerrada en San
Lázaro bajo acusación de espionaje, pero no ha sido presentada ninguna prueba
contra ella que confirme esta acusación. Las cosas no pueden seguir así por más
tiempo contra esta desgraciada, es preciso ponerla en libertad provisional en
seguida. La acusación procede del ministerio de la Guerra, es preciso que este
departamento aporte inmediatamente pruebas. Sería injusto y cruel prolongar por
más tiempo esta situación.» No se podía tachar a esta carta de falta de lógica.
Esta vez, el ministerio de la Guerra tenía los dados en la mano. Antes de una
semana, Bouchardon recibía ocho telegramas enviados desde Berlín a von Kalle o
expedidos desde Madrid por éste. Entre ellos había los cables que comprometían
al agente H 21.
Mata-Hari,
cuando el capitán exhibió triunfalmente los documentos ante ella, trató por
todos los medios de negar la evidencia. Escribió a Bouchardon: «¿Y no sería
posible que los alemanes hubieran lanzado con toda intención al espionaje
francés sobre una falsa pista?... Podría ser una venganza por su parte, ¿está
usted seguro que ellos no saben que ustedes iban a interceptar estos mensajes?
¿No podría haber ocurrido que hubiesen telegrafiado precisamente aquello que
querían que usted supiera?» Un día, Bouchardon le leyó la declaración escrita
por Masloff.
Éste
declaraba que al volver al frente, su general lo había llamado «para indicarle
que cesara de tener toda relación con esa dama que pasa por ser una aventurera.»
¡Una aventurera! ¡Así la llamaba Masloff! La serenidad de Mata-Hari se vino
abajo.
-Estoy
decidida a decir la verdad, toda la verdad,..
Pero, ¿cuál
era la verdad? En el mes de mayo de 1916, según ella, el cónsul de Alemania en
Amsterdam -Kraenier- le había pedido que fuera a Francia a descubrir secretos en
provecho de Alemania. Le había ofrecido veinte mil francos (1), y había
aceptado, pero...
-Con mis
veinte mil francos en el bolsillo, me olvidé tranquilamente del señor Kraemer y
durante mi estancia en París no mandé nada.
A lo que
Bouchardon contestó muy acertadamente:
-Si fuera
verdad que no hubiese mandado nada a Kraemer durante su estancia en Francia, no
se habría arriesgado a presentarse a von Kalle diciéndole que era usted H 21..,
Porque usted se lo debió decir, y ya en su primera entrevista.
-Sí, pero
yo había salido de Francia hacía varias semanas y sólo le revelé lo que había
podido saber por los periódicos.
Bouchardon
le recordó que von Kalle le había dado entonces tres mil quinientas pesetas. ¿Y
los cheques de Kraemer? ¿Y los cinco mil francos del Comptoir d'Escompte? Los
alemanes no dan nada por nada.
Desde el
banquillo de los acusados, Mata-Hari escuchaba inmóvil las acusaciones que se le
lanzaban. Hacía calor. Era el mes de julio de 1916. La mirada endurecida de esta
mujer, envejecida y gorda, de tez amarillenta, parecía errar muy lejos. Se la
acribillaba a preguntas, contestaba a todo con una voz sin matices. Habría
podido negar, negarlo todo: a decir verdad, el expediente resultaba muy exiguo.
Indicios, probabilidades, mensajes captados desde la torre Eiffel: esto era
todo. Desde luego, bastaba para demostrar que estaba al servicio de los
alemanes, pero no había nada que probara que efectivamente les había revelado
algo. El fiscal, a pesar de todos sus esfuerzos, no había podido llegar a decir
qué secretos eran los que Mata-Hari había podido revelar.
El
comandante, Emile Massard, que asistió al proceso, nos ha dejado un retrato
verdaderamente evocador de la acusada «de pie en el banquillo de los acusados...
vestida de azul, luciendo un escote en punta muy bajo, y tocada con su sombrero
tricornio coquetamente militar... Lo que más impresionaba de ella era su aspecto
resuelto y la clara inteligencia de que daba pruebas a cada momento. No negaba
nada de lo que la acusaba el fiscal, pero tenía respuesta para todo. Le gustaba
alardear de mujer viciosa. Oyéndose llamar Mesalina, no trataba de negarlo; se
limitaba a responder lo incontrastable: cortesana sí, espía, no.» Negó haber
revelado secretos a los alemanes referentes a la ofensiva de 1917. Cuando el
presidente mencionó el dinero que había cobrado en el Comptoir d'Escompte,
contestó:
-Es cierto,
lo cobré. El comandante von Kalle encontró más cómodo pagar mis caricias con el
dinero de su gobierno que con el propio.
-El Consejo
de Guerra tendrá en cuenta esta explicación en lo que vale -hizo observar el
coronel-. ¿Reconoce usted que el dinero procedía del jefe del espionaje alemán
en Amsterdam?
-Mata-Hari
respondió:
-Sí. El
dinero procedía de mi amigo de Holanda, que sin saberlo, pagaba las deudas de mi
amigo de España.
El teniente
Mornet -bajito, con barba en punta, cruel e implacable- se levantó y pidió la
pena de muerte. M. Clunet -con su hermosa barba blanca extendida sobre la negra
toga junto a la medalla militar de 1870 hizo una apasionada defensa, Trató de
demostrar la fragilidad de las acusaciones que se habían hecho a su cliente,
pero los magistrados militares no se dejaron conmover. El Presidente volvió al
cabo de una deliberación de diez minutos con un veredicto pronunciado por
mayoría de seis contra uno: Mata-Hari había sido condenada a muerte. La
tradición dice que la sentencia le fue leída ante un piquete de soldados
presentando armas. De pie, Mata-Hari oyó sin temblar el escueto comunicado que
la enviaba a la muerte. Lo escuchó «impasible, hierática y pálida», después se
encogió de hombros y sondó.
Cuando, al
amanecer del 15 de octubre, el grupo siniestro penetró en su celda, M, Clunet se
le acercó rápidamente temblando. El comandante Massard, testigo de la escena
-que luego explicó-, le oyó decir:
-Margarita,
si quiere, encinta, el código penal. Diga que es el artículo 27.
El doctor
Socquet se aproximó.
-Margarita,
se lo ruego, deje que la examinen... -dijo el abogado frenéticamente.
Entonces,
Mata-Hari se levantó bruscamente, apartando la colcha. Sentada en el camastro y
con las piernas desnudas, dijo con voz fuerte haciendo un movimiento de
protesta:
-¡No! ¡No!
No estoy encinta. No quiero recurrir a este subterfugio. No... No tienen por qué
examinarme. Voy a levantarme...
De un salto
se puso de pie. Su camisa de tela basta se abrió, dejando su pecho al
descubierto, pero no pareció importarle.
Se volvió
hacia una religiosa que esperaba, lívida:
-Hermana
María, haga el favor de pasarme mi bonita ropa interior que habíamos apartado y
colocado sobre esa tabla.
Se puso un
corsé y un cubrecorsé y se vistió tranquilamente.
De entre el
grupo de hombres avanzó entonces el pastor Darboux.
Mata-Hari
se arrodilló ante él, éste cogió un cazo esmaltado de blanco, lo llenó de agua y
lo vertió sobre la cabeza inclinada de Mata-Hari, luego ésta se levantó.
Se puso los
zapatos, los guantes y pidió unas agujas para el sombrero.
-El
reglamento lo prohíbe -dijo el director.
El capitán
Thibault, auditor, se adelantó con un lápiz en la mano y una hoja de papel:
-¿Tiene
usted alguna revelación que hacer?
-¿Yo? -dijo
Mata-Hari, con voz súbitamente vibrante-. No tengo nada que decir, y si tuviera
algo que decir, no sería a usted.
La
religiosa lloraba. Mata-Hari le dijo dulcemente:
-No llore,
hermana María...
Y más
dulcemente todavía, añadió:
-Imagínese
que salgo para emprender un largo viaje, pero que volveré y nos veremos de
nuevo. ¿Va usted a acompañarme un poco, verdad?
Mata-Hari
la abrazó... Cogió un paquete de cartas que tenía ya preparadas y siguió
dócilmente a los magistrados, teniendo su mano entre la de sor María...
Todavía:le
permitieron escribir algunas cartas. M. Clunet las cogió.
Un
automóvil esperaba. Fue conducida hasta allí y tomó asiento en la parte de
atrás. El pastor Darboux se sentó a su lado.
Enfrente se
sentaron sor María y otra religiosa. Un gendarme se sentó al lado del chófer.
Cuatro vehículos en los que iban los magistrados, el abogado y el médico,
escoltaban el coche de Mata-Hari...
A una
marcha moderada, el coche se dirigió hacia la plaza de la Nación y la puerta
Daumesnil. Finalmente, llegaron a Vincennes. El cortejo penetró en el fuerte.
Pasaron por delante del torreón. «Ya estamos en el siniestro lugar de destino,
cuenta el comandante Massard. Al pie está el poste, o mejor dicho, un palo hecho
con un mísero tronco de árbol. Los soldados están colocados en fila de a tres
formando un cuadrado con la línea de tiro. Hay destacamentos de todas las
armas.» El coche de Mata-Hari se para. El pastor es el primero en bajar.
Tiembla. Se diría que es a él a quien van a fusilar. Mata-Hari, en cambio,
desciende del coche muy segura, se mantiene erguida y firme. Se adelanta y dice
sólo:
-Venga
conmigo, sor Maria, cójame fuerte la mano.
Las tropas
le presentan armas. Se encamina hacia los soldados como si fuera a pasarles
revista. El poste... El siniestro poste.
Desprende
su mano de la de la religiosa. Su abogado la abraza convulsivamente. Sin
brutalidad, los gendarmes la conducen hasta el poste...
La voz
monótona del auditor leyó rápidamente el texto de la sentencia. Un enfermero se
acercó para vendar los ojos, pero Mata-Hari rechazó la venda... El pastor le
dirigió otra exhortación todavía, larga, excesivamente larga en opinión de los
allí asistentes. Después se separó:
-¡Apunten!
Una sonrisa de Mata-Hari... Su última sonrisa a su último público... A su
abogado y al pastor les mandó un beso con la mano que oscilaba en el vacío.
-¡Fuego!...
Una
detonación, Sólo una. En tierra yace un cadáver ensangrentado. El tiro de
gracia... El regimiento desfila... Todo ha terminado. De Mata-Hari sólo queda su
leyenda. Era una mañana fría, el 15 de octubre de 1917.
Transcurrido medio siglo, ¿qué juicio puede emitir la Historia respecto a
Mata-Hari? ¿Es culpable? ¿Inocente? ¿Medianamente inocente o medianamente
culpable? Hasta ahora los escritores que estudiaron el caso de la
bailarina-espía, no podían hablar con conocimiento de causa, desconociendo como
desconocían las piezas fundamentales del proceso.
Ahora ya no
es lo mismo. ¿Por qué? Hay que tener presente, ante todo, que la época en que se
juzgó y fusiló a Mata-Hari, 1917, será para siempre, para todos los
historiadores, el año difícil. Es el año del desastre de la ofensiva de Nivelle.
Es una época de crisis moral, de rebeliones. Fusilando, como se fusilaba en el
frente, a soldados de veinte años sólo por un simple desacato a la obediencia,
¿podían los magistrados militares sentir piedad por una Mata-Hari cuyas
relaciones -fructuosas- con los alemanes habían sido probadas?
A pesar de
todo, se experimenta un cierto malestar, cuando al ir pasando las hojas del
expediente no se descubre en ellas ninguna prueba palpable, ninguna mención
precisa sobre algún informe. Se condenó a Mata-Hari porque era seguro que era un
agente alemán. Pero hay espías que no espían... ¿Fue éste el caso de Mata-Hari,
tal como ella aseguraba con juramentos?
Para
saberlo, una vez terminada la guerra fueron preguntados los mismos interesados:
los alemanes. El general de brigada retirado Gempp, antiguo jefe del servicio de
contraespionaje en el ministerio de la Reichswehr, dijo:
«Se han
inventado un sinfín de mentiras sobre el servicio secreto alemán; este servicio
habría llevado a cabo las hazañas más inverosímiles y cometido atroces delitos.
Casos como éste de la desgraciada Mata-Hari que, en realidad, no había hecho
nada para el servicio de información alemán, han sido extraordinariamente
explotados.» La famosa Fraulein Doktor dijo lacónicamente:
-Sie war
ein Versager (era un obús inútil, un obús que no mata).
Pero
alguien dijo algo muy distinto. En una obra dedicada al Espionaje durante la
Primera Guerra Mundial, el capitán Fritz Carl Roegels escribió lo
siguiente:
«Mata-Hari
hizo mucho por Alemania. Nos sirvió de correo con nuestros informadores del
extranjero. Les llevaba dinero, cheques, les transmitía órdenes, recibía
noticias y transmitía las más esenciales. Estaba perfectamente al corriente de
las cosas militares porque había sido instruida en una de nuestras mejores
escuelas de información. Fue la espía más peligrosa que tuvo
a su
servicio Alemania... un agente verdaderamente notable.» Interrogado por nuestro
compañero Paul Guimard, cuarenta años después de la ejecución de la bailarina,
el teniente Mornet -convertido en el fiscal general Mornet- dejó escapar algunas
opiniones sobre Mata-Hari. Según él era «una mujer sin ninguna importancia, sin
distinción, ni interés». Y añadió esta frase verdaderamente inusitada:
-¡Confidencialmente le diré que no había porqué armar tanto ruido! Cosa
que no le había impedido pedir -y obtener- la pena de muerte...
Alain Decaux, Dossiers Secrets de
L'Historie, Libraire Académique Perrin, 1966
Traducción: Carmen Soler
Blanch
Primera edición española en papel de
Luis de Caralt, noviembre de 1968
|