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HADES PLUTON

 

HADES/PLUTON. CONFABULACION


Los relatos legendarios sobre Hades indican que, apenas nacido, fue tragado por su propio padre. Este vivía atormentado porque temía que sus propios hijos lo destronaran, pues así le había sido predicho por los augures y, en cuanto su esposa Rea daba a luz, Cronos se disponía a engullir al recién nacido. Sin embargo, no sucedió así con su hijo Zeus, ya que Rea decidió engañar a su cruel esposo. En lugar del niño que acababa de parir, le entregó una piedra envuelta cuidadosamente en pañales y, sin percatarse del cambio, Cronos/Saturno la engulló. Cuando Zeus alcanzó la madurez se dispuso a luchar contra su padre y le hizo vomitar a todos sus hermanos. Los hijos se confabularon contra el padre y lo expulsaron de su reino. Se repartieron el botín y, al propio tiempo, inauguraron lo que daría en llamarse "saga de los Olímpicos" o "deidades superiores". Así llegó a manos de Hades/Plutón el poder y mandato sobre las tinieblas exteriores, y sobre las feroces criaturas que en ellas habitan. Baste resaltar el pestilente río Aqueronte, el sanguinario perro Cerbero y el interesado y aprovechado Caronte, como tres muestras o símbolos de la adversa naturaleza, la cruel animalidad y la perversa humanidad, respectivamente. El Aqueronte rodeaba con sus oscuras aguas un extremo del Tártaro -la laguna Estigia acotaba el otro extremo-, y en sus orillas se consumían las almas de los muertos que aún no habían sido juzgadas. Cerbero era el perro monstruoso que guardaba las puertas del Infierno e impedían salir a todo aquel que hubiera entrado. Caronte sólo permitía subir a su barca a quienes previamente le hubieran pagado un óbolo.


EL INVISIBLE

Cuentan las crónicas que Cronos/Saturno, en cuanto Zeus le obligó a devolver a la vida a todos los hijos que había tragado, sufrió la ira común de sus directos descendientes. Estos se confabularon contra su pantagruélico padre y le infligieron una decisiva derrota. En la batalla tomó parte activa Hades, que se ajustó el casco que le hacía invisible y logró desarmar a Cronos y a los Titanes, mientras que, al propio tiempo, Zeus los derribaba con su poderoso rayo y Poseidón los sujetaba con su tridente.
Los Cíclopes habían donado a los dioses esos atributos representados por el casco de Hades, el rayo y el trueno de Zeus y el tridente de Poseidón. Aquellos seres de descomunales proporciones, considerados como los más hábiles y fuertes de entre todas las criaturas, y que tengan un sólo ojo en mitad de la frente -Cíclope = "ojo circular"- mostraban, así, su agradecimiento a los dioses del Olimpo porque les habían ayudado en tiempos de adversidad. Por ejemplo, cuando fueron expulsados del cielo y atados a las columnas del insondable abismo subterráneo, el poderoso Zeus se encargó de liberarlos. Aunque tal acción no debe calificarse de puro altruismo puesto que con ella se pretenda seguir las directrices del oráculo, que había predicho la Victoria sobre Cronos y los Titanes únicamente si se liberaba a los Cíclopes, se les devolvía a su antiguo lugar de origen y se les restablecía en su ancestral condición de criaturas inmortales. Resultaba, pues, de capital importancia llevar a cabo favorablemente tan especial misión.


LOS NOMBRES DE HADES

En un principio, el significado mismo de la palabra Hades era asociado al casco que los Cíclopes le regalaran, y del que se decía había sido confeccionado con la pelleja de un perro. Y, puesto que tenía la curiosa cualidad de volver invisible a su poseedor, se convino en señalar que el nombre Hades encerraba en sí un contenido semántico relacionado con ciertos conceptos alusivos a la característica señalada: por ejemplo, "el que se torna invisible" o "el Invisible".
Sin embargo, el propio nombre de Hades era como una especie de tabú para los antiguos. Y evitaban en lo posible pronunciar tal nombre, por temor a caer en desgracia ante el más temido de los dioses. De este modo surgieron numerosos eufemismos para invocar al dios de los abismos subterráneos y del Tártaro. Entre ellos podemos destacar aquel derivado de las entrañas ocultas de la tierra, y de sus propias riquezas minerales. Puesto que Hades gobernaba en todos los lugares oscuros y siniestros, se le reconocía como dios de la riqueza escondida en el subsuelo y se le llamaba "Plutón el Rico".
También entre los clásicos se le reconocía la facultad de conferir vida a los distintos estratos terrestres. El gran pensador Empédocles, que vivió en el siglo V a. C., y al que se le reconoce una gran aportación al eclecticismo -teoría filosófica que se caracteriza por recopilar y seleccionar aquello que cree esencial en otras corrientes del pensamiento-, nos hablaba de Hades "el Nutridor", ya que la riqueza del subsuelo dependía de él. También se le llamaba "Clímeno, el Ilustre", pues este personaje acaparaba diversos títulos míticos.


EL BUEN CONSEJERO

Acaso uno de los epítetos más legendarios para referirse a Hades/Plutón sea el de "Eubuleo, el Buen Consejero". Narradores de mitos cuentan la leyenda de Eubuleo, el porquero; éste se hallaba cuidando cerdos en un frondoso encinar, cuando un ruido ensordecedor llamó su atención. Observó que el cercano valle, hasta entonces pleno de colorido y belleza, cubierto de tupida hierba que, por así decirlo, servía de cobijo a enmarañadas matas de flores silvestres que aquí y allá resaltaban, se trocaba oscuro y gris. Y vio que la tierra se abría para formar un enorme agujero que critica por momentos, y que engullía con ansiosa voracidad todo cuanto encontraba a su paso: flores, hierbas, árboles... Hasta la piara de cerdos de Eubuleo se la tragó la tierra. De su hondura cavernosa surgió, como por ensalmo, una reata de negros corceles enganchados, todos ellos, a un carro chirrión conducido por un ser con figura de hombre y de cabeza invisible. Apenas transcurrieron unos instantes y ya las caballerías volvían grupas adentrándose en el oscuro pozo por donde acababan de salir. Pero el carro llevaba una preciada carga que su misterioso conductor sujetaba con fuerza. Se trataba de una muchacha que lloraba y gritaba llamando a su madre. Acababa de tener lugar un hecho mitológico que pasaría a la historia: el "rapto de Proserpina". Eubuleo, el único testigo, sabría más tarde que Hades, el rey de los abismos subterráneos, conducía el carro que transportara a Proserpina hasta sus apestosos dominios del dios de las tinieblas. Y cuando Ceres, madre de la infortunada muchacha, pasó por aquellos lugares buscando a Proserpina, Eubuleo le contó cuanto había visto.


REINA DE HADES

Algunas versiones del famoso "rapto de Proserpina" interpretan el legendario hecho desde perspectivas diferentes a las establecidas por los cantores de grandes mitos. En primer lugar, justifican la acción de Hades/Plutón puesto que, debido a su desagradable aspecto, ninguna diosa, ninfa o musa quería compartir su vida, ni ser recluida en el abismo insondable que tenía por morada. No le quedó otra opción más que procurarse una compañera a la fuerza y, por esto mismo, decidió raptar a la joven Proserpina. Quienes participan de tales argumentaciones, añaden que Hades/Plutón permitió que Proserpina compartiera con él el dominio del mundo subterráneo; incluso se afirma, en ocasiones, que la muchacha venció la repugnancia que, en un principio, sintiera por su raptor y terminó por aceptar el ofrecimiento que se le hacía, por lo que se convirtió en reina del Tártaro. Pero la madre de la joven, una vez que supo por boca del porquero Eubuleo los pormenores del secuestro de Proserpina, se quejó al poderoso Zeus y éste decidió solucionar tan delicado asunto. Acordó, junto con ambas partes, que Proserpina viviera, a partir de entonces, seis meses en el Averno y otros seis alejada de tan pestilente lugar. Los ruegos de su madre Ceres ante Zeus no resultaron, por tanto, infructuosos. Así, había un tiempo en el que Perséfone/Proserpina personificaba la fuerza oculta bajo la tierra para que ésta produjera riqueza mineral y vegetal; y por contra, existía otra época en la que permanecía en los bosques oscuros de la región de las sombras, en los confines de un mundo lleno de misterio y acotado por las aguas cenagosas de los ríos del infierno.


AGUAS TURBIAS

Esos dominios de perdición se hallaban, pues, surcados por ríos, o salpicados de lagos, a cual más profundo y apestoso. Cada uno de ellos tenía su propia característica; recordemos el río "Flegetón", con su caudal de fuego y rocas que chocaban entre sí para producir un ruido espantoso. Y mencionemos, también, al "Aqueronte", cuyas riberas se poblaban de criaturas desoladas en espera de juicio.
Pero, sobre todo, parémonos a contemplar la legendaria laguna "Estigia", con sus profundidades abisales tan llenas de misterios y secretos. En sus aguas, la nereida -ninfa de los mares y los océanos- Tetis bañó a su hijo Aquiles para hacerlo invulnerable, y lo sujetó por el talón. La tradición mítica, no obstante, aclara que este valeroso héroe moriría a consecuencia de una flecha que Paris le clavar en el único punto vulnerable de su cuerpo, es decir, en el talón. Desde entonces se ha incorporado al patrimonio lingüístico de la humanidad una frase, cargada de connotaciones, y que todos conocemos: "el talón de Aquiles".
Las heladas aguas de la laguna Estigia tenían, además, la propiedad de obligar a las deidades a resolver sus posibles conflictos y diferencias sin cometer perjurio. Cuentan las antiguas crónicas que Iris era la encargada de recoger el agua subterránea y transportarla en una jarra de oro hasta el Olimpo. Si los dioses juraban "por el agua de la laguna Estigia" y no cumplían sus promesas, les sobrevendría cruel castigo; se les privaría del néctar y la ambrosía y durante un largo periodo de tiempo no podrían vivir en el Olimpo.
También se decía que toda pieza metálica, o de cerámica, arrojada a la laguna Estigia, se rompía en pedazos; y únicamente los cascos de los caballos resistían su efecto destructivo. Además, sus pestilentes aguas exhalaban un hedor venenoso y letal.


LA NINFA DE SIRACUSA

Los grandes narradores de mitos nos explican que, cuando Hades/Plutón arrastró a Proserpina hasta sus dominios subterráneos, ésta no se encontraba sola, sino que a su lado se hallaba la hermosa Cianes, a quien todos llamaban "Ninfa de Siracusa". Esta valerosa muchacha se enfrentó al dios del Averno y quiso disuadirle, con muy buenas razones, de su brutal acción. Pero el implacable dios la apartó de su camino con gesto altivo y, como castigo por haberse opuesto a sus designios, la convirtió en un manantial de límpidas y cristalinas aguas.
Ovidio, en su obra las Metamorfosis, narra los hechos referidos con ligeras variantes: "En Aretusa, donde el mar está cercado por rocas que lo rodean por todas partes, vive Cianes, una de las más bellas ninfas de Sicilia. Esta ninfa, habiendo salido del fondo de las aguas, y habiendo reconocido a Plutón, le habló así: "No te moverás de aquí; no conviene que de Ceres seas yerno contra su voluntad. Si se me permite hacer comparaciones, os diré que no es ésta la manera adecuada de amar a esta joven princesa. Yo misma fui en otro tiempo amada por Anapo, pero fueron sus razones las que a mí me complacieron y jamás el temor ni la violencia asistieron a nuestro himeneo." Terminado este discurso, la ninfa quiso impedir que Plutón continuase su camino, pero este dios, irritado por este nuevo obstáculo, fustigó a su caballo con vigor; y dio un golpe tan estridente que cayeron hasta el fondo las aguas abriéndose un camino que le condujo hasta su imperio. Quedóse Cianes despechada por el rapto de Proserpina y por el desprecio que había hecho Plutón no escuchándola en sus aguas sagradas, dejando en el fondo de su corazón tan gran de dolor que desde este momento no cesó de derramar lágrimas, tantas que en agua fue transformada. Viósele insensiblemente ablandársele todas las partes de su cuerpo. Sus bellos cabellos, sus dedos, sus pies, sus piernas, todo, se convirtió en líquido. Después, sus espaldas, sus hombros y sus pechos en ríos se transformaron. En fin, que el agua tomó en sus venas el sitio que a la sangre correspondía, no quedando de su persona más que la fluidez de ese elemento."


EL MITO DEL PERRO CERBERO

El terrorífico aullido de Cerbero y su fiereza desmedida atemorizaban a toda criatura. Hades/Plutón contaba con un furioso vigilante al que jamás había osado enfrentarse nadie. Además, la sola presencia de tan desagradable monstruo infundía pavor. Tenía un mínimo de tres cabezas, y un máximo de cincuenta, por lo que resultaba imposible burlar su vigilancia, de sus costillas nacían reptiles que se enroscaban a sus extremidades y se arrastraban por todo su deforme cuerpo, el cual despedía un olor nauseabundo. De su boca salía una tufarada de aliento venenoso que impedía acercarse a toda criatura. Había sido engendrado por Equidna (nombre que en griego significa "víbora"), que era un monstruo con cola de serpiente y cuerpo de mujer, y habitaba en las profundidades de una caverna oculta en las montañas inaccesibles de la mítica región de Arcadia. El padre del can Cerbero era Tifón, monstruo de proporciones desmesuradas que tenía un centenar de cabezas de dragón y, con sus fantasmales extremidades, podía abarcar todo el orbe; de sus ojos salía como una especie de fuego que arrasaba cuanto se le ponía por delante. Cuentan las leyendas que aún mora en las mismas entrañas del volcán Etna, y que aquí lo recluyó el poderoso rey del Olimpo, sirviéndose de una hoz fabricada con diamantes y piedras preciosas.


CERBERO, DOMINADO

A pesar de todo lo anterior, el can Cerbero fue sometido, y su vigilancia burlada, por héroes y por mortales. Se cuenta que, en cierta ocasión, Orfeo bajó a los dominios subterráneos de Plutón en busca de su amada Eurídice y, al toparse con Cerbero, en vez de huir se puso a tañer su lira. Las notas melodiosas que el gran virtuoso de la música arrancó a su instrumento lograron adormecer al fiero animal y, de este modo, Orfeo pudo traspasar el umbral del Tártaro y encontrarse allí con Eurídice, a quien la mordedura de una serpiente venenosa la había traído hasta tan tétrica morada.
Cuando ya Orfeo creía haber librado a su bella esposa Eurídice del tormento del Averno miró para atrás, acaso con la intención de cerciorarse de que su amada le seguía y, en aquel instante, se consumó su desaparición. En vano intentó de nuevo penetrar en el reino de las sombras, ya que el barquero Caronte se negó a subirle en su barca. Y, así, permaneció durante siete días y siete noches vagando, con un acerado dolor como única compañía, por las pestilentes riberas del río Aqueronte.


UN ESPACIO POBLADO DE FANTASMAS

Quién mejor narrará los distintos avatares por los que atraviesa Orfeo cuando se decide a volver a la vida a su joven esposa Eurídice, será el gran escritor Ovidio. Además describir, al propio tiempo, algunas escenas y detalles que darán cuenta de la propia idiosincrasia de esos lugares de sombras: "Como la bella Eurídice se echase, con otras ninfas, en un prado verde cierta vez, un áspid la picó en un talón y murió muy pocos días después de su matrimonio. Orfeo, después de haber llorado mucho tiempo la pérdida de su amada esposa, viendo cuán inútilmente suplicaba con sus lágrimas a las divinidades del Cielo, se decide a descender al reino de las sombras para interceder por su querida esposa Eurídice ante las divinidades infernales. Atraviesa un vasto espacio poblado de fantasmas y se presenta, al fin, ante Hades y Proserpina, reyes de estos lúgubres lugares. Recitando al son leve y dulcísimo de su lira, les hace saber sus penas: ¡Oh dioses de estos antros en los que nos hundimos los mortales! No creáis que vengo a curiosear en vuestros dominios ni siquiera para encadenar de nuevo al can Cerbero de tres cabezas serpentinas. Mi esposa muerta en plena juventud es el único móvil de mis acciones. No me hicieron caso los dioses de la luz. Vosotros, que no habéis repudiado al amor, ¡concededme que pueda resucitar a mi Eurídice! Y yo os prometo que cuando los años fatales de la vida normal transcurran... ¡ella y yo volveremos para siempre a este país de sombra y de infelicidad!.
Así recitó Orfeo al son dulcísimo y leve de su lira; música tan sugeridora que perturbó por un momento la existencia infernal. Tántalo se olvida del agua que no pue de beber. La rueda de Ixión se para. Sobre su piedra se sienta Sísifo. Titio deja de sentir en su corazón los picotazos de las aves vengadoras. Las hijas de Belo interrumpen su tarea de echar agua al tonel sin fondo. Y hasta en los ojos de las Furias aparece una rara humedad de lágrimas. Hades y Proserpina, emocionados, no pueden negarle la gracia que pide. Ordenan que se aproxime Eurídice, que aún cojea de la mordedura. Pero le pone a Orfeo una condición: que no debe volver la cabeza para mirarla hasta que hayan salido del reino de los Infiernos.
Delante el esposo, detrás la mujer, marchan por un sendero empinado, entre paisajes yertos, que conduce al mundo y a la luz. Les rodean el silencio, la penumbra y el terror. De pronto, sin acordarse de la condición, con ansia de preguntarle si se cansa, Orfeo vuelve sus ojos a ella... Eurídice desaparece al instante. Quiere él abrazarla... y sólo abraza como un ligero humo. Eurídice no se queja. Sabe que el amor ha movido a su esposo. Y ya lejos le envía el último adiós. Orfeo se quedó como petrificado y, en su impotencia, decidió iniciar nuevamente el camino del Averno. Vanamente intentó volver al Infierno. Durante siete días y siete noches estuvo en las riberas del río Aqueronte sin otra compañía que su dolor, pero el inflexible viejo Caronte no le permitió subir a su barca para atravesar aquellas pestilentes aguas."
Muy cierto parece el famoso aserto de que "la música amansa a las fieras" aunque, también, el relato de Ovidio nos previene sobre la dificultad de salir indemne de los lugares de castigo.


UNA SIBILA EN EL AVERNO

Cuentan las leyendas que un héroe troyano llamado Eneas se dispuso a bajar a los lugares infernales. Con tal propósito se encaminó hacia Cumas y solicitó la ayuda de su sibila, pues la fama de ésta había traspasado todas las fronteras.
Era aquel un tiempo en que el oráculo estaba regido por una hija de Glauco -dios marino que tenía el don de la profecía y la clarividencia-, que había heredado toda la sabiduría ancestral de su padre. Se dice de ella que aconsejaba, en ocasiones, al propio dios Apolo y que, a cambio, este prometió a la sibila que todo aquello que le pidiera le sería concedido. Entonces, la hija de Glauco, deseosa de alcanzar la inmortalidad, le rogó al dios Apolo que alargara su vida tantos años como granos de arena podía coger con sus manos. Y sus deseos fueron hechos realidad pero, sin embargo, se había olvidado de señalar que no transcurriera el tiempo para ella y, por tanto, le sobrevino, como a todos los mortales, la vejez y la decrepitud. Apolo, que se había dado cuenta del olvido de la sibila, y porque además se había enamorado de ella, la ofreció la juventud a cambio de ceder a sus pretensiones amorosas. No aceptó la muchacha y el tiempo, implacable, fue marchitando su, otrora, fresco y lozano cuerpo, hasta convertirlo en una especie de minúscula piltrafa que cabía dentro de una botella. De su boca salía indefectiblemente la misma frase repetida una y otra vez: "quiero morir, quiero morir..."
La "Sibila de Cumas" acompañó a Eneas hasta las mismas puertas del Averno y echó una comida al can Cerbero que le produjo alotriosmía y sueño.


HERCULES Y CERBERO

Además de Orfeo y la Sibila de Cumas, también el mítico héroe griego Hércules/Heracles burló la vigilancia del perro Cerbero. Este mantuvo con el monstruoso perro una lucha a muerte y cuerpo a cuerpo -pues Hades/Plutón le había dicho que le permitiría sacar al perro de su guarida subterránea si no utilizaba arma alguna en los enfrentamientos entre ambos-; venció el héroe y llevó al deforme perro hasta el lugar en el que le esperaba Euristeo. Este era un rey micénico que, por orden de la diosa Hera, se encargaba de imponer los denominados "trabajos" al héroe Hércules. El de bajar a los infiernos y vencer a Cerbero, enfrentándose, si era necesario, con el propio Hades hacía el número once de un total de doce. Y así parece que sucedió; el héroe y Hades/Plutón se encontraron en la misma entrada del Averno y, casi al instante, libraron una cruenta batalla. Hércules clavó una flecha en el hombro del dios de los infiernos y, éste, abandonó la lucha y sus dominios subterráneos, para dirigirse al idílico Olimpo en busca de un remedio eficaz para su herida. Aquí le fue aplicado, al momento, un lenitivo hecho con mezcla de diferentes hierbas y la herida cicatrizó con asombrosa rapidez. Existen, no obstante, otras versiones que narran los hechos de otro modo. Al parecer, el héroe Hércules hirió al dios Hades con una enorme roca que arrancó de las yermas colinas con que se había amojonado aquel tétrico lugar subterráneo. Por tanto, la herida de Hades/Plutón no había sido causada por una flecha, de aquí su casi instantáneo restablecimiento. Lo cierto es que Hércules devolvió de nuevo el perro a su dueño, tal como se lo ordenara Euristeo.


HABITANTES DE LAS SOMBRAS

Hades/Plutón no estaba solo en el vasto mundo del mal, sino que le acompañaban ciertas criaturas que, cuando menos, bien pudieran calificarse de siniestras. De entre ellas, las más conocidas, aparte de servidores como el barquero Caronte, o el propio perro Cerbero, eran las Gorgonas, las Furias y las Parcas.
Fue el gran narrador Hesíodo quien dio cuenta de la existencia de las Gorgonas y de sus funciones y atributos. Según explica en sus obras, las Gorgonas eran tres hermanas que tenían figura de monstruos marinos. Sus cabellos eran serpientes y su dentadura era gigante; tenían el cuerpo con figura de mujer y unas enormes alas sobresalen desde su nuca y su espalda. La más célebre de las tres hermanas era Medusa, de la cual se cuentan leyendas que la relacionan con la mortalidad; sus dos hermanas, Esteno y Euríale, en cambio, tenían la cualidad de la inmortalidad.
Medusa era una especie de monstruo alado, con una lengua larga y afiladas uñas, sus cabellos eran sierpes y sus enormes dientes se asemejaban a cuchillos afilados. La iconografía de todos los tiempos nos muestra escenas en las que aparece un hombre intentando decapitar a Medusa. Se trata de representaciones de la famosa leyenda del héroe Perseo. 
En ella se narran las peripecias de este héroe que durante sus viajes por el mundo entero se encontrará con tres monstruos con alas de oro, colmillos de jabalí y cabezas cubiertas de serpientes. Se los conoce por el nombre de Gorgonas y uno de ellos le dirige su mirada y le ataca, pero el héroe evita todo daño -pues se decía que, sobre todo Medusa, tenía poder para petrificar con su mirada a toda criatura- y, en un alarde de valor, corta la cabeza de Medusa y huye con ella a lomos del mítico caballo alado Pegaso. Así, arribará más tarde a la isla de Sérifos, la cual está gobernada por el rey Polidectes, que pretenda casarse con Dánae, madre de Perseo, a lo que éste se oponía expresamente. En ausencia del héroe, Polidectes intentó violar a Dánae. Enterado Perseo, se propuso escarmentarle y, al mismo tiempo, devolver la merecida dignidad a su madre que, para evitar ser mancillada por el corrupto rey, se había refugiado en un templo. Perseo puso ante Polidectes la horrible cabeza de Medusa y, al instante, éste quedó convertido en una piedra informe. A continuación, el héroe se erigió en rey y regaló la cabeza de Medusa a la diosa Atenea, que la colocó en el lugar más destacado y visible de su escudo.


LA MAS AMABLE DE LAS CRIATURAS 

Una vez más, la versión que Ovidio da del mito de las Gorgonas y de Medusa difiere sensiblemente de la leyenda tradicional: "Al final del banquete, cuando ya todos los ánimos estaban arrullados por el optimismo de los vinos, habló Perseo acerca de las costumbres y usos del país. Cefeo rogóle que les contara cómo consiguió aquella cabeza de Medusa cuyos cabellos no eran sino víboras. "En el reino del Atlas -dijo Perseo- existe una ciudad fortificada con altas murallas cuya custodia fue confiada a las hijas de Forcis, que tenían un solo ojo para ambas. Aprovechando el momento en que una de ellas prestaba el ojo a la otra, yo penetré en la ciudad y llegué hasta el palacio de las Gorgonas, adornado con las fi guras de las fieras y de los hombres a los que la vista de Medusa había petrificado. Para evitar que me encantase a mí yo no la miré sino reflejada en mí escudo. Aproveché su sueño y le cercené la cabeza." 
Preguntáronle después a Perseo por qué Medusa tenía serpientes en vez de cabellos. "Es una historia digna de vuestra curiosidad. Os la voy a contar. Medusa, en un tiempo, fue la más amable de las criaturas. Inspiró grandes pasiones. Pero estaba enamorada sobre todo de sus cabellos. Poseidón y ella profanaron un templo de Atenea, ante cuyos ojos pusieron su propio escudo para que no viera cómo retozaban. Para castigar tamaño desacato, cada cabello de seda y oro de Medusa se transformó en una inmunda víbora... Víboras que, grabadas en su escudo, utiliza ahora ella para vengarse de sus enemigos"."


LAS FURIAS

De entre las criaturas infernales, las Furias -también llamadas Erinias- sobresalen por amor hacia sus funciones y misiones. Se encargaban de castigar a quienes denostaran la institución familiar, y llevaban a cabo la venganza que los mortales olvidaban. También tenían encomendado el reparto equitativo de los castigos.
Eran deidades cuyo origen tuvo lugar en la tierra que la sangre de Urano regara, después que Cronos hubo seccionado sus órganos reproductores con una guadaña fabricada de diamantes. Sus figuras aladas, con cuerpo de mujer de oscura piel, y con sus cabezas repletas de serpientes enroscadas, imponían temor al contemplarlas. Siempre portaban en sus manos antorchas, cuchillos y látigos, para mejor llevar a cabo su cometido. En realidad cumplían con el deber de protectoras de la disciplina y el orden en el mundo de los mortales. Las asociaciones diversas, así como la célula más simple del en tramado social, cual es la familia, gozaban de la protección efectiva de las Furias. Perseguían, de manera especial, a los criminales y asesinos y, en este sentido, aparecen como protagonistas de algunas historias míticas que relatan hechos luctuosos y terribles. Por ejemplo, aceptan intervenir cuando Meleagro -uno de los héroes que participó en la expedición de los argonautas- mata, en el fragor de una discusión, a sus tíos. Las Furias aconsejaron a Clitemnestra que matara a su marido para que, este, no se percatara de la infidelidad de aquella. Clitemnestra era la esposa de Agamenón y, en ausencia de su marido a causa de la guerra de Troya, mantuvo relaciones íntimas con un primo suyo. Al regreso de Agamenón decidió asesinarlo para que nunca llegara a saber que su mujer había cometido adulterio. Mas, Orestes, hijo de ambos, viviría para vengar la muerte de su padre y, en cuanto se le presenta la ocasión, mata a su madre. Las Furias lo perseguirán por este criminal acto y se verá obligado a huir de ellas durante toda su vida.
Las Furias tenían su morada en el mundo subterráneo e infernal que constituía los dominios de Hades. Sólo abandonan la morada del Averno cuando los mortales enuncian un conjuro en su nombre. Por lo general no se las nombra en vano para no provocar su cólera. En ocasiones se emplean epítetos como por ejemplo "las Bondadosas" (Euménides) o "las Venerables" (Semnas).


LAS PARCAS

También se las denomina Moiras y, en realidad, más que criaturas infernales, son las diosas del destino; originariamente se encargaban de dotar al recién nacido con todos los atributos que desarrollará en su vida futura. Incluso le mostraban la forma en que moriría y el día en que sucedería tan fatídico hecho. Por todo esto, eran muy temidas y odiadas; se las consideraba como unas criaturas siniestras y, según Hesíodo, eran hijas de la Noche. Las Parcas eran tres hermanas y, cada una de ellas, tenía encomendada una misión y se cargaba de valor simbólico:
Cloto es la "hilandera" y, cuando se rompe el hilo con el que teje, nos advierte que llega el final y la muerte. Las decisiones de los mortales dependen de cómo modelara Láquesis el carácter y la propia idiosincrasia de aquéllos; pues, esta Moira, era la encargada de asignar los destinos a los humanos. Acaso por ello, las Moiras fueron identificadas en ocasiones con "la Fortuna" (Tique) o con "la Necesidad" (Ananque). Y, por último, estaba Atropo, que tenía por misión vigilar el cumplimiento de todo aquello que se le había predicho a los mortales. Era tanto su celo que se la conocía con el sobrenombre de "la inflexible" pues nunca permitió que el destino fuera burlado. La tradición acuñó una leyenda de las Parcas, o Moiras, que arraigó con el tiempo y, así, se las denominaba con el nombre de "Hilanderas" y aparecían, por lo general, asociadas a la senectud y a la vejez. Algunos pensadores antiguos, entre los que se encuentra Platón, rechazaban a las Parcas porque eran genios malignos que mancillaban y agostaban todo cuanto tocaban. También se ha identificado a las Parcas con "el Sueño" (Hipno) y con Tánato, que personificaba la muerte. Hesíodo, en su obra "Teogonía" lo relata así: "sombríos genios malignos a quienes jamás mira Helios/Sol con sus ojos brillantes y llenos de luz, ni cuando asciende al cielo ni cuando baja de las alturas celestiales. Uno de ellos, tanto en la tierra como en la inconmensurable superficie del mar, revolotea tranquilamente, lleno de dulzura, hacia los mortales. El otro tiene un alma de hierro, un corazón de bronce: inaccesible a toda piedad, no suelta a aquel que ha cogido."


HADES/PLUTON EN EL ARTE

Las representaciones iconográficas de Hades se identifican y confunden, en la mayoría de los casos, con las del propio Zeus. Hades aparece representado como un hombre robusto, en un vaso que se conserva en el Museo Británico. Lleva una cornucopia y se rodea de una serpiente y de un águila -atributo de Zeus- lo cual hace que la iconografía de ambos pueda, a veces, con fundirse. En Mérida se conserva una figura de Hades realizada en mármol; aunque es más corriente que aparezca formando parte de un conjunto representativo de escenas del Averno y, muy especialmente, relacionadas con el rapto de Perséfone/Proserpina. Siempre se le reconoce por sus atributos más comunes, el can Cerbero, su cetro de mando y una especie de orcón bidente. A veces aparece junto a la ninfa infernal que la tradición popular identifica con Menta. Cuentan las leyendas que Hades/Plutón mantenía relaciones con aquélla y que, enterada Proserpina, la pisoteó y la convirtió en la planta de la menta; de aquí que cuanto más se la mueva o se la aplasta más huele.