ATENEA. LA VIRGEN GUERRERA
Palas Atenea es la diosa de los guerreros victoriosos y lo es porque en su nacimiento aparece armada y dispuesta para su misión. Pero, además, ese suceso partenogenético, sin madre ninguna, ya proclama su futura condición virginal. Atenea sale directamente del cráneo paterno y no necesita ningún seno materno que la cobije durante la gestación. Tal vez por eso, Atenea no conozca varón ni lo necesite. Es una mujer de una sola pieza, sin fisuras ni ataduras familiares; por eso no es nada raro que se la vea como una divinidad exclusivamente diseñada para la victoria de los suyos, de los hijos de la Hélade. Con el paso del tiempo, Atenea se va dulcificando y toma un papel más maternal para con sus fieles, ya que pasa de ser una mujer de acción a una matrona tutelar, hasta que se convierte en la diosa guardiana del Estado y de los hogares atenienses, primero, y de todo el área griega después. Con el cambio sufrido, Atenea ya no es la brava diosa que acompaña las expediciones armadas de conquista o de castigo; con el paso del tiempo, la diosa no sale más al combate, sino que se mantiene permanentemente en guardia contra los enemigos que pueden venir de fuera. La ciudad, sinónimo del Estado nuclear griego, es su ámbito natural y a ella se dedica su reinado. Con la ciudad también se engloban, mucho más adelante, los que viven y trabajan dentro de sus límites y así la guerrera Atenea pasa a preocuparse por la suerte de los artesanos y termina atendiendo a los agricultores que alimentan a sus protegidos ciudadanos.
ASI COMENZO SU VIDA ETERNA
Atenea nació de Zeus, saliendo de su cabeza, como ya se ha dicho; pero Zeus no era buen padre para sus múltiples hijos y abandonó a la niña armada en manos del dios-río Tritón. El buen dios tomó a la chiquilla bajo su tutela como si fuera otra de sus hijas. Criada en ese ambiente familiar, la joven Atenea encontró su mejor amiga en la hija de Tritón, y con esta niña de su misma edad, con la gentil Palas, entretuvo los días felices de la infancia. Pero la inocencia se iba a acabar de un modo terrible: en uno de los muchos combates simulados entre las niñas, Palas estuvo a punto de golpear seriamente a su compañera Atenea, pero Zeus, que no era tan mal padre después de todo, vio la escena y salió en defensa de su hija, distrayendo a Palas con su zurrón. Atenea, librada del ataque, mató a la distraída Palas sin darse tampoco cuenta de lo que estaba sucediendo delante de sus ojos. En otras versiones del mito se relata que la diosa Atenea nació en Libia, a la orilla del lago Tritón (o Tritonis) y fue recogida por tres ninfas quienes se encargaron de su cuidado y educación. Durante uno de los juegos de guerra en los que se entretenía Atenea, como preludio infantil de su vocación de guerrera, con su inseparable compañera Palas, perdió el control de su lanza, y ésta alcanzó mortalmente a la otra niña. Atenea quedó horrorizada por lo ocurrido y en su escudo, que ya nunca más serviría de juguete, escribió el nombre de Palas e hizo que ya, para siempre, el nombre de la perdida amiga fuera precediendo al suyo propio Palas Atenea.
OTRAS VERSIONES DEL MITO
Otras fuentes nos relatan un amor bastante contrariado entre Zeus y Metis, la titánide esquiva. A pesar de todos los muchos trucos que empleaba el caprichoso amante celestial, Metis conseguía despistar lo una y otra vez, lo que no hacía sino aumentar los deseos de Zeus hacia la titánide y, como él era divinidad suprema, terminó por hacerse con ella y lograr su propósito. Metis quedó embarazada, pero no era tan sencillo el proceso del parto, ya que el oráculo señalaba que -en esta ocasión- Metis pariría una hembra, pero que a su siguiente embarazo se iba a engendrar el varón que destronaría a Zeus. Este, recordando lo que su padre Cronos había pasado por destruirle a él y cómo él mismo había cumplido la profecía, no lo dudó y se comió a la embarazada, con el feto de esa Atenea y todo. Pero en la curiosa digestión olímpica, el feto siguió su proceso y, al cabo del tiempo reglamentario, Zeus sintió los dolores del parto y, no sabiendo a que se debía tal penar, se tiró al lago Tritón, para aplacar en sus aguas el extraño síntoma. De nada le valió el chapuzón, ahora era la cabeza la que dolía como nunca se podría imaginar un dios. Al verlo en tan penosa situación se le acercaron sus colegas y Hermes diagnosticó certeramente la causa de la jaqueca: era un embarazo craneal. Alguno de los presentes se apiadó de Zeus y le abrió el cráneo con un golpe de maza sobre la cuña dispuesta para rajar la cabeza sagrada. Por la violenta trepanación, en una espectacular arribada al mundo mágico de los antiguos, salió la triunfante Atenea, armada de pies a cabeza y bramando como un soldado embravecido ante las filas enemigas, más que como se supone que debería gritar un nacido de varón y hembra.
LA OTRA HISTORIA DE PALAS
También hay quienes proclaman que Atenea era hija del gigantesco y zoomórfico Palas, un ser poco agraciado, que tenía alas y cuerpo de cabra, como un sátiro volador. Sátiro debía ser el pretendido padre, pues intentó llegar a mayores con su criatura, sin contar con que la hija era ducha en el combate, aunque fuera contra padre tan desnaturalizado, y no sólo se quitó de encima a tan desagradable pariente, sino que lo desolló y con su piel de cabra se hizo su bolsa, poniéndose como adorno, sobre sus hombros, las alas del derrotado e incestuoso violador. Parece que este mito es más bien un producto libio, como el de la diosa Neith. A veces se dice que Poseidón era el padre, pero que Atenea, poco contenta de tener tal progenitor, un día, decidida, se fue hacia el supremo Zeus y le pidió ser adoptada por él, cosa que hizo sin dudar el buen dios y tío carnal; a partir de esa adopción, el resto de la historia se mantiene en las líneas generales del mito clásico. También se narra la pugna entre Poseidón y Atenea por el patrocinio de Atenas. La disputa llegó a convertirse en cuestión de Estado en el Olimpo y terminó en votación entre los dioses, para ver a quien se adjudicaba su tutela. Al recuento de los votos, se vio rápidamente que los dioses apoyaban a Poseidón y las diosas a Atenea. En esa votación sexista, ganó la mayoría de mujeres divinas por un único y definitorio voto, y Atenea se quedó a perpetuidad con la codiciada plaza. Lo que sí es una constante en mitología es el enfrentamiento entre Atenea y Poseidón, sea como sea la historia que se tome como referencia, y la justificación de que, con esa excusa pretendidamente religiosa, la ciudad de Atenas decidiera que las mujeres de la tierra ateniense quedaran sin derecho a voto, no fuera que otra nueva consulta terminase con su victoria.
LIBIA, TIERRA DE ORIGEN
Lo que sí parece ser cierto es el hecho de que Libia sea el lugar de origen del mito. Digamos que la Libia clásica es un gran territorio, de cara al Mediterráneo, que arranca justo en el delta del Nilo y que se extiende indefinidamente hasta llegar a la Numidia, situada en lo que ahora se llama Libia y Túnez. Desde esa costa (hoy Egipto), a través de Creta, un cruce de rutas muy importante, en el centro mismo del mundo civilizado de la época. A través de la escala insular, todas las influencias de viajeros y comerciantes fueron una continuada vía de comunicación cultural y religiosa.
Platón cuenta que Neith, diosa libia, es la base sobre la cual se construye la nueva historia griega, bajo la denominación de Atenea. Naturalmente, entre la iconografía egipcia se pueden encontrar muchas imágenes de Neith, asimilada al culto oficial faraónico. Otros autores también señalan el origen libio de la divinidad, contando los ritos de esa deidad, en los que figuraba la lucha sagrada anual entre las sacerdotisas de Neith, como la forma de acceso a la posición de sacerdotisa máxima, en una recreación de la muerte de la niña antagonista y de la singularidad posterior de la nueva divinidad, que se erige como tal una vez que se produce el desenlace fatal, el que el destino ha señalado como trámite inicial de su imperio.
EL MALENTENDIDO DE HEFESTO
La virginal Atenea recibió en muchas ocasiones el requerimiento amoroso de sus padres, pero siempre se mantuvo fiel a su idea inicial de ser virgen por vocación. Al fin y al cabo, esa era la petición más importante de su vida y estaba claro que no lo había hecho por capricho, sino porque comprendía que su nacimiento marcaba su destino, separada absolutamente del sexo que ni siquiera había existido en su concepción. Pero hay un episodio que viene a abonar su decisión mejor que cualquier otro tipo de consideración. Se trata de aquel momento en el que Atenea debe buscar armas para intervenir en Troya. Zeus ha declarado solemnemente que no va a tomar partido por ninguno de los dos bandos. Palas Atenea no quiere dejar de respetar la sagrada voluntad paterna y se dirige al dios de la fragua, a Hefesto, para que él sea el forjador de su arsenal. Hefesto acepta el encargo y se pone a trabajar, enamorado de la bella y decidida diosa. A pesar de su fealdad, Hefesto ha sido el marido de la bella entre las bellas, de Afrodita (aunque su matrimonio no haya resultado tan satisfactorio y noble como debía de haber sido), y la presencia de Atenea le hace pensar de nuevo en la posible felicidad de estar con una mujer tan maravillosa como aquella que tiene ante sí. Al hablar del precio a pagar por el trabajo, Hefesto indica que le basta el amor de Atenea: ella no puede comprender que sea mucho más que un cumplido lo que tan seriamente ha dicho el herrero de los dioses, pero para Hefesto sí que significa todo la palabra dicha.
LA TRISTE BROMA DE POSEIDON
Enamorado visiblemente Hefesto, faltó poco para que Poseidón, al que tan poco estimaba Atenea (si tenemos en cuenta esa leyenda de la hija de Poseidón, que busca la adopción en su tío Zeus), fuera con el cuento de que la seria Atenea quería, en realidad, provocar una violenta pasión en el armero, que todo lo que buscaba, con la excusa de las armas y en combinación con Zeus, era el momento de ser poseída brutalmente por un dios como él. Al oirla entrar en la forja, y sin dudarlo un momento, Hefesto se lanzó sobre la virgen, creyendo que estaba cumpliendo con el capricho de Palas, pero la situación quedó congelada cuando la diosa reaccionó sorprendida e indignada ante tal ataque.
Hefesto, que ya no entendía nada más que las pulsiones sexuales, eyaculó contra el muslo de su amada. Ya se había acabado la penosa aventura de la que los dos eran víctimas inconscientes de la perversidad de Poseidón. La asqueada Atenea se limpió el muslo con unos vellones de lana que acertó a encontrar en la forja. Después, contrariada por la desagradable experiencia, arrojó el pingo al suelo, pensando que así daba por zanjado el incidente, y no llegó a pensar en lo que iba a suceder inmediatamente con ese pingo empapado con la esperma del avergonzado Hefesto.
ERICTONIO, HIJO DE UNA VIRGEN
Pero ahí no acaba la historia del frustrado amor de Hefesto, ya que Gea, la Tierra, recibió el esperma y quedó automáticamente preñada, aun a su pesar, por esas cosas del destino. Tampoco Gea estaba dispuesta a cargar con ese producto de la broma de indudable mal gusto de Poseidón, y dejó claro que no iba a aceptar el hijo resultante de la estupidez de los demás. Atenea, sintiéndose parte responsable del incidente, tomó la decisión de hacerse cargo de la criatura tan pronto fuera parido por
Gea.
Cosa que hizo, y el hijo, Erictonio, guardado de la vista de todos, sobre todo para eliminar la posibilidad de que el poco querido Poseidón siguiera con la broma, fue sacado del Olimpo y llevado a la corte del rey Cécrope, para más tarde llegar también al trono de Atenas, como sucesor de su padre adoptivo, quien además de cauto y prudente en su reinado, a medio camino entre dioses y héroes, fue célebre por ser administrador perfecto e innovador en las leyes de la religión y de la política.
PACIFICADORA
Si se estudian los textos clásicos, aparte de estas disparidades sobre su nacimiento, paternidad, y sus complicadas relaciones con el resto de los dioses mayores y menores, vemos cómo la lección de la muerte de Palas transforma la primitiva figura de guerrera decidida en otra divinidad, a la que le preocupa más la seguridad, la estabilidad y la paz, que las armas victoriosas. Es un diosa desarmada, no como Artemis, que va equipada de su arco y seguida por sus lebreles, ni tiene el porte brillante del uniformado Ares. Atenea está más preocupada en el hogar que en los frentes de batalla y su idea es que la paz se puede lograr, que un acuerdo es mejor que una batalla, aunque el clamor de la victoria, cuando existe tal, suena y resuena con mayor intensidad, se convierte en regocijo popular y en instrumento de ascensión para los héroes. Atenea tiene a su lado al búho, pájaro de la sabiduría, y también le acompaña el cuervo, que es un ave dotada de una especial inteligencia simbólica.
INVENTORA PARA LA HUMANIDAD
Sabia y doméstica, después de haber demostrado su valía militar, Atenea se dedica a pensar en pro de su pueblo; a su dedicación por los humanos se le atribuyen invenciones de todo tipo, pero siempre industriosas, desde el arado y el yugo que va a uncir a las bestias al aparejo de un carro o de ese arado, hasta instrumentos musicales como la flauta o la corneta metálica y marcial. También es quien diseña los vehículos terrestres o los marinos, y no contenta con ese repertorio de máquinas y de instrumentos, se pone a pensar en cómo seguir facilitando la existencia a su grey. Para las mujeres, Atenea desarrolla las artes culinarias, la hilatura y el tejido. Para los que quieren conocer los secretos del cálculo, Atenea prepara la aritmética. Y no se detiene ahí, es la primera alfarera y la responsable de ese invento tan práctico para domar a las caballerías: el bocado y la brida. Como no podía ser menos, Poseidón, su rival constante, también se atribuye el invento de la brida para los caballos, aunque parece ser cierto que, en el tiempo, la diosa fue predecesora.
LA MISERICORDIA LLEGA CON LA MADUREZ
A pesar de su pasado, de su aparición sobre la faz de la tierra, de haber nacido armada y predispuesta a la lucha, Palas Atenea, la convencida pacifista, sólo empuña las armas cuando hay que defender el sagrado suelo propio, pero entonces tiene que recurrir a su padre Zeus, que está siempre dispuesto a acudir en su ayuda y a proporcionarla el arsenal necesario, salvo cuando Zeus declaró su intención de no entrar en el conflicto troyano y Atenea tuvo que recurrir a otro proveedor, para no hacer que Zeus incurriera en la contradicción de ser neutral y armar a su hija, en beneficio exclusivo de una de las partes contendientes. Pero en todos los casos en los que interviene ella, cuando todos los trámites de conciliación se han cumplido y, sólo entonces, una vez que todas las muy ponderadas y sabiamente meditadas propuestas de pacificación se han ignorado, o es el caso que los rivales hayan decidido definitivamente que se prefiere el desquite violento, la hasta entonces pacífica y equilibrada señora, al instante equipada con las armas cedidas para la ocasión por el poderoso padre Zeus, arranca como un huracán al que sólo la victoria, Atenea se lanza a fondo y no perdona a nadie entre sus enemigos, a ninguno, porque se trata de los mismos que han sido responsables de que la paz no sea un hecho.
Su razón estriba, lo diremos otra vez, en que le cielo, el eterno, la ha responsabilizado de la defensa ultranza. Atenea es la representación de la victoria final, no sólo una deidad del combate entre los hombres de la tierra, y nada puede detenerla en medio del campo de batalla. Esto no obsta para que Palas Atenea, aunque ella tenga un origen guerrero, no sea luego, con el paso del tiempo, el más benévolo de los jueces y de sus labios sólo salgan proposiciones de absolución, de perdón para los que están siendo juzgados, y contra los que el tribunal no tiene suficientes cargos y, por tanto, no sabe qué sentenciar. Entonces, ante la duda razonada, la gentil dama del cielo se convierte en intercesora para su defensa, en la permanente liberadora del inculpado. A pesar de quedar tan bien definida como protectora del débil, como maestra de misericordia, se dan casos en los que la gentil divinidad convive con otras interpretaciones sorprendentemente opuestas, como el suceso que se narra ocurrió entre Atenea y la doncella Aracne, como vamos a ver a continuación.
LOS CELOS PROFESIONALES DE ATENEA
Atenea, según consta en los archivos mitológicos, ni conoció varón ni se preocupó por ninguno de ellos, mortal, semidivino o plenamente entronizado en el Olimpo. Pero la diosa virgen también fue la sagrada inventora de la mayor parte de las cosas y oficios útiles para la humanidad que en ella confiaba. Entre sus invenciones está el hilado y el tejido y, en esas cuestiones, sus celos profesionales eran tan fuertes como los de una mujer apasionada en el amor. Pues bien, hay momento en la crónica de Atenea en el que surge el apasionamiento y la divina dama pierde el control de sus templados nervios de acero. El caso fue que Aracne, princesa de Lidia, que era una hábil y primorosa doncella con el telar, elaboró una tela maravillosa, la que habría de ser su última obra. Atenea tuvo en sus manos el paño de Aracne, y, a medida que lo examinaba crecía su enojo, porque el paño de la princesa era, a más de hermoso como ninguno que jamás se hubiera visto, tan perfecto como si hubiera sido obra de los poderes celestiales. Aquella demostración de perfección y arte era demasiada humillación para la diosa. Ante el delicado dibujo de un Olimpo lleno de cuadros plenos de colorido e intención, en los que se describían las más románticas escenas de los pobladores de tan ilustre morada, Atenea no supo hacer más de lo que no debía: destrozar el paño hasta reducirlo a harapos. Aracne, dolida o aterrorizada por la crueldad de su rival textil, se suicidó, ahorcándose del techo. La venganza de Atenea no terminó con su muerte, y la diosa se complació hasta el infinito, haciendo que, a partir de ese momento, la pobre Aracne pasara a ser una araña, con su cuerda de muerte transformada en hilo salvador que le permitió desandar el camino de la muerte hasta volver a la vida, aunque -eso sí- ya convertida en un insecto poco agraciado y aún menos apreciado.
MINERVA RECIBE A ATENEA EN ROMA
Palas Atenea, la diosa griega protectora del antiguo centro del mundo, de Atenas, también se traslada a Roma con el resto del panteón olímpico y en esas tierras se funde con el culto a Minerva, empapando el rito latino de Minerva, que contaba con una cultura más imperial, es decir, más práctica y comercial, con la recia personalidad ateniense. En Roma, Minerva comienza a dibujarse como una divinidad de la inteligencia, del pensamiento, de la memoria. En los idus de marzo, cuando ya empieza a adivinarse la llegada de la primavera y el mundo resurge, los romanos celebraban los cinco días de festividad puestos bajo el patrocinio de Minerva. Eran días de fiesta para todos, pero más señaladamente para los intelectuales y los artistas; por su nueva y pacífica condición de señora de la sabiduría y el encanto artístico, bajo Minerva quedaba la celebración de las fiestas, hasta los estudiantes tenían que abonar a sus profesores y maestros la paga en esos días, era la época de los "minervales", días impacientemente esperados por los enseñantes para recibir su siempre escaso salario. Pero la buena imagen de Minerva se va llenando, poco a poco, de las connotaciones marciales de Palas Atenea; a pesar de que Atenea ya es -cuando se consolida como defensora del hogar griego- una divinidad pacificadora, Minerva recibe el mensaje marcial de los comienzos de Atenea, y termina por hacerse una divinidad armada, con aquellas casi olvidadas características bélicas del pasado ateniense, hasta alejarse totalmente entre los buenos fieles romanos del otrora bondadoso patrocinio exclusivo del pensamiento y el estudio, y llegar a establecerse como la simbólica diosa guerrera que fue originalmente en Grecia, en sus primeros pasos entre los seres humanos.
UNA DIVINIDAD DE SEGUNDA FILA
En la capital imperial, Minerva estaba como una muestra de reflexión y de estudio, pero con la importación de los mitos, deformados por quienes traen a Roma a una muy específica Atenea, la definitiva Minerva acaba por hacerse siempre presente como una mujer destinada al culto de las batallas, erguida y desafiante, siempre con su casco de guerra, con su escudo y su brazo armado. Aunque la tradición helénica nos hablaba de una bondadosa dama, que había aprendido en su infancia la dura lección de la sangre, de la que se decía que pedía a Zeus sus armas sólo cuando se había rechazado la paz; en su nuevo papel de avanzadilla religiosa de un imperio siempre orgulloso de sus soldados, ahora ya se encuentra definitivamente alejada del estudio y las bellas artes, de la invención de barcos y carros, de los útiles de labranza y de industrias domésticas: su papel en la sociedad latina es el de guerrera celestial, aliada a la suerte de sus ejércitos. La primitiva protectora de las profesiones liberales, la pacífica y sabia Minerva, se queda fuera del contexto de partida y pasa a la lucha permanente, pero en segundo plano, tras muchas otras divinidades masculinas y femeninas que la ganan en prestigio y en fervor popular, y son otras quienes ocupan su puesto como diosas tutelares de las faenas domésticas y del trabajo, de la misericordia y de la intercesión pacificadora.
ATENEA Y MINERVA EN EL ARTE
La representación más difundida de Atenea, de Palas Atenea, la tenemos en la moneda ática y, posteriormente, en la moneda griega. Atenea es una divinidad que exige estar en solitario, es una diosa estatuaria; por eso es más fácil verla o recordarla como efigie soberbia, como estatua que preside, que como una presencia pintada en un escenario natural. También, asociada a ella están sus fieles o sacerdotisas, la griega doncella "Kore", que pregona su importancia y su presencia. Finalmente, como diosa tutelar, Palas Atenea se puede encontrar en estatuilla o en relieve, en muchas formas de menor entidad, para presidir la casa y dar prueba de su compromiso con los hogares y con el marco familiar. Minerva, la latina versión de la diosa, es otra figura escultórica que se sigue viendo como símbolo de empresas pujantes del siglo XIX, rematando edificios y presidiendo, de nuevo en solitario y con majestuosidad incomparable, la actividad de una sociedad industriosa que quiere adscribirse al progreso, uniendo industriosidad y conocimiento, como ya lo hiciera en sus lejanos días originales, allá en la Grecia del esplendor máximo. Minerva es un nombre comercial que se puede encontrar en multitud de marcas de Europa y América, casi tan abundantemente como su colega divino Hermes o Mercurio. Porque es diosa de la acción y de la victoria, de la sabiduría y la prudencia, y de ella no se recuerdan veleidades o desmanes, Minerva se convierte, con la revolución industrial, en la más positiva de las divinidades femeninas, en la que mejor puede ser corporeizada en el bronce industrial.
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