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DEIDADES ALEGORICAS

 

 

 

 

DEIDADES ALEGORICAS


A las Moiras, en un principio, se las relacionó con el nacimiento. Otras versiones, sin embargo, las califican como deidades siniestras y siempre odiadas. En unos casos se las hace originarias de la Noche; mientras que, en otros, tienen por progenitores a Temis - primera esposa del rey del Olimpo- y al propio Zeus. Sin embargo, cobran su verdadero sentido como mensajeras de la muerte -son las Parcas-; y su función principal consiste en tejer y destejer el hilo de la vida -acaso por ello, la tradición popular las designa con el nombre de "Hilanderas"- y, finalmente, cortarlo en el instante mismo en que la hora postrera sea llegada. Se constituían, según los clásicos, en la "Tria Fata" o los "tres destinos"; y personificaban los tres acaeceres excepcionales: nacimiento, casamiento y muerte.


NEMESIS

Acaso una de las deidades alegóricas más terrible sea Némesis, que personificaba la venganza de los seres superiores. Su mismo origen da lugar a reflexiones de diverso signo. En primer lugar, si aceptamos la versión de Hesíodo, deberemos admitir que Némesis es hija de la Noche o de las Tinieblas quien, a su vez, había nacido del Caos o "Abismo Primordial", y había tenido por esposo a la deidad que personificaba el río pestilente de los infiernos, es decir, a Aqueronte. La Noche había engendrado, también, a la Discordia, al Sueño, al Destino, al Engaño, a la Fortuna, al Afecto, al Sarcasmo, a la Amistad, al Dolor, a la Vejez...


SIMBOLO DE ENVIDIA Y VENGANZA

Ocasiones hubo, empero, en que la Noche apaciguó la ira del poderoso Zeus cuando éste, irritado contra Hipnos/Sueño, se vio sorprendido, e inmerso, entre la oscuridad de aquélla, que protegió al uno y en volvió en profunda calma al otro.
Otras narraciones del mito de Némesis explican que esta deidad nació de un huevo que Leda había recibido de la diosa Atenea. No obstante, la tradición más aceptada contempla la leyenda de Némesis transformándose de continuo para huir del acoso de Zeus quien, sirviéndose de una de sus artimañas, consiguió yacer con ella. Como en cierta ocasión aquélla se convirtiera en ganso, hizo lo propio el rey del Olimpo (se transformó en cisne) y, de tan sutil modo, se consumó la unión de ambos. Un huevo fue el fruto de semejante acto; unos pastores lo encontraron y se lo entregaron a Leda. De este huevo nacerían los famosos gemelos Cástor y Pólux, cuyas aventuras han quedado recogidas en todas las tradiciones mitológicas.
Némesis era, pues, tanto una divinidad como un símbolo que remitía a la venganza que podría sobrevenir de parte de la trascendencia y de los seres superiores. Allí donde Némesis se encontraba, había envidia y represalia, y surgían los desacuerdos más terribles. Vigilaba, además, porque la justicia de los dioses se cumpliera con todo detalle entre los mortales. Estos nunca podrían sobrepasarse en sus atribuciones y, si lo hacían, Némesis se encargaría de infligirles severo castigo. Así se garantizaba que los humanos nunca podrían ser como dioses. Se la representa apoyada en un timón, lo cual indica que es capaz de cambiar los destinos de las personas y hacer peligrar el orden del universo. Si su rostro se cubre con un velo, simboliza la objetividad de la justicia de los dioses y la igualdad de trato que la ley otorga.


LARES

Fueron espíritus o genios de carácter benéfico o maléfico, héroes o dioses. No sé sabe con certeza, puesto que hay variedad de opiniones al respecto. Sin embargo, todos coinciden en afirmar que los Lares eran deidades inferiores, deidades domésticas, y que tuvieron su origen en la violación de que fue objeto la ninfa Lara por parte de Hermes. Cuentan las leyendas que el enamoradizo Zeus, en cuanto que descubrió a la bella Yuturna -ninfa de las fuentes-, quedó prendado de su hermosura y se dispuso a conquistarla. Pero ésta rehuía su compañía, por lo que el rey del Olimpo pidió a las demás ninfas que sujetaran a Yuturna en cuanto vieran que era perseguida por él. Sólo una de ellas, de nombre Lara (que significa la charlatana), mostró su desacuerdo con semejante confabulación y, en consecuencia, puso sobre aviso a Yuturna. Entonces Zeus infligió a Lara cruel castigo, la cortó la lengua y la expulsó hacia las tinieblas exteriores. Nombró como vigilante para el camino, a Hermes que, en lugar de protegerla de todo peligro, tal como se le había encomendado, la violó sin temor, puesto que ante la imposibilidad física de articular palabra alguna no podría, la infeliz ninfa, delatarlo. Ante tamaño abuso, debemos olvidarnos de cualquier atisbo de simpatía que aún pudiéramos albergar hacia el dios Hermes/Mercurio. Extendamos también nuestro propósito a Zeus, por el desproporcionado y brutal castigo impuesto a la ninfa Lara y el vergonzoso olvido de la infame acción de Hermes/Mercurio.


DIOSES DOMESTICOS

Los Lares, sin embargo, han sido reconocidos, por lo general, como dioses domésticos que se veneraban en el interior de los hogares. No había casa que no tuviera una estatuilla alusiva a las deidades de marras. Aunque también se les ofrecía culto público y se los tenía por protectores de la ciudad, de sus calles y de todos los caminos. En otros casos los Lares eran genios a los que se acudía para invocar a los antepasados y, por lo general, aparecían relacionados con el culto a los muertos. Eran geniecillos bondadosos, a los que la tradición popular hacía descendientes de la diosa Manía. Esta, personificaba la locura y el delirio que asaltaban a las mujeres durante el desarrollo de los rituales báquicos o dionisíacos. Otras versiones, en cambio, explican que la diosa Manía era una hija del Averno que había sido concebida exclusivamente para tentar a los hombres hasta volverlos locos y convertirlos en criminales.


"LEMURES"

En ocasiones se identificaba a los Lares con los espíritus de los difuntos, a los que se denominaba "Lemures". Su principal cometido era atormentar a los seres vivientes, por lo que se les temía en demasía y se realizaban diversos cultos y ritos para calmarlos. Una ancestral tradición nos da cuenta de que los antiguos romanos realizaban diversos actos, tendentes a pacificar a los "Lemures", los cuales consistían en golpear una vasija de bronce, después de haber arrojado hacia atrás puñados de habas verdes -tal como exigían los rituales al uso-, al tiempo que voceaban y arengaban a los espíritus de sus antepasados para ahuyentarlos. Todo ello debería llevarse a cabo la medianoche de los tres días del año re conocidos como nefastos ("Nefasti"), que caían al finalizar la primera mitad del mes de mayo. El principal protagonista debería ser el "pater familias"; éste iniciaría todo el ceremonial una vez que hubiera caminado descalzo hasta encontrar una fuente para lavarse en ella y quedar limpio. Durante ese tiempo permanecerían cerrados los templos y lugares de culto y quedaría prohibida, así mismo, la celebración de esponsales o cualesquiera otras actividades afines.


"LARVAS"

También, esos geniecillos domésticos eran conocidos con el nombre de "Larvas"; y la tradición clásica los asociaba con las almas de los malvados que volvían para atormentar, de nuevo, a los vivientes. Eran sombras o fantasmas de aspecto siniestro que se aparecían a los humanos de diferente forma. Unas veces bajo la figura de personajes famosos y legendarios, y otras revestidos de connotaciones relacionadas con el arte de la danza o de la música. La iconografía clásica, no obstante, representa a las "Larvas" de muy diversas maneras y, desde luego, no siempre relacionadas con lo siniestro. Por ejemplo, a veces aparecen en actitud de lucha, y otras emulando posturas que invitan al diálogo; en el conjunto se destacan los atributos relacionados con el alma -como la mariposa- o con la abundancia y la riqueza, en cuyo caso aparecen rodeadas de jarras de vino, cornucopias repletas de flores y frutos, guirnaldas, etc. Todo lo cual indica que las "Larvas" también aparecían relacionadas con el placer y la dicha.


ESPIRITUS PROTECTORES

La época clásica reconocía varias funciones a cumplir por los Lares aunque, por lo común, aparecían adscritos siempre a objetos y zonas geográficas, en vez de a personas. Y, así, había Lares de las encrucijadas de los caminos, a quienes les corresponda la misión de velar para que fueran transitables. Se les denominaba "Lares Compitales", pues presidían una capilla erigida en su honor que, por lo común, aparecía construida en la vera del cruce de caminos o en la confluencia de las principales calles de la ciudad. Cuando los Lares tenían por función proteger y cuidar las murallas que rodeaban a las grandes urbes, entonces recibían el nombre de "Lares Praestites" ("Lares Protectores"). Y si su cometido era preservar las casas o los hogares de todo peligro, es decir, si se convertían en personificaciones de los espíritus que anidaban en la más recóndita de las dependencias, su nombre era el de "Lares Familiaris"; éstos aparecían representados, en algunos casos, con la figura de un muchacho que cubría su cabeza con una corona de rosas, y se acompañaba de un perro. El sentido último, no obstante, de los Lares ("lar" en latín significa "hogar") guardaba relación con la necesaria sacralización de la tierra, para que los campos produjeran el fruto deseado; con la pretendida estabilidad de la institución familiar, pilar sobre el que se asienta la sociedad misma y, por último, con el temor que inspiraba la posible toma de las ciudades por parte de los enemigos, de aquí que no sólo se edificaran murallas para protegerse, sino que también se evocaba la presencia de los Lares para librarse, así, de todo daño exterior.


LA FORTUNA O EL DESTINO

Otra de las deidades relacionadas con la vida moral, o con las costumbres, es la Fortuna. También se la conoce con el apelativo de "Tique" o "Tiqué" y, por lo general, presidía todos los actos provenientes de la incidencia del Destino en las acciones y negocios de los humanos. Se decía que los efectos de la Fortuna no empezaron a conocerse hasta bien entrada la época helenística; y la propia urbe por excelencia se habría constituido en símbolo de aquélla: Roma identificada con la Fortuna. Sin embargo, casi todas las leyendas atribuyen a la Fortuna un poder sobre la perfecta consecución de los negocios entre humanos. La Fortuna presidía, pues, todas las transacciones comerciales realizadas por mar. Ella protegía el ingente volumen de riquezas que llegaban a través de los océanos. La tradición más aceptada identifica a la Fortuna con la deidad que conduce el Destino y el Azar y, entre los primitivos griegos, se la denominaba con el epíteto Fors ("Casualidad", "Fortuna", "Azar"); era la diosa del Destino. Pero fueron los romanos, de la mano de Servio Tulio -a quien la Fortuna había mimado sobremanera, puesto que de esclavo lo había convertido en rey-, quienes aseguraron entre los pueblos antiguos la divinización del Destino o la Fortuna; además la asociaron con la riqueza y el poder alcanzados por su vasto imperio. Era necesario que el Destino, caprichoso y arbitrario de por sí, se pusiera siempre de parte de los humanos y, por ello, se le ofrecían sacrificios y se le instituyó culto en su honor. Varios templos se erigieron en Roma en honor de la Fortuna que aparecía representada con los atributos de la abundancia y otros símbolos.


LA RUEDA DE LA FORTUNA

Por ejemplo una esfera, que representaba al orbe entero, lo cual indicaba que la Fortuna gobernaba al mundo. Y si, en el conjunto, se la mostraba agarrando un timón de un barco, simbolizaba la fuerza del destino entre los mortales y su, por otra parte, dominio de aquél por la diosa Fortuna. También podía aparecer con una rueda a su vera, lo que indicaba el natural contingente de la Fortuna, los continuos cambios y avatares diversos que ella produce. En otros casos, la iconografía nos la muestra con sus ojos vendados, intentando explicar que la Fortuna, el Azar y el Destino, son ciegos y que no ayudan a quien más lo merece y necesita, sino a quien la casualidad les dicta.


PRUEBAS HISTORICAS

El culto a la Fortuna se extendió con celeridad por todo el orbe de influencia romana y pronto se edificaron numerosos templos para ofrecerle culto Según especulaciones de la época, el más famoso de los templos erigidos en honor de esta deidad que deroga los destinos de los hombres, y protegía toda transacción mercantil y comercial, fue pasto de las llamas y había sido edificado bajo los auspicios del gran Servio Tulio. Por esto mismo, y debido a las adversidades que empezaban a recaer sobre el Imperio -por ejemplo, las guerras púnicas-, se acometió la tarea de consagrar varios templos a la diosa Fortuna, pues mucha fortuna necesitaban para vencer a los enemigos. Fueron célebres, al respecto, los templos del monte Quirinal y los de Antium y Prenesto; estos últimos se hallaban en las afueras de Roma. El de Antium era visitado, especialmente, por todos aquellos que veían a la diosa Fortuna como protectora de los campos y las cosechas; y como la timonera más idónea para llevar la nave a buen puerto. El templo de Prenesto, en cambio, era famoso porque poseía un oráculo y porque albergaba a la divinidad protectora de la Naturaleza, a la que invocaban, de forma especial, todas las mujeres.


GENIOS BENEFICOS

Existían, además, otras deidades alegóricas, relacionadas con aspectos morales o cotidianos. Eran tenidos por dioses menores, y considerados como benéficos, y siempre acompañaban a los humanos durante toda su vida, lo cual les hacía sentirse muy a gusto. Al parecer, aquí se encuentra el origen de la presencia y creencia de un "ángel de la guarda" que se encargaría de velar por la seguridad de toda criatura.
También los distintos grupos sociales y zonas geográficas tenían asignado un genio protector -un "daimon Agatos"- el cual se propondría, como objetivo primordial, la consecución de fines relacionados con la productividad del suelo y, al propio, tiempo, debería beneficiar con su presencia a todos los habitantes de los lugares en que el daimon se asentara.
Las representaciones de estos genios beneficiosos eran de lo más variado, pero casi siempre aparecía, como principal protagonista del conjunto, un joven ataviado con la clámide, o capa corta, que brillaba al on dularse con el viento. Por lo general, portaba en sus manos el mismo atributo que la Fortuna, es decir, la cornucopia de la abundancia.


PLEGARIAS POPULARES

Lo cierto es que todas las deidades hasta aquí reseñadas aparecen evocadas en los denominados "Indigamenta" que, en realidad, eran como una especie de cuerpo doctrinal cuyo contenido estaba formado por oraciones e invocaciones de todo tipo. Había una para cada tiempo y circunstancia de la vida, y cada genio o dios doméstico tenía la suya. La creencia popular inventaba las diferentes preces de los "Indigamenta" con el propósito de procurarse todos los beneficios atribuidos a las deidades benéficas que, a través de los tiempos, habían ido creándose. Pero también existían geniecillos dañinos que había que calmar y, por esto mismo, se hacía necesario imprecarles de algún modo. Es aquí cuando los "Indigamenta" son recitados por las gentes, al margen de las creencias y formas oficializadas; pues, según el particular criterio de la masa -azuzado y alimentado, sin ningún rubor, por los arribistas y cuajaenredos de turno-, el mundo entero albergaba toda clase de criaturas misteriosas que tenían por especial misión dirigir las acciones de los humanos. Para conseguir la libertad plena, por tanto, se hacía necesario estar a bien con esas criaturas ocultas y poderosas, ya que dominaban la propia voluntad de los humanos, y la mejor forma de conseguir los apetecidos logros era echar mano de la oportuna "Indigamenta". De aquí que el conocimiento pleno de las distintas plegarias, allí contenidas, se hiciera imprescindible para las gentes de toda condición. Esta especie de fe popular tuvo mayor arraigo en Roma que en Grecia y, las deidades alegóricas, detentadoras de aspectos morales, constituyeron una de las improntas más marcadas del pueblo romano.


ASCLEPIO/ESCULAPIO

Respecto a las deidades relacionadas con la salud, es indudable que destaca Asclepio/Esculapio. Este había aprendido el arte de la medicina no sólo de su padre, sino también de Quirón, el más ilustre de los centauros.
Pero, puesto que Asclepio es, nada menos, que un hijo de Apolo, de él recibirá el inmenso caudal de conocimientos que le establecerá como prototipo del médico, como espejo en el que se debe mirar todo humano que quiera aspirar a aliviar a sus semejantes de las penalidades y miserias de su condición. El hombre va a tener que ceñirse más y más a aquel discípulo directo de la divinidad misma, si es cierto que quiere mejorar su técnica y su inspiración curadora. 
La sabiduría de Asclepio/Esculapio, por ser un pálido reflejo de la totalidad divina, va a ser la regla incontestable sobre la que tienen que medirse los resultados alcanzados por sus seguidores en la práctica médica, porque sólo los dioses conocen a fondo todos los secretos de la salud y de la enfermedad, de la vida y de la muerte, y sólo de ellos se puede extraer el tesoro del conocimiento verdadero. Fue un gran acierto que Apolo se decidiera a enviar a su hijo Asclepio con el centauro Quirón quien, por otra parte, gozaba de bien merecida fama, en aquel tiempo, debido al dominio y la vastedad de su saber.


EL CENTAURO OUIRON

Quirón era hijo de Cronos y de la oceánide Filira; cuentan las leyendas que Rea, esposa de Cronos, los sorprendió juntos y maldijo a ambos, por lo que enseguida, este último, se transformó en caballo y salió huyendo a galope. Más tarde, Filira parió un ser híbrido, mitad hombre, mitad caballo -es decir, un centauro al que pusieron por nombre Quirón-, y sintió tal aversión hacia él que clamó a los dioses para que la convirtieran en árbol; su ruego fue escuchado y, a continuación, los dioses la transformaron en un tilo. Pero el fruto de este lance amoroso cogió muy pronto merecida fama entre los principales personajes influyentes de la época, por lo que Quirón desarrolló sus dotes de persuasión que, en puridad, no consistían más que en poner en práctica su carácter apacible y buenos modos en el trato. Y, así, le fueron confiados personajes y héroes de la importancia de Eneas, Medeo, Jasón, Aquiles y el propio Asclepio. Quirón vivía en las regiones montañosas y conocía las propiedades curativas de todas las plantas y yerbas. Se le tenía por inmortal, pero el mítico héroe Hércules le hirió con una flecha que, previamente, había envenenado con la sangre de la monstruosa "Hidra de Lerna". Más nada pudo salvarle ya y, a partir de entonces, será Prometeo quien goce del privilegio de la inmortalidad. 
Como ya sabemos, Asclepio tuvo por padre a Apolo, pero no hemos comentado nada sobre su madre, sobre la infeliz Corónide, la hija del rey tesalio Flegias, que se vio convertida en amante de Apolo, pero sin poder dejar de amar en verdad a su Isquis. El nombre Corónide significaba "larga y venturosa vida", lo que indicaba ya el camino que su hijo iba a seguir, el cual no sería otro más que el relacionado con la salud. Aunque el ejercicio de la medicina, en cuanto arte y maña para librar a los mortales de sus enfermedades, lo heredó Asclepio de su padre Apolo.


EL ARTE DE CURAR

Los griegos supieron establecer una perfecta red asistencial de dioses menores que encajaban a la perfección con las necesidades cotidianas, precisamente con aquellas que sí eran importantes para la vida. Naturalmente, al sentir la enfermedad, entonces -como ahora- los dolientes se olvidaban de trascendencias animistas y dejaban de centrar su empeño en una vida eterna. Lo que importaba era, si no se podía cortar la enfermedad, al menos, eliminar los síntomas para tratar de olvidar también nuestro miedo animal o intelectual a lo desconocido. Asclepio/Esculapio gobernará sobre los remedios y las intervenciones; es la doble capacidad curativa del médico verdadero. Aquella que puede modificar el curso de los acontecimientos, obrando a través de la farmacopea, manejando prudentemente los productos que cooperen con la naturaleza, por ser de constitución y efectos similares, y de productos que tengan la virtud de complementar, sustituir, o enfrentarse a los malsanos, por ser de características y acciones contrarios; y actuando el médico también a través de la cirugía, la técnica con la que el sanador puede, en la circunstancia especifica, terminar con el daño, aunque sea a través del mal menor de la intervención, a costa de cortar el tejido sano, de cercenar miembros no dañosos, cerrando con sacrificio el paso al progreso del mal. Resulta, además, paradigmático que el dios Asclepio, como detentador de funciones curativas, naciera en un mítico monte cercano a la ciudad de Epidauro, y subsistiera allí (puesto que las más ancestrales leyendas explican que su madre tuvo que abandonarlo) amamantado por una cabra y defendido por un perro.


UNA CURIOSA HISTORIA

Cuando el dios Apolo observó que su amante Corónide le engañaba (?) con Isquis -joven arcadio de ascendencia noble que, curiosamente, era el prometido de la muchacha- decidió matar a ambos. Pero, al percatarse de que Corónide estaba embarazada, Apolo salvó al niño y dejó que la madre se consumiera en el fuego. Este niño, de nombre Asclepio, se transformaría con el correr del tiempo en el más famoso curador de la historia. Se le concedería el título de dios de la medicina y se le erigirían templos en su honor, el más importante de éstos era el santuario que se hallaba en la ciudad de Epidauro, que se había convertido en centro de peregrinación y culto al dios Asclepio/Esculapio. Otros centros de adoración dedicados al dios de la medicina eran el de Atenas, el templo de Pérgamo, el de Coz, etc. No obstante, parece que fue Tesalia el lugar en el que comenzó la adoración del dios que estamos considerando; desde aquí se extendería por todo el territorio de Asia Menor, por la región del Peloponeso y, en definitiva, por toda la zona habitada por los griegos. Era norma común que los templos y santuarios en honor de Asclepio se construyeran en sitios sanos y silenciosos, alejados de las urbes y cercanos a la corriente de ríos o manantiales de cristalinas aguas, entre frondosos árboles y verdes valles. Numerosos enfermos acudían a tan idílicos lugares para curarse de sus enfermedades. Los sacerdotes -que eran los únicos intérpretes autorizados para transmitir el mensaje del dios- intentaban poner remedio a tanto sufrimiento y, por lo mismo, acaparaban todo el poder sobre los santuarios y se enriquecían a cuenta de los enfermos o suplicantes.


UN PINGÜE NEGOCIO

De este modo, y porque el saber secreto acerca de la curación de las enfermedades pasaba de padres a hijos -sin que ningún extraño tuviera acceso al conocimiento de los mismos-, fue formándose una especie de clan familiar que obtenía pingües beneficios ya que, por otro lado, todos los pacientes y "suplicantes" tenían que pagar si querían ser reconocidos, diagnosticados y curados. Cada cual aportaría su propio peculio conforme a los medios de que dispusiera y, caso de tratarse de enfermos descreídos y, por lo mismo, llevados a la fuerza al santuario de Asclepio, se les ridiculizaría o castigaría. Cuenta una antigua leyenda que, en cierta ocasión, fue llevada al santuario de Epidauros una persona que comenzó a vocear y a manifestar a gritos su desconfianza ante la parafernalia que allí se seguía con los enfermos y, cuando ella misma fue curada y no salía de su asombro, el dios Asclepio la condenó a ofrendarle un cerdo de plata para que así "tuviera siempre presente la estupidez que había demostrado".
También se dio el caso de cierto invidente que habiendo sido curado de su ceguera se negó a pagar cantidad alguna al clan del santuario. Entonces, el dios Asclepio lo castigó de forma ejemplar, es decir, el indivi duo volvió a perder la vista. Más, como se arrepintiera de su tacaña conducta, y pagara el doble, le fue devuelta la vista en ambos ojos.
Aquellos que acudían al santuario porque eran víctimas de una enfermedad grave, y eran curados por completo, tenían la obligación de grabar en un cipo, o pilastra, todos los datos concernientes a tan extraordinario desenlace. De este modo quedaba constancia para la posteridad de todos los logros conseguidos por los curanderos, y de todos los favores que los mortales recibían del dios de la medicina.


CURANDEROS

Era tal el volumen de gente que acudía a los santuarios erigidos en honor de Asclepio, con la esperanza de hallar remedio eficaz a sus males que, según la tradición, los sacerdotes optaron por fundar grupos y asociaciones que tuvieran como único objetivo la curación de sus pacientes. Y, así, surgieron maestros itinerantes de la medicina que, en vez de esperar a los enfermos en los templos y santuarios, iban ellos mismos a visitarlos a sus domicilios. La desmitificación de los recintos médicose ponía en marcha y, con cierta lentitud, iba ganando adeptos para su causa. Sin embargo, los diversos santuarios - conocidos también con el sobrenombre de Asclepias- siguieron en auge y se abarrotaron, una y otra vez, de pacientes y "suplicantes". Estos no tenían inconveniente alguno en someterse a los distintos ritos y prácticas previos a su solicitado reconocimiento. Lo cierto es que antes de presentarse ante la divinidad había que cumplir con ciertas formalidades y realizar toda una serie de actos, tales como ayunos, abluciones, baños... Para conseguir la total purificación, y aparecer limpio y sin mácula ante los servidores del dios de la medicina, nada más adecuado que arrojar varias monedas de oro -o, en su defecto, valían también las de plata- al estanque sagrado que se hallaba situado a la entrada de los santuarios más famosos. De este modo, ya podrían instalarse en las dependencias interiores del templo y congregarse en torno al sacerdote que se disponía a encender la lámpara sagrada y a celebrar un rito nocturno que, básicamente, consista en apagar las luces y esperar, en ademán pensativo, la llegada de Asclepio. Este podía tanto aparecer de im proviso como no presentarse en ocasión alguna. Lo primero no sucedió nunca, y lo segundo, consecuentemente, era la norma. Se trataba, por tanto, de perpetuar un embuste largamente alimentado por toda clase de embaucadores y que, a no dudarlo, producía buenos resultados crematísticos.
La descendencia del dios de la medicina fue bastante numerosa puesto que, al decir de Homero, tuvo seis hijos: cuatro hembras y dos varones. Los nombres de las hijas servirían de inspiración para posteriores específicos fabricados a escala mundial por la industria farmacológica. Y, así, Egle - nombre de la primera de las hijas -vendría a significar "la que da a luz"; Higieya "la que trae la salud"; Jaso "la que sana" y Panacea "la que cura todo". Los dos varones, Macaon y Podalírio, fueron famosos médicos de la época. Del primero se dice que embarcó en una de las treinta naves que se dirigieron hacia el sitio de Troya para, así, atender a los posibles guerreros heridos. Incluso penetró en la ciudad, en unión de numerosos compañeros, oculto en el mítico caballo de madera. Este "caballo de Troya" había sido construido para intentar tomar la ciudad y, en su panza, llevaba armas y guerreros que fueron descubiertos y vencidos. El propio Macaon hallaría la muerte en tan singular efeméride; su cuerpo pudo ser rescatado y trasladado a Grecia, en donde se le reconoce como uno de sus más preclaros héroes.


LEYENDA DEL ORIGEN DE LOS MORTALES

Las más ancestrales leyendas acerca de cuál sea el origen de los seres humanos explican que éstos surgieron de las piedras o de los árboles. No se sabe muy bien por que, pero lo cierto es que un día nefasto, el poderoso Zeus se propuso destruir a los humanos y envió una lluvia torrencial sobre la tierra. Todo quedó anegado por las aguas, excepto la cima del idílico monte Parnaso. Aquí arribaría -después de andar a la deriva con la barca que Prometeo, su padre, le había aconsejado construir- Deucalión, el único hombre que se salvó de la ira del dios; estaba acompañado por su esposa, la bella Pirra. Ambos, en cuanto cesó el temporal, salieron para ofrecer sacrificios al rey del Olimpo, con el propósito de aplacar su ira. Zeus escuchó sus súplicas y les prometió que accedería a cualquiera de las peticiones que ambos le hicieran. Deucalión y Pirra le solicitaron que la vida en la tierra volviese a renacer, y así fue a partir de entonces. La fórmula para lograrlo se la dio el oráculo de Temis, al cual había acudido la pareja en demanda de ayuda. Allí se les dijo que arrojaran piedras recogidas de entre la tierra y, así, volverían a tener compañeros y compañeras; de cada piedra que tiró Deucalión nacería un hombre y de cada piedra que tiró Pirra nacería una mujer.
Pero existía otra versión que atribuía a Prometeo - padre de Deucalión - la creación de los mortales. Para ello se habría servido de un montón de arcilla, de la que, con maña e ingenio, conseguiría modelar la figura de un hombre. Para darle movilidad, acudiría a los auxilios de la diosa Palas Atenea que, por medio de un soplo cargado de energía deífica, infundiría el alma a lo que hasta entonces sólo podría calificarse de figura amorfa. Otra versión, en cambio, explica que Prometeo mismo fue quien insufló vida en la figura de barro que acababa de modelar; para ello se sirvió de un rayo que consiguió arrancar del carro del sol. Era muy notable la astucia de Prometeo, por lo que nunca se le podía pillar desprevenido; su propio nombre significa "el que prevé" . A causa del hecho reseñado, se le ha acusado a Prometeo de robar el fuego a los dioses y entregárselo a los hombres, por lo que, según el acuerdo tomado en una de las asambleas que los dioses celebraban en el Olimpo, debería ser castigado por el propio Zeus, dios supremo y superior.


EL MITO DE PANDORA

Otro mito célebre nos habla de la creación de Pandora - la primera mujer - por Hefesto/Vulcano. Este, a instancias de Zeus, modeló a Pandora mezclando arcilla y agua; y la dotó de voz, de fuerza vital, y de todos los encantos de las mismas diosas inmortales. Y de esta guisa se la entregó a Prometeo para que la desposara; llevaba Pandora, además, un presente para su futuro marido que el propio Zeus le había dado; se trataba de una misteriosa cajita gustosamente decorada. Más Prometeo, que no se fiaba de dios alguno -y mucho menos del rey de todos ellos-, rechazó con decisión tanto a la mujer como a todo lo que ésta portaba. En cambio, su hermano Epimeteo, en cuanto vio a Pandora quedó prendado de su hermosura y decidió casarse con ella; fue entonces cuando se dispuso a abrir la caja que el rey del Olimpo había entregado a la primera mujer. Casi al instante salieron de aquélla todos los males que imaginarse pueda -la guerra, el hambre, la miseria, la envidia, la enfermedad...- y Epimeteo, espantado al ver cómo la tierra se cubría de tanta calamidad, tapó con presteza la maldita caja y, sin saberlo, aún acrecentó más el daño, pues dentro quedó encerrada la esperanza.