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AFRODITA
AFRODITA. LA CASTRACION DE URANO
Cuando Cronos se rebeló y comenzó su última lucha contra el padre Urano, nadie podía suponer que la castración parricida fuera a constituirse en el acto germinal de la deidad más atractiva del Olimpo. Pero así fue; los testículos de Urano, cortados por la espada del hijo rebelde para sellar eternamente la derrota del padre y tirano, cayeron al mar y del contacto de la esperma residual con la espuma de las olas nació Afrodita, de esa espuma (afros) que le da su nombre. Otros dicen que fue la espuma del mar, por sí sola (fórmula menos comprometida y tenida por más pura), la que engendró partenogenéticamente a Afrodita, a la criatura más hermosa que jamás el hombre y los dioses conocieron; de lo que no hay duda, es de que ese triunfo de Afrodita se produjo entre las aguas azules y transparentes del Mediterráneo.
EL TRIUNFO DE AFRODITA
Afrodita nació en la costa de la isla de Citera, para ser llevada más tarde amorosamente por Céfiro, dios de poniente, a la isla de Chipre. Desde luego, el Mediterráneo es el único lugar del orbe en el que se puede suponer que surja milagrosamente una deidad de tal encanto.
En otras leyendas, en las que la diosa del deseo se ve más como una proyección de su mismo afán de provocar deseo, se cuenta que Afrodita surgió entre las olas, tan desnuda y tan hermosa como de costumbre se la pinta, junto a Citera, pero en esa ocasión la isla le pareció demasiado pequeña y pobre para una diosa tan magnífica ella; de allí, buscando el lugar idóneo donde establecer su residencia definitiva se fue hasta el Peloponeso, pero tampoco este lugar le satisfizo, y siguió su peregrinación por la tierra, para terminar viviendo, más a su gusto, en la isla de Chipre, en Pafos, rodeada de las dos o tres hijas de Temis, las Estaciones, sus servidoras y las encargadas de vestir y cuidar a la diosa del amor y la belleza. Hay quienes prefieren otra genealogía, sosteniendo que Afrodita sea la hija de los amores de Zeus y Dione, la ninfa hija también de Urano y Gea, o de Océano y Tetis, que ambas versiones se mantienen con la misma validez; se trata de autores de talla, como Homero, que entre las páginas de "La Ilíada" así sitúa su ascendencia; pero la es cena de la bella saliendo entre las olas del mar, navegando en su venera, es la imagen predilecta de los artistas, la que ha ganado con mucho a las otras, y la que siempre se ha preferido a la hora de representar su triunfo natal, la proclama gloriosa de su divinidad de belleza inigualable.
DIOSA MARINA
Afrodita era la "Nacida de la espuma", ya que esa es la traducción literal de su nombre y, en consecuencia, el mar era -al menos- la cuna de la diosa. En su principal santuario, en el de Pafos, las sacerdotisas se bañaban ritualmente en el mar cercano, como una rememoración de su nacimiento. Los autores clásicos contaban que en sus grandiosos palacios, como en el que se dice que tuvo en Cnosos, que las más bellas conchas marinas cubrían los suelos, mientras que los pescados y los mariscos eran su manjar simbólico; de ahí que hoy todavía se tenga por "afrodisiacos" (de Afrodita) a estos alimentos, sin saber discernir de dónde nos viene la razón original de la denominación y ese tan pretendido poder vigorizante y erótico. Afrodita es una diosa que se repite en los esquemas míticos de la zona geográfica próxima a Grecia. Ya antes existían precedentes de la hermosa diosa del amor; se trata, en líneas generales, de una divinidad muy similar a las grandes mujeres sagradas desde hace mucho tiempo establecidas en los países de la costa oriental del Mediterráneo, como la isla de los asirios, o como la Astarté, la diosa que acompañaba a Baal en importancia, de la que nos habla la Biblia en el libro de los Jueces y en el de los Reyes, y esas diosas tienen bastante que ver en su desarrollo posterior. Es una deidad que también tiene puntos en común con el mito de Eurinome, con la madre de todas las cosas, surgida del Caos inicial. Lo que sí se puede añadir, como dato muy personal de Afrodita, es que la diosa rompe pronto a volar por los cielos, y lo hace acompañada de los gorriones y de las palomas, otros de sus animales simbólicos.
VENUS, SINONIMO DE MUJER Y OTRAS COSAS
Venus, la denominación latina de Afrodita, pasa a ser el sinónimo de las mujeres, del amor, de su deseabilidad, de sus veleidades, de su belleza, de su peligro; pero también se considera a Venus, tras el prisma enfermizo y deformador de la represión cristiana, como la madre de la sexualidad eso es algo que la iglesia constituida persigue desde su inicio. Venéreo es el adjetivo de lo que de Venus emana y así como la palabra afrodisiaco(a) se une al concepto positivo griego, lo venéreo, una vez que el latín se transforma en el idioma oficial de la iglesia de Roma, pasa a ser definición de las enfermedades de transmisión sexual, las que la mujer transmite, como si esa fuera su causa real y única, y se puede leer en castellano que venéreo es "relativo a la venus o acto carnal".
En el plano de la belleza, la Venus es la mujer perfecta, y buena parte de su fama viene inspirada por la admirable perfección y la indiscutible belleza de las estatuas griegas que nos han llegado desde la antigüedad clásica; Venus, afortunadamente, es también la muy importante licencia artística que permitió a escultores, pintores, orfebres y ceramistas, aun en las épocas de mayor control y censura de la expresión artística, presentar el desnudo femenino en las más adustas cortes de Europa, y ofrecer su cuerpo a nuestra admiración. Pero también, entre los valores positivos, Venus es el cuerpo celeste con mayor luz, tras el sol y la luna; la estrella de la tarde y el lucero de la mañana, la mayor luminaria entre las estrellas visibles del firmamento, a la que tanta poesía se la ha dedicado, aunque sea un planeta, el planeta del cobre, según el código alquimista.
EL MATRIMONIO CON HEFESTO
Casada la más guapa entre las diosas y, por ende, eternamente joven con el nada agraciado hijo de Zeus y Hera, contrahecho pero bondadoso y trabajador Hefesto, el matrimonio entre Afrodita y el herrero del Olimpo pareció ser ejemplar, con el añadido de ser un marido enormemente satisfecho por su suerte, y tal vez el dios más feliz y orgulloso de su felicidad, al poderse considerar el elegido entre todos los inmortalesrecía imposible que tan espléndida mujer, nada menos que la diosa del deseo, la personificación del amor y la belleza, fuera su esposa, aquella mujer que le estaba dando tantas satisfacciones y una descendencia tan numerosa y lucida. Todo aparecía radiante en aquella pareja, todo discurría plácida y gratamente, a todos los efectos, al menos, antes de que alguien se pusiera a averiguar que era lo que estaba pasando con tan maternal Afrodita, esa diosa tan presumida, tan orgullosa de sí y tan celosa de su belleza, aumentada hasta el infinito con la posesión de su prenda mágica, del ceñidor que la hacía irresistible a todos los varones mortales o inmortales. Durante este plácido tiempo matrimonial, Afrodita dio a luz tres hijos; eran dos muchachos y una chica. Los dos varones tenían nada buenas costumbres y hacían gala de unos pésimos sentimientos. Por contra la hija era una dulce y encantadora joven. Se trataba, nada más y nada menos que de los varones Deimos (el espanto) y Fobos (el miedo) y de la hermosa Armonía, nombre que -afortunadamente- no necesita de una descripción auxiliar. Todo hubiera sido perfecto de no mediar una indiscreción de Afrodita y la curiosidad de Helios, que sorprendió una mañana, ya tarde, a Afrodita durmiendo plácidamente en su lecho, pero acompañada del poderoso rufián llamado Ares. ¡Ahora sí que se explicaba la vocación bélica de Deimos y Fobos, escuderos, lógicamente, de su sanguinario padre! Helios corrió a dar la noticia al burlado Hefesto, aunque la misión no fuera nada agradable, pero Hefesto siempre se había hecho querer entre las gentes del Olimpo y había que corresponder a su lealtad con la misma fidelidad, por encima de cualquier otra consideración de hermandad o cofradía entre dioses.
UN JUICIO FRUSTRADO
Hefesto urdió una buena estratagema para certificar el engaño de su mujer y para cazar en flagrante delito al despreciable Ares. Tejió una red metálica, fuerte y sutil; la tendió sobre el lecho matrimonial, de modo y manera que se disparase sobre los que en él se hallasen, y allí los dejara atrapados hasta que él -y sólo él- los liberara. Después dejó ver claramente a su esposa que iba a pasar una temporada en la isla de Lemnos. Se fue y Afrodita se reunió rápidamente con su amante Ares. Allí, durante la noche, la red les inmovilizó y quedaron atrapados hasta la vuelta efectiva de Hefesto, quien reunió a los dioses (sólo varones, que las mujeres repudiaron el acto) para que le sirvieran de testigos y jueces. Hefesto pedía recuperar lo que pagó por Afrodita en su día al padre Zeus; Apolo deseó públicamente a la desnuda presa; Hermes no se limitó a observarla, e hizo saber que le gustaría gozar con Afrodita, aunque fuera a costa de compartir un encierro; Poseidón o Posidón, como se prefiera, quiso arreglar el asunto y creyó que Ares satisfaría el pago reclamado por Hefesto, aunque si no lo hacía, él también se comprometía a casarse con la adúltera; al final, tal situación terminó por agotar sus posibilidades y la red se levantó, Afrodita partió para posteriores aventuras y, como era de prever, nadie pagó nada a Hefesto.
HERMES LOGRA SU DESEO, POSIDON SU PREMIO
Afrodita, que había oído encantada el comentario de Hermes, mientras estaba con Ares atrapada en el lecho y a la vista de todos, no se había olvidado del efecto que su atractivo había despertado en él, y eso quedó patente en su comportamiento, ya que, al poco tiempo de terminar el episodio, consiguió satisfacer los deseos del dios y recrearse con la conquista que tan rápidamente había logrado. De la unión de una sola noche, los dos dioses, tan prolíficos como siempre, fueron padres de Hermafrodita, un ambiguo ser que contaba con la peculiaridad de poseer los atributos mezclados, como prueba evidente de su peculiar característica de ser una divinidad dotada de doble sexo. Después de satisfacer su curiosidad de amante y de recompensar a Hermes por su pública declaración de admiración hacia sus encantos, la diosa se fue a repetir su demostración de agradecimiento al otro dios que mejores sentimientos había mostrado durante el incidente. Se trataba de Posidón, quien por su honestidad y nobleza, se había ganado en derecho el mejor de to dos los premios posibles, y de ese agradecimiento se produjo el inmediato embarazo y posterior parto de Herófilo y Rodo, dos muchachos de regalo para el dios de los mares, que pasaron sin pena ni gloria por los anales olímpicos, pero que ahí quedaron para demostrar que Afrodita sabía hacer su papel de diosa del amor.
OTRAS MATERNIDADES
Pero Afrodita siguió su alegre y desenfadado caminar por los soleados campos del mundo de las divinidades. Al correr del tiempo sin tiempo, un día la joven eterna se tropezó con el también alegre Dionisos, otro hijo de Zeus, quien lo hubo con Semele: éste, que era dios de la vida vegetal y, muy especialmente, del vino y sus placeres, debió parecer sumamente agradable a Afrodita, puesto que con él yació y gozó lo suficiente para que se enterasen de sus abiertas efusiones otros de sus compañeros e iguales. Entre el público involuntario se encontraba Hera, y a ella, más que a nadie, le disgustó el encuentro. A la poderosa Hera no le gustaban esos alardes de pasión, tal vez porque estuviera harta de las muchas historias que tuvo que soportar de su marido Zeus. Esas mismas cosas que Zeus solía hacer en este terreno de los gozos desenfrenados y fuera de matrimonio La cosa es que, para que no quedase duda de que Hera reprobaba los alardes amorosos de la inigualable Afrodita y del desvergonzado Dionisos, utilizó su poder para influir aviesamente en el desarrollo de la criatura que se estaba gestando en su vientre y, consecuentemente, el niño nacido de este apareamiento, fue muestra viva del mal genio de la diosa. Se trataba de Príapo, quien sería dios de los frutos del campo y del ganado, divinidad de los jardines y, más que nada, de la virilidad. El niño nació extremadamente feo y estaba dotado de un desproporcionado aparato genital, de tremendas dimensiones, para que constase claramente que era hijo del desenfreno. A los griegos y a sus herederos culturales, el castigo de Hera les pareció una buena cosa y griegas y romanas utilizaban la característica tan particular del niño como alegre amuleto y como idolillo de buen augurio.
OTROS AMORES MENOS GOZOSOS
Afrodita se encaprichó con Adonis, un maravilloso varón, nacido de un juego extraño de la vengativa manía de los dioses de no perdonar a aquellos a los que no querían perdonar, porque sí.
Afrodita, tan veleidosa e inesperada como el resto de las divinidades, también tuvo un día una caprichosa venganza. Ocurrió que la reina de algún lugar habló tontamente de la belleza de su hija Esmirna, llegando a atreverse a afirmar que se trataba de una doncella mucho más bonita y atractiva que la vieja Afrodita. A la divina diosa del amor, la belleza y el deseo, se le antojó castigar, no a la madre -como hubiera sido lo correcto- sino a la hija, que no estaba en absoluto al tanto de la presuntuosa necedad de su madre la reina. Y Afrodita decidió hacer que Esmirna ardiera en deseo de su padre, el rey, al que hizo emborrachar, para conseguir el extraño deseo de hacer el amor con él por verdadero deseo de Afrodita. Naturalmente, como pasaba en todos los coitos en los que los dioses tenían algún lugar, Esmirna quedó instantáneamente embarazada de su padre; pero al padre le llegó la resaca y pudo darse cuenta de que era su hija la acompañante de la noche anterior y arremetió contra ella, espada en mano. Afrodita, que estaba atenta al final de la historia, transformó a Esmirna en árbol y el mandoble del rey encolerizado no pudo acabar con la vida de la criatura que él había engendrado inconsciente del parentesco.
AQUI LLEGA ADONIS, EL BELLO ADONIS
Esmirna quedó condenada a permanecer para siempre en forma de árbol, sin tener siquiera la satisfacción de ser la madre del niño más prodigiosamente bello que jamás había existido, demostrando para siempre que la justicia de los cielos es tan poco esperanzadora como la de la tierra; pero, aparte de las consideraciones de ética, el hecho es que nació Adonis, y Afrodita, ya contenta con la lección dada a la doncella inocente de su belleza, no supo que hacer con la criatura, así que la ocultó a la vista de todos, dentro de un arcón y se lo entregó a la reina del imperio de las sombras y esposa a la fuerza de Hades, rey del Tártaro. A Perséfone, una vez que su amiga se hubo ido, le entró la lógica curiosidad por conocer el contenido del arcón. Dicho y hecho, lo abrió, miró asombrada, y fue a encontrarse con un niño tan bello, tan asombrosamente bello, que no pudo por menos que olvidarse de la petición de su colega, y se decidió a cuidarlo como su madre y algo más, aunque entonces no supiera hasta que extremo se iba a encariñar con la criatura a la vuelta de unos pocos años. A Afrodita le llegó la noticia de la adopción y se fue al infierno, dispuesta a armar un escándalo a la atrevida Perséfone. Pero ésta no se inmutó, y es más, declaró que no estaba dispuesta a abandonar al joven que le había crecido bastante bien entre sus brazos, puesto que ya era su muy satisfactorio compañero de juegos de amor, estuvieran o no de acuerdo el marido Hades o la voluble Afrodita. Lo que no llegó a suponer Perséfone es que su contendiente fuera a recurrir a Zeus, ya que la fuerza de su deseo -al ver la belleza de Adonis- había sido demasiado fuerte para resistirse a él. Zeus no quiso saber nada de un lío entre mujeres celosas y pasó el asunto a manos de Calíope, musa de la elocuencia y de la épica. La sentencia de Calíope fue digna de una musa: dictó que las dos rivales enamoradas del mismo hombre tenían derecho, por razones diversas, al disfrute de tan apetecible joven, pero juzgó oportuno hacer saber a las pleiteantes que también a Adonis debía reconocérsele el derecho a tener una similar temporada anual de descanso, para que holgase en libertad, como fuera de su gusto. Así que Calíope acordó: que Afrodita disfrutara de un tercio del año; Perséfone de otro tercio; y, finalmente, que Adonis pudiera gozar a su antojo, y en libertad, del tercio restante, pudiéndose considerar tal sentencia como el reconocimiento olímpico a las bien ganadas vacaciones del varón en liza.
AFRODITA HACE TRAMPAS A LA JUSTICIA
Con ayuda de los encantamientos de su ceñidor y de su muy estimable belleza física, a Afrodita le fue fácil hacer que Adonis se olvidase de la que fue su madre adoptiva y dejara sin vigencia las vacaciones pacta das por Calíope. Perséfone se cegó y no pensó en nada más que en el castigo a su enemiga. Así que se marchó en busca de Ares, antiguo amante de Afrodita, para contarle con pelos y señales cómo Adonis había logrado de la diosa tanta pasión, mucha más de la que Ares jamás despertó en ella. Ares, que era bruto por naturaleza, cayó en la trampa de los celos y decidió, trastocado en jabalí, visitar al presuntuoso Adonis en su terreno, para darle la lección definitiva, la de que él, Ares, había sido y sería mucho mejor amante que nadie, por muy Adonis que él fuera. Llegó la bestia al monte Líbano, en donde Adonis se divertía cazando, a la vera de su enamorada. Ares arremetió contra el joven y lo destrozó totalmente, desgarrándolo con sus colmillos. Muerto Adonis, Afrodita volvió a implorar a Zeus, bañada en llanto, pidiendo esta vez que su Adonis, que ahora estaría en el infernal y eterno reino de Perséfone, pudiera gozar de una libertad anual, que fuera medio año para las tinieblas y otro medio para el sol del verano. Zeus, conmovido por estas com plicadas historias de amor, como muchas de las que él había vivido, concedió el deseo a Afrodita y así, para siempre, al llegar el calor del verano, Adonis sale de su encierro en el Tártaro y se reúne con su amada, para pasar las noches queriéndose, durmiendo estrechamente abrazados, bajo la bóveda cálida del firmamento griego.
ANQUISES PRESUME PELIGROSAMENTE
Anquises era un rey guapo y afortunado. Afrodita gustó de él y se dejó caer en su sueño, entre sus sábanas. Parece ser que el inductor de tal aventura fue Zeus, que tras tabillaba con los encantos de su posible hija y que quería darle un escarmiento. El caso es que, llegada la mañana, Anquises se encontró con la diosa a su lado, Afrodita le pidió que no dijera a nadie de su presencia y de los actos carnales ejecutados. Anquises prometió cumplir el deseo, sobre todo cuando la diosa rogaba en lugar de exigir o hacerle penar por tal desvarío inexplicable. Pero Anquises no mantuvo la promesa y dejó caer entre sus amigos que ya él había hecho el amor con Afrodita. Tanta fatuidad enfureció a Zeus, haciéndole lanzar uno de sus rayos contra el rey deslenguado.
Afrodita, que también había oído la impertinencia de Anquises y que estaba a punto de presentarse ante el hombre sin palabra, se interpuso a tiempo y paró el rayo con su ceñidor. Salvó la vida a Anquises, pero ya no pudo levantar cabeza en adelante, afectado por el efecto de ese rayo. Ahora bien, a pesar de la desafortunada ocurrencia del rey, el episodio es hermoso y merece la pena ser recordado, porque de este lance amoroso surgió el gran Eneas, que sería cantado nada menos que por Homero para los griegos, en "La Ilíada", y por Virgilio en "La Eneida", para los romanos. Al final, Eneas, transmutado por Virgilio de valeroso príncipe troyano, en héroe fundador del imperio romano, pasa a ocupar el puesto que el destino y la tutela de su dulce madre Venus han preparado para a él: llegar hasta Italia, para dar comienzo a la raza latina, al dominio de Roma sobre el orbe.
VENUS EN ROMA
Venus es nada menos que la madre de Eneas, el héroe elegido por los poetas como padre de la patria romana. Por eso, Venus va a ser la diosa imprescindible en el panteón latino. Fue ella la que guió los pasos de su hijo por el Mediterráneo, hasta lograr que alcanzase su objetivo romano. Fue ella quien vigiló cuidadosamente sus pasos y veló por su seguridad, apartándole de las asechanzas invisibles del infortunio que parecía rodearla sin dejar ni una fisura por la que ver la luz. Fue ella, la maternal Venus, quien hizo todo lo debido y prescrito, sin olvidar ni un punto ni una coma, para que fuera cumplido que el héroe alcanzara su culminación, consiguiendo que con él se hiciera realidad la paternidad fatal, la creación de una raza superior a todas las conocidas, la creación del pueblo escogido que iba a ser dueño y señor del Universo, rigiendo sus destinos desde la grandiosa ciudad universal de Roma. Pero, volviendo a Eneas y Venus, para explicar la leyenda nueva, digamos que la historia de la protección de Eneas por su madre Venus, el nuevo nombre de Afrodita en el imperio, comienza tras la caída final de Troya, cuando el ardid de los sitiadores griegos ha dado al traste con la larga defensa de la ciudad sitiada. Eneas sale de las ruinas, acompañado de su anciano padre y de su hijo, se hace con una barca de vela y sale a la mar abierta, en busca de una nueva patria por la que vivir y morir. Le acompañan otros ciudadanos sin ciudad, otros troyanos que buscan el nuevo hogar y que no logran, con su jefe natural, encontrar el sitio apropiado, a pesar de los mil y un esfuerzos realizados en esta y en aquella costa, en cien lugares diferentes, pero repitiéndose siempre el mismo ritual de la advertencia mágica que venía a confirmar, otra vez, que aquel emplazamiento tampoco era el que ellos debían tomar por suyo. Una noche, al fin, durmiendo al amparo de la tierra cretense, el sueño les revela que en Hesperia, hacia el Poniente, está la tierra anhelada. Es la clave que tanto han tratado de conseguir, pero que sólo ahora han merecido, tras demostrar que estaban dispuestos a darlo todo por conseguir el noble objetivo de construir un mundo diferente. A la mañana siguiente, sin más dilación, hacia allí parten, afrontando el largo viaje (para su momento) con rumbo a la promesa soñada.
¡ANDROMACA VIVE!
Andrómaca la viuda de Héctor, símbolo homérico del amor habido entre marido y mujer, fue llevada a la esclavitud tras la caída de Troya y obligada a desposarse con Pirro o Nooptolomeo, el hijo de Aquiles, precisamente aquel quien matara a su amado. Pero Pirro se cansó de ella pronto y no tardó mucho en morir y dejarla de nuevo libre. Con otro compatriota troyano, con el sabio Heleno, volvió a casar Andrómaca y a este matrimonio encontraron los navegantes en un alto en su travesía hacia el Poniente. Heleno les informó sobre esa Italia que ellos desconocían y les advirtió que había asentamientos griegos en las costas del Este, asentamientos que, claro está, debían evitar por completo si querían sobrevivir. Debían doblar hacia el norte, en la costa del poniente de la larga península, hasta dar con el punto exacto, centro del futuro imperio que ya Heleno percibía, y en dónde estaba escrito que había de fundarse la capital del mundo.
VENUS, EN DEFINITIVA, COLOCA A ENEAS EN ROMA
Se podía seguir desvelando el trayecto, hasta que los troyanos rinden viaje, pero digamos que es mejor resumirlo en dos puntos: su tesón y la constante protección de la Venus tutelar. Eneas acaba casándose con Lavinia y de ellos va a brotar la luenga estirpe inmortal de los latinos. Por eso Venus, entre los suyos, perdió el carácter juguetón, caprichoso y sensual que había tenido como Afrodita y pasó, de ser una divinidad primaveral menor, a establecerse como esa matrona tan profundamente romana, como modelo de la mar parte de la nueva sociedad en alza. También, aparte de haber sido madre del fundador, Venus supo arreglar la pendencia abierta entre romanos y sabinos, siempre en esa nueva línea de las divinidades transplantadas a Roma, en la que la prudencia política y la buena vecindad parece estar antes que cualquier otra consideración. Recordemos si no la moderada intención de Marte en las puertas de Roma, rechazando a los sabinos con un truco geológico, en lugar de sojuzgarlos sangrientamente con ayuda de sus mortales armas, como hubiera hecho su predecesor Ares en el terreno propio de la mitología griega. No es de extrañar, pues, que Venus escalase la más alta gloria civil en una sociedad que lo era eminentemente, a pesar de su imponente y básico componente militar; la figura renovada de Venus era un pilar fundamental en el ámbito latino, y una buena prueba de ello es el hecho de la maniobra divinizadora realizada por Julio César, quién buscando aún más elementos favorables para justificar y respaldar su ascenso al poder supremo y asegurarse su afianzamiento, no dudó en auto nombrarse descendiente de esa Venus ejemplar, arrastrando también el culto público de la diosadre a su más elevado nivel oficial.
AFRODITA Y VENUS EN EL ARTE
Naturalmente, hay que empezar por Afrodita, por su triunfo al nacer, una estampa constante en el arte occidental, desde el clasicismo heleno hasta el barroco más brillante. Es la viva imagen de la alegría, la exaltación total de la belleza. Junto a ella, como respaldo a su posterior desarrollo, está formando la base de todo el arte la estatuaria griega. Allí, más que en ninguna otra parte, es en donde Afrodita se nos muestra en todo su esplendor humanizado, demostrando que ella, por sí sola, es el canon de la belleza femenina, la medida de la perfección representada en volumen real, en las tres dimensiones del espacio real. Después, al ser llevada a las dos dimensiones de la pintura, Venus, ya con ese nombre para siempre, se nos revela como la incitadora que fue para el Olimpo y para los hombres que pudieron conocerla en la antigüedad mítica.
Es la Venus indolente, la bella orgullosa de su identidad, la mujer superior en hermosura y juventud a todas las demás mujeres que la han tenido que reverenciar inexcusablemente como un modelo lejano, inalcanzable. Se refuerza su belleza con espejos, para que se pueda duplicar la visión limitada por un plano, se subraya su poder con la presencia de humildes admiradores que se limitan a estar en su proximidad, quietos, casi estáticos. Goya nos da una visión realista de Venus en sus "majas", Ingres se mantiene fiel a Venus en sus "odaliscas", y hasta el surrealismo de Dalí trata de trasladar la Venus de Milo a su terreno, como último homenaje a su perfección.
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