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MITOS ESLAVOS Y LITUANOS

 

 

MITOS ESLAVOS Y LITUANOS


Los eslavos ofrecían a esos ídolos de madera tosca que, según sus creencias, encarnaban a sus míticas deidades, sacrificios cruentos de anímales; pero también mantenían activo un ritual salvaje que consista en ajusticiar, para mayor gloria de sus rústicos dioses, a todos aquellos que capturaban como prisioneros en los campos de batalla. Todo lo cual les diferencia de otros pueblos europeos cuya civilización no daba pie a tamañas atrocidades. Esta etnia dispersa por Europa se componía de diversos grupos que no tenían en común más que su propia barbarie, materializada en las continuas luchas que mantenían entre ellos.
Durante el medievo las continuas incursiones de pueblos germanos por occidente, de guerreros tártaros por oriente y de otomanos por el sur, hicieron a los eslavos aferrarse aún más a un género de vida patriarcal y tribal, desechando toda clase de relación, por lo que los germanos les llamaban "slav", concepto que derivó en el término "esclavo". En realidad eran esclavos de sus propias costumbres cargadas de cerrazón e ignorancia, sin apenas orden ni cohesión sociales.
Practicaban, además, el enterramiento o la cremación de sus cadáveres y se instaba a las mujeres de los muertos a perecer quemadas en la misma hoguera que sus difuntos esposos, con lo que apenas tenían aquéllas tiempo de estrenar su viudedad. Se organizaban juegos y banquetes durante el tiempo que duraban los funerales, y no importaba que la comida fuera abundante, puesto que existía la creencia de que los propios cadáveres comerían las sobras.


UNIDOS POR UNA MISMA LENGUA

Los eslavos se hallan tan diversificados, desde el punto de vista étnico, que se hace necesario hallar un criterio único para su clasificación; y, por lo mismo, todos los investigadores coinciden en afirmar que únicamente la lengua cumple el requisito de universalidad. Todos los pueblos eslavos -los eslavos bálticos, los del norte, los orientales o balcánicos, es decir, rusos, ucra nianos y rusos blancos, los eslavos occidentales, es decir, checos, eslovacos, polacos, etc., los eslavos meridionales, o sea, servios, croatas, búlgaros...- pertenecen a una misma familia lingüística que, a su vez, compone una de las más numerosas comunidades de hablantes dentro del grupo de lenguas indoeuropeas.
El origen de los eslavos no está muy claro, aunque se acepta por lo común que provienen de la zona occidental rusa y que, enseguida, fueron extendiéndose y acotando unos territorios que quedaban bajo su influencia. Por ejemplo, los eslavos fueron asentándose en Ucrania, Polonia y Rusia Blanca. Historiadores como Plinio y Tácito nos dan testimonio de la existencia de eslavos en las zonas que hemos citado. Debido a su primitivismo, y a su paganismo, algunos evangelizadores cristianos hablaban de ellos en tono despreciativo y los colocaban como una "de las razas humanas más viles y repugnantes". Tal juicio de valor, vertido por un cualificado apóstol que vivió en el siglo VII (d. C.), parece que, cuando menos, no se halla acorde con los principios que el cristianismo defiende, especialmente con el concepto de persona humana. También algunos narradores griegos de la época clásica nos hablan de los pueblos eslavos; y aluden, también, a este pueblo numeroso y excesivamente tribal, geógrafos árabes y astrónomos de fama, como es el caso de Ptolomeo.


ANCESTRO GUERRERO

Aunque es frecuente hallar opiniones acerca de la organización de los eslavos, que niegan a éstos todo tipo de ilación social y, por lo mismo, no se les reconoce apertura alguna hacia otros pueblos vecinos, con lo cual se resentirían sus creencias míticas y su pautas rituales, lo cierto es que los eslavos mantuvieron vínculos con otros pueblos de su misma área de influencia. Esto se demuestra al conocer la impronta mítica y legendaria que impregnaba casi todo el que hacer de este legendario pueblo, Además, muchas de sus personificaciones, supersticiones y prácticas mágicas, son muy similares a las de los pueblos vecinos.
Por tanto, podemos afirmar que los eslavos mantenían cierta vinculación con los pueblos germanos y, también, se relacionaban con los hunos y los turcos. De ahí que muchas de las leyendas de todos estos pueblos, de fuerte ancestro guerrero, tengan en común precisamente ese aspecto bruto, o despiadado, que emana de sus deidades y héroes. Aunque, por otro lado, también los dioses de la mitología clásica, es decir, de Grecia y Roma, eran crueles y duros, pues con frecuencia infligían terribles castigos a la población, Luego, esto de presentar a las diversas deidades, y a los distintos héroes, plenos de crueldad, en muchos casos, es una constante en la historia de las distintas razas y etnias. Acaso se deba a la costumbre de los seres humanos -tan antigua como ellos mismos- de atribuir a los seres superiores las cualidades que los mortales añoran, y los defectos que desprecian; lo que se conoce, en definitiva, con el nombre de antropomorfismo.


NO TAN DESORDENADOS

En ocasiones, los historiadores, al igual que los estudiosos del rito y del mito, se limitan a seguir y aceptar las tesis y opiniones de sus antecesores, sin haber comprobado antes por sí mismos los datos y pruebas que se aportan en una determinada investigación, con lo cual nunca darían pábulo a ciertos asertos que, a medio plazo, se han demostrado espurios y, por lo mismo, faltos de toda objetividad. Tal ha sucedido con los pueblos eslavos, de los que siempre se ha dicho que carecían de la más mínima sensibilidad por el orden social; cuando lo cierto es que acaso sucediera todo lo contrario. 
Y, así, los pueblos eslavos se organizaban en clanes y grupos, y se constituían en federaciones para, a continuación, formar las diferentes tribus que ocuparían grandes extensiones de terreno, necesario para el cultivo de forma Mancomunada. Esto constituirá el soporte de míticas leyendas sobre el denominado espíritu del grano. Y, así, cuando los eslavos iban a la siega existía la costumbre de poner un mote a quien atara la última gavilla. Esta, por lo demás, recibía el nombre de "la baba" (término que significa "la vieja"), porque se suponía que en
ella se hallaba sentada una vieja bruja -a la que se atribuía cierto poder maléfico- que traerá desgracias sin cuento a quien se atreviera a retirar esa última gavilla que servía de mullido asiento a tan singular personaje. Si le corresponda a una mujer recoger la última gavilla, podría sobrevenirle, dentro de ese mismo año, un imprevisto serio como, por ejemplo, quedarse preñada.


NO SOLO PUEBLOS GUERREROS

Es cierto que los eslavos terminaron por convertirse en una gran potencia guerrera, en parte porque tenían que defenderse de las continuas acechanzas de sus enemigos y, en parte, porque su sistema social, de fuerte raigambre patriarcal y, por lo demás muy peculiar, no permitía la formación de grupos numerosos. Lo cual, acaso atomizaba excesivamente la población tribal pero, por otro lado, aseguraba una autónoma a los diferentes clanes y tribus que conducía, sin lugar a dudas, hacia la constitución de una especie de diversidad dentro de la unidad que, por lo mismo, resultaba muy práctica en todo momento.
Los eslavos no sólo vivían de la agricultura sino que también practicaban la caza y la pesca, además de ser expertos apicultores y ganaderos. Y aquí estará la base de una leyenda eslava referida a la protección de las reses por los árboles y la vegetación. Al igual que entre los romanos se hacía necesario expulsar al Viejo Marte, a principios de año, lo cual simbolizaba la expulsión de la destrucción y la muerte, los eslavos hacían algo similar con los espíritus del bosque; creían necesario que sólo los árboles -entre los que consideraban más sagrados a la encina y al nogal- protegerían con sus tupidas ramas a todo su ganado. Por lo mismo, habría que expulsar a la muerte de aquellos bosques, la cual se materializaba en el dios de la vegetación; aunque también existía otra interpretación que explicaba que todo el ritual consistía, a la postre, en conmemorar la llegada de un año nuevo, para lo cual se hacía necesario apartar y alejar al año viejo hacia tierras lejanas y, a poder ser, pobladas por etnias enemigas. 


EL ALBA DEL MITO ESLAVO

Puesto que los germanos terminaron por colonizar toda la ribera del Danubio, y se extendieron hacia el este del macizo alpino, bien que presionados por diversas hordas y tribus que provenían de oriente y necesitaron emigrar a otras zonas más bajas, acaeció que los pueblos eslavos quedaron divididos en dos partes, la occidental y la meridional. Por esto no puede generalizar se nunca al hablar de los mitos y leyendas eslavas, ni mucho menos uniformar la idiosincrasia propia de estos pueblos.
Lo cierto es que, en un principio, los eslavos se asentaron en la zona este del río Elba y, por lo mismo, sus incipientes mitos guardan relación con el espacio inmenso, y lleno de luz, con los extensos bosques y la apretada vegetación, con las fuentes, ríos y torrentes, con las montañas y las nubes...
Casi todos los mitos eslavos se resuelven en forma de aporías o pares de contrarios y, así, lo primero que personalizaron y deificaron fue la luz y la sombra, de donde saldrán el dios blanco y el dios negro. El primero de ellos será benéfico y protegerá los campos y las cosechas; también guiará a todos aquellos que se adentren en el bosque -siempre que no hayan cortado árbol alguno, ya que el espíritu de lo arbóreo perseguirá para siempre al leñador y le infligir desgracias sin cuento; y es que los eslavos, al igual que los germanos y otros pueblos de la antigua Europa, tenían un concepto animista de la naturaleza y, por lo mismo, pensaban que los árboles, por ejemplo, sufrían si se cortaban. Además estaban considerados como sagrados e intocables- y no encuentren la salida.


DEIDAD BLANCA. DEIDAD DE LA LUZ

El dios negro, en cambio, es una deidad que mora en las tinieblas -algo similar al dios griego Hades, considerado como el soberano de los oscuros abismos subterráneos- y, por tanto, se la tiene por maligna y peligrosa. Sin embargo, es necesario saber que está ahí puesto que, según los brujos o adivinos -la misión de éstos, entre los eslavos, era similar a la de los sacerdotes griegos y romanos, y a la de los druidas célticos y galos-, hay un dios arriba y otro abajo. El más esencial de los asertos herméticos -que entre los alquimistas cobra especial importancia a la hora de descubrir la proporción exacta de sus mezclas con dis tintos metales- viene a decir algo muy parecido, a saber, que lo que está arriba es como lo que está abajo, o lo mismo es afuera que adentro.
Las plegarias más simples de los eslavos se dirigen al dios blanco, que habita en el cielo y nos regala la luz. De aquí que en la cosmología de estos pueblos se dé tanta importancia al Sol, considerado como la luminaria por excelencia, merced a la cual nunca triunfan las tinieblas, ni el frío. Además, el Sol será la personificación de un dios justiciero, que hostigará a los malos y, por el contrario, premiará a quienes hayan seguido una conducta ejemplar. La acción virtuosa, por tanto, tiene preferencia dentro de la sociedad eslava sobre la conducta pícara e interesada, todo lo cual parece indicar la existencia de atisbos míticos que caracterizarán a los herederos de aquella etnia eslava tribal.


DIOS SOL

Ese dios Sol recibirá el nombre de "Dazbag" o "Dajbog" y se le relacionará con la otra luminaria, es decir, con la Luna. Tendrán, según la mitología eslava, hasta descendientes, que serán las estrellas.
El dios blanco, o bondadoso, enviaba a las hadas que moraban en las nubes, en los montes y en los bosques. Eran las "Wilas" que tenían poderes para ordenar a los ríos que abandonaran su cauce y se desbordaran; también tenían la capacidad de producir tormentas y, si se lo ordenaba el espíritu de los bosques, de los ríos o de las montañas, no permitían que ningún viajero transitara por esos lugares.
También adoraban a "Vorusú" o "Volosse", al que consideraban protector de sus rebaños y ganados. Celebraban la llegada de la primavera con ofrendas al dios "Yarovit" o "Yarilo" al que tenían por una deidad que hacía llegar a los campos la fuerza para que fertilizaran frutos y cereales; era el dios de la primavera.
Cuando los eslavos se reunían para conmemorar ciertas efemérides, brindaban y bebían de una misma copa, mientras evocaban el nombre de las dos deidades esenciales, pues así lo prescribían sus brujos y sus ritos; es decir, llamaban al dios blanco y al dios negro, o al dios benéfico y al dios maléfico pues, de lo contrario, no se cumplirá ninguno de los deseos expresados en semejantes rituales. El miedo a los fenómenos naturales, como huracanes, tormentas, diluvios, terremotos, etc., hizo que los eslavos crearan sus propios dioses y héroes.


LEYENDAS ESLAVAS

Numerosas historias, supersticiones, leyendas, ritos y magia, jalonan la actividad mitológica de los pueblos eslavos. Aparte de adorar a las fuentes, a los árboles, a las diferentes ninfas que poblaban la naturaleza, y que cautivaban con su baile y su belleza a los viandantes que atravesaban los bosques o que se paraban a beber el agua fresca de un manantial, los eslavos tenían otras divinidades, que cumplían la misma función que las denominadas "divinidades mayores" en el mundo clásico. Ya hemos citado a su dios supremo Perunú, considerado como dueño y señor de las tempestades y de la lluvia, y que tenía por atributo al rayo. Numerosos ídolos de madera representaban a tan poderosa deidad. En ocasiones eran efigies tetramorfas, con cuatro rostros, cuatro cuellos o cuatro cabezas; en sus manos llevaban armas poderosas y otros utensilios, tales como cuernos que les servían para saciar su sed y para catar el vino que los brujos, o sacerdotes, tenían que ofrendarles una vez al año, para lo cual or ganizaban una especie de rito iniciático, denominado rito del vino.
Entre los germanos asentados en las orillas del mar Báltico, esa divinidad tetramorfa de cuatro cabezas era invocada con el nombre de "svitovit" y, cada una de las cabezas que aparecía representada en ídolos o figuras labradas, apuntaba en dirección a otros tantos puntos cardinales.
En ocasiones, los ídolos tenían, además de las cuatro caras aludidas, una quinta en el pecho y, junto a ellos, aparecía una silla de montar y una brida que pertenecían al corcel blanco de la deidad.


SIMBOLISMO DEL CABALLO 

Todo lo anterior nos lleva a considerar que al igual que los celtas y los galos, que tenían al caballo como un animal sagrado, y existía la prescripción de no comer su carne, los eslavos también valoraban al caballo hasta el punto de deificarlo. Y, así, uno de sus dioses superiores era el dios-caballo "Svantovit", que protegía a los guerreros en las batallas. También se le atribuía la particularidad de conocer el porvenir y, en tal sentido, existían una especie de rituales prebélicos, en los que se sacrifica un animal para que, en sus resuellos y jadeos, se interpreta por los brujos todo lo que sucedería en la batalla que se iba a librar. En cierto modo, esta especie de magia no resolvía claramente las cuestiones planteadas, sino que toda respuesta dada en las condiciones apuntadas resultaba, cuando menos, ambigua; era algo similar a lo que ocurría con los oráculos griegos.
Lo cierto es que, entre los eslavos, el caballo encerraba una gran significación mítica y, con frecuencia, este animal aparecía relacionado con las respuestas de los oráculos, y con toda clase de augurios, a los cuales era muy aficionado el pueblo eslavo.
Siempre estaban considerados los caballos como animales sagrados, que respondían a sus peticionarios con frases cargadas de significación emblemática y simbólica, las cuales debían ser descifradas, después de emitidas, exclusivamente por los brujos o sacerdotes de las distintas tribus o grupos.


LEYENDA DEL FUEGO

Como otros muchos pueblos de ascendencia tribal, los eslavos también adoraban al fuego y tenían un dios del fuego al que denominaban "Svarogich". En torno a él circulaban numerosas leyendas, trasmitidas de viva voz, y celosamente guardadas y memorizadas por los más ancianos de las diversas tribus. Existía la prohibición de vocear cuando el fuego chispeaba y crepitaba; todos los jóvenes eran instruidos al respecto para que guardaran silencio mientras el fuego estaba reavivado. Tampoco debían realizarse ningún tipo de promesas o juramentos mientras el fuego estuviera vivo y chispeante. Todo esto formaba parte de un ritual del fuego que, aún en la actualidad, permanece - acaso con algunas variantes - en muchos lugares de Europa.
Algunos estudiosos de los ritos y costumbres de los pueblos eslavos, por ejemplo el prestigioso investigador Frazer, nos describen la importancia simbólica, mítica y emblemática que, para determinadas tribus eslavas, tienen el fuego y sus residuos. Así, en "La Rama Dorada" podemos leer lo siguiente: "Los Huzules, pueblo eslavo de los Cárpatos, encienden el fuego por fricción de madera en la víspera de Navidad (cómputo antiguo el cinco de enero) y lo mantienen ardiendo hasta la noche duodécima.
Es verdaderamente notable cuán corriente parece haber sido la creencia de que si se guardan los restos del leño de Pascua durante todo el año, tendrán poder para proteger la casa contra incendios y especialmente contra los deslumbramientos y destellos. (....) Que las virtudes curativas y fertilizantes atribuidas a las cenizas del leño de Pascua, del que se cree que sana tanto al ganado como a las personas, que habilita a las vacas para tener terneros y que promueve la fertilidad de la tierra, puedan derivarse o no de la misma fuente antigua, es una cuestión que merece considerarse".


LEYENDA DE LA VIDA

Sin embargo, entre los eslavos eran muy frecuentes las historias que narraban hechos en los cuales la vida aparecía como algo externo a su usufructuario, como algo que se podía esconder entre los elementos de la naturaleza.
Existe, al respecto, una historia rusa que narra los amores de una joven y hermosa princesa con un bello efebo que se enamoró de ella en cuanto la vio. Cuenta el relato que la muchacha se encontraba prisionera en el castillo dorado de un brujo que se llamaba Koshchei - nombre que significa "huesudo", "delgado" - el Inmortal, cuando acertó a pasar por aquellos lejanos parajes un príncipe muy joven y muy valiente. Este descubrió, desde una de las tapias que acotaban aquella extraña y refulgente mansión, castillo de oro, a una muchacha solitaria que paseaba, con semblante apenado, por los largos pasillos de un artístico jardín. Era tal su belleza que el joven príncipe se enamoro de ella al instante y, pleno de energía, saltó hacia el interior del recinto y, en cuanto la princesa le relató su infortunio, el joven propuso a la muchacha que huyera con él. Para ello, antes tenía que deshacerse del poderoso Koshchei, por lo que la infeliz princesa ideó un plan tendente a conocer el lugar en el que el brujo escondía su vida. De manera candorosa y zalamera, la joven princesa le preguntó a su inmortal anfitrión cuál era el lugar en el que escondía su corazón o su vida. Y es que el brujo le había dicho que él no moriría nunca porque no tenía corazón, sino que lo tenía escondido en un lejano lugar que nadie conocía.


UN COFRE DE HIERRO BAJO UN ROBLE VERDE

El relato explica que el taimado brujo no se fiaba de nadie, así es que le dijo a la muchacha que su corazón se hallaba en la escoba que había en una de las salas del rastrillo. La princesa fue corriendo hasta el lugar indicado, cogió la escoba y la echó al fuego, y esperó hasta que terminara de arder, y la vio reducida a cenizas. Pero el brujo no murió, lo cual significaba que le había mentido. De nuevo le inquirió, aduladora y zalamera la princesa, para que le desvelara el lugar en el que escondía su corazón y, el brujo, volvió a mentir. Le explicó a la princesa que tenía guardada su muerte, o su corazón, en el interior de un gusano que se hallaba en las raíces de un viejo roble que se erguía en el jardín. Enseguida la princesa le contó todo a su joven enamorado y, éste, después de hallar el gusano, lo aplastó; pero el brujo Inmortal seguía vivo, lo cual indicaba que se había burlado otra vez de la princesa.
Por fin, la infortunada muchacha, se armó de valor y volvió hasta donde se hallaba Koshchei; al tiempo que lo llenaba de caricias y ternuras, volvió a preguntarle por el lugar en el que escondía su corazón, o su muerte, no sin antes recriminarle por haber desconfiado de su amor y por mentirle. El brujo se sintió, esta vez, culpable por sus actuaciones para con la joven princesa que estaba a su lado y le daba muestras de amor y, sin pensárselo dos veces, le desveló el verdadero lugar en el que escondía su corazón, o su muerte.


AMORES QUE MATAN

La minuciosidad con que el brujo Koshchei, halagado y azuzado por las fingidas caricias de la princesa -por lo demás, enamorada de un joven y apuesto príncipe-, describe el lugar en el que se encuentra es condida su muerte es plasmado por Frazer en "La Rama Dorada" con toda la sencillez y la fuerza que la circunstancia requiere. Nos dice Frazer que, esta vez, el brujo, vencido por los arrumacos de la muchacha, abrió su corazón y le dijo la verdad. "Mi muerte, dijo él, está lejos de aquí y es difícil de encontrar en el ancho océano. En este mar hay una isla, y en la isla crece un roble verde, y bajo el roble hay un cofre de hierro, y dentro del cofre hay una cestita, y en la cestita una liebre, y en la liebre hay un pato, y el pato tiene un huevo; el que encuentre el huevo y lo rompa, me matará a mí en el mismo instante". El príncipe, naturalmente, consigue el huevo fatal y con él en las manos se enfrenta al inmortal brujo. El monstruo quiere matarle, pero el príncipe comienza a estrujar el huevo, a lo que el brujo, encogido por el dolor, se vuelve hacia la falaz princesa, que está riéndose satisfecha. "¿No era una prueba de amor para ti, le recriminó, que te dijera dónde estaba mi muerte? ¿Es ésta la manera que tienes de pagarme?". Diciendo esto requirió su espada, que colgaba de un gancho en la pared, pero antes de que tuviera tiempo de alcanzarla, el príncipe aplastó con firmeza el huevo y el brujo inmortal encontró su muerte en aquel instante.


EL PALACIO DEL SOL

No se agota con lo antedicho, la mitología eslava respecto a la importancia que para ellos tiene la luz, el fuego, la lumbre y el propio astro rey.
Por ejemplo, cuando se encendía el fuego de la lumbre que ardía en los hogares, todos debían permanecer en silencio, especialmente los más jóvenes de la casa, para que fueran aprendiendo los diferentes rituales de su tribu. La mitología en la que aparecía envuelto el Sol era muy amplia entre los eslavos, para quienes esta luminaria tenía su morada en un lejano lugar de oriente, al que consideraban el país de la abundancia, y el verano, ininterrumpidos. El Sol habitaba en un palacio refulgente, todo de oro y, cuando se disponía a recorrer el espacio, lo hacía en un carro brillante, tirado por doce caballos blancos que tenían sus crines doradas. Todo esto se parece mucho a la descripción que la mitología clásica hacía del Sol y, al igual que Faetón era un hijo del Sol entre los griegos, lo mismo sucede con los eslavos. La mitología de estos últimos contempla al Sol como la personificación de un hermoso joven que se sienta en un trono de oro y, a su lado, aparecen dos hermosas muchachas que son sus hijas: la Aurora de la Mañana, y la Aurora de la Tarde.
Los eslavos llamaban "Zorias" a las hijas del Sol y las consideraban servidoras de su padre, pero también deidades. La Zoria, o Aurora de la Mañana, tenía la función de abrir la puerta del reluciente palacio para que saliese su padre el Sol, mientras que a la Zoria, o Aurora de la Tarde, le correspondía cerrarla para que su padre se recogiera.


LA MADRE TIERRA

Al igual que los griegos, los eslavos también concedían gran importancia a la Tierra, a la que divinizaban y consideraban madre universal. El culto a la Tierra, en cuanto que madre universal, que encerraba en sus entrañas toda la energía suficiente para hacer fertilizar las plantas y las cosechas, estaba bastante extendido entre los pueblos esteparios, aunque se sabe muy poco sobre ello. Por ejemplo, algunos campesinos rusos mantienen la costumbre ancestral de horadar el suelo para conocer si su cosecha va a ser buena, mala o regular. Ponen un oído en el agujero que han hecho en el suelo y escuchan; si el sonido que oyen es semejante al de un trineo que arrastra su carga por la nieve, es seguro que habrá buena cosecha. Si, por el contrario, el sonido se asemeja más bien al de un trineo que no lleva carga, es seguro que la cosecha será muy mala. Por otro lado, a la Tierra nunca se la debía engañar -pues para eso era la madre universal, que procuraba todo lo necesario a las diversas criaturas- y, los eslavos, la invocaban con frecuencia, aunque muy especialmente para dirimir sus diferencias respecto a la posesión, y el disfrute, de la misma. El ritual exigía que quien decía el juramento debía poner un puñado de tierra sobre su cabeza y, de este modo, el juramento se convertía en algo sagrado y perdurable.
Los eslavos también tenían dioses domésticos, como los lares romanos, y los denominaban, sobre todo en Rusia, los abuelos de la casa. Existía la creencia de que por el día se escondían por detrás de la chimenea y, por la noche, salían para comer las viandas que les habían preparado los dueños de la casa.


PUEBLOS DE LA ESTEPA

Muchas otras tribus nómadas, que provienen del extremo oriente, desde los confines del mar Amarillo, vienen a configurarse en la zona septentrional de Eurasia. Primero viven del pastoreo y de la cría de ganado, por ello necesitan asentarse en lugares muy extensos y con mucha vegetación. Desarrollan sus creencias, también a partir del temor que les imponen los fenómenos naturales, y unifican su trabajo de forma conminatoria para hacer frente a la depredación y al robo. Su origen étnico es muy dispar,por lo que es preferible denominarlos genéricamente como los pueblos de la estepa, y su pragmatismo era su principal característica. Por ello, todas las tribus aceptaban el caudillaje y se organizaban de forma férrea y sólida, tanto en lo político como en lo social. Sus asentamientos debían realizarse en espacios abiertos y extensos; cada horda tenían plena autonomía, y sus guerreros gozaban de igualdad de derechos y obligaciones. Al mando de todos ellos se hallaba el príncipe o caudillo -"Kan"- que ejercía su autoridad a partir de su conocimiento y relación con las armas de hierro. El oficio de herrero era uno de los más estimados, pues se pensaba que quien era capaz de dominar el hierro con el fuego es porque conocía secretos que los propios dioses le habían confiado. Por todo esto, los jefes eran, a menudo, identifica dos con la divinidad. Por ejemplo, uno de los dirigentes más célebres, como era el caso de Gengis, estaba considerado como el enviado de los dioses, y su poder perduraría después de su muerte. Una de las hordas más sanguinarias fue la de los hunos, que tuvieron por jefe al feroz Atila, quien consiguió invadir occidente y saqueó numerosas poblaciones galas; también devastó ciudades como Padua y Milán.
Estos pueblos de la estepa tenían gran fe en la magia que los "Chamanes" -sus sacerdotes- sabían utilizar en momentos críticos. Los "Chamanes" afirmaban, también, que el cosmos estaba poblado de genios de naturaleza ambivalente: y, así , había buenos y espíritus malos. Toda persona acoge dentro de sí misma ambos espíritus, y otro tanto sucede en el cosmos y en la naturaleza. Los espíritus que habitan en el aire son benéficos; los que habitan en la tierra, maléficos. Por ello, es muy importante contentar a estos últimos. El firmamento era el lugar en el que se hallaban las divinidades y, también, las nubes que enviaban la lluvia necesaria para que hubiera pasto para los animales.