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ISLA DE COCO
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Ya en 1683 una zona que en la
actualidad es territorio costarricense empezó a adquirir fama de ser una
fuente potencial de riquezas incalculables, reputación que sigue manteniendo
en la actualidad. Nos referimos a la isla de Coco, a unos cuatrocientos
ochenta kilómetros al sudoeste de Costa Rica, en el Pacífico. Se sabe que
los piratas ocultaron allí al menos tres tesoros; quizá más.
Uno de los primeros piratas que pasó por estas tierras fue el capitán inglés
Edward Davis, que formaba parte del destacado grupo de bucaneros integrado,
entre otros, por John Coxon, Bartholomew Sharp y William Dampier. Este
último se hizo respetable como navegante y escritor y dio la vuelta al mundo
tres veces. Casi todos estos aventureros eran tan ignorantes como valientes.
Davis era más astuto que la mayoría de sus colegas. Con su barco, el
Bachelor’s Delight, abandonaba de vez en cuando la isla de Coco para atacar
navíos y ciudades costeras españolas, como Guayaquil, en Ecuador. Se le
escapó la mejor presa, la flota limeña encargada de transportar riquezas,
porque los franceses con los que se había aliado se quedaron atrás mientras
Davis cargaba infructuosamente contra los españoles. Sin embargo, amasó
suficiente fortuna para retirarse temporalmente a Florida mientras estuvo en
vigor la amnistía que el rey Jaime II concedió a los piratas. Después volvió
a la piratería y desapareció misteriosamente alrededor de 1702. La fortuna
de Bonito
Aquella remota isla también sirvió de escondrijo a otro pirata más de cien
años después de la presunta muerte de Davis, el portugués Benito Bonito. En
1819, Bonito se apoderó de un cargamento de oro que había partido del puerto
mexicano de Acapulco y, al volver a Coco, lo escondió en la bahía de Wafer.
Dos años más tarde el pirata murió en un enfrentamiento con un militar
británico en las Indias occidentales y no pudo recuperar el tesoro.
Pero, a diferencia de Davis, Bonito dejó pistas sobre la situación del
escondite. En 1880, el nieto de uno de los hombres que había navegado con
Bonito enseñó el mapa de un tesoro a un marinero alemán llamado Gissler.
Representaba una isla que el viejo pirata denominaba «Las Palmas». Gissler
copió el mapa y, al cabo de ocho años, en Hawai, encontró otro. Comparando
ambos, llegó a la conclusión de que la isla en cuestión era la de Coco. Se
fue a vivir allí y pasó veinte años buscando el tesoro. Durante ese tiempo
padeció grandes penalidades, como el ataque de dos cruceros ingleses
empeñados en apoderarse del posible botín. Los ingleses no encontraron nada
y Gissler no tuvo más suerte que ellos. El único fruto de dos décadas de
esfuerzos fue un doblón español de 1788, y murió pobremente en 1930, en
Nueva York. Por una ironía del destino, el tesoro de Bonito fue hallado a
los dos años de la muerte de Gissler gracias a unos investigadores que
utilizaron un moderno detector de metales. El oro apareció más o menos en el
lugar señalado en el mapa, hecho que demuestra que al menos algunas cartas
de navegación piratas son exactas.
En busca de las riquezas de Thompson La situación del tercer tesoro de la
isla de Coco, probablemente el más valioso, también está indicada en un
mapa, que dibujó cuando estaba a punto de morir el escocés William Thompson,
el hombre que lo había escondido. Este tesoro —una parte de las inmensas
riquezas que acumularon las autoridades civiles y religiosas españolas en el
transcurso de los casi tres siglos que duró la ocupación del Perú—
constituye la mayor atracción de la isla de Coco para los buscadores de
tesoros y todo tipo de personas amantes de las aventuras. Nuestra Señora de
Lima
En 1825, los ejércitos revolucionarios de Simón Bolívar obligaron a los
españoles a abandonar el imperio sudamericano que habían construido en el
transcurso de los tres siglos anteriores. Las tropas del libertador se
aproximaban a Lima, capital del virreinato del Perú y una de las ciudades
más ricas del continente, mientras cundía el pánico entre las autoridades
civiles y eclesiásticas.
El navío de Thompson, el Mary Dear, estaba anclado en el puerto de Líma
después de haber realizado una travesía comercial, y los españoles,
desesperados por poner a salvo sus fortunas, llegaron inmediatamente a un
acuerdo con el capitán. El Mary Dear se llevaría cierta cantidad de
riquezas, bajo custodia española, para evitar que cayeran en manos de
Bolívar. Si la ciudad salía victoriosa de la lucha contra los
revolucionarios, Thompson devolvería su cargamento al cabo de unas semanas.
Si Lima se rendía, el capitán pondría rumbo a la ciudad de Panamá, que
seguía siendo un baluarte español, y descargaría allí el tesoro.
Subieron a bordo del navío aquella auténtica fortuna, objetos preciosos
entre los que se contaba una estatua de oro macizo de tamaño natural de la
Virgen. El Mary Dear leyó anclas..., pero desde el principio Thompson no
debía tener la menor intención de respetar su parte del contrato. Una vez en
alta mar, se deshizo fácilmente de los vigilantes españoles y puso rumbo a
la isla de Coco. Al llegar a tierra, escondió el grueso del tesoro en una
cueva y repartió el resto entre su tripulación. Pero no disfrutaron mucho
tiempo de su prosperidad.
Los españoles no eran tan confiados como parecían, y Thompson ya había
despertado sus sospechas. La fragata Espi capturó el Mary Dear, y todos sus
tripulantes, excepto Thompson y el primer oficial, fueron condenados a
muerte por robo y piratería. Los españoles perdonaron la vida a estos
últimos con el fin de que les sirvieran de guía para llegar hasta el
escondite del tesoro.
Cuando regresaron a la isla de Coco, los dos hombres lograron burlar a sus
captores y ocultar mientras éstos realizaban una infructuosa búsqueda. Al
cabo de una semana, los españoles se dieron por vencidos y levaron anclas,
abandonando a Thompson y al primer oficial con su botín. Transcurrida otra
semana, un ballenero atracó en la isla. Los bucaneros salieron de su
escondite y se presentaron ante la tripulación del barco, pero no revelaron
la existencia del tesoro y finalmente llegaron a lugar seguro.
El mapa revelador
El primer oficial murió, quizás a consecuencia de su terrible experiencia,
por lo que Thompson era el único hombre vivo que conocía la situación exacta
del tesoro de Lima, pero por mucho que lo intentó, el escocés no logró
reunir el dinero suficiente para volver a rescatarlo. En sus últimos años de
vida, Thompson entabló amistad con un marinero llamado John Keating y fue a
él a quien confió el mapa cuando estaba a punto de morir.
Keating tuvo más suerte que Thompson. Al poco tiempo encontró una persona
que lo respaldó económicamente y lo acompañó a la isla de Coco, y juntos
encontraron la cueva. Se llevaron cuanto les cupo en los bolsillos. Por
desgracia, la tripulación de Keating se dio cuenta de lo que tramaba y
amenazó con matarlo a menos que confesara dónde se encontraba la cueva, pero
Keating, al igual que había hecho Thompson, escapó y se escondió. La
tripulación buscó el tesoro, en vano, y se marchó. Meses más tarde, un barco
que pasaba junto a la isla recogió a Keating.
En 1875, un marinero llamado Bob Flower cayó en un hoyo cubierto de maleza
mientras exploraba la isla. Asustado, logró salir rapicamente, pero no sin
antes haber visto unas monedas de oro. Cuando intentó volver a aquel lugar
no lo encontró. En
expediciones posteriores se recuperaron algunos objetos: una virgen de oro,
de unos sesenta centímetros de altura, de la bahía de Hope, y ciento treinta
y tres
monedas de oro y plata de la misma zona. Sin embargo, todos los indicios
parecen demostrar que aún queda por desenterrar gran parte del tesoro.
Se cree que hay al menos dos tesoros enterrados en la isla de Coco,
probablemente en el extremo septentrional de la bahía de Wafer y de la de
Chatham. Fue allí donde, en 1932, unos buscadores de tesoros equipados con
detector de metales encontraron el oro que había escondido el bucanero
Benito Bonito en el siglo xix. Aún no ha aparecido el mayor tesoro de la
isla, de un valor incalculable, que salió de Lima en 1823.
Una espesa vegetación cubre la mayor parte de la isla de Coco, en el
Pacífico, que fue guarida de Piratas desde el siglo xv hasta el xix.
Se dio gran publicidad a la expedición británica a la isla de Coco iniciada
en 1932. Este mapa procede de un ejemplar de la revista Illustrated London
News de la época. Las demás investigaciones •se han llevado a cabo con mucha
mayor discreción.
Desde el año 1870, la isla de Coco ha sido el objetivo de docenas de
expediciones en busca de tesoros. Este grupo británico fue a dicha isla a
bordo del Vigilant en 1932.
Pistas para encontrar el escondite del tesoro
Uno de los problemas con que se enfrentan los investigadores radica en saber
con exactitud cómo es el lugar que buscan. La cueva aparece en los primeros
documentos, pero Keating también hablaba de una piedra con la letra K
grabada y una flecha que señalaba hacia un árbol hueco. A finales de siglo
se encontraron la piedra y el árbol, pero ni rastro del tesoro. |
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