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ESCONDITE DE KIDD

  El fatídico acuerdo de 1695 con el conde de Bellomont acabó por llevar a Kidd a la horca. Por dicho acuerdo, Bellornont se comprometía a obtener patente de corso para Kidd y a cubrir los gastos del capitán a cambio de una parte del botín. Lo que Kidd no sabía era que Beliomont actuaba en nombre del rey Guillermo III de Inglaterra. Este mapa del Caribe, dibujado al estilo de los piratas, muestra los terrenos de caza de los bucaneros de los mares bajo dominio español. Por una ironía, deliberada o no, los dos barcos se encuentran cerca de los puntos en que naufragaron embarcaciones cargadas con tesoros famosos. Kidd fue ahorcado en mayo de 1701, en Londres, a pesar de que en la víspera de su muerte prometió revelar el escondite del tesoro. Como el de muchos otros piratas, se expuso el cuerpo de Kidd cargado de cadenas en la horca, a modo de advertencia visible del precio del delito. La ilustración pertenece a El libro de los piratas (1837). Sus amigos importantes no intervinieron para salvarle la vida cuando se le acusó en la cámara de los Comunes en Londres. William Kidd fue incapaz de probar su inocencia y se le condenó a muerte, con lo que se creó una de las leyendas más duraderas sobre tesoros de piratas.  
         
 

Cuando el capitán William Kidd fue ahorcado en el patíbulo de Londres, el 23 de mayo de 1701, seguramente no había previsto el legado que deja las generaciones futuras, pues Kidd, más que ninguna otra persona, h constituido el estereotipo del pirata, poseedor del secreto de un tesoro oculto. Una serie de novelistas que se inspiraron en las hazañas de Kidd para sus obras han adornado el estereotipo; entre otros, podríamos citar a James Fenimore Cooper, Edgar Allan Poe y, sobre todo, Robert Louis Stevenson, con La isla del tesoro.
La clásica novela de Stevenson contiene todos los ingredientes que normalmente se encuentran en un relato de piratas: un mapa críptico, una isla misteriosa, oro enterrado, mutilaciones, asesinatos y la emoción de la búsqueda. Algunos de estos ingredientes adornaron la vida de los piratas reales, pero la historia de Kidd los contiene todos, desde el primero hasta el último.
Kidd se ganó un lugar en la literatura de aventuras y en los anales de la búsqueda de tesoros gracias a un acto dramático en la víspera de su ejecución. En un intento desesperado por salvarse del patíbulo, escribió al portavoz de la Cámara de los Comunes del Parlamento inglés, prometiendo revelar la situación de una parte
de las riquezas que había acumulado a cambio de su vida.
La carta decía: «En mis viajes por las Indias he recogido objetos y tesoros por valor de cien mil libras, que es mi deseo pasen a poder del gobierno, para lo cual no deseo forma alguna de libertad, sino permanecer prisionero a bordo del barco que se elija con tal propósito y dar las oportunas instrucciones. Y en el caso de no cumplir mi palabra, no pediré más merced que ser ejecutado en cumplimiento de mi sentencia.»
No aceptaron la oferta de Kidd y el pirata tuvo que afrontar su suerte. La opinión más extendida en la época, que comparten algunos expertos actuales, es que aquella carta no era más que un farol. No obstante, a varios personajes poderosos del siglo xv les beneficiaba que Kidd, culpable o inocente, fuera silenciado para siempre.
La leyenda de Kidd se propagó tras su muerte. Después de más de doscientos años, en 1929, apareció la primera prueba consistente de que su oferta quizá no había sido un simple farol. Hubert Palmer, abogado jubilado que vivía en Eastbourne (Inglaterra), compró un escritorio de roble del siglo xvii con la siguiente inscripción:
«Capitán William Kidd. Galera Adventure, 1699». Buscando compartimentos secretos, Palmer rompió sin querer el tapete del tablero plegable y dentro encontró un estrecho tubo de latón con un mapa de pergamino enrollado. En el mapa aparecía una isla rodeada por el mar de la China, con las iniciales «WK» y la fecha de 1699. Palmer buscó obsesivamente vestigios de Kidd durante los cinco años siguientes y encontró otros tres mapas. Todos ellos parecían ser del mismo lugar, aunque los detalles variaban. Todos parecían auténticos, con un caligrafía que coincidía con la de otros escritos de Kidd que se conservaban en la Oficina de Archivos Públicos de Londres.
Estos hallazgos fueron el punto de partida de una serie de expediciones a varias regiones de la costa oriental americana, el océano Indico y el mar del Japón, pero que se sepa, el tesoro de Kidd sigue siendo un misterio.
De cómo se hizo pirata
A cualquiera que conociera a Kidd antes de 1696 le hubiera parecido un candidato poco probable para la delincuencia. Nacido en Escocia alrededor de 1645, prestó sus servicios en la Armada inglesa en las guerras contra los holandeses. Después se hizo comerciante y estableció un próspero negocio con productos de las Indias. Por último, se fue a vivir a Nueva York y allí se casó con una viuda acaudalada. Los señores Kidd alcanzaron los puestos más elevados de la escala social, y en un escrito del año 1689 se califica a Kidd de «caballero».
Pero Kidd, el comerciante y personaje destacado de la sociedad neoyorkina, seguía siendo un lobo de mar. Entre 1689 y 1695 capitaneó en varias ocasiones un barco con patente de corso, un buque civil armado con licencia para hostigar a los enemigos del rey, en este caso los franceses. Al parecer en aquella época Kidd no pensaba dedicarse a la piratería; por el contrario, la tripulación de su primer barco corsario, el Blessed William, se amotinó y se apoderó de la embarcación mientras la reparaban en Antigua. Los hombres zarparon con intención de saquear barcos, pero Kidd no fue con ellos. Hacia 1695, el gobierno británico consideraba a los piratas que actuaban en los océanos Indico y Atlántico una amenaza para los buques mercantes mucho más grave que los franceses, pero como Inglaterra seguía en guerra con Francia, no podían emplear a Armada en perseguir a los piratas. Por eso el nuevo gobernador de Nueva York, el duque de Beliomont, y varios miembros del gobierno, como el primer lord del Almirantazgo y el canciller, decidieron a título personal poner en práctica un proyecto que acabaría por llevar a Kidd al patíbulo.
Financiaron una expedición no oficial contra los piratas a cambio de una participación que se mantendría en secreto, en el botín, y eligieron a Kidd para dirigirla. El veterano capitán sabía que Beliomont, que se quedaría con el 60 por 100 de las ganancias era el principal promotor. Lo que no sabía era que los demás participantes en aquel proyecto eran aún más poderosos, pues entre ellos se encontraba el rey, Guillermo III, que se quedaría con el 10
por 100.
Durante más de un año el buque de Kidd, llamado Adventure, navegó por el Atlántico y el Indico sin obtener un botín importante. Diezmada por las enfermedades y por la escasez de alimentos, la tripulación se amotinó, a sabiendas de que lo único que sacaría en limpio sería una parte del botín. Las cosas llegaron al punto culminante cuando Kidd se negó a atacar a un buque holandés que seguía la ruta de las Indias Orientales, algo que le prohibía específicamente su contrato pero que deseaban sus hombres. En una atmósfera tensa, Kidd mató al artillero de su barco, pues sospechaba que era él quien incitaba a los demás a la rebelión, asestándole un golpe con un cubo de hierro. Una decisión fatídica Seguramente, aquel incidente contribuyo que Kidd cambiara de opinión y a partir de entonces acosó buques y colonias de varias naciones. Su presa más important fue el buque mercante Quedah, embarcac armenia capitaneada por un inglés que llevaba salvoconductos franceses. Con este buque remolcando a otro, el también armenio Doncella, Kidd se dirigió a la isla Santa María, junto a Madagascar, refugio de los piratas que supuestamente debía aniquilar. Al parecer, le dispensaron una buena acogida; dividió el botín y zarpó rumbo a Nueva York en el Quedah, tras haber abandonado el Adventure por no encontrarse en condiciones de navegar.
En el ínterin, el Almirantazgo de Londres habíá recibido noticias del ataque de Kidd a un colega inglés, aunque el barco que capitaneaba fuera extranjero. Desde ese momento Kidd fue considerado pirata y él se enteró en las Indias occidentales, en la travesía de regreso a su país. Volvió a cambiar de buque, en esta ocasión la corbeta Antonio, e hizo varias incursiones en la costa americana antes de atracar en Boston. Kidd esperaba que Bellomont le brindara su protección, pero el gobernador ordenó inmediatamente que lo apresaran y lo devolvió encadenado a Inglaterra, donde languideció durante más de un año, en la prisión londinense de Newgate, hasta que lo juzgaron.
Bellomont había muerto, y tanto el primer lord del Almirantazgo como el canciller habían sido procesados por su participación en la expedición. Aquel asunto se convirtió en un escándalo que ponía en peligro al gobierno e incluso a la monarquía. La opinión pública ya había condenado a Kidd y ninguno de sus anteriores protectores estaba dispuesto a arriesgar su posición interviniendo en su defensa. Era casi inevitable que lo condenaran a muerte.
Kidd fue ahorcado en mayo de 1701, en Londres, a pesar de que en la víspera de su muerte prometió revelar el escondite del tesoro. Como el de muchos otros piratas, se expuso el cuerpo de Kidd cargado de cadenas en la horca, a modo de advertencia visible del precio del delito. La ilustración pertenece a El libro de los piratas (1837).
El fatídico acuerdo de 1695 con el conde de Bellomont acabó por llevar a Kidd a la horca. Por dicho acuerdo, Bellornont se comprometía a obtener patente de corso para Kidd y a cubrir los gastos del capitán a cambio de una parte del botín. Lo que Kidd no sabía era que Beliomont actuaba en nombre del rey Guillermo III de Inglaterra.
Este mapa del Caribe, dibujado al estilo de los piratas, muestra los terrenos de caza de los bucaneros de los mares bajo dominio español. Por una ironía, deliberada o no, los dos barcos se encuentran cerca de los puntos en que naufragaron embarcaciones cargadas con tesoros famosos.
Sus amigos importantes no intervinieron para salvarle la vida cuando se le acusó en la cámara de los Comunes en Londres. William Kidd fue incapaz de probar su inocencia y se le condenó a muerte, con lo que se creó una de las leyendas más duraderas sobre tesoros de piratas.